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CAPÍTULO 7: «INTENTO DE ASESINATO»

Me daban el alta en unos minutos, lo que me ponía de muy buen humor. Quería marcharme ya de allí.

—¿Te queda mucho? —preguntó Derek por séptima vez.

Resoplé con cansancio.

—Vuelve a preguntármelo y me atrinchero en este baño hasta que te mees encima —le advertí.

Estaba vistiéndome y aseándome yo solito por primera vez desde que había entrado en el hospital. Me habían dejado caminar sin ayuda por primera vez y tampoco había sido tan horrible. Me habían puesto una faja alrededor de toda la caja torácica para mantenerla en su sitio. Me impedía doblarme, lo que me estaba dificultando la tarea de ponerme los putos calcetines.

Derek guardó silencio unos segundos.

—¿Y qué vas a hacer ahora que te ha dejado?

Le había contado lo que había pasado con Abbie: cómo habíamos empezado a salir, quién era el psicópata de su ex-novio y cómo me la había jugado hasta conseguir que Abbie rompiese conmigo. Necesitaba desahogarme con alguien. Hacía demasiado tiempo que no hablaba sinceramente con nadie, y, ¿qué mejor persona que mi mejor amigo?

—No lo sé. —Suspiré con cansancio. Me até el botón de los vaqueros—. Sólo sé que la quiero y que no puedo perderla. —Me puse la sudadera y salí del baño. Sentado en la misma silla del día anterior, Derek jugaba con la bolsa de la morfina.

—¡Por fin! —Al verme se levantó de la silla de un salto y se encerró en el baño—. Pensaba que iba a explotar. —Le oí quejarse. Reí y me acerqué a la mesita que estaba al lado de mi cama. Guardé el cargador del móvil y las pastillas que me habían dado para el dolor en la mochila. Oí el sonido de la cadena y la puerta del baño volvió a abrirse—. Pues yo te digo lo que voy a hacer: le voy a partir la cara al hijo de puta de...

—No —le corté—. Tú no vas a hacer nada —dije, serio.

—¿Cómo puedes quedarte tan tranquilo después de que ese mamonazo haya conseguido que tu novia rompa contigo? —me reprochó.

—No he dicho que no voy a hacer nada, he dicho que no vas a hacer nada —puntualicé.

Cerré la mochila y miré la puerta de la habitación. Mi padre debía estar al caer.

—¡Oh, vamos! —protestó—. ¿No prefieres tener la ayuda de tu fiel amigo? ¿Como en los viejos tiempos? —Sonrió enseñándome todos los dientes.

—¿Como en los viejos tiempos? —Reí fuerte—. Generalmente tú empezabas las peleas, y yo tenía que salvarte el trasero y acabarlas por ti. —Le miré con una ceja levantada.

Derek puso los ojos en blanco.

—¿Ves a lo que me refiero cuando digo que tienes complejo de héroe? —se burló de mí.

En ese momento, Lily entró corriendo en la habitación. Bajo su brazo izquierdo llevaba el osito que Abbie le había regalado en Navidades.

Joder.

Me agaché sin cuidado y recibí a mi hermana con los brazos abiertos.

—¡CHRISI! —gritó con una enorme sonrisa en la cara. Tuve que apretar los labios para no gritar cuando impactó de su cuerpo contra el mío.

Su risa melodiosa y tintineante inundó la sala.

—¿Cómo estás, preciosa? —le pregunté casi sin aire y le di un beso en la mejilla. Los brillantes ojos de mi hermana me miraron con intensidad.

—¡Bien! ¡Mamá dice que ya puedes volver a casa! —exclamó con alegría. Asentí con la cabeza—. He tenido que hacer los deberes con papá. Él no es tan divertido —susurró para que nadie la oyese y puso un adorable puchero.

Me reí. Solía hacer los deberes con Lily siempre que podía. Ella se lo pasaba bien y no le costaba tanto ponerse y yo pasaba tiempo con mi hermana pequeña.

—Oh, no. ¡Eso es terrible! —exclamé con dramatismo. Lily asintió frenéticamente con la cabeza—. Menos mal que vuelvo a casa entonces, ¿no? —Mis labios se curvaron formando una sonrisa torcida. Lily volvió a asentir con la cabeza.

Un pinchazo en mi espalda baja hizo que un quejido de dolor se escapara de mi boca.

—Christian, te vas a hacer daño. —Oí que dijo mi madre. Miré hacia la puerta y la vi acercarse con rapidez. Me quitó a Lily de los brazos y la posó en el suelo. Lily protestó y rápidamente volvió a escalar hasta mis brazos. Mi madre resopló, pero no dijo nada al respecto—. Tu padre está aparcando el coche. En cuanto firmemos los papeles, nos podremos ir. ¿Te quedas aquí con Lily mientras tanto? —me preguntó y yo asentí con la cabeza. Se dio media vuelta, encontrándose apoyado en el marco de la puerta del baño a mi mejor amigo—. ¿Derek? —preguntó, sorprendida.

Él puso una de sus mejores sonrisas.

—Señora Adams —la saludó cordialmente, y tuve que morderme la lengua para no reír. Derek podía ser un verdadero encanto cuando quería.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó con hostilidad. Claramente, a mi madre le importaban un bledo los encantos de mi mejor amigo.

—He venido a hacerle una visita a Chris, claro —dijo sonriente. A Derek no parecía importarle la mala educación de mi madre. Es más, parecía que le divertía.

Mi madre se quedó en silencio, y se giró a mirarme.

—Creía que ya no erais amigos —dijo con el ceño fruncido. Su antipatía no me sorprendía en absoluto. Sabía quién era Derek, qué solíamos hacer juntos y conocía muchas, no todas, pero muchas de nuestras aventuras fuera de la ley. Mi mejor amigo no era de su agrado.

—Yo nunca he dicho eso —me defendí.

—¿Y por qué estás aquí ahora? —Le lanzó una mirada escudriñante a Derek.

—Ya se lo he dicho, quería ver cómo estaba mi mejor amigo. —Le regaló una sonrisa torcida a mi madre. Sí, definitivamente, mi madre le hacía gracia.

—¿Seguro que no hay otra razón? —preguntó acusatoriamente.

—Mamá, ya vale —la corté. Estaba siendo muy descortés y Derek no tenía la culpa—. Sólo ha venido a ver que estaba bien —Entendía su preocupación, pero se estaba equivocando de cabo a rabo.

Me miró a los ojos, intentando buscar algo que le indicase que estaba mintiendo. Finalmente, relajó los hombros y suspiró.

—Vale, perdón —se disculpó. Se dio media vuelta y miró a Derek—. Perdona, no sé que me ha pasado. A veces me pongo un poco... —Sacudió la cabeza.

—No pasa nada. —Sonrió—. Se preocupa por Chris. Siempre será mejor eso que una madre que pasa de su hijo, ¿no? —Por un segundo, su sonrisa se convirtió en una mueca.

Miré a mi mejor amigo con compasión. Mi madre sonrió con tristeza.

—Sí, supongo que sí... —suspiró. Se giró a mirarme—. Tu padre tiene que estar preguntándose dónde estoy. —Miró a la granujilla que se había agarrado a mí como un koala—. ¿Te quedas con tu hermano un ratito? —Como respuesta, Lily me abrazó más fuerte—. Nos vemos abajo —dijo antes de salir de la habitación.

Derek se acercó a mí.

—Creo que a tu madre no le caigo muy bien. —Se rio.

—¿Te molesta no poder engatusarla con tus encantos? —Reí y Derek bufó.

—Se está haciendo la dura —dijo con el orgullo herido.

Lily hipó, y nuestros ojos se posaron en ella. Seguía agarrada a mi cuello, aunque ya no era un abrazo. Más bien parecía que se estaba escondiendo de Derek.

—¡Que Dios me disculpe, qué modales los míos! —exclamó dramáticamente Derek y se agachó a la altura de mi hermana—. Hola de nuevo, Lily. Soy Derek, un amigo de tu hermano —se presentó.

—Lily, ¿te acuerdas de Derek? —La pequeña me miró y negó con la cabeza—. Cuidó un par de veces de ti conmigo el año pasado —le expliqué, intentando hacerle recordar.

—Solíamos hacer competiciones de dibujos. —Derek le sonrió amistosamente—. Siempre me ganabas tú, ¿te acuerdas? —le preguntó, y entonces a Lily se le iluminaron los ojos.

—¡Apestabas dibujando casas! —Le señaló con el dedo y sonrió. Derek soltó una carcajada jovial.

—Ahora te acuerdas... —dijo divertido a la que negaba con la cabeza.

—Siempre te enfadabas cuando Chrisi me decía que mi dibujo era mejor que el tuyo. —se burló Lily.

—Creo que el jurado no era imparcial. —Me miró de reojo y yo me encogí de hombros mientras reía. Se puso de pie y me lanzó mi mochila—. ¿Vamos bajando? —me preguntó y sin esperar respuesta, salió de la habitación. Comprobé que no me dejaba nada, cogí de la mano a Lily y los dos salimos de la habitación. Alcanzamos a Derek, que se encontraba en frente de la máquina dispensadora. Cuando cogió la bolsa de patatas que había pagado, comenzamos a caminar hacia la planta baja.

No pudimos avanzar demasiado, porque cuando giramos la esquina del pasillo, justo antes de llegar a las escaleras, dos cuerpos fornidos se interpusieron en nuestro camino.

Pero no eran personas cualquiera.

—Chris Adams, quedas detenido por el intento de asesinato de Brandon Lee —dijo el agente de policía a la que sacaba unas esposas. Yo estaba petrificado, y antes de que pudiese reaccionar, me agarró bruscamente de la muñeca y tiró de mí. Mi mochila cayó al suelo, y tuve que soltar la mano de mi hermana. Gemí de dolor cuando el agente empujó mi cuerpo con brusquedad contra la pared del hospital. Mi cara quedó aplastada contra el muro, pero por el rabillo del ojo pude ver que todos los presentes observaban la escena. Derek me miraba atónito—. Tienes derecho a guardar silencio. Todo lo que digas será usado en tu contra... —dijo mientras me ponía las esposas. Me empujó de nuevo contra la pared antes de cogerme del antebrazo y tirar de mí para colocarme a su lado.

—¡Eh! ¡EH! —gritó Derek—. ¿¡Se puede saber qué coño estáis haciendo!? —Intentó acercarse a mí, pero uno de los policías se interpuso entre los dos para evitar que siguiese andando.

—Tienes derecho a contratar un abogado...

—¡Quítame las manos de encima! —gritó Derek mientras intentaba apartar al policía para llegar a mí—. ¿¡DÓNDE COÑO OS LO LLEVÁIS!? —rugió. Derek le pegó un puñetazo al policía y éste, con un movimiento rápido, sacó la porra de su cinturón, y la zarandeó de manera amenazante. Lily comenzó a gritar y a llorar.

—¡DEREK! —grité una vez salí de mi ensimismamiento—. ¡PARA! —chillé mientras el policía comenzaba a arrastrarme con rapidez por el pasillo. Mientras caminaba, intenté girarme para que Derek me oyese, pero el puto policía me lo estaba poniendo difícil.

—Si no puedes pagar uno, se te asignará uno...

—¡Encárgate de Lily! ¡Y AVISA A MIS PADRES! —grité mientras el policía me zarandeaba para que siguiese caminando.

Lo último que vi antes de girar por el pasillo fue a Lily tratando de huir del agarre de Derek mientras un río de lágrimas se deslizaba por sus mejillas.

(...)

El puto policía me habia apretado más de la cuenta las esposas, y podía apostar a que lo había hecho a posta.

Me encontraba en una sala de color gris, parecida a la que siempre salían en esas estúpidas y aburridas series pelocíacas, salvo que en esa, no había un «espejo» a través del cual más policías podían ver y oír el interrogatorio. En aquella sala, las cuatro paredes eran enteramente grises.

Eso sí, en una de las esquinas había una cámara de seguridad. Bufé enfadado. ¿Para qué coño necesitaban una puta cámara de seguridad si con esas putas esposas que te cortaban la puta circulación no podías casi ni mover ni un dedo?

Me removí en el sitio, furioso, y me dejé caer en el respaldo.

—¿¡Es que ni para meter a alguien en la puta cárcel sois rápidos!? —le grité a la nada, cansado de esperar a que alguien apareciese. No tenía hora, pero me jugaba el cuello a que llevaba metido en esa jodida sala más de una hora.

Justo en ese momento, oí la puerta abrirse a mis espaldas. Oí sus pasos aproximarse a mí, y cuando por fin pude ver la cara del policía, no me sorprendí ni un poquito.

—Parece que nos volvemos a ver. —Una sonrisa diabólica se extendió por su arrugada y aborrecible cara. Tenía el mismo aspecto repugnante de siempre. Hasta su frondoso bigote seguía igual que la primera vez que le vi.

—¿Me echabas de menos? —pregunté con sorna.

—Me acuerdo de ti de vez en cuando y me pongo nostálgico. —Se dio un pequeño paseo por la sala—. Pero luego pienso: volveré a verle. —Me miró y me sonrió cínicamente—. No me equivocaba después de todo —dijo, pagado de sí mismo.

—Podrías haberme invitado a un café si tanto anhelabas mi compañía, Richard. —Le sonreí, utilizando a propósito su nombre. Eso le enfureció. Se acercó a paso rápido hacía mí y golpeó la mesa con las palmas de la mano. Acercó su cara a la mía y me miró con los ojos entrecerrados.

—Para ti, soy el agente Brown —dijo amenazadoramente. Acerqué un poco más mi cara a la suya.

—Lo que tú digas, Richard —susurré a centímetros de su cara, y me volví a dejar caer en el respaldo de la silla con una sonrisa. Las fosas nasales de Richard se abrían y se cerraban con rapidez, muestra de su incipiente enfado.

—Sigues siendo el mismo niñato malcriado y creído de siempre, ¿eh? —siseó. Me encogí de hombros—. Pues deja que te diga una cosa, esta vez no te vas a salir con la tuya. No pienso dejar que te me escapes una segunda vez. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para verte detrás de las rejas, payaso —dijo con odio a la vez que me apuntaba con su dedo índice. Me quedé en silencio, lo cual pareció satisfacerle—. No tienes nada que decir, ¿eh?—se burló de mí.

—Estas esposas están más apretadas que tus putos pantalones, amigo —le dije en tono jovial, y pude sentir su temperatura corporal aumentar unos cuantos grados de la rabia. Casi podía ver la vena de su frente palpitar.

No me respondió. Se limitó a sentarse en la silla que había al otro lado de la mesa enfrente de mí. Con una actitud relajada, abrió la carpeta de color beis que había lanzado contra la mesa cuando había entrado.

—Intento de asesinato... —dijo mientras pasaba las páginas—. Ese ya es un delito más serio, eh... —Me sonrió, disfrutando de verme en esa situación—. Ya no se trata de una pequeña chiquillada como pasar drogas en el instituto. —Me miró con su estúpida sonrisa en la cara, y tuve que contener las ganas de levantarme y arrancarle el bigote de un puñetazo.

—Nunca se demostró que fuese yo —dije con indiferencia.

—Los dos sabemos que fuiste tú. Tú y tu amigo, Derek —dijo con rencor—. Eráis los camellos del instituto, y como nadie quiso testificar en vuestra contra, no os pudimos meter en la cárcel a ninguno de los dos. Pero no te creas que somos tontos. Todos los agentes de este cuartel saben que sois culpables.

—Pareces un poco obsesionado conmigo, Ricky. —Ladeé la cabeza con una sonrisa.

—¡YA VALE DE TUS TONTERÍAS! —bramó, enfurecido y se levantó de la silla de un salto. Le miré sorprendido, pero satisfecho, por su reacción. Él miró de reojo la cámara de seguridad detrás de él, respiró hondo, y volvió a sentarse. Volvió a pasar las hojas de la carpeta—. Cuéntame qué ocurrió la noche del sábado —dijo ahora con tono profesional. Cualquier rastro de diversión o mueca de superioridad había desaparecido.

Ese fue el momento en que comencé a ponerme nervioso. Tenía dos opciones: podía mentir y salir impune de aquel embrollo, o podía cagarla. Sólo conocía la versión de la historia que me había dado Derek, pero faltaban demasiados detalles. Y con las ganas que me tenía Richard, cualquier error que cometiera podía enviarme directamente a la trena.

Antes de que pudiera comenzar a hablar, la alarma de incendios comenzó a sonar. Ambos miramos a nuestro alrededor, escuchando el pitido que procedía de fuera, y luego nos miramos el uno al otro.

—Ni se te ocurra moverte de la silla —me amenazó. Se levantó de la silla y caminó hacia la puerta.

—¿Me vas a dejar aquí? —pregunté incrédulo. Se apagaron las luces de la sala y se encendió al mismo tiempo una sola luz roja que le dio a la sala un toque tétrico.

—Probablemente sólo sea una falsa alarma.

—Si me muero chamuscado, será tu responsabilidad —le amenacé, y para mi sorpresa, él se rio.

—Sólo dos personas más aparte de mí saben que estás aquí conmigo. Si tú mueres, nadie sabría que ha sido culpa mía. —Me regaló una última sonrisa, y se marchó.

Me quedé mirando el muro. ¿Habían dado una orden de detención, pero sólo tres agentes de todo el cuartel sabían que estaba ahí? Algo no cuadraba.

Entonces, oí la puerta volver a abrirse.

—Sabía yo que me habías cogido cariño. —Le tomé el pelo a Richard. Sin embargo, no era él quien acababa de entrar a salvarme el culo—. ¿Qué ostias haces tú aquí? —rugí furioso.

—Tan cordial como siempre. —Me sonrió cínicamente Brandon, ignorando por completo mi pregunta. Se sentó en el mismo sitio en el que hacía unos segundos las nalgas de Richard habían estado y me observó sonriente. La luz roja no alumbraba demasiado, pero fue suficiente para ver cómo le había dejado la cara días atrás. Tenía el labio partido, un moretón enorme en su pómulo derecho, un ojo morado, y la mitad izquierda de su cara estaba algo hinchada. Sonreí lleno de satisfacción—. No tengo mucho tiempo, así que necesito que prestes mucha atención.

—Tienes suerte de que esté esposado, porque créeme, que si no ya estaría jugando a los putos malabares con tus pulmones y a las cariocas con tus intestinos —escupí con rabia. Brandon ni pestañeó.

Fuera, se oía un caos de voces que se gritaban las unas a las otras.

—¿Quieres seguir amenazándome de muerte en un cuartel de policía o quieres que te diga lo que tienes que decir para no acabar en la cárcel? —me preguntó con desinterés.

Me quedé en silencio.

—¿Por qué coño debería fiarme de ti? —espeté lleno de rabia.

—Porque me necesitas si quieres salir de esta —dijo con la voz grave y puso una mueca de desprecio—. Si por mí fuera, te pudrirías en la puta cárcel el resto de tu desgraciada vida. Pero no depende de mí. Yo sólo cumplo órdenes. —Se acercó a mí—. Era tarde, y tú y Abbie volvíais de tu casa cuando me encontrasteis en medio de la carretera siendo golpeado por un grupo de macarras. Tú te bajaste del coche y me ayudaste a quitármelos de encima, pero nos empujaron y los dos caímos al río. —Posó sus palmas sobre la mesa. Yo le observé sin saber muy bien qué decir—. Eso es lo que le vas a decir al agente. Ni un detalle más, ni un detalle menos. Si te pregunta algo fuera de lo que yo te he dicho, tú vas a decir que no te acuerdas, que pasó todo muy rápido o cualquier otra gilipollez que quieras.

Acostumbrado a su habitual tono de burla, su tono serio era algo casi nuevo para mí.

—¿Y qué pasa si no te hago caso y digo lo que me sale de los cojones? —Entrecerré los ojos.

—Vas a la cárcel y no vuelves a pisar la calle hasta los cuarenta. —Alguien golpeó la puerta de la sala, y Brandon se deslizó hasta la pared contigua a la puerta y esperó pacientemente. El golpeteo siguió unos segundos más hasta detenerse. Brandon se irguió y agarró la manija de la puerta.

—¿Quién te ha mandado? —le pregunté antes de que pudiera abrirla. Giró la cabeza y me volvió a sonreír con el mismo cinismo que antes.

—Creo que sabes perfectamente quién —dijo antes de abrir la puerta, mirar a los lados, y salir con rapidez sin mirar atrás.

Me dejé caer en la silla y medité. Tenía dos opciones, contar la absurda versión de asalto de matones con final accidentado que me había mandado decir Brandon y no ir a la cárcel, o contar la verdad. Y por alguna extraña razón, ninguna de las dos opciones me parecía mejor que la otra.

Me arrepentí de haber escogido a Brandon como mi víctima cuando me mandaron recluir a una nueva persona. Él nunca había sido mi primera opción, pero por alguna razón, aquella noche le vi tan hecho mierda que estaba casi seguro de que no me diría que no.

La luz volvió a alumbrar la estúpidamente pequeña sala de interrogatorios. Richard volvió a sentarse en la silla enfrente de mí. Las alarmas habían dejado de sonar, y ya no se oían las voces fuera de la sala. Sacudí la cabeza e intenté olvidar la conversación que había tenido con Brandon minutos atrás.

—¿Dónde nos habíamos quedado? —preguntó distraído mientras volvía a pasar las páginas de la carpeta. ¿Tenía un tic nervioso o qué?

—Me estabas contando cómo os conocisteis tú y tu mujer. —Le sonreí, y Richard inspiró profundamente. Estaba perdiendo la paciencia.

Bien.

—El sábado. ¿Qué ocurrió? —demandó saber. Le miré fijamente durante unos largos segundos. Era el momento de decidir.

—Mi novia vino a cenar con mis padres a mi casa y la estaba llevando de nuevo a su casa. —Tragué saliva al decir la palabra «novia»—. En medio de la carretera nos encontramos a unos tipos zurrando a un chico. —La clave era no entrar en detalles—. Me bajé del coche, le intenté ayudar, y no sé muy bien cómo, acabamos los dos en el río. —Me encogí de hombros como si la cosa no fuese conmigo. Richard se quedó en silencio, observándome, analizando cada uno de mis movimientos.

—Ya. —Se irguió sobre la silla—. ¿Y no te acuerdas de ninguno de los chicos? —preguntó con escepticismo.

—No, todo pasó muy rápido —mentí.

Richard me observó en silencio. Entrecruzó los dedos sobre la mesa y me miró.

—No te creo.

No me sorprendí.

—¿Y qué es lo que crees que pasó, genio? —Levanté una ceja. Mis manos todavía seguían esposadas detrás de mi espalda, y se me estaban comenzando a dormir los brazos. Además, en la posición en la que estaba, sentía en la espalda baja unos pinchazos similares a los de quince cuchillos.

—No estoy seguro. Pero hay un par de cosas que no... terminan de encajar —murmuró, y evité mostrar cualquier tipo de reacción.

—¿Ah, sí? ¿Como qué? —pregunté con desinterés.

—Pues primero de todo, es toda una casualidad que justo os encontrarais al chico con el que te peleaste hace no mucho en el instituto en mitad de la carretera, ¿no crees? —No pude evitar juntar las cejas ante mi sorpresa. ¿Cómo sabía él eso?—. Oh, sí. Fui a hablar con algunos de tus compañeros de instituto. Varias personas me dijeron que tú y él os odiais y por eso os peleasteis. —Entrecerró los ojos—. ¿Lo niegas?

—No.

—¿Entonces por qué querrías ayudarle cuando unos «vándalos» le estaban asaltando? No tiene mucho sentido, ¿no? —inquirió.

—Una inusual muestra de bondad. —Me encogí de hombros. Richard entrecerró los ojos un poquito más.

—También me enteré de que el tipo que "asaltaron", Brandon, es el ex novio de la chica, tu novia —dijo lentamente, analizando mi reacción. Apreté la mandíbula al oír su nombre—. ¿Es esa la razón por la que le odias tanto?

—¿Quién coño te crees, mi puto psicólogo? —pregunté con brusquedad.

—Sólo digo que a veces los celos pueden llevar a cometer locuras que ni uno mismo se espera.

—Ya te he dicho lo que pasó. Si tienes el gusanillo de detener a alguien, diles a tus compañeros que hagan bien su trabajo y busquen a esos pandilleros —siseé cabreado. Me estaba cansando de las gilipolleces del agente, y sobre todo cuando...—. ¿Me puedes recordar por qué estoy aquí? —le pregunté con interés—. No tenéis ninguna razón para haberme detenido. Brandon y yo os hemos contado lo que pasó. No tienes ninguna prueba de que haya cometido ningún delito. —Me incliné en su dirección—. Lo cual no es ninguna novedad —susurré y sonreí ampliamente—. Además, has dicho que nadie más aparte de ti y otros dos agentes saben que estoy aquí... Si se ordena una orden de detención, lo normal es que toda la plantilla esté al tanto, ¿no? —Levanté una ceja. Richard se había quedado estático—. A no ser... —Sonreí de nuevo—. A no ser que en realidad nadie haya ordenado que me detengan, y tú lo has hecho por cuenta propia porque me tienes un resquemor que no puedes con él porque un adolescente te ha tomado el pelo que no tienes —adiviné—. Sí, debe ser eso. —Asentí con la cabeza. Richard seguía observándome en silencio, pero ahora sus nudillos estaban blancos.

—Ten mucho cuidadito con lo que dices —me dijo muy serio.

—¿Es eso una amenaza? —Fingí sorpresa—. Además de tomarte la justicia por tu mano, amenazas a un pobre ciudadano, el cual tienes detenido de manera ilegal e injustificada. —Dejé escapar un suspiro—. Está claro que si alguien se enterase, sería el fin de tu carrera como agente de policía.

—¿Tienes los cojones de amenazarme tú a mí? —preguntó bruscamente, incrédulo.

—Al menos yo lo hago mejor, y con más clase. —Le guiñé un ojo, y me puse serio otra vez—. Bien, si no quieres que te caiga la denuncia del año, te recomiendo que me dejes marcharme inmediatamente —le advertí.

—Según la ley, tengo derecho de retenerte cuarenta y ocho horas —dijo a la defensiva.

—Creo que eso sólo cuenta cuando la detención ha sido legal —le susurré y Richard apretó la mandíbula. No iba a permitir que me tomase el pelo como... bueno, como yo a él.

—Si te crees que esto acaba aquí, estás muy equivocado. —Cerró la carpeta de un golpe y se levantó de un salto. Hice lo mismo.

—Seguro que no. Tu vida es demasiado aburrida como para dejar a un adolescente vivir su vida en paz —me burlé de él. Me giré para que me pudiera quitar las esposas.

Una vez dejé de sentir el frío metal lijar dolorosamente la piel de mi muñeca, suspiré con alivio. Me sobé la zona afectada y me giré a mirarle.

—Me esperaba más de ti, Ricky. Creía que eras más inteligente... —Negué con la cabeza, fingiendo decepción. Richard dejó salir el aire con brusquedad por su nariz.

Le sonreí victorioso y caminé hacia la puerta de la sala.

—Nos volveremos a ver —dijo él a mis espaldas. Me giré a mirarle.

—En el inferno. —Le sonreí y agarré el pomo de la puerta—. ¡Oh! —exclamé y me di la vuelta—. Y mándale saludos a tu hija. —Le guiñé un ojo. La vena de su frente hizo su segunda aparición y volvió a cerrar las manos en puños.

—Cabrón hijo de p... —Cerré la puerta antes de que pudiera acabar la frase.

(...)

Derek, mis padres y Lily me habían estado esperando en la recepción del cuartel. Bueno, «esperando» no era exactamente la palabra. Derek había estado pegándole voces a cualquier agente que pasaba cerca de él exigiendo saber dónde me habían llevado. Obviamente, ningún agente sabía ni dónde estaba, ni quién era. Le tuve que agarrar de la capucha para que no volviera a montar escándalo en el cuartel de la sudadera cuando, más tarde, le expliqué por qué.

Derek recibió una llamada de su casero por lo que se tuvo que marchar, pero me prometió que pasaría a verme pronto. Mis padres intentaron volver a interrogarme sobre lo sucedido el sábado, y de nuevo, les repetí que no guardaba relación con el tráfico de drogas. Mi padre y yo habíamos acordado que era mejor que mi madre no supiese nada del tema para no poner en peligro su salud.

Ya era de noche cuando llegamos a casa. Lily se había quedado dormida en el coche. Mi padre la cogió en brazos y, con cuidado, la llevó a su habitación. Mi padre la dejó en la cama y me dejó arroparla a solas. Acomodé su osito de peluche y le di un beso en la frente. Se sentía bien volver a estar en casa.

Me fui a mi cuarto sin cenar. No tenía hambre, a pesar de que hacía casi un día que no comía. Me había negado a tragar nada de comida —o eso que ellos llamaban comida—, del hospital. La única vez que la bandeja había salido vacía de la habitación había sido porque Derek se había encargado de devorarla.

Me quité la ropa, quedándome únicamente en calzoncillos. Había tardado más de lo que me habría gustado por la estúpida faja que me apretaba las costillas y no me permitía doblarme. Me dejé caer en la cama boca abajo y suspiré. Estaba agotado.

Mis ojos volaron hasta el marco de fotos que me había regalado Abbie por Navidad. Lo alcancé y lo observé de cerca. La sonrisa de Abbie eclipsaba por completo todas las fotos, menos una: la foto en la que ella y yo nos estábamos besando. Cerré los ojos e intenté batallar contra el sentimiento de culpa, pero éste acabó ganando, teniendo como invitado de honor el cruel y punzante dolor que siempre se concentraba en mi corazón.

Después de torturarme unos minutos a mí mismo, volví a dejar la foto en su sitio. Me metí debajo de las sábanas e intenté dormir.

No lo conseguí. Y no fui el único, porque alrededor de las dos de la mañana, una pequeña figura de pelo largo se coló en mi habitación.

—¿Lily? ¿Qué haces despierta? —pregunté en la oscuridad. Me froté los ojos e intenté centrar la vista.

—No podía dormir —me dijo triste. Me fijé que en su mano tenía agarrado el oso de peluche. Lily sí que se había apegado a ese animal inanimado—. ¿Puedo quedarme contigo? —me preguntó con un hilillo de voz.

—Claro que sí. —La ayudé a subir en mi cama y después de hacerle hueco, la cubrí con las mantas. Le di un beso en la frente y Lily se acurrucó en su peluche. Yo volví a mirar el techo. Suspiré al recordar lo que había estaba soñando, o más bien, con quién había estado soñando.

—¿Quieres dormir con Abbie? —preguntó de repente Lily en un susurro. Mi corazón dio un vuelco al oír esas palabras, y por alguna extraña razón, realmente pensé que Abbie había venido para dormir conmigo. Pero todas mis esperanzas se desvanecieron al ver que Lily me tendía su osito de peluche.

Procuré sonreír, aunque apenas pude formar una mueca. Aquella mierda era tan puto dolorosa... El ardor en el pecho al pensar en ella... Saber que ya no era mía me mataba. Habría dado lo que fuera por poder apagar todos mis sentimientos.

—Gracias, pequeña —le agradecí, y cogí el osito de peluche.

Lo abracé como un niño pequeño y me dormí imaginándome que aquel oso que abrazaba era ella.


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¡VOLVEMOS A VERNOS! Aunque sea un día tarde jeje.

De nuevo, perdón por el retraso!!! Llevo dos semanas de LOCOS y el trabajo apenas me deja respirar. Desventajas de pertenecer al sistema capitalista :(

Habemus otro capítulo desde el POV de Chris!!! Id acostumbrándoos porque de ahora en adelante habrá unos cuantos. Ha habido revelaciones!!! Cada capítulo iremos descubriendo más y más cosas de su pasado. ¡¡¡ESTOY EMOCIONADA!!!

Como siempre, os animo a votar, a comentar, y a compartir la novela con los amigos y la familia, porque ya sabéis lo que dicen: "compartir es vivir". Y de paso, echadle un vistazo a mi cuenta en Tiktok, quizá encontréis algo interesante por allí. ¡¡¡¡Mi usuario es el mismo que aquí!!!!

Muchos besazos,

Elsa <3


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