Pero no todos me despreciaban, tenía una única amiga, que todas las noches me iluminaba con su luz.

Ella era la mujer más hermosa que había visto, y la única que se tomaba el tiempo,  para escuchar todo lo que yo tenía que decir, aunque no fuera algo nuevo para ella, ya que en donde se encontraba,  se enteraba perfectamente de todo, lo que pasaba.

Pero como todas las relaciones,  teníamos un único problema,  ella no podia decirme que pensaba, porque cada vez que esperaba que me respondiera  a una de mis preguntas,  una ráfaga de viento se interponia entre los dos, provocando que no entendiera ninguna palabra que ella  me decia.

Ante esto, ella mostraba su frustración muy a menudo,  tanto que había empezado ha reconocer sus cuatro estados diferentes de  ánimo,  por lo que sabía perfectamente cuando ella no deseaba ser molestada,  ni siquiera por mi.

En esos días, solo me dedicaba a cantar, y hacer todas las cosas que nunca había podido hacer,  como caminar sin ser perseguido.

Simplemente me sentía libre, como hace mucho no lo era.