Capítulo 3
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Bastó una mirada suplicante de mamá para que Jacqueline clavara la vista en su plato y diera por finalizada aquella conversación. Miré de reojo a mi padre y él sonreía, victorioso. Le gustaba siempre quedar por encima, que se le diera la razón simplemente porque él debía llevarla siempre.
Y de nuevo nos envolvió el silencio.
Jasmine no había comido nada, y yo tampoco. Notaba cuan decepcionada se sentía. Aunque podía llegar a saber que dejarla salir sola podía ser un riesgo y que al menos mi madre solo le prohibía aquello por su bienestar, no podía dejar de sentirse mal. Y yo tampoco.
—Respecto a lo de Jasmine....
—Josephine, basta —masculló mi madre notablemente tensa.
—Yo podría acompañarla —dije con algo de indecisión, sobre todo cuando Jasmine me miró confundida—, quiero decir, ella puede ir al Starbucks con sus amigas. Yo estaría allí, vigilando que todo estuviera bien.
Jasmine me observaba con unos ojos azules desbordados de emoción. Eso me hizo sonreír, aunque ella seguía sin hacerlo. De repente ambas miramos a mi madre y ella mostraba un rostro amable.
—¿Qué te parece, Frank? Así...
—¿Me estabais hablando a mí?
Odiaba cuando hacía eso. Odiaba cuando aparentemente desconectaba de la conversación y pese a que estaba pendiente de lo que decíamos, se hacía el desentendido.
—Josephine ha comentado que Jasmine y sus amigas podrían ir al Starbucks. Ella estaría allí pendiente de que todo estuviera bien.
—Bueno, si luego a la niña hay que llevarla corriendo al hospital no quiero ni una palabra. No tengo hambre —Se levantó mientras lanzaba de mala gana la servilleta a la mesa—. Voy a dormir. No hagáis ruido.
Él salió del comedor y las cuatro, en silencio, escuchamos sus pasos subir las escaleras.
—Yo tampoco. Buenas noches —dijo Jacqueline, y dejando con la boca abierta a mi madre, desapareció.
—Yo tampoco tengo hambre ya... —murmuró mi madre mientras yo me llevaba un bocado de comida a la boca—. Josephine, come cariño si tienes hambre. Tú, Jasmine, por favor, también. Que esto no te afecte. No os afecte a ninguna.
Jasmine asintió levemente y continuó comiendo, al igual que yo. Tras terminar, las tres recogimos y mi madre se quedó lavando los platos.
Subí las escaleras y cuando fui a entrar a mi cuarto, la voz de Jasmine me detuvo.
—Josephine.
—Dime.
Ella suspiró y esbozó una media sonrisa.
—Gracias... muchas gracias. De corazón. De todo mi corazón.
Sonreí y descoloqué un poco su pañuelo.
—Habla con Claudia y dile las condiciones. Si no se cumplen, no puedo hacer nada más...
—¡Claro que sí! Ya no me pareces tan sangre sucia.
Reí y cuando fui a entrar a la habitación, volvió a detenerme.
—Si papá tuviera razón... —agregó con voz apagada.
—No va a pasar nada malo. Lo pasarás bien. Mis bebidas no son tan malas como para llevar a alguien al hospital. Lo prometo.
—Quiero decir...
—Aunque alguna sí que ha acabado allí por culpa de mis primeros Caramelo Frappuccino...
—¡Josephine! —dijo riendo—. Gracias, de verdad. Gracias por contribuir a que pase el mejor día de mi vida.
Inhalé el suficiente aire para contener las lágrimas. Jasmine asintió débilmente con la cabeza y entró a su habitación. Yo hice lo mismo y aunque lo intenté, no terminé concluyendo ningún boceto. No tenía ánimo para ello.
* * *
25 de Marzo de 2016
Terminé de hacer mis dos moños altos recogiendo todo mi cabello y me pinté un poco los labios. Era el poco maquillaje que me gustaba usar: ese y máscara de pestañas. Sentía que con más parecía una payasa.
Cuando calculé que Jasmine comenzaría a prepararse, busqué de lo más profundo de mi armario el vestido que se había robado muchas horas de mi sueño en esos días atrás. Jasmine no lo sabía, pero yo había invertido mi tiempo libre en confeccionarle un vestido para que lo estrenara. No era la gran cosa, de hecho solo tenía un color con estampado –algo raro en mis diseños–, pero había quedado bonito y estaba segura de que le encantaría.
Salí de mi habitación y toqué unas cuantas veces su puerta. Aunque no me dio permiso para entrar, lo hice. Jasmine estaba tumbada en la cama, mirando por la ventana. Ella aún no estaba ni duchada.
—¿Jasmine? ¿Qué haces aun así?
Me miró y aunque estaba acostumbrada a verla así, siempre me impresionaba un poco su apariencia cuando no llevaba el pañuelo en la cabeza. Ella siempre había tenido un largo y rizado cabello cobrizo y no me acostumbraba a verla así.
Se incorporó en la cama.
—No voy a ir. Ahora avisaré a Claudia.
Fruncí el ceño y me acerqué a ella. Jasmine miró un poco lo que llevaba en mis manos pero no preguntó.
—¿Por qué?
—Porque acabo de recordar porqué hace tanto que no salgo a la calle. He recordado que no soy la misma de antes. He recordado que nadie, ni ellas me mirarán porque luzco guapa. Me mirarán porque doy pena.
—Vaya papelón, Jasmine. ¿Te ha llevado mucho tiempo memorizar todo eso?
Jasmine alzó una de sus cejas mientras yo dejaba el vestido sobre la silla.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Que si no has acabado o ya puedo aplaudir.
Ella bufó y rodó los ojos. Se levantó de la cama y comenzó a recoger algunas cosas.
—Tienes cuarenta minutos para ducharte y vestirte Jasmine. No quiero llegar tarde por tus tonterías de niña pequeña.
—¡No son tonterías! —me enfrentó.
—¡Claro que lo son! No culpes a las personas de tu alrededor de tus miedos. La única culpable de sentir esas cosas eres tú. Diciendo cosas como esas sí que consigues dar pena.
Ella me miraba cómo si estuviera imaginando cualquier forma dolorosa de asesinarme.
—¿Qué es eso? —preguntó con voz seca señalando con la cabeza el vestido que estaba sobre la silla—. ¿Qué has traído?
—Supongo que no quieres verlo...
—Sí, sí que quiero. ¿Qué es?
Aunque la muy capulla no intentaba ni disimular su mal humor, con una sonrisa liviana cogí el vestido y se lo di.
—Lo he hecho para ti.
Mirándome ciertamente desconcertada, Jasmine desdobló el vestido y lo miró por unos largos segundos. Sabía a la perfección que estaba maravillada por el estampado de mariposas.
—¿De verdad es para mí?
Hice una mueca con mis labios.
—¿A caso conoces otra hermana que comparta esa obsesión por las mariposas?
Y aunque me rompía el corazón cuando lo hacía, Jasmine rompió a llorar. Aún con la tela entre las manos, ella me abrazó con fuerza y supe que eran lágrimas de emoción y alegría.
—Perdón por haberte hablado mal...
—No importa —intervine—. Ahora dúchate porque no quiero llegar tarde. No al menos tan tarde.
—¡Vale! —exclamó hilarante—. ¡Y agradece que no me tengo que lavar el pelo!
Y entre risas, Jasmine fue a prepararse.
* * *
Llegamos al Starbucks, aunque Jasmine se quedó fuera del establecimiento junto a Claudia para esperar a las demás. Aunque nada malo iba a pasarle a apenas unos metros de mí, yo estaba incómoda, y Eddie, mi compañero de trabajo, lo notó.
—Si te encuentras mal vuelve a casa. Yo te cubro —dijo dándome un golpecito amable en el hombro.
—No, no es eso... —contesté, y aunque lo que precedía a esa frase era contarle lo que me pasaba realmente, me detuve al verlas entrar al fin—. Gracias de todas formas.
Eddie no insistió y fue a prepararse para marcharse. Su turno terminaba cuando empezaba el mío. Yo, mientras aprovechaba que todos los clientes habían sido atendidos, observé a Jasmine y Claudia junto a dos chicas más entrar al establecimiento. Eran buenas amigas. La sonrisa de mi hermana me lo decía todo. Sus ojos brillaban y estaba casi segura de que ella en ese momento, había olvidado por completo su situación. Solo pensaba en el rato agradable que estaba pasando.
—¡Jasmine!
Fue rápido, tanto que no pude darme cuenta de cómo había ocurrido todo. En un pestañeo Jasmine estaba con las rodillas clavadas en el suelo y despotricando. Cuando, alterada, fui a acercarme a ella y comprobar que estaba bien, un chico se agachó y la agarró de la mano para incorporarla.
—¡Estúpido! —gritó ella, apartando con desdén la mano de aquel chico una vez consiguió estar de pie—. ¡Mira por dónde vas!
—¡Ya te he pedido disculpas!
Pero la sofocación en la voz del chico a ella no le sirvió. Le dedicó una de sus miradas asesinas y, chocando su hombro con el de él, se reunió con sus amigas y tomaron asiento. Hice una mueca al descubrir que todo el lugar había presenciado a mi loca hermana y me acerqué a la mesa donde estaban.
—¿Me decís qué vais a pedir? —pregunté.
Todas asintieron y mientras lo pensaban y debatían, miré a Jasmine.
—¿Se puede saber qué ha ocurrido? En un abrir de ojos has pasado de estar normal a estar noqueada en el suelo.
—Ese asqueroso me ha derribado. Gilipollas.
Fruncí los labios por su mal humor repentino.
—Te ha pedido disculpas...
—¿Y? Lo ha hecho porque no tengo pelo. Si no hubiera sido por eso me hubiera contestado con la misma mala educación que yo.
—Tómalo como un privilegio.
—Lo tomo como una putada —Su voz seguía enfadada—. Al menos podría haberme mandado a la mierda.
Decidí terminar la conversación ahí. Las chicas me pidieron la comanda y volví a mi puesto de trabajo para prepararlas. Tras servírselas y que aparentemente lo que había ocurrido se le olvidara, el chico de antes volvió a entrar, pero Jasmine no se percató de ello. Él la miró de reojo y se acercó a la barra.
—Dime.
—Ehm... —Sus ojos castaños no se estaban quietos, temerosos de ser descubiertos por mi hermana—, ¿podría cobrarme lo que aquella chica pida?
Sin querer solté una carcajada. Eso me estaba resultando gracioso.
—¿Qué chica? —pregunté.
Él se puso más nervioso.
—La de... —Hizo un gesto alrededor de su cabeza—, la del pañuelo.
No quería ni imaginarme qué cara pondría ella.
—Vale.
Tal como me había pedido le cobré lo que mi hermana había consumido. Me había venido bien, así no tenía que ponerlo yo de mi bolsillo. El chico entonces salió del lugar logrando su cometido: no ser descubierto por ninguna de ellas.
Cuando mi jornada laboral terminó, Jasmine llevaba una media hora esperándome. Sus amigas ya se habían marchado y habíamos quedado en volver juntas a casa.
Salimos a la calle y al menos no estaba lloviendo. No llevábamos paraguas y hubiera sido muy perjudicial para Jasmine llegar empapada a casa.
—No sé por qué siempre pagas mi consumición —gruñó. Aquel día estaba con un humor de perros—, parezco una mantenida siempre. Tengo mis ahorros.
Irremediablemente, me eché a reír.
—¿Qué te hace tanta gracia ahora? —añadió frunciendo el ceño.
Anduve un poco más deprisa que ella y di una vuelta cómica para contárselo.
—Yo no te lo he pagado —dije riendo mientras braceaba con diversión—, ha sido tu contrincante quien lo ha hecho.
—¿Quién? ¿Qué contrincante? —Arrugó su frente—. ¿De qué hablas?
Esbocé una sonrisa ladina.
—Tiene unos bonitos ojos, y un bonito cabello rizado..., y sus pestañas son increíblemente largas. Sin duda, es un buen chico para chocar en la puerta de un Starbucks...
—¿¡Qué!? —exclamó, frenándose en mitad de la acera.
Cuando fui a contestar, mi móvil comenzó a sonar. Lo agarré de mi bolsillo y aunque el número era desconocido, decidí aceptar la llamada.
—¿Sí? —pregunté ante la enfurruñada y de brazos cruzados Jasmine.
—¿Es usted Josephine Bellec?
—Sí, soy yo.
—Le llamamos de The Johns Hopkins Hospital. Es usted donante de médula, ¿verdad?
Nada más escuchar aquellas palabras noté cómo mi corazón detenía bruscamente su movimiento de sístole.
—Sí —susurré.
—Hemos detectado una alta compatibilidad con un paciente que necesita un trasplante de médula con urgencia. ¿Podría venir al hospital mañana a primera hora para hacerle los exámenes pertinentes?
Sentí mi cuerpo helarse y también cómo poco a poco éste se volvía más flojo.
—Jojo, ¿estás bien...? —preguntó Jasmine con preocupación.
Cuando por fin conseguí pasar saliva por mi garganta y mantener los ojos abiertos, contesté en un inseguro hilillo de voz:
—Sí..., allí estaré.
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