Capítulo 1
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6 de Marzo de 2016
Como hacíamos todos los domingos, Jacqueline, Jasmine y yo nos reunimos en la habitación de mi hermana menor, nos sentamos en su cama en dirección a la gran ventana que ese día nos ofrecía un paisaje gélido y apático y bebíamos algo caliente. El cielo estaba gris y olía a tierra mojada. Llovía. No había parado de hacerlo desde que había amanecido. Los árboles estaban empapados. Me encantaba fijarme en silencio en las gotas de lluvia que caían desde una hoja a otra hasta tocar el suelo y hundirse en la tierra húmeda. El viento soplaba y balanceaba los árboles que habían parecido tan duros esos días atrás, y sin embargo, bailaban a merced del viento. Los pájaros no volaban en esa tarde de invierno —a punto de finalizar—, aunque los escuchaba cantar sus cancioncillas, pero no los veía volar. Y el viento soplaba más y más y agitaba las ramas de los árboles con vehemencia, dando una sensación de que se iban a caer sobre sobre nosotras.
Miré de reojo a Jasmine, que estaba sentada en el centro. Tenía la mirada perdida en el paisaje, así como había estado yo hacía unos momentos, y sus lánguidos dedos rodeaban la taza de té blanca con esfuerzo, mientras ésta desprendía una masa de humo blanco debido a su temperatura. Ellas debían admitir que cada vez mis cafés, tés y demás me salían más deliciosos. De algo tenía que servir prepararlos ocho horas y media al día, seis veces por semana desde hacía unos cuantos meses. Nunca habría podido imaginar que trabajar en ese Starbucks podía ser tan agotador. Mi espalda, al final de cada jornada, acababa resentida y apenas me permitía asistir a las clases de yoga de mi amiga.
Desvié la vista de mi hermana menor y me centré en Jacqueline, que me sacaba dos años. Las tres nos parecíamos bastante, pero era más evidente la similitud entre Jasmine y yo. La verdad que haber nacido siendo la hermana mediana no me había supuesto ningún trauma —no al menos en exceso—, como se suele pensar. Fui criada con la misma atención y disciplina que fueron criadas ellas dos, aunque eso también es gracias a mis padres: Julie y Franklin Bellec. No tengo nada que reprocharles, no al menos en el pasado. Ambos habían pasado su vida para conseguir lo que teníamos; un hogar humilde —no nuestro del todo pero casi—, una buena educación y un nivel de vida estable —al menos antes de la enfermedad de Jasmine—. Todo eso había sido antes.
En ese momento la situación era más complicada. Los tratamientos de la enfermedad de Jasmine eran caros, y el dinero no era suficiente para suplir todos los gastos que teníamos, entre ellos la carrera universitaria de Jacqueline y mi plaza en una academia de moda. Nuestros estudios se habían suspendido por un tiempo indeterminado, aunque no definitivo. Jacqueline y yo entendimos sin necesidad de explicaciones profundas que debíamos contribuir para que todo saliera bien. Por ello yo comencé a trabajar en un Starbucks y Jacqueline comenzó a trabajar en la clínica dental de su suegra como ayudante.
—Esta puta mierda está deliciosa, joder. Un aplauso para Josephine.
Jasmine y yo miramos a Jacqueline que, tras pronunciar aquellas palabras, continuó bebiendo de su chocolate caliente. Tras unos segundos de silencio, las tres comenzamos a reír.
—No casa demasiado el término puta mierda con deliciosa, pero eres tú y entonces cobra todo el sentido —dijo Jasmine entre risas.
—Es cierto —opiné con una carcajada sonora.
Jacqueline miró su reloj de muñeca y su cara se contrajo. Se levantó con celeridad de la cama y comenzó a ponerse los zapatos —torpemente— de pie.
—¿Qué haces? —preguntó Jasmine.
—Joder —masculló por el esfuerzo—. He quedado hace... diez minutos con Samuel en la esquina. ¡Joder!
Jasmine y yo nos miramos. No terminábamos de entender por qué Jacqueline llevaba un reloj de pulsera si apenas lo utilizaba, siempre acababa llegando tarde a todos los sitios.
—Me voy chicas —dijo tras estar calzada y mirarse al espejo para peinarse con los dedos—, me ha encantado este domingo. Luego vuelvo. ¡No tardaré!
Apenas nos dio tiempo para despedirnos, pues cuando quisimos hacerlo ya escuchábamos los pasos apresurados de ella bajando las escaleras de la casa.
—No entiendo cómo Samuel sigue con ella, o sea, siempre le hace esperar y mira qué día hace hoy. ¡Es un santo por aguantarla!
Reí.
—Creo que debemos plantearnos la idea de que Jacquie es buena en la cama.
Jasmine enrojeció súbitamente.
—Oh dios... —Puso cara de asco y negó frenéticamente con la cabeza—, me la he imaginado y... puajjj.
—¿Qué mente enferma imagina a su hermana teniendo sexo, Jasmine?
Ella me asestó un leve codazo.
—¿Y qué mente enferma dice eso en voz alta?
Me encogí de hombros.
—Solo nuestras mentes enfermas.
Entre risas, asintió. Decidimos entonces dar por acabada esa sesión un domingo más y recogimos las tazas y las llevamos a la cocina.
Mientras las enjabonaba, Jasmine me observaba algo fatigada sentada en una de las sillas del comedor.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió con una media sonrisa—. Bajar esas malditas escaleras es un castigo para mí.
—Eso es porque las bajas demasiado rápido.
—¿Desde cuándo las escaleras se bajan despacio?
—Tienes razón Jasmine, la mejor forma de bajar unas escaleras es en forma de asno. Tienes razón.
Jasmine chasqueó su lengua, con los ojos bien abiertos.
—Hablando de asnos, ¡se nos olvidó darte la carta! —exclamó levantándose de la silla—. ¡Voy por ella!
—¿Qué carta? ¡No corras!
Instantes después Jasmine volvió a la cocina con un sobre blanco entre las manos. Desde mi lejanía no podía ver bien el símbolo que portaba.
—Esta carta —dijo Jasmine agitándola.
—¿Sobre?
—Claro —Rio—. En un sobre.
—Estúpida, eso es una broma del siglo pasado. ¡Dámela!
—¡Quiero abrirla yo!
Rodé los ojos y desistí de cogerla, pues además noté cómo ella volvía a estar algo fatigada.
—Vale.
Jasmine rio de forma infantil y abrió la carta mientras yo observaba todos sus lentos movimientos.
—¡Es de la clínica de donaciones! —exclamó con emoción—. Tu tarjeta de donante.
Me la extendió y la agarré para verla. Efectivamente era de la clínica de donaciones.
Hacía unas semanas había decidido que quería ser donante de médula ósea. Sentí de repente la necesidad de ayudar y así lo hice. Pensaba que contribuyendo en la causa, la vida me lo agradecería de la forma que yo quería: curando en su totalidad a Jasmine.
Jasmine sufría leucemia linfoblástica aguda desde hacía más o menos cuatro meses. La primera fase de su tratamiento (Inducción) había triunfado al conseguir en poco menos de dos meses su remisión, el cual era el objetivo principal. Ahora estábamos en la segunda fase, y seguramente la más intensa: Consolidación. El objetivo principal era reducir el número de células leucémicas que quedaban en su cuerpo.
Los tratamientos eran muy costosos, por eso habíamos dejado nuestros estudios a un lado y nos habíamos centrado en intentar llevar a casa el máximo dinero posible. Yo había tenido mucha suerte al encontrar trabajo, pues a la semana y media de comenzar con la búsqueda, la señora Philips —la encargada del Starbucks de Baltimore— me contrató.
Jacqueline no había corrido con la misma suerte. Hasta hacía unas tres semanas no había conseguido ningún trabajo, por ello su novio Samuel había decidido ayudarla y habló con su madre para que le ofreciera algún puesto en su clínica dental privada.
—¡Vas a salvar vidas!
Pestañeé varias veces y fijé mi vista en Jasmine.
—No te hagas muchas ilusiones, Jas. Hay muy pocas probabilidades de que yo sea muy compatible con algún paciente.
—Se me olvidaba que eras una sangre sucia. ¡Muggle!
Ahí estaba de nuevo el fanatismo de Jasmine por Harry Potter odiándome por no compartirlo.
Cuando fui a contestarle, el ruido de la puerta principal abriéndose nos hizo callar a las dos. Esperamos en silencio quién había llegado y apareció mi padre.
—Hola —saludó.
Se dirigió a la nevera y bebió un gran trago de agua. Desde mi posición podía oler su hedor a whiskey barato. Miré a Jasmine y ella simplemente observaba con rostro neutro.
—¿Y vuestra madre?
Su voz salía pastosa de la boca. Jasmine permaneció callada.
—Aún no ha llegado de trabajar —contesté.
Asintió y después salió de la habitación sin decir nada más.
—Viene borracho —habló ella—. No me gusta cuando viene borracho.
—A mí tampoco Jasmine, a mí tampoco.
Se le notaba triste. Ella se culpaba continuamente de la persona en la que su enfermedad le había convertido. Antes de la leucemia, mi padre era... un padre. Un buen padre. Un padre amoroso. Después de la aparición de la leucemia... no. Se la pasaba trabajando y en el bar bebiendo. Siempre llegaba tarde y con un horroroso olor a alcohol. Ya no era amoroso ni se preocupaba por nosotras. Se comportaba de manera insoportable cuando estaba en casa y a veces hasta agradecíamos que estuviera tan poco con nosotras.
Me acerqué a ella, que estaba sentada, y rodeé por detrás su cuerpo con afecto. Coloqué mi cabeza en su hombro y besé su mejilla.
—Todo está bien.
Para evadirnos un poco del tema decidimos hacer de cenar. Mi madre aún no llegaba y seguro que estaba muy cansada para hacerlo. Media hora después llegó.
—¡Hola! —saludó con jovialidad. Dejó las bolsas que portaba en el suelo y se acercó a Jasmine—. ¿Cómo está la personita más linda del mundo?
Jasmine blanqueó los ojos.
—Mamá... —bufó.
—¡Bien! —dije de modo infantil—. ¡Yuhuuu!
Como había sido mi propósito, conseguí sacarles una genuina sonrisa tanto a mi hermana como a mi madre. Desde que mi padre había llegado Jasmine había estado algo cabizbaja y era la primera sonrisa que esbozaba.
—Estoy bien mamá —contestó entonces ella—. Algo cansada. Creo que no cenaré.
—Nada de eso, ¡señorita! Usted cena. Además..., huele delicioso. ¿Qué es?
—Hemos hecho chili con carne. Sabes que la cocina no es mi punto fuerte pero algo es algo.
Mi madre me sonrió con afecto y acarició mi mejilla.
—Huele genial. ¿Y papá?
Jasmine torció el gesto y decidió salir de la cocina con la excusa de que quería ir al baño.
—Ha llegado hace un rato...
—Ah, vale.
—Borracho.
Mi madre exhaló una bocanada de aire con desagravio.
—¿Está en nuestra habitación?
Me encogí de hombros.
—Supongo.
Mi madre asintió y subió las escaleras, imagino que en busca de él. Mi madre también había cambiado a raíz de la leucemia, pero claro, todos lo habíamos hecho. Solo que esta adversidad a nosotras nos había servido para madurar más deprisa y unirnos más, todo lo contrario a él. Sabíamos a la perfección que le había afectado de forma catastrófica, pero con esos comportamientos lo único que hacía era hacer empeorar a Jasmine.
Jacqueline llegó poco después. Aprovechando que mi madre continuaba hablando con mi padre y que Jasmine había decidido desgajarse totalmente de la conversación, le conté las condiciones en las que él había llegado de nuevo.
—En fin —dijo, tomando asiento en su lugar en el comedor—. Sabes lo que opino. Una buena patada en el culo y fuera. Que se busque la vida y nos deje tranquilas de una buena vez.
No dije nada, solo me dediqué a observarla hasta que minutos después mi madre volvió con ropa cómoda.
—No va a cenar, no tiene hambre —avisó con reticencia—. ¡Jasmine! A cenar.
Jasmine apareció y se sentó para así, una noche más, cenar en un impoluto silencio exterior, pues en el interior de cada una se reservaba nuestra opinión al respecto.
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