La traición del elegido
Capítulo uno
El susurro del agua advertía una gran tormenta en Alnilam, Pero eso Patricio no lo sabía. Él vivía a diez metros bajo tierra en la ciudad engullida; y sus fallidos intentos para adivinar el clima habían quedado en el pasado. Ahora en medio de la oscuridad, estaba esquivando los largos túneles de piedra y arriesgando su vida por los precipicios viscosos con una cubeta de agua pesada para asistir el parto de su esposa y evitar ser visto por los guardias.
-Astrea!! Diosa de Orión y de los hombres, que tu luz convierta a mi hijo en Sunlit. Oraba en silencio con la certeza que su diosa escuchaba sus ruegos.
Pero sus oraciones fueron interrumpidas por el eco de los gritos de Victoria, su esposa. Quien se retorcía de dolor en la incómoda cama de piedra envuelta en sábanas sucias y gastadas.
Patricio aceleró su paso hasta llegar a su lado.
-No te dejaré sola, tenemos todo lo necesario; agua, sabanas y un cuchillo para cortar el cordón del bebé. Estaba algo oxidado pero ya lo pasé por fuego.
La mujer a penas si escuchaba, y sus gritos se hacían más fuertes.
-Ponte este trapo en la boca-dijo Patricio mientras se sacaba un pañuelo del interior de uno de sus bolsillos del pantalón-.Era de mi madre, servirá para que no te escuchen.
-Voy a morir- esbozó Victoria después de la contracción.
-Astrea no lo va permitir, tienes en tu vientre un Sunlit- respondió Patricio, pero no con la misma certeza.
Recordó como convenció a su esposa con las fantasías que mantenía en su cabeza. La voz de Victoria decidida a no quedar embarazada para no correr con la suerte de todas las mujeres de su casta lo atormentaban aun más que los gritos de dolor. una batalla de argumentos en la que su locura de la que ahora estaba consiente ganó, insertándole una semilla en su cabeza que le hizo creer que su hijo podía ser un Sunlit y vivir bañado por el sol y no como ellos pagando el más cruel castigo.
Patricio aprovechó para aferrarse a la delgada mano de su mujer. Húmeda al igual que todo su cuerpo. La llevó a su frente y un clamor intenso evocaban sus pensamientos, pero cada minuto que pasaba su fe se desquebrajaba al ver el cuerpo frágil de Victoria.
-Mira la flor de Jericó- pidió Victoria mientras se soltaba-.No creo soportar más.
Patricio se dirigió a un mesón de piedra negra, llena de trastes en mal estado. Los moonlit tenían la creencia que en el momento que la flor se abriera el bebe nacería. Sin embargo solo había una esfera de raíces secas.
Salió del cuarto mientras observaba el hogar que le había ofrecido a Victoria. Dejándola con el dolor a cuestas en esa cama que había construido con tanto sacrificio; puliéndola durante largas horas para que fuera lo más cómoda posible.
Al igual que su casa, Dos huecos que había cavado con la ayuda de una maseta y un cincel de acero, trabajando día y noche durante varios meses sin importar que sus manos se bañaran de sangre y la piel palpitara de dolor.
Pero su esfuerzo no había sido suficiente, los ojos que antes encontraban la belleza entre las espinas, habían sufrido heridas profundas que lo dejaban ver todo tal y como era; dos hoyos que bien podrían ser sus tumbas; sin forma, oscuros, sin color, putrefactos o eso decían los de arriba cuando tenían que entrar a la ciudad engullida.
Se inclinó, levantó su mano izquierda. Observó y acarició la estrella que estaba dibujada en su muñeca un poco más oscura que su piel blanca. Había escuchado que la marca se iluminada cuando los de su casta en tiempos atrás donde la armonía reinaba en Orión, usaban sus poderes. Pero eso había quedado en el pasado, ahora ese símbolo lo hacía menos que un animal. -Una estrella- decía en voz baja mientras la tocaba con rabia. Por primera vez sintió en carne viva lo que era ser un moonlit, sintió el castigo de su casta. Vio la realidad de la ciudad engullida. No solo los habían condenado a vivir debajo de la tierra, estaban condenados a ser verdugos de sí mismos al enamorarse, al soñar, al recrear ilusiones y aferrarse a ellas.
Patricio contenía las lágrimas para no parecer más débil de lo que era. Se quedó observando a Victoria con sus contracciones y descansos cortos. La mujer de cabello negro, silueta marcada y ausente de sueños. Estaba consumida en esa cama, con la piel pegada al cuerpo y una barriga diminuta.
-Acércate- balbuceó Victoria en medio de su dolor, con la voz débil que apenas se escuchaba mientras observaba a Patricio en la esquina de su morada. Un hombre alto, delgado, con el pelo ondulado y la mirada más ausente que nunca.
Patricio en contra de su voluntad fue hacia ella.
Su mirada vencida lo había convertido en su verdugo. La contempló hasta que fue interrumpido por Cormac Sunlit, iluminado y nuevo rey de la ciudad engullida, coronado así por, Aeneas, soberano de orión, aclamado por todos los orianos como el salvador de la guerra oscura que había invadido el mundo por un periodo de diez años. La misión de Cormac era mantener la paz y el orden para que Alnilam escudo de Orión no callera en la maldad de los moonlit.
Un hombre que doblaba en cuerpo a Patricio. Sus ojos eran tan azules que era difícil mirarlo a los ojos, Lucía una espesa cabellera dorada que escurría hasta los hombros al igual que su armadura que llevaba cincelado tres estrellas atravesadas por una lanza en su peto. Con una barba que disimulaba su cuello largo. Siempre acompañado de tres guardias con miradas de buitres esperando la cena.
-¡Es un delito no hacerle saber a la guardia que nacería un intocable!- Exclamó Cormac mientras sacaba su espada de plata apuntándole en la garganta a Patricio. Su empuñadura tenía la imagen de Astrea y su hoja la marca de tres estrellas que daban más luz que la propia espada. y la que solo usaba para amenazar.
-No es lo que piensa señor- trataba de contestar Patricio entre tartamudeos mientras se ponía de pie. Pero su cuerpo tembloroso no lo dejaba levantarse con rapidez y las facciones bruscas del iluminado lo ponían aun más nervioso.
-No lo pienso, estamos viendo a una basura teniendo otra basura y nadie nos avisó. Todo lo que hay debajo de la tierra nos pertenece ¿Por qué no avisaron de este nacimiento?- refutó Cormac Sunlit, mientras observaba con aborrecimiento a los dos moonlit.
-Sé que hemos cometido un error señor- respondió patricio mientras inclinaba la cabeza. Su rostro no dejaba de escurrir agua, volteó la mirada a Victoria mientras otra contracción empezaba -Los dolores de mi esposa empezaron sin darnos tiempo de nada y no tenemos a nadie quien nos ayude... y si la dejaba sola-hizo una pausa tratando de coger fuerza para seguir hablando. -Podía morir- concluyó tratando de suavizar la situación.
Un coro de risas se esparció en la cueva.
-Si querías hacernos reír lo has logrado. Todas las mujeres del inframundo mueren después de un parto porque Astrea así lo ha querido. Es su castigo. Ninguna mujer vive a menos que tenga más de una estrella ¿la tuya las tiene? Preguntó Cormac con ironía y burla.
-No señor-respondió Patricio humillado.
-Encubrir este tipo de actos tiene un castigo.
-Señor, por favor, misericordia; mi hijo quedaría solo y moriría en cuestión de horas, nadie se hace cargo de un niño. Es una boca más que alimentar y abrigo que dar. Por favor hago lo que sea pero no me mate.
El movimiento de la espada de Cormac formó una pequeña brisa que rosó el cuello de Patricio, quien serró los ojos para no ver cómo era atacado por la espada que daba más luz que la vela de cebo que tenía.
Un grito agudo interrumpió la maniobra de Cormac haciendo que volteara y viera la cabeza del bebe asomando. La escena le provocó nauseas que disimuló muy bien frente a los guardias para mantener su imagen ruda. Rápidamente giró hacia la salida del cuarto para no presenciar aquella imagen, pero no sin antes escupir a Patricio.
-Tú intocable va crecer y va vivir como quieres, pero tendrá que trabajar largas horas bajo el sol hasta quemarse vivo construyendo la imagen de Aeneas. Entonces añoraras este día en el que suplicaste que viviera. Porque solo le prolongaras unos años de vida miserable. Mira muy bien mi marca- replicó mientras le mostraba las tres estrellas que tenía en su muñeca izquierda como un trofeo.-Esto nunca lo vas a ver en la mano de ese intocable que está naciendo. Por más ruegos que hagas a Astrea. No eres el primero que pide que su hijo nazca así.
En ese momento las amenazas eran lo menos importante, Patricio logró sostener a Rigel antes que cayera, su peso era diminuto, lo envolvió en sabanas y lo pasó a Victoria.
-Estoy contigo, vas a estar bien- susurró a su oído cálido mientras se desprendían de sus ojos grises lágrimas que eran imposibles de contener. Viendo como su rostro pálido perdía el rubor de las mejillas.
Fueron palabras vagas supo en ese momento que era la última vez que vería a su amada; y tendría la suerte de todas las mujeres de su casta al parir a un bebe, la fría y temerosa muerte. Ellos pertenecían al grupo de una estrella, marcados desde el principio por la miseria, asegurando el destino más infeliz para la raza femenina.
El pequeño sollozaba en los brazos de Victoria, Patricio sintió la debilidad de los brazos de su mujer que no podía sostener al bebe, sintiendo poco a poco como empezaba a perder la calidez. Sus miradas lluviosas bañaban el delicado rostro de la criatura que empezó a calmarse hasta quedar en silencio; Victoria bajo la mirada para detallar minuciosamente a su hijo deslizando sus dedos sobre su piel tibia, sus ojos negros la hacían recordar las noches que logró ver cuando podía escapar a la superficie, el pelo del bebe era tan liso como el de ella y sus rasgos eran la copia de su padre.
Quería contemplarlo durante horas pero sabía que era imposible, y sin retrasar más el momento tomó con mucha delicadeza el brazo izquierdo del bebe ansiando que su diosa hubiera escuchado sus súplicas.
-una estrella- indicó mientras la mostraba a Patricio.
Su llanto tomó más fuerza. Sus suplicas habían sido en vano, al igual que ellos su hijo era un moonlit, conservaba su mismo destino ruin y desolador, el aire empezó a faltar sintiendo culpa por el destino tan cruel que había dejado para aquel inocente que la observaba con una paz infinita. Las miradas sin ilusión de Victoria y Patricio se despedían para siempre.
- Lo siento- fueron las últimas palabras mientras sus parpados se cerraban y sus brazos caían dejando de sostener al bebe. Su piel estaba fría y ella caía en un eterno sueño del que jamás volvería.
Patricio se aferró al pequeño para no desvanecer con su mujer, su espíritu sentía dagas clavadas, una tras otra dejándolo sin motivos, sin ilusiones, sin sueños. Porque lo único que lo resucitaba cada día estaba junto a él inerte. El padre de Rigel se sumergió en todos los bellos recuerdos que había compartido con Victoria mientras sus labios se aferraban a su mano fría, queriendo ir con ella pero ese niño que lo miraba sin entender nada lo mantenía con vida.
Un nacimiento y una muerte aguardaban ese instante, pero todo pasaba y el tiempo era amigo del olvido que hacía que todos recordaran sus penas sin hacerse tanto daño. 18 años habían pasado sin que la vida les cambiara a los intocables; todo era igual, las mismas distinciones, las mismas reglas el destino que marcaba un símbolo.
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