PRÓLOGO
El sonido de las sirenas era lo único en lo que podía pensar. Mi vista no se había movido ni un centímetro del lugar en el que antes se encontraban Brandon y Chris hacía unos segundos.
—¿Dónde están? —Oí que preguntaba ansiosa la voz de una mujer.
—En la llamada había dicho que se habían caído por el puente —respondió otro hombre con urgencia. ¿Alguien había llamado al hospital?
—¡Preparad las ambulancias! —Una voz femenina gritó desde lo más hondo de su garganta. Un completo caos se desarrollaba enfrente de mis ojos. La oscuridad de la noche no me permitió ver nada más allá de lo que las tétricas luces de la ambulancia conseguían alumbrar, pero aún así pude distinguir el grupo de personas con uniformes blancos y rojos reflectantes correr de un lado a otro con prisa—. ¡Que cuatro se encarguen de las camillas! ¡Necesitamos bajar de la forma más segura! —Alguien seguía gritando—. ¡Hay que actuar rápido! ¡No sabemos si siguen vivos! —La voz del hombre parecía ansiosa—. ¡Y que alguien atienda a la chica ya! —Terminó de gritar, y de nuevo, el único sonido que pude oír fue el de la sirena de la ambulancia.
Un hombre joven se colocó delante de mí, obstaculizando mi vista del puente. Me agarró de los brazos y se inclinó ligeramente sobre mí.
—¿Tú eres quien ha llamado a la ambulancia? —me preguntó con voz suave, pero demandante. Centré mi atención en él, y fruncí el ceño. ¿Por qué me preguntaba si había sido yo quien había llamado a la ambulancia? Hacía sólo unos segundos que Chris y Brandon se habían caído. No me habría dado tiempo. ¿Pero entonces quién había sido? ¿Y cómo habían llegado tan rápido?
Abrí la boca para hablar, pero nada salió de ella. El chico me analizó con la mirada de arriba abajo, y cogió mi muñeca derecha. No me fijé en que agarraba algo con fuerza hasta que el enfermero me lo arrancó de la mano.
Mi móvil.
—¿Está bien? ¿Tiene alguna lesión? —Oí una voz nueva y masculina detrás de mí. Por el rabillo del ojo vi cómo un par de enfermeros seguían corriendo de un lado a otro.
—No lo creo. Pero creo que ha entrado en estado de shock —le respondió el joven y volvió a mirarme a mí—. Sus labios están azules. Tiene frío. ¿¡Alguien puede traerme unas mantas!? —chilló a la que miraba a su alrededor. ¿Frío? Yo no tenía frío. No sentía absolutamente nada. Me frotó los brazos intentando darme calor con la fricción. A los pocos segundos sentí cómo algo pesado se posaba sobre mis hombros. El chico joven me rodeó con las mantas al ver que yo no me movía—. Necesito que me acompañes a la ambulancia, ¿vale? —me preguntó con cautela. No respondí. No podía hablar. Era como si en mi mente, todas las letras que intentaba juntar para formar palabras no tenían sentido.
Casi no sentí mis pies moverse cuando el chico me condujo a la ambulancia. Izquierdo, derecho, izquierdo, derecho, izquierdo, derecho...
Las luces de la ambulancia me cegaban momentáneamente los ojos, y a lo lejos podía oír unas voces gritar con histeria.
Derecho, izquierdo, derecho, izquierdo...
—Siéntate aquí, cariño —me dijo dulcemente una mujer morena de unos cincuenta años que se encontraba dentro de la ambulancia. Me ayudó a subirme a la ambulancia y se giró a mirar al chico que me había llevado allí—. Yo me encargo. Ve a ayudar a los demás. Me ha parecido oír que uno de ellos sigue desaparecido —le dijo y el chico asintió para después marcharse. ¿Uno de ellos seguía desaparecido? ¿Qué significaba eso? ¿Quién era? ¿Por qué la mujer no respondía a ninguna de mis preguntas?—. Está bien. Estás bien ahora. —Se colocó de cuclillas delante de mí, me volvió a acomodar las mantas y me sonrió—. Has hecho muy bien en llamar a la ambulancia inmediatamente. Tus amigos llevan quince minutos en el agua helada, puedes haberles salvado la vida. —Su mirada dulce no concordaba en absoluto con lo que me decía. No había pasado tanto tiempo, ¿verdad?—. ¿Estás herida? —me preguntó y esta vez, conseguí negar con la cabeza. No se fió de mí y me quitó la manta de los hombros para observarme mejor. Me pilló con la mano agarrada a mi muñeca izquierda, la misma sobre la que había caído cuando Chris me había empujado hacía un momento. La agarró con cuidado e intentó moverla, pero un punzante dolor hizo que siseara y que apartara la mano para volver a esconderla debajo de las mantas—. Está rota —me informó. Cogió un paquete de hielo de una caja blanca y me lo tendió. Lo cogí y me rodeé la muñeca con él—. ¿Hay alguien a quien podamos llamar para decirles lo que ha ocurrido? ¿Tus padres? —Volví a negar con la cabeza. No tenía un padre al que llamar porque estaba muerto. Tampoco podía llamar a mi madre porque desaparecía sin dar explicaciones.
—Mason —susurré con la mirada perdida. La verdad era que no quería hablar con él, no sabía por qué había dicho su nombre. Aunque necesitaba avisar a alguien, y mi hermano, por muy enfadada que estuviera con él, necesitaba saber qué había pasado.
—Mason —repitió—. ¿Es tu padre? —Negué con la cabeza—. ¿Tu hermano? —Asentí—. Vale, ¿te sabes su número de teléfono? —Se puso de pie y cogió un aparato parecido a un teléfono de los noventa. Su pregunta estúpida hizo que saliese de mi pequeño trance y la miré incrédula. En la actualidad, ¿qué lunático se sabía un número de teléfono de memoria? Volví a negar con la cabeza con simpleza—. Está bien. —No se dio por vencida. Guardó el teléfono de la chaqueta de donde lo había sacado y se bajó de la ambulancia—. Voy a buscar tu teléfono. No te muevas de aquí. —Me miró una última vez antes de desaparecer en la oscura noche. Me quedé unos segundos observando la carretera, ahora vacía. La mayoría de los paramédicos habían acudido al rescate de Chris y Brandon, y todavía podía escuchar sus voces gritando a lo lejos.
Sentía que debía gritar, entrar en pánico, llorar, correr, pero mi cerebro funcionaba con demasiada lentitud como para hacer cualquiera de esas cosas. Era como si todos mis pensamientos formaran parte de un vídeo puesto a cámara lenta. Todavía mi cerebro seguía reproduciendo la escena en la que, los dos chicos que más me habían complicado la vida, habían caído del puente. Se repetía una y otra vez, probablemente porque tenía miedo de pensar en lo que eso significaba. Chris y Brandon podían estar heridos, o incluso muertos.
Saqué mi mano buena de debajo de las mantas y encendí la pantalla de mi móvil. Empezaron a llegarme una tonelada de notificaciones de llamadas perdidas, la mayoría de mi hermano, pero algunas también eran de mi primo. Entonces recordé que antes del... accidente, Mason me había llamado. Parecía preocupado, pero no conseguía recordar qué me había querido contar.
Le mandé un breve mensaje a mi hermano diciéndole dónde estaba y que necesitaba su ayuda urgente y apagué de nuevo la pantalla. No quise llamarle porque no sabía si iba a ser capaz de articular palabra.
De repente, las hipnotizantes luces rojas de la ambulancia se mezclaron con las luces azules de los tres coches de policía que acababan de llegar. Una avalancha de hombres y mujeres en uniforme comenzaron a moverse por la noche. ¿Por qué estaba la policía ahí?
Cuatro agentes se acercaron a mí. Sus aspectos imponentes y amenazantes provocaron que me encogiera en el sitio. Comenzaron a hacer preguntas, demasiadas para las que mi cerebro podía procesar en ese momento, por lo que me limité a mirarles. Sus voces sonaban lejanas, como si en vez de encontrarse a medio metro de mí, estuviesen a decenas de metros de distancia.
Se quedaron en silencio, probablemente esperando a que respondiese a algo de lo que me habían preguntado, pero no había escuchado una mierda de lo que me habían preguntado. No me apetecía hablar con ellos. Es más, no me apetecía hablar con nadie.
—¿No ven que no está en estado de responder preguntas, agentes? —La misma mujer que me había atendido hacía unos minutos llegó, y miró a los policías desaprobatoriamente. Por primera vez desde que se habían acercado a mí, habló únicamente uno de ellos.
—Necesitamos que nos cuente lo que ha pasado —dijo con la voz dura.
—Pues van a tener que esperar. La chica casi no ha hablado desde que hemos llegado. —Los agentes, incluida la mujer, me miraron de reojo, y de nuevo, me encogí en el asiento.
—¿Sabe al menos cómo se llama? —preguntó el mismo señor de antes.
—No, no me ha dicho su nombre, ni nada de nada. ¿Tengo que repetírselo? —le preguntó irritada al agente, quien pareció enfadarse aún más por la actitud de la paramédico.
—Tendrá que testificar antes de que se vaya. —Me lanzó una mirada escudriñante antes de darse media vuelta y alejarse junto al resto de sus compañeros. La mujer volvió a subirse a la ambulancia y se arrodilló delante de mí.
—No he encontrado tu teléfono —me informó. Claro que no lo había encontrado, lo tenía yo—. De todas formas, tengo que llevarte al hospital inmediatamente —dijo con el ceño fruncido—. Tienes la muñeca rota, y allí podrán contactar con alguien de tu familia. —Me analizó la cara y asintió—. Sí. Voy a avisar al conductor. —Se volvió a poner de pie y por primera vez en toda la noche, comencé a entrar en pánico. No podía marcharme, no sin saber qué había ocurrido con Chris y con Brandon.
—No puedo irme. —Conseguí decir, y la mujer se detuvo y me miró.
—Cariño, debería verte un médico. Aquí no puedes hacer nada. —Me sonrió dulcemente, pero yo negué con la cabeza.
—No. No me puedo ir. —Me levanté y me quité la manta de encima. Sin el calor que aquella manta me proporcionada, el frío de la noche me hizo temblar.
—Sé que quieres ayudar, pero de verdad que tus amigos van a estar bien. Los están buscando ahora mismo. —Se acercó a mí y me agarró de los hombros en un intento de hacerme sentarme otra vez, pero me la quité de encima. Aunque sentía mi cuerpo débil, como si en vez de un esqueleto, tuviese fideos como huesos, la repentina adrenalina que recorría mi cuerpo me proporcionó algo de fuerza y estabilidad.
—¡No! —exclamé ya más alterada. ¿Por qué no me escuchaba? No quería irme—. ¡Necesito verlo! —La aparté de en medio, pero antes de poder pisar el duro cemento de la carretera, me rodeó con el brazo y tiró de mi cuerpo hacia atrás, provocando que tropezase con el mismo asiento sobre el que estaba sentada hacía unos momentos.
—¡No puedes irte! ¡Necesitas que te vea un médico! —me gritó de vuelta la mujer, luchando por retener mi cuerpo dentro de ese odioso vehículo. Pero yo no me iba a rendir. Por fin había despertado de mi trance, y había decidido que necesitaba mover mi culo de esa ambulancia y salir a ayudar. Y desde el hospital, iba a ser imposible. Por eso agarré el paquete de hielo azul que me había tendido segundos atrás y le golpeé la cabeza con él, consiguiendo que me soltara. Se agarró la cabeza y aproveché para ponerme de pie, preparada para salir corriendo. Pero cuando me fui a bajar de la furgoneta vi que los policías que antes se habían acercado a hablar conmigo se habían percatado de la escena que la mujer y yo habíamos montado en la ambulancia, y se acercaban a mí corriendo.
Si no salía pitando en ese mismo instante, los policías me atraparían, y me obligarían a subirme a la ambulancia e irme al hospital. O tal vez me arrestarían por golpear en la cabeza a una mujer.
Los policías cada vez estaban más cerca, y detrás de mí, la mujer había comenzado a levantarse. Necesitaba moverme, ¡ahora!
Salté de la ambulancia y salí corriendo en dirección opuesta a la de los policías. Los paramédicos habían ido en esa dirección para buscar a Chris y a Brandon, y si no recordaba mal, a unos metros a la izquierda debía haber un pequeño camino que conducía al río.
El viento golpeaba mis mejillas, y mi respiración era pesada. Tenía miedo de que mis piernas me fallaran y acabase en el suelo. Seguí corriendo a pesar de que ahora que me había alejado de las luces de la ambulancia, no veía nada de nada. Aún así, conseguí distinguir el pequeño caminito que, efectivamente, permitía bajar al río. Miré detrás de mí para ver dónde estaban los policías, y me alarmé al ver que estaban más cerca de lo que pensaba. Con prisa, comencé a descender por el camino. El terreno estaba muy embarrado, y supe que las creepers que llevaba puestas iban a tener que ir a la basura. El camino era cuesta abajo, y si no hubiese sido por las ramas de los árboles que había a mis lados, me habría caído de culo numerosas veces.
Los gritos de los policías demandándome que me detuviese cada vez sonaban más cerca. Maldije mis zapatos y mi lentitud. Su calzado era mucho más adecuado que el mío, y sus culos gordos debían tener experiencia con este tipo de situaciones.
Apreté el paso y en cuanto pisé el duro suelo de granito salí corriendo. Había numerosos paramédicos apelotonados alrededor de alguien, por lo que me dirigí corriendo a ellos. Me llevé una enorme decepción cuando ese alguien no era Chris. Brandon se encontraba tirado en el suelo. Tenía el cuerpo completamente mojado, y su cara seguía igual de magullada que antes. Hubiese debido estar mucho más hinchada, pero suponía que el agua helada había hecho el mismo efecto que un hielo.
—¿Abbie? —Brandon me miró por primera vez. Su voz sonaba rasposa. Le miré ansiosa. No tenía tiempo que perder. Debía encontrar a Chris.
—¿Dónde está? —Me acerqué a él, ignorando a los paramédicos que pedían espacio. Sabía que no tenía mucho tiempo. Los policías iban a llegar de un momento a otro, y el momento en que me atrapasen, me iban a encerrar en esa dichosa furgoneta y me llevarían al hospital, donde no iba a poder hacer nada por Chris.
—No lo sé —me respondió con sinceridad—. Lo perdí de vista cuando caí al agua —me explicó y yo gruñí. Tenía que encontrarle.
—El otro chico está allí —me dijo un paramédico que estaba atendiendo a Brandon, y me señaló un lugar más allá de las vigas que sujetaban el puente—. Lo han encontrado hace unos minutos. No respira —me dijo, y sentí cómo todo el aire se escapaba de mis pulmones.
Sin esperar a que me dijese nada más, eché a correr hacia donde me había señalado el hombre. Esquivé a los paramédicos y policías que se encontraban por la zona. Me daba la sensación de que estaba en un sueño en el que a pesar de que corría a toda velocidad, no avanzaba. Me pareció que había pasado una eternidad hasta que por fin llegué al lugar donde otro grupo de paramédicos rodeaban un cuerpo. El de Chris.
Mis pies se detuvieron en cuanto lo vi, tendido en el suelo, inconsciente. Tenía los labios azules, estaba, igual que Brandon, empapado de pies a cabeza, a diferencia de que él no respiraba. Un hombre le estaba haciendo la RCP, intentando animarle.
—¿Chris...? —pregunté con la voz rota, e instantáneamente comencé a llorar. La presión en mi pecho iba en aumento, y también estaba empezando a sentir cómo el aire no entraba por mis pulmones. El cuerpo de Chris se agitaba cada vez que el hombre ejercía presión en su pecho, pero éste no reaccionaba. ¿¡Por qué no reaccionaba!? ¡Tenía que despertarse!—. Chris —repetí, y a pesar de las advertencias de los otros dos hombres que rodeaban su cuerpo, me dejé caer a su lado. Le agarré la mano y se la apreté—. ¡Chris! —Lloré, esperando que como en las películas, él se despertase por el sonido de mi voz. Pero no estábamos en una película. Esa era la puta realidad.
El hombre que le estaba asistiendo se enderezó y mientras yo seguía llorando, rezando por que Chris se despertase, por que volviese a respirar, me lanzó la mirada más abrumadora que me habían lanzado jamás.
—Lo siento. Lo hemos perdido.
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¡HOLA DE NUEVO! ¡Nos volvemos a ver, mi gente! Después de un año y medio muy largo, aquí estamos otra vez. ¡Estoy muy feliz de volver a las andadas!
Os presento por fin: El precio de la verdad.
Sé que prometí que comenzaría a subir esta segunda parte hace mucho tiempo, pero hubo complicaciones y estuve mucho tiempo sin escribir, sin inspiración y sin ganas. La historia se quedó a medias, y yo no podía comenzar a subirla sabiendo que iba a llegar un momento en el que yo sabía que no iba a tener material que ofreceros.
¡Pero eso se ha acabado! ¡Porque esta segunda parte está cerca de estar terminada, y no quiero seguir dejándoos sin nuestra historia de amor entre Abbie y Chris! Me quedan unos cuantos capítulos todavía por escribir, y probablemente a medida que vaya escribiendo vaya editando algunas cosas anteriores, pero creo que puedo empezar a subirla muy prontito. Todavía tendréis que ser pacientes (más, sí jeje), ¡pero casi lo tengo!
De momento, os dejo el prólogo. Retomamos desde el final de Jugando a contar mentiras.
Miles de gracias a todos aquellos que han sido pacientes y me han mostrado su apoyo en la primera parte. ¡Os amo como a nadie! Espero que os guste y disfrutéis de esta historia.
Como siempre, os animo a votar, comentar y a compartir con los amigos y la familia, porque ya sabéis lo que dicen: "compartir es vivir" ^^
Con TODO esto dicho, me despido con un besazo.
Elsa <3
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