XII. El Árbol, la Máquina y el Guerrero (I)
Al principio estaban bien, no cundía el pánico al tocar el límite del reino de Air. Cambiaron de parecer con la aparición de esas nubes oscuras. Cosme percibió el peligro de inmediato. No tuvieron tiempo de escapar cuando una corriente los arrastró dentro. Las paredes selladas, el traqueteo de los motores de una maquinaria pesada, el vapor denso a carbón... puede ser lo que sea desde el exterior. La estrella y la gata quedaron separados en medio de la oscuridad. El brillo de Cosme es todo con lo que cuenta para fijarse en dónde pisa.
En condiciones normales, el frío no le afecta, incluso cualquier estado ambiental en el que se encuentre. Sin embargo, Cosme tiembla de pies a cabeza, frotándose los brazos y el pecho hasta el cuello por un poco de calor. Su luz no es suficiente en contraste con el aire gélido que emana de las paredes. Extraña mucho su chal, medía la luz que le permitía exponer y le protegía.
«¿Dónde estás?», llora en silencio.
Mantiene el equilibrio al caminar. El lugar se mueve de un lado a otro que le desorienta. No hay muebles ni pinturas como en el vestíbulo. Superficies metálicas, el tamborileo de unas ruecas tras de estas y un aroma a aceite que llama su atención. Se intensifica más a medida que avanza. Sigue recto.
Un resplandor blanco se alza en el fondo. Cosme clama su emoción y rompe a correr. Levanta los brazos a los lados para equilibrarse, casi se tropieza con sus propios pies. Tiene una idea de la naturaleza de su paradero, estima hallar la respuesta al final de ese túnel. Gira, gira y gira. Hace rato que deambula por un corredor curvado. Debajo del arco, abre la boca en grande.
La luz proviene de un conducto amplio que sirve como chimenea, disuelve el hollín y despeja la zona del centro. Una cámara redonda carente de ventanas y puertas, con un vitral en el piso que refleja los colores en el techo con suavidad. Absorto por la curiosidad, Cosme da un paso adelante para luego sentir un estrépito a sus espaldas. El arco al corredor desaparece. Ya no puede regresar, tampoco lo desea.
Consciente de su situación, y a la vez no, el niño toca el suelo dos veces con sus dedos, por cada trozo que le atrae. No sucede nada. Los colores cambian de tono cuando se inclina a un lado o hacia el otro. El hedor aceitoso de antes se transforma en un perfume de flores, relaja los nervios entre tanto más se acerca al centro.
No entiende por qué no lo vio, quizás por la luz o tal vez por estar distraído. Un árbol muerto hecho de cristal reposa ante él, las ramas destellan más fuerte que el vitral. Las raíces permanecen ocultas bajo un montón de piedras del mismo material a la planta, guardan un arcoíris de colores en todas. Duda en sujetar la más pequeña que ve. Su dedo la roza y un hormigueo suave le recorre la piel hasta el pecho. «Agradable», suspira sorprendido.
Ven a mí, amor mío
Cosme retrocede, mirando a todas partes. Puede equivocarse, quiero estarlo. Tiene la certeza de que el árbol acaba de... cantarle.
En la calidez de mis brazos
Suena débil, y viene del árbol.
El niño rodea el tronco buscando la fuente, pero solo encuentra más piedras y la misma planta. Nada. Aun así continúa sonando, en un tono amable que le conmueve en el fondo de su ser.
Donde lo perdido, aquí me hallarás
Pestañea dos veces y restriega sus ojos. Incrédulo del segundo objeto que descubre sin percatarse. En la cima del árbol descansa un diamante grande, tallado en forma de corazón y refleja gran parte de la luz en la cámara. Permanece en el aire por encima del nacimiento de las ramas. Por mucho que Cosme quiera alcanzarlo, está muy alto. Escala la montañita de joyas y, sin pensarlo, se apoya del tronco. Una marea de púas le recorren la piel y asentarse en su espalda. Es desagradable, como si lo picaran decenas de avispas.
Oprime fuerte su mandíbula. Si grita, nunca verá venir el peligro. Pero el dolor aumenta mientras más se mantenga pegado al árbol. Tiene que alcanzar esa piedra. No sabe por qué le interesa, hay más de ella a sus pies, puede sostener una y llevarla consigo. No, quiere la más grande. Extiende las manos a la base del árbol y se sostiene para subir. La corteza es lisa, aunque delicada y rasposa. Los dedos le arden a medida que busca otra fisura que le sujete y estar ya arriba.
El brillo de su cuerpo titila, al mismo tiempo que el destello dentro de la roca. Admite la sintonía que comparten estando cerca uno del otro. Cosme escucha un tintineo a centímetros de posar su mano en ella, los latidos aceleran igual que los suyos.
La canción persiste en un tono bajo, casi inaudible, pronunciando la misma letra con delicadeza.
La reconoce. ¿Cómo? Quiere saberlo.
一¿Memorial?
Pega las manos en la punta cercana a él.
Cierra los ojos y permite que su cuerpo se deslice hacia dentro.
Balan manda al olvido el dejar a cargo a Chrono de la locomotora, aunque agradece la poca fortuna por aterrizar cual harapo en la copa de un árbol. Siente el estómago tenso, apenas se mueve del hormigueo en las extremidades gracias a ello. Mejor que terminar aplastado en el suelo, tal como el conejo de reloj bajo de él.
Con el mundo al revés, el maestro vislumbra una gran isla flotante por un hoyo abierto entre los árboles. Una fortaleza medieval medio destruida tiene acción en el centro de los campos verdes. Oye una leve muchedumbre, aunque abundante, dentro de los terrenos. Ubica las columnas en forma de peones de ajedrez que separan a los habitantes del prado.
Un nubarrón llama su atención, junto con una silueta gigante desplazándose en ella. Allí encontrará a Fortstopher.
Se reincorpora de un salto y realiza una voltereta hasta descender a tierra, con una pose de guerrero samurai. Toma al conejo por las orejas, al agitarlo se estira con mucho ánimo y bosteza hasta dejar en evidencia los únicos dos dientes superiores en su hocico.
一¡Jojo!
一Sí, pero no gracias a ti. Eres pésimo conductor 一reclama Balan一. Vámonos, la princesa nos espera.
La islita donde están cuenta con solo cinco árboles frondosos. A una distancia de menos de cien metros de vacío celeste les esperan los dominios de Fortstopher. Balan solo se le ocurre el camino fácil. Chrono gira las manecillas de su reloj ante los nervios que le provoca la altura. Ya vio esa chispa en los ojos del maestro, no le gusta.
一No seas llorón. Estamos a un paso, ¿lo ves?
一¡Jo!
一¡Sujétate! 一Lo ignora.
Balan retrocede a la mitad de la isla y arranca a correr con el conejo aferrado al sombrero, clamando intenso su ¡Jo! a todas partes. Una bota dentro del borde y la otra hacia el abismo. El impulso le eleva alto, a una velocidad que hace girar las manecillas del reloj cual ventilador. El maestro sonríe en grande. Extiende los brazos a los lados y permite que el viento le guíe sobre la arboleda y las ruinas de la fortaleza.
«Que refrescante es esto de volar». Si Nights lo viera, le arrancaría el cabello de un tirón. Imaginar la rabia escurriendo de los ojos del arlequín, le hace estallar de la risa. Poco le preocupa cuando ha lidiado con humanos parecidos.
Los cimientos del castillo yacen desperdigados por doquier. Desde lejos el territorio luce encogido, de cerca es una pradera inmensa llena de torretas pequeñas, a base de piedras blancas en su mayoría, y campos silvestres bien podados que dibujan piezas de ajedrez desde arriba, junto con el tablero a ras del suelo. Balan observa a los residentes reunidos en un cinturón de concreto, que apenas alcanza la altura de sus botas, y allí elige detenerse.
El maestro cae en la sorpresa del escándalo de los seres. Las penumbras estacionadas sobre ellos no despiertan su instinto de peligro, en general lucen eufóricos con lo que hay dentro de la niebla en el campo. La sombra de un gigante se desplaza lento, los destellos de la tormenta revelan su silueta. Flores parlanchinas, peones blancos con ojos de malos amigos, soldados de hojalata. Todos absortos con la vista al frente.
Los soldados llaman su atención al verlos postrados a los pies de una tarima, de la que sobresale un trono alto para una figura enana saltando encima del asiento. Reconoce esa cabeza con patas. Balan se abre paso entre las criaturas, alzando una pierna y la otra por encima de algunos.
一¡Mi rey! 一saluda con una pequeña reverencia a un lado, con los soldados cortando su paso y él atreviéndose a sonreírles con fervor. Se apartan y ceden el paso一. ¡Su Majestad, esperaba encontrarlo con su armadura! 一La multitud le obliga a gritar, incluso cuando al monarca no parece prestarle atención一. ¿Mi rey? ¡¿Hola?!
A menudo, Balan recibe el mayor de los respetos entre los reinos de Wonderworld, también de sus soberanos. Ahora que la magia de la estela celeste tiene control de todo, su estatus se reduce a un bufón de la corte (hasta cierto punto), según su perspectiva. Sin embargo, él mismo no se permite ser pisoteado por mucho que le brille la corona a un enano de gran nariz y tintes de caballero medieval. Por supuesto que no.
一¡¡Fortstopher IV!!
Expulsa al rey de su silla. Su voz es lo suficiente fuerte para ello, y por fin tiene su atención. Esperaba que ambos tuvieran un mejor semblante. El monarca contiene sus ansias para estallar, el vapor escapa sobre su cabeza y aprieta los dientes picudos mientras patalea de vuelta a su lugar.
一Quiero saber una cosa 一Balan sonríe en grande y levanta un poco la solapa de su sombrero. El dorado de sus ojos se enciende, que estremece al rey por completo. «Aún conservo mi toque», ríe para sus adentros一. ¿Por qué rayos estás aquí y no en tu robot? 一reclama sin necesidad de mantener un mínimo de respeto por la criatura.
El rey gruñe con la mirada al frente. Ignorarlo no resulta, siente las punzadas en la mitad entera de su cara.
一Iii, oouui woi 一su voz se asemeja a la de un niño asustado, pero se esfuerza en no demostrarlo一. Woow oouui wui, ¡wuui!
一¿Robada? ¿Por quién?
El retumbar de la tierra los obliga a alzar las miradas hacia la niebla. El coloso asoma un brazo desplegado del cuerpo, luego la coraza del torso con una gran falda que arrastra, y la mitad de la corona encima de un rostro largo y blanco, idéntico al del rey. Sus pasos son lentos, pausados, mecanizados a tal grado que el choque de los engranajes se escucha a kilómetros de la posición de los habitantes. Muchos de estos guardan silencio, hasta cuchichean bajo.
一Fortstopher 一pronuncia Balan, perplejo一, ¿quién maneja la máquina?
一Aaoooi, wooi 一estampa un pie en el piso一. ¡Woi!
Balan lo mira de repente con los ojos abiertos. «No me importa quien sea, ¡quiero al invasor fuera de aquí!», la última respuesta del rey, que no esclarece la duda y solo aumenta la presión. Balan conserva sus sospechas, pero le incomoda por la verdad.
Además, no ve a los soldados abandonar al rey, ni por un bocadillo de medio tiempo, tampoco a algún voluntario valiente capaz de acercarse al gigante. No tiene más remedio que entrar al campo. Al fin y al cabo, lo hace, ya está lejos del cinturón de concreto y al rey cómodo saludándolo desde su asiento. El maestro gira los ojos con la mirada al frente, rompe a correr y salta. Con ayuda del viento, planea directo a la máquina.
El gigante entra en la niebla. Balan lo sigue por detrás. Las nubes se tornan blancas al distinguir mejor el tablero de ajedrez en tierra del otro lado. Un ojo del huracán, cuyas paredes dibujan un panorama perfecto del ambiente externo; una ilusión bien armada para quien la creó no sentirse aislado. Rastros de escombros de la fortaleza yacen desperdigados en el césped. Balan aterriza y se esconde detrás de la cabeza de una pieza de la torre, con cuidado de no ser atrapado.
Se detiene. Inmóvil, sin emitir más el choque de las tuercas y cadenas de los motores internos. No obstante, Balan capta un sonido diferente, uno débil...
一¡Jojo! 一El conejo se aferra al cuello del maestro.
一¡Ssshh! ¡Cállate! 一Lo sostiene de las orejas y lo oculta dentro del sombrero一. Me delatarás.
Una corriente fría choca consigo. De repente, descubre esos ojos encogidos y la sonrisa curvada del coloso fijos en él. Balan se salpica de sudor sin poder borrar la expresión alegre de su propia cara, en tanto termina de introducir las patas de Chrono. No recuerda la vez que tembló hasta derretirse con algo veinte veces más alto que él. Prefiere averiguarlo para otro momento.
一Lance 一llama hacia la máquina, entre risas y miradas esquivas por hallar un mejor sitio para esconderse一. ¡Lance! ¡Más vale que no estés dentro de esa cosa!
La sonrisa de la armadura se eleva hasta superar los ojos.
¿Quién?
Balan convierte su piel negra en blanca y su humor se evapora.
Esa risa... la conoce.
En los siglos que lleva dirigiendo Wonderworld, Balan estimó haber olvidado esa voz. Aquel que solían mencionar en las fiestas de té o conversaciones de baja importancia en el Cosmos. Es incapaz de pronunciar uno de sus muchos nombres, el más conocido de ellos.
一¿Qué rayos...? 一retrocede.
Un ruido agudo lo saca de sus pensamientos, al igual que al gigante. Los dos miran a todas partes. Sobre ellos, un punto violeta se vuelve más grande a medida que desciende del cielo. Se estrella en el centro de ambos, creando un cráter de más de dos metros bajo los pies. Lo ven arrodillarse y frotarse las piernas entre un grito ahogado y una serie de blasfemias inentendibles a la primera.
Nights al fin entra en escena con su atención puesta en la máquina.
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