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3. Unas gemas de ágata, cornalina roja y aguamarina


Mezquita de Shahi, interiores de la fortaleza Barabati Killa.

Cuttack, finales de 1866.

Después de interminables días recluida en la opulenta residencia de Cecil en Cuttack, por fin había conseguido salir sola, en un palanquín, a visitar la ciudad bajo la excusa de conocer sus monumentos.

Buscaba alguna pista sobre la familia Radhav, un milagro quizá, mas siempre cuidándome de mantener mis intenciones ocultas. Aunque Cecil estaba demasiado enfrascado en sus asuntos como gobernador, debía disimular ante sus sirvientes, que eran los que me llevaban a los sitios.

Me hallaba pues en el corazón de Cuttack, visitando los restos de la antigua fortaleza Barabati. Como una bofetada a mis sentidos, los olores de las especias, los exóticos perfumes florales y las cálidas temperaturas despertaron en mí recuerdos de la infancia.

Observaba absorta las hermosas cúpulas que adornaban la Mezquita de Shahi, cuando tropecé con un hombre con turbante al girar una esquina. Del golpe se me cayó el sombrero a los pies de una mujer de impresionante delgadez. Me agaché a recogerlo y, al levantarme, quedamos cara a cara. Sus ojos eran unas oscuras cuencas excavadas en un rostro cadavérico.

Mi egoísmo de londinense pudiente me había impedido darme cuenta de lo que estaba ocurriendo en realidad: una gran hambruna azotaba la ciudad. Allá donde mirases veías personas tristes y demacradas, niños famélicos... y por doquier se oían lamentos que imploraban algo que llevarse a la boca.

Regresé a casa de Cecil y le conté alarmada lo que había visto. Él, en una actitud opuesta a la preocupación, encendió su pipa con insultante parsimonia, antes de decirme:

—Mi bondadosa e ingenua niña... —Su tono anticipaba mucha sangre fría—. Cualquier número excesivo de muertes, no es más que la respuesta de la naturaleza a la superpoblación. Ningún gobierno puede hacer mucho para evitar o aliviar estas vicisitudes de la providencia.

—¡Pero Inglaterra debe ayudar a esta gente o morirán a millares...! —Me eché a llorar de rabia e impotencia—. ¡Por Dios, Cecil! ¡Son personas como tú y como yo!

No podía quitarme de la cabeza los ojos de aquella mujer, que bien hubiera podido ser la propia madre de Hasin.

—Una mujer no está preparada para la toma de este tipo de decisiones —explicaba con una sonrisa condescendiente—. No se puede dejar que la compasión gane a la razón. Si intentáramos regular los precios disparados de los granos nos arriesgaríamos a alterar las leyes naturales de la economía. Y de hacer esto, mi dulce Angelina, —hizo una pausa para exhalar el humo con denotado placer—, me estaría rebajando al nivel de un dacoit, que no es más que un bandido birmano, en definitiva, un ladrón.

Con esas duras palabras, Beadon abandonó a su suerte a sus súbditos en Orissa y, lo que es más, se dispuso a suprimir cualquier esfuerzo de asistencia programado aún con financiamiento privado[1].

Yo no cesaba en mi búsqueda, aunque sabía que sola tenía pocas oportunidades de éxito. Pero el tiempo apremiaba y necesitaba saber si seguían con vida, así que me arriesgué y contraté los servicios de Yamir. Era un trabajador de Cecil, quien por unas cuantas rupias conseguía hasta un pacto con el mismísimo diablo y con la garantía de una máxima discreción.

Definitivamente, parecía que los Radhav se hubieran esfumado.

Empezaron a excavar fosas comunes en las calles. Entre el hambre y el cólera se apilaban cada día cientos de cadáveres. Ante tamaña visión dantesca, mi prometido seguía negándose a ayudar y, no contento con ello, era él en persona también quien rechazaba cada oferta caritativa, sin piedad alguna. Era un auténtico diablo racista.

Yo aguantaba interpretando mi papel de perfecta acompañante y, a la vez, exprimía aquella estancia, que se preveía breve, en mi infructuosa búsqueda. Hasta que un buen día, cuando ya iba a tirar la toalla, el milagro ocurrió.

Estaba tomando el té en el despacho de Cecil, en su ausencia, mientras leía la correspondencia de mi familia. Al lado de la taza descansaba el montón de cartas con los ofrecimientos humanitarios ignorados, que se apilaban antes de ser arrojadas al fuego. Curioseé los remitentes, sin duda almas piadosas, cuando de pronto uno de ellos captó toda mi atención. Firmaba el Señor Hasin Radhav como propietario de La Compañía de Hilado y Tejido de la India Central, una empresa textil de Bombay[2].

Abrí la carta, ansiosa por corroborar si se trataba de mi príncipe, y solo con echarle un vistazo por encima, no me cupo ninguna duda.

Se expresaba en un inglés pulido y elegante, poco habitual en los nativos y muy del estilo de Mr. Montrose. Pero lo que me hizo sentir un escalofrío por la columna vertebral fue reconocer su caligrafía. Casi habíamos aprendido a escribir juntos y aquella misiva era de puño y letra del hombre que se había quedado consigo la llave de mi corazón.

Me guardé la carta y empecé a hacer averiguaciones. Unas monedas más para Yamir y pude conocer la trayectoria de la empresa de Hasin.

El gran dominio del idioma y de la cultura sajones, obsequiados por mi madre, sumados al conocimiento de la industria textil por parte de su padre, configuraron al precoz heredero perfecto de las fábricas del Señor Tata, un viejo pariente lejano de los Radhav que no tenía descendencia.

Además, Hasin había sido muy astuto y había dado, con éxito, un arriesgado paso más allá. Mientras que otras fábricas de la India producían un hilo grueso y basto con algodón de fibra corta local y maquinaria barata importada de Gran Bretaña, Radhav se había desmarcado, dentro de la competencia nacional, gracias a la importación de costosas y largas fibras de algodón de Egipto y a la compra de maquinaria más compleja de Estados Unidos. Con ello obtenía un hilar más fino y de calidad que el de las importaciones procedentes de Gran Bretaña.

Mi Hasin estaba vivo y además era un empresario de éxito. 

En la intimidad di saltos de alegría y lloré de emoción sobre mi almohada durante horas.

Paralelamente a mis pesquisas, una comisión de investigación británica había confeccionado un duro y desfavorable informe sobre el manejo de la hambruna del gobernador Beadon. Se le había notificado que debía abandonar su cargo y regresar a Inglaterra inmediatamente. Mi tiempo allí se había agotado.

—Yamir, necesito que me ayudes a llegar a Bombay... Sola. Tengo esto para pagar el viaje que sé que va a ser largo y difícil. ¿Será suficiente?

Entonces lo tuve claro: unas gemas de ágata, cornalina roja y aguamarina me habían arrebatado al amor de mi vida y ahora me ayudarían a recuperarlo.


Hasta aquí llegaba la obra en su estado original. FIN. Era un relato de 3000 palabras que resultó ganador del concurso «Y entonces él la besó» del perfil de WattpadRomanceES, de hecho aún podéis encontrarlo en la antología publicada en dicho perfil. 

NO, NO SOY CRUEL... 

Más bien una inocente aprendiz de escritora que armó una historia tres tallas más grandes de las que le permitía el límite de palabras del desafío. Solución: planteé ese final abierto, consciente de que lo estaba «de par en par». Esto tenía un lado bueno (lo defenderé a muerte) y uno malo. La parte positiva de este tipo de finales es que dejan volar la imaginación del lector mucho más de lo que se es consciente. El cerebro tiende a darle al final lógico para cada persona y no me negaréis que provocar eso no es algo mágico... ¡Pues muchos lo negáis! ¡Cerebros perezosos! ;-) Y aquí es donde viene el lado negativo, le falta chicha, un clímax, un desahogo de la acción, una resolución... Sí, lo asumo (pero con la boca pequeña).

Muchos me pedisteis que la continuara y eso sí fue magia. Que la gente la lea y te pida más, es lo más bonito que esta aspirante a escritora puede pedir. Me habéis hechizado y nunca os podré agradecer tanto cariño... y paciencia. GRACIAS A TODOS/AS  LOS QUE ME INSISTISTEIS EN QUE SIGUIERA ADELANTE. Os adoro ❤.

[1] La terrible hambruna que azotó a la región india de Orissa en 1865-1866 fue un hecho histórico real, y la nefasta forma de gestionarla del gobierno británico de la época también.

La documentación sobre esta catástrofe y el consiguiente desastre humanitario está extraída de esta fuente: www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-36507745

[2] La trayectoria empresarial de Hasin está inspirada en la vida real de un personaje de gran relevancia histórica en la India, Jamsetji Tata, quien protagonizó una revolución en la industria textil del país. La fuente: es.wikipedia.org/wiki/Jamsetji_Tata



El 17/04/2024 os traigo esta noticia que todavía no me creo. En 2025 podremos tener la novela en nuestras manitas y os aseguro que gran parte de que esto sea posible es tooooda vuestra. 

Así que, tanto los que ya la habéis leído, como los que aparecéis ahora por aquí y os ha picado el gusanillo, pronto podréis disfrutar de una versión más pulida y mejorada de esta historia tanto en versión digital como en papel.

Os iré informando de cada paso, lo prometo.

Muchísimas gracias por seguir a mi ladito ❤️ .


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