3. El mercado Nocturno
CAPÍTULO 3: EL MERCADO NOCTURNO
Habían pasado horas, y Raven no aparecía. El cantinero de las cicatrices se detenía a mirarme.
En una mesa cercana, un grupo de comerciantes discutía sobre el Mercado Nocturno.
—Los precios se duplicarán esta noche —dijo una mujer con velos de seda negra—. Con las Campana sonando, pocos se arriesgarán a abrir sus puestos.
—Mejor para nosotros —respondió su compañero —. Menos competencia.
El cantinero se acercó a mi mesa, rellenando mi copa sin que se lo pidiera.
—El Mercado Nocturno está por comenzar —murmuró—. Raven suele hacer negocios allí cuando las lunas están altas. Si yo fuera tú, daría un paseo.
Entendí la sugerencia. Dejé algunas monedas normales sobre la mesa (había aprendido a no mostrar las de luna) y me dirigí a la salida.
En las calles del distrito Bajo la gente instalaba sus puestos.
Seguí a la multitud. El Mercado Nocturno parecía extenderse por todo el Distrito Bajo.
—¿Buscas algo especial, forastero?
Me giré. Una mujer con cabello blanco y ojos violeta me observaba desde un pequeño puesto. Sobre su mesa había un conjunto de espejos de diferentes tamaños.
—Solo observo —respondí, pero algo en uno de los espejos captó mi atención.
—Ah, ese te ha elegido —sonrió la mujer—. Es un Espejo de Verdades. Muestra lo que necesitas ver, no lo que quieres ver.
Me acerqué al espejo. Vi a mi hermano Adrián, sentado en el trono, con la Corona de Espinas sobre su cabeza.
—Las profecías tienen el mal hábito de cumplirse de las formas más inesperadas —comentó la mujer—. A veces, quien cree ganar es quien más pierde.
—¿Cuánto por el espejo?
—No está a la venta —la mujer sacudió la cabeza—. Pero tengo algo más que podrías necesitar.
Sacó una daga de plata de debajo del mostrador.
—Acero lunar —explicó—. Uno de los pocos metales que puede herir tanto a vivos como a muertos. Y a los que están entre ambos estados.
La marca en mi pecho ardió al mirar la daga.
—¿Cuánto?
—Normalmente, pediría oro o favores —sus ojos brillaron—. Pero por ti, cazador marcado, solo pido una promesa.
—¿Qué promesa?
—Cuando llegue el momento de elegir entre venganza y perdón, recuerda que algunos destinos pueden reescribirse.
Antes de que pudiera responder, escuché un grito.
Tres figuras con capas negras avanzaban por el mercado.
—Cazadores de la Reina —susurró la mujer—. Toma la daga y vete. El callejón detrás de mi puesto lleva a los tejados.
—¿Por qué me ayudas?
—Digamos que tengo interés en ver cómo se desarrolla tu historia. Ahora corre. Y recuerda: las sombras son más seguras que la luz cuando la luna roja está alta.
Guardé la daga en mi cinturón y me escabullí por el callejón justo cuando los Cazadores llegaban al puesto.
—¿Has visto a un forastero? Cabello café, ojos verdes...
—Solo vendo espejos, señores. Y últimamente, pocos se atreven a mirar su verdadero reflejo.
Alcancé los tejados y me moví entre las sombras, saltando de edificio en edificio. Las dos lunas iluminaban mi camino.
Un movimiento en las sombras me hizo detenerme. Una figura encapuchada saltaba entre los tejados. No era un Cazador; su forma de moverse era diferente.
La figura se detuvo y giró la cabeza hacia mí.
Vampiro.
Mi mano fue instintivamente hacia la daga, pero la figura ya había desaparecido.
—Los tejados son territorio neutral. O al menos lo eran, hasta que las Campanas comenzaron a sonar.
Me giré. Un hombre alto, vestido completamente de negro, estaba apoyado contra una chimenea. Una cicatriz le atravesaba el ojo derecho, y un cuervo mecánico, similar al de la taberna pero más pequeño, descansaba sobre su hombro.
—¿Raven?
—El mismo —sonrió —. Moira me advirtió que vendrías. Aunque no mencionó que serías tan... llamativo.
—¿Llamativo?
—Tu energía —señaló hacia mi pecho—. Brilla como un faro para aquellos que pueden ver más allá del Velo. El colgante ayuda, pero no puede ocultar completamente lo que eres.
—¿Y qué soy exactamente?
Raven se apartó de la chimenea y caminó hacia el borde del tejado.
—Eso depende de a quién le preguntes. Para la Reina, eres una amenaza que debe ser contenida. Para los vampiros que quedan, una curiosidad peligrosa. Para Moira... —hizo una pausa—. Bueno, ella siempre ha tenido sus propios planes.
Un aullido lejano nos interrumpió. Los Cazadores Nocturnos se estaban moviendo.
—Este no es lugar para conversaciones —dijo Raven—. Sígueme. Conozco un lugar más seguro.
Saltó al siguiente tejado con la agilidad de alguien acostumbrado a moverse en las alturas. Lo seguí, notando que el cuervo mecánico volaba entre nosotros.
—La mujer del mercado —pregunté mientras corríamos—. La de los espejos. ¿Quién era?
—Ah, la Tejedora —Raven rio suavemente—. Digamos que es una de las pocas personas en Nyxhaven que puede ver todos los hilos del destino. Si te dio algo, considéralo tanto una bendición como una maldición.
Nos detuvimos en una torre abandonada. Raven presionó algunas piedras y una puerta secreta se abrió en la pared.
—Bienvenido a mi humilde morada.
El interior de la torre era una fascinante.
—Ahora —Raven se sentó en un sillón y señaló otro frente a él—. Cuéntame, príncipe, ¿qué se siente despertar en un mundo donde las profecías son más peligrosas que los puñales?
Me tensé.
—¿Cómo...?
—El anillo en tu mano —señaló—. Es un sello real, aunque no de este mundo. Y la forma en que moriste... —sonrió—. Digamos que las muertes por traición tienen un sabor particular en el aire.
El cuervo mecánico voló hasta posarse en el respaldo de mi sillón.
—¿Estás listo para aprender lo que realmente significa esa marca en tu pecho? Porque una vez que sepas la verdad, no hay vuelta atrás.
Me llevé la mano al pecho.
—¿Qué sabes sobre esta marca?
Raven se levantó y caminó hacia uno de los estantes y sacó un libro antiguo.
—Es la Marca del Equilibrio —explicó, mostrándome una ilustración que mostraba el mismo símbolo que ardía en mi pecho—. Aparece una vez cada mil años, cuando el balance entre los mundos se tambalea.
Pasó algunas páginas más, revelando dibujos de guerreros con la misma marca.
—Cada portador tuvo un destino diferente —continuó—. Algunos unieron reinos, otros los destruyeron. Pero todos compartían algo: murieron en un mundo y despertaron en otro con un propósito.
—La Reina me busca.
—La Reina te teme —corrigió Raven—. La profecía habla de alguien que unirá lo que ella ha mantenido separado por décadas: humanos y vampiros. Su poder se basa en ese odio.
—¿Y qué sugieres que haga?
Raven cerró el libro.
—Quédate aquí. Esta torre tiene protecciones antiguas, más fuertes que cualquier hechizo de la Reina. Puedo enseñarte lo que necesitas saber: cómo moverte entre las sombras, cómo usar esa marca, cómo sobrevivir en un mundo que quiere destruirte... o encerrarte para siempre.
Me levanté y me acerqué a una de las ventanas.
—¿Por qué me ayudarías?
—Digamos que tengo mis propias razones para querer ver el régimen de la Reina caer —su mano tocó inconscientemente la cicatriz en su ojo—. Además, le debo algunos favores a Moira.
Se acercó a otro estante y sacó una espada.
—Primera lección: nunca confíes completamente en nadie en Nyxhaven —me entregó la espada—. Ni siquiera en mí. Pero por ahora, soy tu mejor opción de supervivencia.
Tomé la espada.
—¿Cuándo empezamos?
Raven sonrió.
—Ya has empezado. El simple hecho de que hayas llegado hasta aquí, esquivando Cazadores y sobreviviendo al Mercado Nocturno, muestra que tienes potencial —se dirigió hacia una puerta oculta en la pared—. Ven, te mostraré tu habitación. Mañana, al anochecer, comenzará tu verdadero entrenamiento.
El cuervo mecánico voló sobre nosotros.
—Por cierto —añadió Raven, deteniéndose frente a una puerta de madera oscura—. Una última advertencia: las noches en Nyxhaven están llenas de criaturas extrañas. Algunas son obviamente monstruosas, otras se esconden tras rostros hermosos. Aprende a distinguir entre ambas, y tal vez sobrevivas lo suficiente para cumplir esa profecía tuya.
Abrió la puerta, revelando una habitación circular con una cama y varios estantes de libros.
—Bienvenido a tu nuevo hogar, Alexandru. O al menos, hasta que el destino decida otra cosa.
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