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CAPÍTULO TRES

Malcom Drummond

Esta sassenach era sin duda alguna repulsiva, mis bolas dolían luego de que las golpeara y ahora me miraba para ordenarme cosas sin pudor alguno. Pero tragándome cualquier objeción, hice lo que demandó, y así fue como montando al hombre en el caballo partimos.

—Será mejor que caminen más rápido —ordené a las mujeres.

—Nuestro calzado no nos permite avanzar más de lo que hacemos con los baúles en nuestras manos —se quejó mi prometida.

—Cámbielos.

La rubia me miró con seriedad. Me acerqué y arrebatándole el baúl que cargaba lo puse con el mío, dejando a la chica de ojos verdes sorprendida.

—¿Qué espera? —pregunté con fastidio al verla observarme sin hacer movimiento alguno.

—No me apresure —dijo saliendo de su trance y comenzando a buscar entre sus cosas.

Unas botas aparecieron entre los montones de zapatos que cargaba uno de los baúles y le extendió otro par a la doncella.

—Listo, ahora irán más rápido.

El resto del camino fue silencioso, paramos a descansar un poco en la tarde y el hombre inconsciente despertó por fin.

—Milady —saludó a la elegante dama —. Lamento no haber sido de ayuda.

—No se preocupe, descanse un poco más —dijo la rubia con amabilidad, una que no se me había otorgado ningún segundo que había pasado con los forasteros.

Mi prometida tomó un pañuelo de uno de los baúles que yo cargaba minutos atrás y se acercó al hombre para luego limpiar con delicadeza la sangre que caía de un costado de su cabeza.

—Es hora de seguir —exclamé, haciendo que de por finalizado su acto de caridad.

Con la ayuda del nuevo hombre pudimos avanzar con mayor rapidez al no tener las damas que cargar ningún equipaje. Aun así, cuando la noche cayó no estuvimos muy cerca del lugar al que deberíamos haber llegado para ese momento.

—Dormiremos aquí —declaré.

Las mujeres me miraron con horror al ver el oscuro bosque rodearnos.

—¿Aquí? —preguntó con timidez la doncella.

—Sí, es lo único que podemos hacer.

Prendimos una fogata para calentarnos durante la noche y designamos que haríamos guardia entre los tres hombres. En un tronco a unos pasos de distancia la dama de verdes ojos estaba sentada con su vestido perfectamente acomodado, la luna iluminaba ligeramente su perfil haciendo que algunas de las joyas que cargaba brillar.

Los grillos a nuestro alrededor cantaban y la brisa se intensificaba, mi prometida al parecer se sintió observada y al buscar al dueño de los atrevidos ojos que la miraban se encontró con los míos. Sus dos esmeraldas me observaron con el ceño ligeramente fruncido y no perdió la oportunidad de estudiarme con su mirada, hice lo mismo y ahora ambos con el entrecejo arrugado nos recorríamos con lentitud en busca de algo que no sabíamos. Unos cuantos mechones rubios rebeldes escapaban de su elegante moño, dejándose caer por los costados de su cara, enmarcando su rostro.

—¿Qué observa con tanta fijación? —preguntó de manera un poco hostil.

—La poca gracia que tienen los ingleses —dije con rapidez.

El rostro de la mujer se tornó con rojo, pude notar como sus puños se apretaban con rudeza.

—Le aseguro que usted ve lo mismo que yo veo cuando pienso en los escoceses —respondió con amargura —. Su mera presencia confirma la poca gracia de los habitantes de las tierras altas. Ahora, si me disculpa me iré a descansar, estoy segura de que disfrutaré más de eso que de su pésima compañía y su charla de poca relevancia.

La vi marcharse dando zancadas sin mirar atrás, dejándome con una sonrisa victoriosa.

(...)

Con el primer rayo de sol emprendimos viaje nuevamente, tendríamos que apresurarnos si queríamos llegar a tiempo a nuestro destino. Nuestro camino se acortaría si en lugar todo el equipaje solo se llevara un baúl, pero fuimos bendecidos cuando al tercer día que ya deberíamos haber llegado y aun nuestro destino era lejano, un hombre y su carreta se toparon con nosotros.

—Buenos días —saludé al hombre —. Soy Malcom Drummond, Laird del clan Drummond.

—Milord —reverenció —. ¿Necesitan que los lleve?

—Sería de mucha ayuda.

Amablemente, tomó las maletas y cuando todos estuvimos a bordo avanzó. La rubia se quejaba en susurros de la picazón por los mosquitos de los días anteriores y el heno que acariciaba las ronchas.

—En unas horas llegaremos, mi señor —notificó el caballero.

—Muchas gracias.

El castillo se veía lejano, pero con eso sabía que en poco estaría de vuelta en mi hogar y al parecer mi corcel lo supo porque comenzó a relinchar feliz de estar de regreso.

—Dicen que es uno de los castillos más hermosos de Escocia —susurró la doncella a su lady intentando ser discreta, sin embargo, pude oírlas.

—Lo es —dije haciendo que se sonrojara al ser descubierta —. Drummond tiene unos hermosos jardines. Podrán verlos cuando lleguemos en poco —presumí.

—Eso lo veremos al llegar —habló por lo bajo la rubia.

Finalmente, estuvimos frente al castillo. Ambas mujeres miraban con asombro las flores de los jardines, estaban embelesadas con la belleza de mi hogar; Una mariposa se posó en el cabello de mi prometida haciéndola sonreír.

—Llegamos —anunció el hombre sacando a ambas mujeres de su burbuja.

—Muchas gracias —dije bajando de la carreta y extendiendo mi mano para ayudar a abajar a la rubia. No lo hacía por placer, pero era un caballero y eso era lo que debía hacer.

La de ojos verdes miró con desconfianza mi mano, sin embargo, la tomó y bajó.

Rápidamente, más personas del castillo salieron, y al vernos no dudaron en ayudarnos a cargar con el equipaje de la sassenach. Mi madre venía a nuestro encuentro a paso apresurado, siendo seguida por mi padre quien le pedía que no fuera tan rápido o se caería.

—Mi señora —saludó la rubia haciendo una reverencia a mi progenitora.

Mi madre miró con una sonrisa a la chica y tomando su mentón la hizo volver a su postura.

—Eres tan hermosa como pensé, querida —dijo acariciándole una mejilla.

Sus ojos se posaron en mí en busca de respuesta de mi aparición junto a mi prometida.

—Madre —saludé besando su frente.

—Hijo mío —respondió abrazándome ante la mirada de mi padre.

—Señorita —dijo a mi prometida —. ¿Cómo es que llegan juntos y en esa carreta?

La rubia miró a mi padre.

—Unos vándalos atacaron el carruaje en el que me trasportaba con mis criados y su hijo fue tan amable en ayudarnos a llegar lo más cerca posible hasta que nos topamos con el amable hombre que nos trajo —explicó siendo tan educada y dulce que me hacía preguntarme si la mujer arisca con la que había pasado estos cuatro días era solo mi imaginación.

—¡Qué horror! —se lamentó mi madre —. Espero que no haya sufrido ningún daño.

—No lo hizo madre, mi prometida resultó ser una caja de sorpresas —insinué haciendo referencia a su actuar feroz.

—Entremos, nuestra invitada debe descansar luego de todo el ajetreo —ordenó mi padre.

Caminamos al castillo con la mirada de algunos curiosos, pero sobre todo con la mirada de Marsali sobre Josephine. La pelinegra desvió su mirada de disgusto de la mujer para mirarme a mí con coquetería y promesas lujuriosas.

Josephine Ransom

Estos cuatro días junto a mi prometido me habían hecho darme cuenta que el hombre estaba tan de acuerdo como yo con este matrimonio, incluso podrían decir que me detestaba por mi origen, cosa que compartíamos porque yo detestaba todo lo que él representaba. Su actuar tan arrogante y sus palabras hirientes en busca de hacerme perder la cordura.

Ahora finalmente podía descansar en el calor de la habitación que me habían brindado. La madre del pelirrojo era sin duda muy amable, su padre era un tanto callado, pero la dulzura de la mujer lo compensaba. Muchos cuchicheos se oían desde mi llegada y no era sorda a ellos, podía escuchar que mi prometido tenía una mujer con la que compartía cama y todos esperaban el momento de nuestro encuentro con ansias.

—Milady —llamó Claire.

—Adelante.

—La esperan para cenar —dijo mi doncella ingresando.

Asentí y acomodé mi vestido.

Las miradas de los escoceses de la habitación se centraron en mí, siempre estuve acostumbrada a la atención, pero ahora me sentía desprotegida y fura de lugar.

—Josephine querida, gracias por acompañarnos —exclamó la castaña mujer.

—Es un placer conocerte al fin —dijo una chica castaña muy parecida a la madre de mi prometió —. Soy Catriona Fraser, seremos cuñadas.

—Un gusto —saludé a la chica que me miraba amable.

Al parecer las mujeres Drummond eran amigables a diferencia de los hombres de la familia.

—Él es mi esposo Finlay —presentó al castaño a su lado.

—Mucho gusto, soy Josephine Ransom.

—El gusto es mío —dijo el caballero —. Me gustaría presentarle a nuestros hijos, pero estarán correteando por el castillo de seguro.

Sonreí tratando de darle a entender que no había problema alguno.

—Sentémonos a conversar un poco en lo que los demás llegan —pidió la mayor.

Mi prometido llegó y besando las mejillas de las mujeres de su familia, me miró fijamente.

—Señorita —saludó secamente.

Su hermana lo miró con los ojos entrecerrados y le dio un ligero golpe que pretendía pasar desapercibido.

—Cuéntenos más de usted, señorita —dijo el patriarca.

—Tengo dos hermanos mayores y un hermoso sobrino —conté orgullosa de mi familia —. Mi madre murió hace algunos años, así que solo somos mi padre, mis hermanos y yo.

—Lamento su perdida —habló la chica posando su mano en la mía cálidamente.

—Gracias.

Catriona comenzó a hablar animadamente conmigo junto a su esposo y madre, mientras que mi prometido y su padre susurraban alguna cosa entre ellos. Descubrí que las mujeres a mi lado eran sin duda alguna muy agradables y que mi estadía aquí sería más soportable si las tenía a mi lado como amigas.

—Lady Drummond —llamé a mi futura suegra.

—Dime Lorna, serás mi hija pronto —pidió la castaña.

—Como desees, Lorna —dije —. ¿El castillo siempre está así de lleno?

La mujer asintió sonriendo.

—Sí.

—Iré a buscar a los niños —notificó Catriona —. De seguro están en el patio.

—¿Puedo acompañarte? —pregunté —. Creo que necesito tomar un poco de aire fresco.

—Por supuesto —aceptó la castaña y enganchó su brazo con el mío.

Salimos del gran salón hasta los jardines.

—Puedes recorrer cuanto gustes, iré a buscar a mis niños.

Asentí y comencé a caminar apreciando el lugar. Malcom tenía razón, el castillo tenía unos jardines hermosos. Unos quejidos y forcejeos hicieron que me detuviera para luego empezar a caminar en dirección a estos.

—Suélteme —dijo una pequeña pelirroja a una mujer de cabello rizado mientras intentaba soltarse de su agarre.

—Arruinaste mi vestido, niña tonta —espetó apretando con más fuerza el brazo de la niña.

Me acerqué a paso furioso y tomando a la niña del brazo, empujé a la mujer lejos de ella e inmediatamente puse a la niña tras de mí.

—¿Qué cree que hace? —pregunté furiosa —. ¿Quién es usted para tratar de esa manera a la pequeña?

—No se meta en esto, sucia forastera —me dijo con desprecio.

Ignorando a la mujer me giré en dirección a la pequeña y me puse a su altura.

—¿Te lastimó?

—Mi brazo duele —dijo sobando la zona afectada que tenía las marcas rojas de los dedos de la mujer.

Mi enojo se intensificó, odiaba que lastimaran a los niños, de solo pensar que mi sobrino pudiera pasar por algo como esto me enfurecía cada vez más. Volví a ponerme de pie y me acerqué a la mujer para estar cara a cara.

—Si vuelve a lastimar a la niña se las verá conmigo —amenacé mirándola a los ojos seriamente—. Sí, soy una forastera, pero recuerde que seré la señora del castillo y tendrá que tratarme con respeto.

—Mi señor ni siquiera desea estar a su lado —exclamó enojada la pelinegra.

Así que ella era la amante de la que tanto había escuchado.

—Eso no quita que tendré el poder de todas formas —le recordé —. Si me disculpa tengo que volver al comedor donde mi prometió y mi futura familia me esperan.

Me giré y tomé la mano de la niña que gustosa la aceptó.

—¿Será la esposa de mi tío Malcom? —preguntó la niña, apenas nos alejamos un poco de la mujer.

La pelirroja era hija de Catriona, me sorprendía que la mujer se haya atrevido a tocarla siquiera. La niña podría considerarse de la realeza en el castillo, puesto que era su hogar, esa mujer estaría en problemas si la madre de la pequeña se enterara de todo lo sucedido.

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