CAPÍTULO 9: «LA VIDA ES UNA PUTA MIERDA, PERO HAY QUE VIVIRLA»
—No sé cómo cojones has hecho para convencerme —protesté mientras Derek abría la puerta del portal de mi apartamento.
—Siempre me decías que querías hacerte un tatuaje, ¿no? Pues el momento ha llegado. —Se abrochó la cazadora. Hice lo mismo porque en la calle hacía un jodido frío de la hostia.
—Ya tío, pero no sé si es el momento... —dije con la voz apagada mientras le seguía el paso.
Esa mañana, Derek se había presentado en mi casa para sacarme de la cama y decirme que tenía que hacer algo con mi vida. Se suponía que tenía que descansar y evitar moverme lo máximo posible, pero a Derek sólo le pareció una excusa barata para quedarme en la cama y sumirme más en mi círculo vicioso de melancolía. Y en cierta parte, así era. Mis vértebras fastidiadas y mi costilla rota sólo eran una perfecta excusa que tapaba la verdadera razón por la que no quería salir de la cama: estaba jodidamente triste.
En el hospital, había ignorado lo mejor que había podido lo ocurrido, pero ahora que había vuelto a mi casa, la realidad me había abofeteado en la cara sin piedad. Echaba de menos a Abbie. Me torturaba por haberla cagado tan profundamente. La había perdido, y el pecho me ardía cada vez que pensaba en ella. Era como si el mismísimo infierno se hubiese asentado en mi corazón, y el puto Lucifer estuviese quemando lo poco que quedaba intacto dentro de mí.
—Nunca hay un momento perfecto para hacer las cosas. O las haces, o no las haces —me contestó Derek mientras doblaba la calle. Suspiré sonoramente.
—Pero es que sí que había planeado el momento perfecto para hacerlo... —susurré y agaché la mirada. Abbie y yo habíamos hablado hacía unas semanas que ambos queríamos hacernos un tatuaje, y yo había tenido la idea de hacérnoslo juntos. Pero no el mismo, sólo íbamos a ir juntos a la tienda.
Éramos jóvenes enamorados, pero no enamorados idiotas.
—Te recuerdo que desde el principio, yo era la persona con la que te ibas a hacer tu primer tatuaje. —Me miró de reojo. Pateé una piedra que había en el suelo.
—Sí, pero... —Derek me cortó.
—Pero nada. —Rodeó mis hombros con su brazo—. La vida es una puta mierda, pero hay que vivirla. Así que sonríe un poco, tío, que como siga viendo esa cara me voy a echar a llorar ahí mismo. —Señaló unos contenedores de basura a nuestra izquierda. Reí ligeramente y sacudí la cabeza. Derek sí que sabía cómo ponerme de buen humor—. Eso está mejor. —Sonrió victorioso y le golpeé el brazo con el puño, todavía sonriendo.
Unas letras fluorescentes que anunciaban que hacían tatuajes me indicaron que habíamos llegado a nuestro destino.
—¿Este sitio es seguro? —Miré a través de la pequeña ventana con desconfianza.
—Claro que es seguro. Mike es un puto máquina con la aguja —dijo alegremente, y yo fruncí el ceño, todavía poco convencido—. ¿Dónde se ha quedado el tío que se peleó a puñetazos con un profesor sólo para que no le pillasen con maría en la taquilla? —Me miró, divertido por mi cobardía.
—No me lo recuerdes —murmuré. No me sentía orgulloso de las cosas que había llegado a hacer en mi antiguo instituto.
—Eh, que yo no te juzgo, tío. El de Ciencias se lo merecía. Era, y sigue siendo, un puto amargado. —Derek rio.
Sacudí la cabeza, intentando sacar ese momento de mi vida de mi mente.
—He preferido borrar esos recuerdos —dije con la voz grave.
—Pues yo no. ¿¡Cómo olvidarlo!? —exclamó, levantando los brazos al cielo—. Yo mismo saqué la droga de tu taquilla. —Me codeó y yo puse los ojos en blanco.
—Y aún así me expulsaron, los muy cabrones. —Reí mientras negaba con la cabeza.
—¡Le sacaste dos dientes de un puñetazo! —Derek rio. Abrió la puerta del local y una campanilla sonó—. Todavía sigo sin entender cómo no te puso una denuncia —dijo mientras caminaba al mostrador. Le seguí mientras en mi mente contaba el número de chicas desnudas que iba viendo. Eran demasiadas para un espacio tan pequeño. Aparté la mirada de todas ellas. En la única chica desnuda en la que quería pensar no estaba allí—. ¡MIKE! —le llamó a gritos, y se apoyó en el mostrador.
A los pocos segundos, un tío de unos treinta años salió de una puerta que había tras el mostrador.
—¡Derek! —se saludaron—. No me has avisado que venías —le dijo con alegría. Me miró a mí, y luego volvió a centrar su atención en mi amigo.
—Ha sido algo de último momento. ¿Tienes algo de hueco para tu cliente estrella y su mejor amigo? —le preguntó amistosamente.
Mike volvió a mirarme a mí.
—¿Mejor amigo? —Señaló a Derek.
—Por desgracia —bromeé mientras asentía.
Derek echó la cabeza para atrás y se carcajeó.
—Pasad por ahí. Ahora mismo voy. —Señaló la zona más alejada de la entrada, pero también la más iluminada de todo el local y volvió a meterse en la misma sala de donde había salido.
Derek sonrió triunfante.
—¡Gracias, tío! ¡ERES UN GRANDE! —celebró y me miró con una sonrisa de oreja a oreja—. Ya verás como después te sientes como nuevo —dijo animado.
Fruncí el ceño y suspiré.
Iba a necesitar mucho más que un tatuaje para sentirme «como nuevo».
(...)
—Eres un mierdas, Chris —protestó Derek por sexta vez mientras salíamos del local.
Al final no me había hecho el tatuaje. Había convencido a Derek de que se lo hiciese él primero porque todavía tenía que decidir qué dibujarme, y cuando había llegado el momento, me había echado atrás.
—Lo siento, tío —me disculpé, y sin darme cuenta, golpeé mi hombro con su hombro derecho, donde se había hecho el tatuaje. Derek siseó y me fulminó con la mirada—. Perdón. —Levanté las manos en señal de paz.
Derek se había tatuado un carrusel. El tatuaje estaba increíblemente bien hecho. Mientras Mike se lo hacía, me había contado que a Melanie le encantaba una artista que se llamaba igual que ella, y que su canción favorita se titulaba Carousel. Había decidido que se lo iba a tatuar en su honor. Había intentado convencerle de que no lo hiciese porque hacerse un tatuaje en honor a otra persona era igual de arriesgado como estúpido, pero Derek no me había hecho caso. Había dicho que el tatuaje por sí solo «molaba», por lo que podía darle el significado que le diese la gana.
—De verdad que iba a hacerlo, pero... —mentí. En realidad en ningún momento había estado convencido al cien por cien.
—Pero quieres hacerlo con tu chica. —Acabó la frase por mí. Le miré para ver si estaba enfadado, y me relajé al comprobar que sólo me miraba con comprensión—. Lo entiendo. —Me sacudió ligeramente los hombros y comenzamos a caminar por la calle, en dirección a mi casa.
Suspiré y le miré.
—Ya no es mi chica —dije apenado, y agaché la cabeza.
—Venga, tío. Seguro que conoces a otra chica que... —Desconecté. Derek y yo ya habíamos tenido esa conversación y él insistía en que encontraría a otra chica que me gustara lo mismo, o más que Abbie. Yo sabía que eso jamás pasaría.
Debía ser un puto calvario pasar el rato conmigo, porque no hacía más que andar con cara de martirio y quejarme. Por eso, agradecí enormemente que Derek quisiese intentar hacerme sentir mejor. No estaba funcionando, pero no era culpa suya. La única persona que podría hacerme sentir como si estuviese bailando sobre las nubes debía estar...
Al otro lado de la calle.
Estaba ahí, de pie, en la parada de bus, mirándome a mí.
Me detuve en seco, incapaz de seguir caminando. Estaba ahí. La estaba viendo, con mis propios ojos. No podía creerlo. ¿Era mi imaginación? ¿La echaba tanto de menos que me la había imaginado? No. Parecía demasiado real. Y lo sabía porque si fuese producto de mi imaginación, ella no llevaría una escayola en el brazo, y no tendría una herida atravesándole el largo de la frente. ¿Pero qué le había pasado? Rápidamente recordé la noche del sábado, cuando, ciego de la ira, había empujado a Abbie sin querer al suelo. ¿Por mi culpa Abbie se había roto la muñeca? No era posible. Yo la había hecho eso. Joder. Era un monstruo. Era un puto monstruo.
—Tío, ¿qué miras...? —Oí la voz de Derek a mi lado—. ¿Esa es...? —Dejó la frase en el aire.
Ella no apartó la mirada de mí. Yo tampoco lo hice. Porque a pesar de su escayola y esa herida, seguía siendo la cosa más bonita de toda la ciudad, de todo el mundo, y me era físicamente imposible dejar de mirarla.
Quería correr hacia ella. Pedirle disculpas por todo el daño que le había causado, por todas las lágrimas que había derramado por mi culpa. Quería abrazarla hasta cansarme, olerla el pelo, el cual siempre olía a una mezcla de coco con vainilla. Quería poder volver a susurrar en su oído que la quería, y que ella me dijese que me quería de vuelta.
Entonces, sin darme cuenta, chillé desde el fondo de mis pulmones:
—¡ABBIE!
No sabía por qué lo había hecho. Su nombre se había escapado de mis labios sin quererlo. ¿Me arrepentía de haberlo hecho? No. Quería hablar con ella, y explicarle todo lo que había ocurrido. Todavía rezaba por que me perdonase.
La vi mirar a su alrededor, como si quisiese salir corriendo. Joder. ¿Quería de verdad huir de mí? El dolor que sentí en el pecho en ese momento fue demoledor.
Nuestro juego de miradas terminó cuando un bus se detuvo frente de Abbie. No. No podía irse. Ahora que la había visto... No podía volver a marcharse.
Di un paso en su dirección, lanzándome a la carretera. Pero antes de que pudiera dar otro, Derek, de quien me había olvidado, me agarró del brazo y tiró de mi cuerpo hacia atrás.
—¿¡TE HAS VUELTO LOCO!? —me gritó Derek, y salí de mi trance—. ¿¡No has tenido suficiente con lanzarte de un jodido puente, que ahora te quieres lanzar a la carretera!? —Me sacudió con virulencia—. Vámonos. No puedes hablar con ella ahora. Estás hecho una pena, y no vas a conseguir arreglar nada. —Tiró de mí para que comenzase a caminar calle abajo.
Derek me arrastró por las calles de la ciudad como si fuese un cadáver.
Cuando llegamos a la puerta de mi portal, yo seguía en trance.
—He quedado con Melanie esta tarde, pero podemos vernos mañana —me dijo sin mirarme, deslizando los dedos por la pantalla de su móvil. Lo guardó y me miró—. Porque, ¿cuándo has dicho que volvías al instituto?
Me obligué a volver al presente.
—No sé, me dijeron que me tenían que llamar para citarme para una revisión. Supongo que si estoy bien me darán el alta oficial —dije con hastío. Tener que estar pendiente de las citas en el hospital me incordiaba.
—Pues vamos a salir de fiesta para celebrarlo. —Sonrió y yo negué con la cabeza—. Sí, necesitas distraerte. —Me dio una palmada en el hombro.
—No tío, ya has oído lo que me ha dicho el médico. Necesito descansar —me excusé—. Además, mi madre me va a matar como haga alguna gilipollez.
Derek puso los ojos en blanco.
—No voy a aceptar un no por respuesta—dijo dando el tema por zanjado—. Por cierto, Kelsey sigue preguntando por ti —Sonrió, se dio media vuelta y se marchó.
Que Kelsey siguiese preguntando por mí no me sorprendía. Ella y yo habíamos estado liados hacía más o menos un año, pero sabía que esa chica no iba a traerme más que problemas. No llegamos a tener nada serio. Nuestra relación se basaba en quedar, follar, encontrarnos de fiesta y follar más. No se parecía en nada a lo que Abbie y yo habíamos tenido.
Suspiré. Volvía a pensar en ella. Parecía que no podía sacármela de la cabeza. Se había metido dentro de mi sistema, y había dejado su huella por todo él.
—¿Dónde has estado? —La furiosa voz de mi madre me cogió por sorpresa.
—Con Derek. ¿Por qué? —pregunté distraído. Me quité la cazadora, y caminé al salón, donde mi madre me miraba fijamente con los brazos cruzados.
—¿Y no se te ocurre avisar? —me reprochó.
—Ah... Es que estabas ayudando a Lily a vestirse y papá ya se había ido. —Me encogí de hombros y caminé hacia la cocina. Mi madre me siguió muy de cerca.
—El médico te ha dicho que tienes que descansar —dijo enfadada.
Saqué un vaso del armario y me serví agua.
—Lo sé, mamá. Estoy bien. Me he tomado un Ibuprofeno antes de irme, y voy a tumbarme ahora. —La intenté tranquilizar. En realidad me llevaban doliendo las costillas desde que habíamos salido del local de tatuajes, pero después de nuestro encontronazo con... Se me había olvidado.
Me escudriñar con la mirada unos segundos que me parecieron eternos. Estaba confuso por su repentina actitud, y ella... estaba claramente muy enfadada.
—¿Te has ido sin avisar porque has ido a meterte en algún lío con Derek? —preguntó.
Abrí los ojos, sorprendido por tal acusación.
—¿Vas en serio?
—¿Te parece que estoy bromeando? —Cruzó los brazos.
—¿Qué tienes en contra de Derek? En serio, él no te ha hecho nada. —Me sentí en la necesidad de salir en defensa de mi mejor amigo.
—No has respondido a mi pregunta.
Resoplé, intentando armarme de paciencia.
—No, mamá. No nos hemos metido en ningún lío. He acompañado a Derek a hacerse un tatuaje y he vuelto directo a casa —respondí a la defensiva, algo molesto.
—¿¡Te has hecho un tatuaje!? —Sus ojos parecían estar a punto de salirse de sus órbitas.
—¡No! —exclamé.
—¿A ver? ¡Enséñame los brazos! ¡Levántate la camiseta! —Dio un paso hacia mí y yo retrocedí otro hacia atrás.
—¿Estás loca? ¡Esto es totalmente innecesario! —exclamé, incrédulo.
—¿Innecesario? —bufó—. ¿Tengo que recordarte lo que sucedió el año pasado? O quizá se te haya olvidado lo del otro día —dijo amargamente.
Suspiré, cansado. Me apoyé en la encimera de mi cocina y crucé los brazos.
—¿Cuántas veces vas a sacar lo que pasó el año pasado a relucir? —pregunté con frustración.
—Tu padre y tú os creéis que sólo porque estaba enferma, no me enteré de nada. Pero no me creo que sólo te expulsaran por golpear a un profesor —me acusó, y aparté la mirada. Esa era la parte jodida de toda esta historia. Mi madre no sabía nada de mi historial con... las drogas. Sí que le contamos que me habían expulsado por zurrar a un profesor, pero no sabía por qué lo había hecho.
Nunca me había dado cuenta de lo mucho que mi madre dudaba de nosotros hasta ese momento.
—¿Estás diciendo que papá también te ha mentido? —Odiaba tener que mentirle a mi madre, pero no podía contárselo. Mi padre y yo habíamos hecho un pacto, y no iba a ser yo quien lo rompiera.
Mi madre bajó los hombros instantáneamente.
—No, claro que no —dijo a la defensiva—. Pero...
—Mamá —la corté—. Si hubiese algo que tuvieses que saber, papá y yo te lo hubiésemos contado. No tienes nada de lo que preocuparte, te lo prometo. Sabes que las cosas han cambiado —mentí. Quizá si lo repetía un par de veces más en alto, me lo acabaría creyendo yo también—. No te preocupes por mí —dije dulcemente y le agarré las manos. Estaba manipulándola emocionalmente, era consciente, pero no podía preocuparla por mis gilipolleces. Ella ya tenía suficiente con lo suyo.
—Vale —susurró, y dejó caer la cabeza—. Lo siento.
Sonreí triste, y limpié una lágrima que se deslizaba por su mejilla izquierda. La atraje a mis brazos, y le di un beso en la coronilla de la cabeza. Quería a mi madre y, aunque mentirle estaba mal, decirle la verdad no era mejor. Casi con diversión, pensé en lo jodidamente pobre que sería si me diesen un euro por todas las veces que le había dicho la verdad a mi madre ese último año.
—No me voy a ir a ningún lado mamá —dije dulcemente.
—Confío en ti, Christian. No hagas que me arrepienta.
No fui capaz de responder.
(...)
No pude sacarme a Abbie de la cabeza en todo el día. No dejaba de pensar en sus mejillas sonrosadas por el frío, en su herida color rojo apagado de la frente, el blanco apenas visible de su escayola, su pelo enmarañado por el viento...
Debía verla. Tenía que hablar con ella y explicarle todo lo que había pasado. Y aunque nada justificaba lo que había sucedido después de Navidad, sí tenía una excusa para todo lo ocurrido antes de conocerla.
Iba a ir a su casa. Sí, eso iba a hacer. Me daba igual que fuesen las once de la noche y que probablemente no quisiera verme ni en pintura. No podía quedarme de brazos cruzados para siempre, lamentándome de lo que podría, pero no había hecho.
Me levanté de la cama con cuidado de no hacerme daño ni en la espalda ni en las costillas y me puse el pantalón de chándal que me había quitado unas horas atrás. El mismo que le había prestado a Abbie hacía no mucho.
Me calcé, y teniendo mucho cuidado de no hacer ruido, abrí la puerta de la habitación. Caminé por el pasillo de puntillas y me asomé al salón, donde mi padre y mi madre se habían quedado dormidos mirando la televisión. Cogí la cazadora del perchero y salí en silencio de mi casa.
Conduje hacia la casa de Abbie intentando prepararme para lo que podría pasar. Probablemente su hermano y Kyle estarían en casa, y estaba casi seguro de que si se enteraban de que me acercaba a ella, me partirían las piernas. Tenía que convencerla de que viniese conmigo, pero no estaba seguro de que fuese a querer. Joder, ¿y si no quería? ¿Qué iba a hacer?
Aparqué el coche unos metros más atrás de su casa. No había vuelta atrás. Apoyé los antebrazos en el volante y reposé la cabeza en ellos. Suspiré e intenté prepararme para su rechazo. De todas formas, no tenía nada que perder.
Oí el motor de un coche cerca de mí, y levanté la cabeza. El coche de Abbie entró en mi campo de visión, y me alarmé al pensar que podía ser ella, pero suspiré más relajado cuando vi que sólo se trataba de Kyle. ¿A dónde iba a esas horas de la noche?
Me bajé del coche y miré la casa con las piernas temblando como flanes. Las luces del primer piso estaban apagadas, pero la habitación que más me interesaba las tenía encendidas. Me fijé que el coche de Mason tampoco estaba. ¿Eso quería decir que Abbie estaba sola? ¿De verdad iba a tener esa suerte?
Caminé indeciso a la puerta de la entrada. Si las cosas fueran distintas, probablemente colarme en su habitación le hubiese gustado, pero ahora... Prefería que no llamase a la policía por invasión de morada.
Con la mano temblorosa, posé mi dedo sobre el timbre. Tomé una bocanada y lo pulsé. Joder, nunca había estado tan nervioso en mi puta vida. El corazón me iba a mil por hora, y me sudaban tremendamente las manos.
—¡Kyle, te he dicho que cojas las llaves! —Oí que gritó Abbie al otro lado de la puerta. Su voz...—. ¡La próxima vez te aseguro que vas a dormir en el j...! —Se quedó en silencio en cuanto abrió la puerta. Y Dios sabía que me había aprendido un monólogo para explicarle todo, pero en cuanto la vi delante de mí, todo lo ensayado se esfumó como la niebla.
Llevaba el pelo recogido en un moño desordenado. Estaba preciosa. Me fascinaba la habilidad que tenía de ser la persona más hermosa del planeta sin ni siquiera intentarlo.
Estaba sorprendida de verme. Podía verlo en su cara. Tenía la boca ligeramente abierta, y no había pestañeado desde que había abierto la puerta.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con desprecio. Daba igual la preparación anticipada, su rechazo era igual de demoledor.
Intenté centrarme en formar una frase coherente.
—Pasaba por aquí. —Tan pronto como dije eso, me arrepentí. ¿Pero qué coño me pasaba? Claramente no pasaba por ahí, y decir eso seguramente no ayudaba en absoluto.
Abbie entrecerró los ojos un momento, y apretó los labios como siempre hacía que quería decir algo pero se estaba conteniendo para no hacerlo.
—Pues puedes seguir con tu paseo —espetó, y comenzó a entornar la puerta con la intención de cerrarla. Rápidamente, puse mi pie delante del marco de la puerta, impidiendo que la cerrase, y sin pedir permiso, la abrí de nuevo. Abbie retrocedió sorprendida, pero yo ya estaba dentro. Y si de verdad no había nadie en casa, a lo mejor podía tener suerte y conseguir hablar con ella—. ¿¡Se puede saber qué haces!? —gritó alterada. Cerré la puerta detrás de mí y me giré a mirarla—. Vete de mi casa ahora mismo, Chris —me ordenó, severa, a la vez que se alejaba de mí unos cuantos metros.
—Lo siento. No pasaba por aquí. He venido a hablar contigo. —Me intenté acercar a ella, pero retrocedió el mismo número de pasos que yo había dado. Me miraba entre dolida y enfadada, cosa que me quemaba por dentro. Pero si quería que esto funcionase, debía intentar tener la mente fría.
—Me da igual lo que hayas venido a hacer. No tengo nada que hablar contigo. Vete de mi casa. Ya. —Volvió a ordenarme, y yo volví a ignorar su orden.
—No. Tenemos que hablar. No puedes seguir ignorándome, y yo no puedo seguir ocultando lo que ha pasado en realidad —dije, rotundo, y Abbie cerró las manos en puños, furiosa.
—¡No te he ignorado! ¡He roto contigo! ¡Y lo he hecho porque me has mentido, Chris! —chilló, colérica. Miré las escaleras, esperando que su hermano apareciese para partirme la cara, pero cuando no vi a nadie bajar, llegué a la conclusión de que Abbie sí que estaba sola—. Y me dan igual las excusas que crees que van a justificar tus mentiras y tus secretos. ¡No quiero oírlas! No quiero verte, y mucho menos quiero hablar contigo. —Apartó la mirada y se cruzó de brazos.
—Tienes que escuchar lo que tengo que decirte —dije firmemente. No me iba a marchar de esa casa sin que Abbie oyese lo que le tenía que contar.
—No tengo nada que escuchar —me dijo con la voz grave—. Tuviste meses para hablar conmigo y nunca lo hiciste. Sólo quieres hablar ahora porque Brandon se te ha adelantado —dijo con desprecio.
Tragué saliva y apreté las manos en puños.
—Siempre quise contártelo, pero nunca supe cómo —expliqué con torpeza. Dejé caer los hombros y miré el suelo—. Tenía miedo de que me dejaras —murmuré en un susurro.
—¿Y creíste que era mejor mentirme antes que contarme la verdad?
—No pensé que...
—Exacto, no pensaste —me interrumpió—. Sabías que Brandon iba a terminar contándomelo, pero tú decidiste seguir como si nada. —Agachó la mirada, suspiró y después de unos segundos, volvió a mirarme—. No sé si creías que viniendo aquí ibas a arreglar algo, pero lo nuestro ya está roto. Tú lo has roto. Así que por favor, márchate —susurró, con la voz rota.
Realmente Abbie no quería hablar conmigo y eso me destrozaba. Es decir, sabía que no iba a estar dispuesta a escucharme de buenas y de primeras, pero seguía siendo doloroso.
Sólo quedaba una cosa por hacer.
—Abbie —susurré y di un paso en su dirección. De nuevo, ella retrocedió—. Nena... —Volví a acercarme a ella. Abbie sacudió la cabeza, pero no retrocedió.
—No. —Levantó el dedo índice indicándome que me detuviese—. No me llames nena —dijo con la voz rota. Mierda, mi pecho ardía—. No puedes. Has perdido ese derecho. —Sonaba insegura, como si no estuviera convencida de lo que decía. Y esa fue la señal que me indicó que, tal vez, sólo tal vez, si lo intentaba una vez más, se rendiría. Por eso, caminé con decisión hacia ella, y sin darle tiempo a que se alejara de mí, la rodeé con los brazos. Casi dejé escapar un suspiro de alivio cuando lo hice. Joder, cuánto la había echado de menos—. Chris, suéltame —dijo con la voz ahogada. No le hice caso y la apreté más fuerte—. ¡Te he dicho que te alejes! —Comenzó a golpearme el estómago y los brazos con fuerza para que la soltase. Intenté ignorar el dolor que sentía en mi espalda baja y en mi costado—. ¡No puedes presentarte en mi casa y abrazarme como si lo que has estado haciendo los pasados meses está bien! —gritó con la voz rota mientras me seguía golpeando—. ¡NO TIENES DERECHO! —Uno de sus puños se estampó en mi costado izquierdo, y me mordí el labio para no gritar de dolor. Aunque no sabía qué me dolía más, si mi costilla rota, o el hecho de que Abbie me estuviese golpeando para alejarse de mí—. ¡ME HAS ROTO EL CORAZÓN, CHRIS! ¡EN MIL TROZOS! ¡ES TODO TU CULPA! ¡TE ODIO! —Abbie dio su último golpe, y con lágrimas ahora cayendo por sus mejillas, se dejó caer en mi pecho, rendida—. Te odio... —susurró, y lloró desconsoladamente en mis brazos.
Me sentía como la mierda. Saber que yo la estaba causando tanto dolor me destrozaba. Preferí ignorar las palabras de Abbie e intentar convencerme de que no era verdad lo que decía, que sólo estaba enfadada conmigo. Porque Abbie me quería, igual que yo la quería a ella.
—Lo siento —susurré contra su pelo, y cerré los ojos. Y de verdad que lo hacía. Había sido un completo capullo, y había jodido lo único bueno y puro que tenía.
—Podría haberte comprendido... —susurró contra mi pecho mientras seguía llorando—. Si me lo hubieses contado, te habría entendido. —Negó con la cabeza.
—Me convencí de que me dejarías igual que dejaste a Brandon, y para cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. —La apreté un poco más entre mis brazos, como si ese pequeño gesto fuese a acabar con el fuego que arrasaba con mi corazón.
—Nunca habría sido demasiado tarde. —Agarró la tela de mi cazadora y la apretujó entre sus dedos—. Te quería. No importaba lo que me dijeses —dijo y lentamente se separó de mí. Esta vez la dejé ir. Verla me partió el alma. Tenía los ojos rojos e hinchados, pero lo peor, estaban tristes. Ese brillo que siempre habían tenido había desaparecido—. Te quería. —Volvió a intentar alejarse de mí.
—Por favor. —La cogí de la mano que no tenía escayolada y la volví a acercar a mí. El tacto era casi electrizante—. No hagas esto. Te quiero. Me quieres. —Abbie cerró los ojos y negó con la cabeza—. Sí, me quieres. Sé que aún me quieres igual que yo te quiero a ti.
—Deja de decir eso.
—No. Es la verdad.
—No te mereces que lo sea —dijo con rencor. El hecho de que no negase que me quería sembró una semilla de esperanza en mi interior.
Tal vez me escucharía. Tal vez...
—Puede que tengas razón, pero como sigue siendo verdad, déjame pedirte un último favor —supliqué y tiré de ella hacia mí hasta que no quedó distancia entre nuestros cuerpos. Acerqué mi cara a la suya, y la miré a los ojos—. Deja que me explique. Si después de contarte la verdad, decides que no quieres estar conmigo, lo entenderé —dije con la voz grave. Esas eran probablemente las palabras que más me había costado pronunciar en toda la vida. Abbie se quedó mirándome con sus ojos tristes en silencio, probablemente planteándose una última vez si merecía la pena escuchar lo que tenía que contarle. Acerqué mi cara ligeramente más a la suya, quedando extremadamente cerca la una de la otra—. Por favor... —susurré contra sus labios, y mis ojos volaron de sus ojos a su boca. Abbie hizo lo mismo.
Su cercanía me volvía loco.
Pero no podía besarla.
No debía besarla.
Quería besarla.
Iba a besarla.
Al cuerno.
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¡¡¡¡Hola, holaaaaaaa!!!!
Estoy intentando volver a la normalidad. ¡¡¡Parece que las cosas van tomando rumbo!!!
Un día más, tenemos capitulazo. ¡Y ESTE ES ESPECIAL! Porque por primera vez, Chris y Abbie no sólo se han visto, Chris no se ha podido resistir y ha ido a verla!!!!! Joder, qué fuerte. Es un momento tan intenso... ¡Qué ganas de que leáis lo que sucede a continuación! ¿Qué opináis de la decisión de Chris de ir a verla? Apoyamos a Abbie, ¿no? Chris se ha portado fatal y no se merece ningún ápice de compasión. ¿O sí...?
Como siempre, os animo a votar, a comentar, y a compartir la novela con los amigos y la familia, porque ya sabéis lo que dicen: "compartir es vivir". Y de paso, echadle un vistazo a mi cuenta en Tiktok, quizá encontréis algo interesante por allí. ¡¡¡¡Mi usuario es el mismo que aquí!!!!
Muchos besazos,
Elsa <3
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