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Las clases habían terminado, como de costumbre era la última en arreglar mis cosas, mientras más tardara en llegar a mi casa mucho mejor.
—¿Vendrás? —su voz un poco aguda llegó a mis oídos. Levanté la cabeza terminado por cerrar mi bolso y me quedé en sus ojos.
—No sé sobre música...
—Yo tampoco, ¿lo recuerdas? —apreté la correa de mi bolso, iba a ponerlo en mi hombro pero él lo tomó con una sonrisa radiante. —me gustaría que vinieras. —agregó bajando la mirada un poco, no sé si intentaba encontrar algo sucio en mi mesa o qué, pero evitaba verme.
—Quizás... No sea tan malo. —a penas me escuchó alzó la cabeza.
—Vamos, no te arrepentirás.
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Cuando llegamos al laboratorio, pude ver a Claudio con una guitarra junto a quién parecía ser el profesor. Aquel hombre era alto y de canas, tenía una energía exorbitante, lo suficiente como para abrumarme, pero él se veía tan feliz que lo aguanté.
—Ya tengo nueva integrante. —comentó dejando mi bolso sobre uno de los asientos en los mesones blancos.
El maestro se presentó conmigo, me hizo una pequeña charla sobre lo que quería hacer con el taller y preguntó cómo podría aportar, lo cual era la nada misma, ya que como bien dije yo no sé nada sobre música.
Admito que a veces cantaba mientras estudiaba, era un hábito que probablemente que copié de mi mamá. Su voz no era la más fantástica del mundo, pero creo que afinaba bien, sólo que yo jamás podría cantar delante de nadie y mucho menos en un acto público.
No tengo idea en qué me estoy metiendo.
Me pasaron una guitarra, no me fue tan complejo aprender la teoría básica, pero hacer la notas... Eso era otra cosa. Probablemente un gato enfermo sonaría mejor que mi intento de Fa.
—Eso suena bien. —halagó el profesor. No sé si lo dijo porque está acostumbrado a trabajar con niños o de plano es medio sordo.
No hice más que asentir con la cabeza, ya algo cansada de que fuera tan sonriente, pero... De la sonrisa que no me cansaba era la de él. Él no dejaba de intentar hacer sonar bien la guitarra y Claudio parecía tener paciencia en enseñarle.
El sol de la tarde se filtraba por las ventanas del salón y cuando él hacía contacto visual conmigo, pareciera que un gato me estuviera viendo. Esa mezcla de miel con anaranjado me hacían ver el suelo al instante, porque mi corazón se sentía extraño y perturbado.
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—¿Te gustó el taller?
—Está interesante. —respondí mientras salíamos de la escuela.
Él debía seguir su camino por una extensa escalera y luego hacia el cerro que le seguía, en cambio yo sólo era caminar media cuadra hasta mi casa.
—Bruja, no estuviste nada mal. —comentó Claudio con una risa. Lo miré mal, no me gustaba su estúpido apodo.
—No me digas así.
—Bruja. —repitió y respiré hondo para no golpearlo. —no pongas esa cara porque te transformaras en una pasa.
—Ya debo irme, debo cuidar a mis hermanos. —agregó él tomando una distancia más amplia. Lo miré a los ojos y tragué saliva, no quería que se fuera aún, no aún.
—Y-yo...
Y antes de poder decirle algo, Claudio puso una mano en mi cabeza y despeinó todo mi cabello, para después salir corriendo en dirección contraria.
—¡Nos vemos mañana! —gritó soltando una carcajada y cuando recobré el sentido... Él ya iba llegando al final de la escalera, no pude siquiera decirle hasta mañana.
Hoy sus dedos deslizándose por la guitarra fueron un sonido dulce e intensamente suave. Era mágico... Él era completamente mágico, pero no estaba segura si sólo yo lograba verlo.
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