Estoy cayendo en picada. Mi vientre siente el cosquilleo del vértigo. ¿Cuánto falta para llegar al suelo? ¿Cuánto tiempo me queda? — me pregunto. Él no se atreverá, él me cogerá antes de tocar el suelo, él...

Mientras caigo, mi cuerpo voltea en el aire y, entre las largas mechas de mi cabello revoloteando, lo veo aún inamovible en su lugar. Entonces suspiro mientras cierro los ojos.

— Victoria — murmuró, y entonces, como si mis brazos se extendieran, las alas hacen su aparición, iluminando la oscuridad en la que caigo a su paso.

Ellas arden, brillantes, y se elevan, bajando la velocidad de forma abrupta, que apenas logro mantener el equilibrio en el aire, entre tanto humo que las quema. El calor me sofoca y la vista se me nubla con la seca ventisca. Veo el suelo y caigo sobre él de costado con tanta velocidad que mi piel quema, deslizándose contra este.

Mareada, me pongo de pie, admirándolas. Son hermosas. Las acaricio e incluso sacudo la negrura de cenizas que hay en una de ellas, y una vez más, las imágenes de ellas extendidas cuando solo era una niña vienen a mí. "¿Cómo pude olvidar que ellas existían?" me pregunto, y así como hicieron su aparición, ellas se desvanecen en el aire, si es que en ese detestable lugar lo hay, ya que cuesta respirar, pero supongo que para eso fue creado.

— Lamento tanto ese abrupto recibimiento, mi querida Nike — se disculpa una conocida voz.

**«Hijos»** — Inmediatamente cierro los ojos, apretándolos duramente.

— ¡Maldición!

— ¿Qué pasa, Ángel? ¿Perdiste tu camino a casa? — dice ella, y su mano recorre mi mejilla. Yo retrocedo instintivamente.

— Definitivamente sí — le respondo. — ¿Y serías tan gentil de enseñarme la salida?

Ella ríe descabellada y sonoramente, deteniéndose de golpe. Escucho sus pasos alejándose detrás de mí.

— ¿Por qué? ¿No piensas quedarte más tiempo, eh? — pregunta con una fingida voz de dolor, y escucho el sonido de rocas junto a mí que se quiebran. Los escombros de ellas me salpican y duelen al chocar contra mi brazo.

**«No abras los ojos, no lo hagas»** — me advierte la voz sin dueño.

— No es un bonito lugar en el cual desee pasar más tiempo — contesté al fin.

— Qué trágico. Creo que tu hermanita pensaba lo mismo, de seguro.

— ¿Mi hermana? — pregunto, preocupada por ella. — No sé si Hades cumplió con su promesa y probablemente no lo hizo.

— ¿Te preocupas por ella, no es así? — masculla.

No le contesto. No hace falta que me lo afirmes. Sé que es así, Nike, pero ya no tienes por qué estar afligida.

— ¿Ah, no?

— ¡Claro que no! — exclama ansiosa y melodiosamente. — Porque ella está aquí... conmigo...

**«No. Ella miente.»**

— Es verdad... Solo tienes que abrir tus ojos para confirmarlo — susurra junto a mi oído. No sé en qué momento llegó allí junto a mí.

— Bía — musité bajo.

— ¡Oh, queridaaaa! — exclama apenada. — ¡Ella ya no puede oírte!

— ¡No...!

— Ella es una hermosa estatua ahora...

— Bía...

— Siiii... — sisea como una serpiente junto a mí.

Estoy a punto de abrir los ojos cuando unas manos cubren mi vista.

— ¡¿Qué crees que haces?! — grita enfadada Medusa.

Siento cómo aquellas manos me aprietan junto a una espalda caliente y desnuda detrás de mí, y jadeo intentando controlarme.

— Aunque admitió que sería una hermosa estatua que desee poner en mis aposentos, no puedo permitirme el lujo de hacerlo, madre — dice una voz tras de mí, junto a mis oídos.

— Eres muy malagradecido con tu madre — refuta Medusa.

— Sí, lo sé — susurra aquella voz deleitada, y puedo sentir una caliente respiración en mi mejilla. — ¿Vámonos, Ángel? — pregunta la voz junto a mí, y, con sus manos aún cubriendo mis ojos, me lleva lejos de la cueva.