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2. Tierra extraña

CAPÍTULO 2: TIERRA EXTRAÑA

Las Campanas que había mencionado Moira seguían sonando.

Debía seguir caminando en dirección de la luna roja.

Como si fuera tan simple.

El colgante que me había dado Moira pesaba contra mi pecho, junto a la marca que, según ella, me identificaba como el el
elegido.

Otra profecía.

Un grupo de luces se acercaba por el camino que iba. Me oculté detras de un árbol. Habia seis jinetes con armaduras negras y carmesí. Sus monturas no eran caballos, sino bestias de pelaje oscuro.

—¡Rastreen cada rincón! —gritó el que parecía ser el líder—. La Reina quiere al intruso vivo.

Esperé hasta que se alejaron para salir de mi escondite. La ciudad estaba cada vez más cerca, y con ella, lo que parecían ser los muros más altos que había visto jamás. No se parecían en nada a los de mi mundo, estos parecían estar hechos de cristal negro que reflejaba la luz de las lunas.

—Eh, forastero —susurró—. Pareces perdido.

Era una mujer joven, con el rostro parcialmente oculto por la capucha, pero pude ver que tenía una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda.

—Busco la taberna del Cuervo Negro.

La mujer sonrió.

—Estás de suerte. Conozco un camino seguro hasta el Distrito Bajo —se acercó un paso—. Por una pequeña cantidad.

Metí la mano en el bolsillo de mis nuevos ropajes, encontrando para mi sorpresa algunas monedas. Eran diferentes a cualquiera que hubiera visto.

—¿Esto será suficiente? —ofrecí dos monedas.

—¿Monedas de luna? —susurró, mirando a su alrededor con nervios —. ¿De dónde las has sacado?

—¿Hay algún problema con ellas?

—Solo los nobles de sangre antigua pueden portar monedas de luna —guardó las monedas rápidamente en su manga—. O los ladrones muy buenos. Sígueme, y intenta no llamar la atención.

La mujer me guio entre los puestos abandonados hasta llegar a un carro volcado. Movió algunas cajas, revelando una trampilla oculta.

—Las alcantarillas son el único camino seguro cuando suenan las Campanas —explicó mientras abría la trampilla—. A los Cazadores Nocturnos no les gusta el olor.

El túnel olía a humedad y a algo más, algo dulzón que me recordaba inquietantemente a la sangre. Mi guía sacó una pequeña esfera de cristal de su bolsillo y la golpeó suavemente. Una luz azulada emanó de ella, iluminando nuestro camino.

—Por cierto, soy Scarlett —dijo mientras avanzábamos—. Y no, no es mi verdadero nombre.

—Alexandru —respondí, y luego me corregí—. Alex.

—Tampoco es tu verdadero nombre, ¿verdad? —rio suavemente—. Se nota que no eres de por aquí. Tu acento, tu forma de moverte... —se detuvo y me miró fijamente—. Y ese colgante. Es un Velo de Sombras.

Instintivamente, mi mano fue hacia el colgante que Moira me había dado.

—¿Cómo lo sabes?

—Digamos que mi trabajo implica conocer ciertos artefactos valiosos —continuó caminando—. ¿La Guardiana de los Velos te lo dio?

—¿Conoces a Moira?

Scarlett soltó una risa amarga.

—Todos los que sobrevivimos en las sombras conocemos a la Guardiana. Ella... ayuda a ciertas personas a mantenerse fuera del radar de la Reina.

El túnel se dividía en varias direcciones. Scarlett tomó el camino de la derecha sin dudar.

—¿Qué son exactamente las Campanas?

—Una advertencia. Suenan cuando hay una amenaza para el orden establecido —me miró de reojo—. La última vez fue hace tres años, cuando el Príncipe Mikhail escapó de su ejecución.

—¿Príncipe?

—El último de la antigua línea real vampírica. La Reina ordenó la muerte de toda su familia, pero él logró escapar —Scarlett se detuvo frente a una pared que parecía diferente a las demás—. Algunos dicen que sigue vivo, planeando su venganza. Otros dicen que la Reina finalmente lo encontró y lo mantiene encadenado en las mazmorras del palacio.

Presionó una serie de ladrillos y se deslizó hacia un lado, revelando una escalera.

—El Distrito Bajo está arriba. La taberna del Cuervo Negro es el edificio con las ventanas rojas.

—¿Por qué me ayudas?

Scarlett sonrió.

—Digamos que tengo una deuda con la Guardiana. Y además... —sacó una de las monedas de luna y la hizo girar entre sus dedos—. Has pagado generosamente.

Antes de que pudiera responder, arrojó algo al suelo. Una nube de humo violeta, similar a la que había usado Moira, llenó el espacio. Cuando se disipó, Scarlett había desaparecido.

—Parece que todos aquí tienen un gusto por las salidas dramáticas.

Subí las escaleras. El Distrito Bajo era un laberinto de callejones y edificios que parecían querer tocarse entre sí.

La taberna del Cuervo Negro destacaba entre todo lo demás. Sus ventanas brillaban con un inquietante resplandor rojizo, y sobre el cartel de madera desgastada, un cuervo de metal negro me observaba con ojos que parecían demasiado vivos.

Me detuve frente a la puerta. El sonido de música y risas se filtraba desde el interior.

Ajusté el colgante en mi cuello, asegurándome de que estuviera bien oculto bajo la camisa.

Un grupo de encapuchados pasó junto a mí, susurrando entre ellos. Alcancé a ver que uno llevaba un broche con el mismo símbolo que había visto en las armaduras de los jinetes. Cazadores, probablemente, aunque de un rango menor.

Esperé a que se alejaran antes de acercarme a la puerta. El cuervo de metal giró su cabeza para seguirme con la mirada. No era una ilusión, el ave mecánica estaba viva, o algo parecido.

—Bienvenido al Cuervo Negro, viajero ¿Buscas refugio o información?

La pregunta me tomó por sorpresa.

—Busco beber y un lugar tranquilo.

—Mentir trae mala suerte. Pero tu sangre huele a muerte y destino. Interesante combinación. Pasa, el Cuervo Negro recibe a todos los que cargan con secretos.

La puerta se abrió sola con un chirrido. El interior era más grande de lo que parecía desde fuera, iluminado por lámparas de cristal que contenían lo que parecían ser luciérnagas azules.

Varias miradas se dirigieron hacia mí cuando entré. La mayoría volvió rápidamente a sus asuntos, pero noté que algunas permanecieron fijas más tiempo del necesario. En una esquina, un hombre tocaba un instrumento de cuerda que nunca había visto.

Me acerqué a la barra, donde un hombre limpiaba jarras con un paño que parecía cambiar de color. Su rostro estaba cubierto de cicatrices.

—¿Qué te sirvo, forastero? —preguntó sin mirarme.

—Busco a Raven.

Sus manos se detuvieron por un instante.

—Raven encuentra a quien necesita encontrar —respondió—. Mientras tanto, ¿qué tal un trago de Lágrimas de Luna? Ayuda a aclarar la mente... y a olvidar las preguntas incómodas.

Asentí, entendiendo el mensaje.

Tendría que esperar.

La bebida que me sirvió era plateada. Cuando la acerqué a mis labios, el líquido se movió como si estuviera vivo.

—Bébela despacio —advirtió el cantinero—. Las Lágrimas de Luna tienen el mal hábito de mostrar verdades que no todos están listos para ver.

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