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CAPÍTULO 5: «DEREK»

No recordaba haberme vuelto a quedar dormido, pero el sonido de la puerta abriéndose me despertó.

—¿Ya se ha despertado? —Oí la voz de mi madre. ¿Qué hacía aquí? Debería estar descansando.

—Aún no —le contestó una voz grave que identifiqué como la de mi padre. Oí a mi madre suspirar y acercarse silenciosamente a la cama donde yo estaba tumbado. Me agarró la mano y me la acarició—. Yo me puedo quedar con él —le dijo a mi madre—. Deberías volver a casa con Lily.

Mi madre volvió a suspirar.

—Luego la llevaré con los Fitzgerald. —La voz de mi madre sonaba cansada—. Aunque sé que Karen me llamará porque Lily quiere irse. —Hubo una pausa—. Esta mañana he tenido prácticamente que arrastrarla al colegio porque quería venir a verle.

Oí como mi padre se acercaba al lado de la cama en el que estaba mi madre.

—Iré a buscarla yo, tranquila —dijo mi padre con voz dulce.

—¿Por qué estas cosas siempre le tienen que pasar a él? —Mi madre estaba llorando. Mierda puta—. ¿Por qué no puede dejar de meterse en problemas? —preguntó con un deje de desesperación—. ¿Es que el año pasado no tuvo suficiente? —sollozó, y sentí como si alguien cogiese mi corazón y lo estrujase con fuerza.

—A lo mejor no ha sido culpa suya. Ya oíste lo que nos dijeron los policías —le intentó calmar mi padre.

¿Los policías? Joder, claro. Habrían tenido que recoger el testimonio de Abbie y de Brandon para saber qué había pasado. Pero había un problema: había sido única y exclusivamente mi culpa. Yo había tirado a Brandon del puente. No sabía si había sido a conciencia o un accidente, todavía no estaba seguro, pero estaba claro que yo nos había tirado a los dos del puente.

Entonces, ¿quién había mentido y por qué?

—No me lo creo —dijo rotundamente mi madre. Hubo una pausa—. No me fío de nuestro hijo. —Sus palabras atravesaron mi corazón sin piedad, aunque me las merecía—. En su otro instituto...

Mi padre la interrumpió.

—Eso es. En su otro instituto, no en este. Nos prometió que cambiaría —le dijo con tono apaciguador—. Confío en él.

—Nate, mírale. Si ha cambiado, no ha sido a mejor. —murmuró con tristeza.

Lo sabía. La había decepcionado otra vez. Tanto a ella como a mi padre.

Con miedo, abrí los ojos. Mis padres estaban abrazados a los pies de mi cama. Los hombros de mi madre se sacudían ligeramente, y mi padre le acariciaba la espalda para que se calmase. Joder, me sentía como la mierda.

—¡Chrisi está despierto! —exclamó mi hermana.

Miré hacia el lugar de donde provenía la voz. Estaba hecha una bolilla en una de las sillas que había al final de la habitación, y sobre ella se encontraba la chaqueta de mi padre.

—Lily —dije con la ronca. Casi me dolía al hablar. Mis padres se giraron a mirarme con sorpresa. A Lily se le iluminó la cara y vino corriendo hacia mí. No pude evitar sonreír.

Se subió a la cama de un salto y se tiró encima de mí para abrazarme. Expulsé de un suspiro todo el aire que tenía en mis pulmones y siseé del dolor.

—¡CHRISI! —gritó en mi oído. Tenía todo el cuerpo de mi hermana encima de mí. Su rodilla derecha estaba haciendo presión sobre mis costillas, justo en la zona que tanto ardía y dolía. Además, el impacto de su cuerpo contra el mío había hecho que un enorme latigazo de dolor me recorriese toda la espina dorsal hasta los lumbares.

Intenté no aullar de dolor, y me limité a quejarme en silencio.

—Hola... —la saludé casi sin aire.

Mi hermana me tenía bien agarrado. Su cara estaba escondida en mi cuello, y sus brazos me abrazaban como podía. La rodeé con los míos, ignorando el horrible daño que me estaba haciendo. Necesitaba un abrazo.

—¡Por fin! —exclamó con su dulce e infantil voz cuando se separó un poco de mí. De nuevo, gemí de dolor. Su rodilla me estaba matando—. Mamá me decía que no tenía por qué quedarme, ¡pero yo sabía que ibas a despertar de tu sueño! —Su sonrisa iluminó su cara, y por inercia, la mía también.

—¿Has dormido en esa incómoda silla por mí? —le pregunté, halagado. Mi voz sonaba extraña. Lily asintió con la cabeza con energía—. ¿Alguna vez te he dicho que eres la mejor hermana del mundo? —le pregunté, y sus mejillas se tiñeron de rojo. Avergonaza por su sonrojo, volvió a esconder su cara en mi cuello.

—Venga, Lily —habló mi padre—. Quítate de encima. Le estás aplastando. —Se acercó a nosotros. Por el rabillo del ojo vi cómo, con disimulo, mi madre se quitaba las lágrimas que todavía caían por sus mejillas. Lily al ver las intenciones de mi padre, me agarró con más fuerza, clavando su rodilla aún más contra mis costillas. Me mordí la lengua e intenté respirar hondo.

Ostia puta, cómo dolía.

—¡No quiero! —gritó contra mi cuello.

—Lily, haz caso a tu padre —habló esta vez mi madre.

Lily sacudió la cabeza frenéticamente.

—¿Prefieres tumbarte aquí a mi lado ?—le dije en bajito al oído. Si seguía encima de mí, algo dentro de mí se iba a romper. Aunque ya tenía la ligera sospecha de que eso ya había pasado, y que por eso mi costado izquierdo dolía como los mil demonios.

Asintió con la cabeza, y se separó de mí. Miró con desconfianza a mi padre, que seguía todavía de pie a mi izquierda, y se deslizó a mi derecha. Apoyó su cabeza en mi hombro y con mucho cuidado y lentitud, rodeé su pequeño cuerpo con mi brazo. Moverme lo más mínimo significaba sentir miles de cuchillos clavarse en mi espalda baja y en mis costillas.

Una vez Lily se quedó más tranquila a mi lado, miré a mis padres en silencio. No sabía qué decir.

—Has tardado en despertar —dijo mi padre después de unos segundos de silencio.

—¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? —Seguía sin saber qué día era.

—Es lunes —me informó, y asentí con la cabeza. Llevaba dos días cao.

—Voy a avisar a un médico —murmuró mi madre y salió de la habitación. Mis ojos se quedaron clavados en la puerta.

—Está muy disgustada —murmuré en voz alta. Miré a mi padre—. La he jodido, ¿verdad? —le pregunté a mi padre, que se había sentado en la silla que estaba a mi lado.

—¿Acaso te esperas otra cosa, hijo? —me preguntó con tono cansado.

—Supongo que no. —Suspiré. Miré a Lily, que había cerrado los ojos. Pensé que se había quedado dormida, pero con sus manos jugaba con el borde de mi sábana. Le di un beso en la coronilla. Mi padre no habló más, sólo se quedó observándome en silencio, lo cual me puso más nervioso—. ¿No vas a preguntarme qué ha pasado? —le pregunté desconfiado.

—¿Me vas a decir la verdad si lo hago? —Me lanzó una mirada inquisitiva.

Odiaba cuando mi padre me respondía a una pregunta con otra pregunta.

—No quieres oírla —susurré. No quería hablar de ello. Y menos con mi padre. Porque le iba a defraudar y ya me sentía como una puta mierda.

—Me interesa saber por qué mi hijo ha intentado suicidarse —me dijo ahora más serio. Su tono rozaba el enfado.

—No estaba intentando suicidarme —repuse.

—¿Entonces me puedes explicar por qué has decidido lanzarte por un puente? —preguntó, enfadado.

—Estoy bien. Eso es lo que importa. —Me limité a decir.

—¿Me estás tomando el pelo? —saltó mi padre—. Tu madre lleva dos días llorando. Lily casi no ha dormido porque se negaba a irse a casa. ¿Y tú no vas a dignarte a darnos una explicación? —me reprochó furioso. Miré por el rabillo del ojo a Lily, que ya se había quedado dormida. Su boca estaba ligeramente abierta y su mano agarraba con fuerza la sábana de la cama.

—No sé ni yo lo que ha pasado, ¿vale? Me encantaría poder darte una explicación, pero no puedo —grazné. Aparté la mirada y miré la pared.

—¿Tan malo es? —preguntó preocupado.

Para mí sí lo era. Era probablemente lo peor que podía haberme pasado. Peor que morir.

Estuve unos segundos en silencio.

—Abbie ha roto conmigo —dije sin apartar los ojos de la blanca pared. Las palabras me ardían en la lengua, me quemaban la garganta, me fundían el corazón. Era la primera vez que lo decía en alto, y lo hacía más real.

Apreté a Lily contra mí y tensé la mandíbula.

—¿Por eso te has tirado de un puente? —me preguntó alarmado.

Mis ojos volaron hacia él, y fruncí el ceño.

—¡Que no quería suicidarme! —insistí. La idea era una locura, hasta para mí.

Mi padre pareció relajarse, pero sólo un poco.

—Los policías nos han contado lo que pasó —dijo a la vez que se dejaba caer en el respaldo de la silla—. Tu madre no se lo cree. —Me miró de reojo.

Abrí la boca para preguntarle qué narices les habían dicho los policías, pero decidí no hacerlo. Se suponía que lo que habían contado era la verdad.

—Os he oído antes. —Asentí con la cabeza.

—Cree que estás metido en problemas otra vez.

—Lo sé.

—¿Lo estás? —preguntó, cauteloso, unos segundos más tarde. Aquel era el momento para confesarme. Aunque también podía mentirle. No tenía ninguna razón para hacer lo segundo, pero tampoco la tenía para hacer lo primero. No iba a cambiar nada si le decía la verdad.

—Sí. —Agaché la mirada—. Pero no es lo que tú crees. —Corrí a decir.

—Espero que no hayas metido a Abbie en un lío, Christian. Porque juro por Dios... —le corté.

—Papá, no. —Sacudí la cabeza—. No he vuelto a vender, y tampoco he hecho que Abbie comenzase a hacerlo también. —Ni con una pistola en la sien dejaría que Abbie se involucrase en la misma mierda en la que estaba yo metido. La mera idea me volvía loco.

—¿Entonces qué ha sido, hijo?

La puerta de la habitación se abrió. Mi madre y una doctora entraron en la habitación.

—Hola, Christian. —Me sonrió una doctora que se acercaba a mí y a mi padre. Debía tener unos treinta y cinco años y tenía una pequeña cicatriz en la ceja que hacía que pareciera que tenía el ceño fruncido—. ¿Cómo te encuentras? —Su voz era demasiado aguda para mi gusto.

Disimulé una mueca y sonreí.

—Bien —dije simplemente.

No quería hablar con ningún doctor. Me iban a empezar a contar las típicas chorradas de médicos tipo: «has tenido mucha suerte», «tienes que tener más cuidado» o «tu familia estaba muy preocupada». Me parecía absurdo constatar lo obvio.

—Me alegra oír eso. —Su sonrisa se hizo más grande, y su ceño se frunció algo más—. ¿Recuerdas algo de lo que ha pasado? —Cogió un boli de su bata blanca y garabateó en un portapapeles. Todavía no había dicho nada, ¿se podía saber qué coño estaba escribiendo?

—Sí —dije con la voz grave.

Asintió con la cabeza y siguió garabateando en su estúpido papel.

—Estupendo. —Dejó de escribir y me miró—. ¿Podrías narrarme los hechos? —preguntó con demasiada amabilidad para mi estado de ánimo.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué? —pregunté a la defensiva.

—Bueno, te hemos hecho una resonancia y algunos tests cuando estabas dormido. Nada parece fuera de lo normal, pero me gustaría asegurarme de que tu memoria sigue intacta. —Su tono calmado me estaba poniendo los jodidos pelos de punta.

Mi madre no había apartado su mirada de mí, y sus ojos rojos y ahora resecos me estaban dando dolor de estómago.

—No creo que eso sea necesario. Me acuerdo a la perfección de todo lo que ha pasado —dije con rotundidad. Flashes de lo acontecido el sábado aparecieron en mi mente, pero me obligué a volver al presente.

—¿Por qué te empeñas en no cooperar, Christian? —intervino mi madre. La miré con sorpresa—. La mujer te ha hecho una pregunta, ¿por qué no contestas? —A pesar de que sus palabras parecían ser acusatorias, su tono era suplicante—. ¿Acaso hay algo que no quieres que sepamos? —preguntó dolida.

Miré a mi padre y sacudió la cabeza ligeramente.

Me mantuve callado.

—No importa, señora. —le consoló la doctora—. Sólo es algo rutinario. Si no quiere hablar, está en su derecho. —Anotó algo en el papel y volvió a mirarme—. De todas formas, si no hablas conmigo, tendrás que hablar con los policías —añadió, y una ola de angustia me invadió. No sabía quién había dicho qué, y por tanto, yo no sabía qué tenía que decir.

—¿Están fuera? —pregunté intentando disimular mi tono de histeria. Necesitaba, antes de que viniesen a interrogarme, averiguar qué versión de la historia les habían contado.

—No. —Sacudió la cabeza, y yo dejé escapar un suspiro de alivio—. Querían venir a interrogarte en cuanto te despertases, pero estás bajo vigilancia médica. Hasta que no te encuentres mejor, no pueden venir a hablar contigo —me explicó. No sabía que estaba apretando la mandíbula de la tensión hasta que la relajé.

—¿Qué es lo que me ha pasado? —Formulé la pregunta que me había estado haciendo a mí mismo desde que me había despertado.

—Te has roto una costilla izquierda y tienes una fractura por estallido en dos de tus vértebras lumbares —dijo, y aparté la mirada. Esperaba que Brandon estuviese peor que yo—. Por poco te desgarras un pulmón, pero los paramédicos te asistieron rápido. En cuanto a las vértebras, no has necesitado que te operemos, lo que acelerará el proceso de curación. —Se quedó en silencio, y nadie dijo nada—. Podría haber sido peor —dijo intentando calmarme. No lo consiguió.

—¿Cuánto tiempo voy a tener que estar aquí? —Esa era probablemente la pregunta más importante de todas. Estar encerrado en esa blanca y brillante habitación me protegía del interrogatorio, pero una vez estuviese fuera, no iba a poder retrasarlo más. Necesitaba averiguar lo que sabían con urgencia.

—Depende de cómo evoluciones. Al menos un par de días más para poder vigilarte la fractura en las vértebras. Puedes andar con normalidad, pero es mejor que descanses antes de irte a casa. Por supuesto, tendrás que reposar, y evitar hacer mucho esfuerzo que pueda forzar tu espalda o tu costado. —Asentí con la cabeza lentamente.

En resumen: estaba jodido.

Mi madre había comenzado a sollozar al oír a la doctora hablar de mis lesiones. Mi padre se levantó de la silla y se acercó a ella para consolarla.

Dejé caer mi cabeza en la almohada y suspiré. ¿Cómo cojones había llegado hasta aquí?

—Doctora, la necesitan en Radiografía. —Un hombre algo mayor asomó la cabeza por la puerta. La mujer asintió con la cabeza y volvió a mirarme.

—Tú estate tranquilo. No ha sido nada demasiado grave, y en unos días vas a poder irte a casa. —Me sonrió otra puta vez y me dio un apretón en la pierna—. Si necesitas algo, pulsa el botón rojo. —Me señaló un pequeño botón que se encontraba al lado de mi cama y por inercia lo pulsé. La doctora se rio—. Necesitas descansar. ¿Quieres que te proporcionemos una dosis de morfina para ayudarte con el dolor? —me preguntó amablemente. Negué con la cabeza.

—Estoy bien, gracias —le respondí. El dolor físico me distraía del dolor emocional.

—Muy bien. Ya sabes qué hacer si necesitas algo —dijo antes de dar media vuelta y desaparecer.

La habitación se quedó casi en silencio; podía oír los sollozos de mi madre. Yo era el culpable de su dolor. Joder, detestaba verla así. Ella ya tenía suficiente con lo suyo, no hacía falta que cargase además con mis mierdas.

—Mamá... —farfullé lo suficientemente alto como para que mi madre se separase de mi padre y me mirase. Me tragué el nudo que tenía en la garganta y hablé—: Lo siento. No quiero que estés triste por mi culpa —me disculpé. Sentía una asfixiante sensación de impotencia.

Mi madre se limpió las lágrimas, y se acercó a mí. Se quedó de pie observándome unos segundos, hasta que, con mucho cuidado de no despertar a Lily, que todavía seguía dormida a mi lado, me abrazó. Sentí que una pequeña parte de todo el peso que tenía sobre mis hombros, mi cuello, mi pecho, se evaporaba ese gesto. Dejé escapar un suspiro de alivio y enterré la cara en el hombro de mi madre.

—No vuelvas nunca jamás a darme un susto así, Chris. Nunca —sollozó en mi hombro, y la apreté más fuerte. Se separó de mí lo justo para poder mirarme a los ojos—. Prométemelo —me pidió.

Las palabras salieron de mi boca al instante.

—Lo prometo, mamá. —Sonreí ligeramente, y volvió a abrazarme.

¿A cuántas personas más iba a seguir haciendo daño?

(...)

Mis padres y Lily se marcharon no mucho después que la doctora. Me dijeron que no iban a poder venir hasta la tarde, así que tendría que entretenerme yo solito. Lily intentó convencer a mis padres de que la dejasen dormir conmigo, y estuvo a punto de llorar cuando la arrastraron fuera de la habitación. Tuve que asegurarle treinta veces que no me iba a ir a ningún lado para que se calmase.

No pude casi dormir en toda la noche. El dolor físico me estaba matando, aunque no sabía si ese era el más insoportable.

Estuve dándole miles de vueltas a la razón por la que o bien, Abbie, o bien, el hijo de la grandísima puta de Brandon, habían mentido. Brandon no tenía razón alguna para intentar salvarme el culo. Es más, era gracias a él por lo que estaba metido en ese embrollo. Y Abbie... Me habría gustado poder decir que ella había mentido por mí, que después de todo lo que había pasado, todavía me quería, pero el recuerdo de sus preciosos ojos mirándome con dolor destrozaron esas esperanzas sin piedad.

Por la mañana me aburrí más que Joey en la conferencia de prensa de Paleontología de Ross. Suspiré después de hacer esa analogía. Ahora incluso hablaba como ella.

Me trajeron el desayuno, me explicaron cómo iba a ser el proceso para ir al baño si lo necesitaba —me prometí a mí mismo que haría lo imposible para intentar no usar esa maldita cuña— y me pusieron otra dosis de morfina para el dolor. Había podido soportarlo por la noche, pero a medida que habían ido pasando las horas, había comenzado a sentirlo más y más, y había llegado un punto en que creía que me iba a desmayar.

Una vez los enfermeros se marcharon, disfruté de la soledad de mi habitación hasta la hora de comer, porque por la puerta apareció alguien a quien creía que no volvería a volver a ver en un largo tiempo.

—Derek. —dije muy sorprendido. ¿Cómo se había enterado de que estaba aquí?

—¡O sea que los rumores son ciertos! —exclamó, y su voz rasposa llenó la habitación. Cerró la puerta y se acercó a mí con su característica sonrisa. Estaba igual, pero a la vez había cambiado un huevo. Había abandonado su melena larga y se había rapado el pelo. Llevaba un nuevo piercing en la oreja derecha. Pero su esencia seguía ahí. Sus dientes seguían igual de amarillentos y parecía en general un despojo humano. Aunque estaba más fuerte.

Una sonrisa se formó en mi cara.

—¿Qué haces aquí?

—¿Cómo hostias has acabado aquí, hermano? —Ignoró mi pregunta y se rio a la que se dejaba caer en la silla que se encontraba a mi lado.

—Ya sabes que siempre he tenido un punto débil por las enfermeras —bromeé y Derek volvió a reírse.

Me sorprendió lo mucho que había añorado esa sensación de familiaridad, de vieja amistad.

—Al final cambiarse de instituto no te ha traído más que desgracias, ¿eh? —Le dio unos golpecitos a la máquina que controlaba los latidos de mi corazón.

—Estoy hasta arriba de morfina, tío. ¿De verdad piensas que esto es una desgracia? —pregunté irónicamente y Derek se carcajeó.

—Tienes razón. ¿Me das un poco de eso? —bromeó y reí. Había echado de menos a ese imbécil.

—¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Eres todo un héroe ahí fuera. —Señaló con el pulgar la puerta de la habitación. Junté las cejas. Esa no era la respuesta que me esperaba.

—¿A qué te refieres?

—«Joven salva a chico de una paliza y acaba en las profundidades de un río» —enunció y con los brazos hizo un gesto como si se tratase del título de una noticia—. No sé cómo todavía no se han presentado los de la Fox para hacerte una entrevista. ¡Eres todo un notición! —exclamó y volvió a reírse.

—¿Cómo dices? —pregunté atónito.

—¡Oh, venga ya! No te hagas el modesto. ¡Les has pegado una paliza a cuatro matones que estaban reventando a hostias a otro tío tú solito! —Hizo un gesto de grandeza—. Vas a tener que decirme qué coño te tomas, porque ¡joder! Yo también quiero tener la fuerza del puto Increíble Hulk. —Se rio y me miró con admiración.

En vez de aclararme dudas, Derek sólo me había creado más preguntas.

—¿Eso es lo que dicen ahí fuera? —Derek asintió con la cabeza—. ¿Quién te ha dicho eso? —pregunté, y él se encogió de hombros.

—Estás en boca de todos. Ya no lo recuerdo. —Volvió a golpear el aparato—. ¿No te irrita? —lo señaló.

—¿Qué es lo que te han contado exactamente? —Me acomodé en la cama para prestar más atención.

—¡Joder! ¡He venido a que me contases en primera persona lo ocurrido, no a contártelo yo! —se quejó. Chasqueó la lengua y sacudió la cabeza. Esperé a que volviese a hablar—. Al parecer ibas conduciendo por la noche cuando viste que a un tío le estaban zurrando y como tienes complejo de héroe, le has salvado el culo. Creo que por la pelea os habéis caído los dos al río, o algo así... —Juntó las cejas—. No recuerdo muy bien esa parte. —Se encogió de hombros y después de unos segundos volvió a sonreír—. ¡Mi mejor amigo es un puto héroe! —gritó mientras reía.

Nada de lo que Derek había dicho tenía sentido. ¿Era esa la versión de la historia que se había difundido? ¿Por qué se alejaba tanto de lo que había pasado en realidad? ¿Y quién coño se había inventado esa bola?

—No soy ningún héroe. —Sacudí la cabeza, con la mirada perdida. Tenía que haber sido Abbie la que se hubiese inventado esa historia. ¿Lo habría hecho para protegerme?

—¿No? —Me miró, ahora confundido.

Negué con la cabeza.

—Fui yo quien pegó al otro tío. —Apreté la mandíbula. Derek levantó las cejas, sorprendido—. Nos tiré a los dos al río también. —Aparté la mirada. Probablemente no debía estar diciendo eso, pero confiaba en Derek. Él no diría nada.

—¿Estás de coña? —Se inclinó hacia delante, esperando mi respuesta. De nuevo, negué con la cabeza—. ¡Eso es mucho mejor! —exclamó y comenzó a reír.

Que Derek me hiciera sentir vergüenza de lo que había hecho era casi imposible. Siempre le habían gustado las peleas, participase o no en ellas. Todavía recordaba la cantidad de veces que le había tenido que socorrer porque había enfadado a los tipos equivocados.

—No tío, la he cagado de verdad. —Sacudí la cabeza.

—¿Sigues vivo, no? —preguntó y yo le miré de reojo—. ¡Pues ya está! ¿Por qué te preocupas? —Se dejó caer de nuevo en la silla.

Me quedé en silencio. En realidad tenía muchas cosas de las que preocuparme.

Decidí que quería cambiar de tema.

—¿Qué tal estás tú? ¿La vida te sigue maltratando igual que antes?

—En realidad las cosas van mejor que nunca, tío —dijo, alegre—. ¿Te acuerdas de Melanie? —me preguntó con picardía. Claro que me acordaba de Melanie. Era una chica de mi antiguo instituto. Era probablemente la más codiciada porque nunca nadie había conseguido colarse entre sus piernas—. Nos estamos acostando —dijo orgulloso.

—¿Con ella? —No me lo creía.

—No, con tu abuela —repuso con ironía.

—¿Qué coño has hecho para conseguirlo?

—Soy un chico encantador, ya lo sabes —presumió.

—¿Y también a ella las vas a utilizar hasta que te canses?

—No, tío, es diferente. —Sacudió la cabeza—. No es sólo sexo. Es... —Se quedó pensando—. No lo sé. Estamos de puta madre juntos. Me gusta mucho —dijo como si estuviese soñando despierto. Junté las cejas.

—¿Entonces estáis... saliendo? —pregunté confuso. No conseguía imaginarme a Derek en una relación.

—Podríamos decirlo así. —Se encogió de hombros con una enorme sonrisa—. No se lo hemos dicho a nadie todavía. Eres el primero en saberlo. —Me guiñó un ojo. Yo me quedé en silencio. Que Derek sólo se estuviera acostando con una chica me parecía raro, pero que esa chica fuese Melanie lo era aún más.

—¿Estás seguro de lo que estás haciendo? —le pregunté desconfiado. Derek tenía fama de cambiar de persona con la que follar cada semana. Nunca había hablado con Melanie, pero era una buena chica. No se merecía que el gilipollas de mi amigo le rompiera el corazón.

—Sí, tío. Es diferente cuando estoy con ella. —Casi me asustaba la forma en sonreía y miraba hacia el suelo con la mirada perdida. Era como si ya estuviese jodidamente enamorado de ella—. Sé que yo no digo estas putas chorradas, pero me encanta pasar tiempo con ella. —Me miró—. Además, ahora que tengo un piso, podemos pasar juntos todo el tiempo que queremos. —Me sonrió, picarón.

—¿Te has independizado? —pregunté incrédulo.

—¡Joder, es verdad! ¡Que no lo sabes! —Chasqueó los dedos—. Si no hubieses estado ignorando mis llamadas, te habrías enterado —me reprochó.

—Ya te dije que necesitaba un tiempo fuera de toda esa mierda. —Aparté la mirada.

—¡Ya, macho! ¡Pero no tenías que ignorar mi existencia también! —me recriminó—. Es igual. —Sacudió la cabeza. Acercó la silla a mi cama y se inclinó para que pudiese oírle—. Me han doblado el salario. Con el dinero que estoy ganando casi me podría ir a vivir a los Hamptons.

—¿Te han dobla...? —Me callé cuando me di cuenta de a lo que se refería—. ¿¡Todavía sigues trabajando para ellos!? —grité, fuera de mis cabales. La máquina comenzó a pitar más rápido.

—¡Ssshhh! —Miró la puerta alarmado—. ¡No grites, cabrón! —Me fulminó con la mirada.

—Derek, dime por favor que no sigues trabajando para ellos —le pedí, tenso.

—¿Acaso me culpas? ¡Casi cobro más que el puto presidente! —Rio. Le agarré del cuello de la sudadera y le acerqué a mí. Rápidamente, dejó de reírse.

—Derek. Esto es serio. Creía que habíamos acordado dejar eso atrás. Sabes lo que me hicieron a mí. Pude escapar de toda esa basura porque tuve suerte, pero tú a lo mejor no la tienes —le dije muy, muy serio. Esto era más grave de lo que pensaba. Cuando me encontré con Kelsey en la fiesta de Año Nuevo, me dijo que Derek seguía pasando, pero creía que se refería por su cuenta.

Desde entonces, me quedé un poco mosca con el asunto, por eso la semana anterior le había enviado un mensaje. Hablamos más bien poco. Tal y como esperaba, me insistió cuarenta veces en que volviésemos a trabajar juntos, pero no sabía que se refería a ese tipo de trabajo.

Me maldije a mí mismo por haber pasado de su culo todo ese tiempo. Si no hubiese decidido cortar de raíz con mi pasado, si no le hubiese abandonado a su suerte, probablemente no seguiría metido en el negocio.

Derek frunció el ceño.

—Joder tío, cálmate. —Se zafó de mi agarre y volvió a dejarse caer en la silla—. No es para tanto. Ellos me dan la mercancía, yo la vendo, y me pagan. Todo está bajo control. —Se encogió de hombros.

Negué con la cabeza con efusividad.

—No. Eso mismo pensaba yo, y en el momento en que quise dar un paso atrás y dejarlo, me di cuenta de que me tenían cogido por el cuello —No estaba comprendiendo el peligro que estaba corriendo—. Tienes que dejarlo, Derek. En serio. Es peligroso —le advertí parcialmente angustiado por su seguridad.

—Te estás agobiando demasiado —dijo despreocupado. Resoplé exasperado. ¿Cómo era posible que no hubiese aprendido de lo que me había pasado a mí?—. De todas formas necesito el dinero.

—Consigue un trabajo —dije rápidamente.

—Ya tengo uno. —Sonrió y apreté la mandíbula.

—Un trabajo legal —dije entre dientes.

—¿Con mis antecedentes? No me cogerían ni para limpiarle el culo a un elefante en un circo. —Bufó.

—Eso no es verdad. Y tampoco lo sabrás si no lo intentas. —repuse.

—De todas formas, ¿tú paraste de pasar cuando te fuiste del negocio? —me preguntó acusatoriamente. Me quedé en silencio—. Eso pensaba —dijo con recelo.

—Ya no lo hago.

—Pues me alegro mucho por ti, pero yo necesito la pasta.

—Sabes tú más que nadie que yo también la necesitaba. —Hice una pausa—. La necesito —me corregí.

—Mira, tío. —Se levantó de la silla y se sacudió los pantalones—. Agradezco que te preocupes por mí, pero no hace falta. Hasta ahora he estado sobreviviendo sin ti, creo que podré seguir haciéndolo.

Sentí un reproche en sus palabras.

—¿A eso has venido? ¿A echarme en cara que te abandoné?

—No. —Derek sacudió la cabeza—. Quería ver cómo estabas. Eres mi mejor amigo, tío. —Me sonrió, pero la sonrisa no le duró demasiado—. Pero no esperes que perdone así de fácil estos meses de vacío.

—Lo siento. —Suspiré. Sentía que esos últimos días me había disculpado más que en toda mi puta vida—. Necesitaba un respiro, por eso decidí alejarme. No debí haberte ignorado. Lo siento —repetí, y Derek se quedó en silencio. Si él no me perdonaba, no sabía qué iba a hacer, porque ahora que había vuelto a verle, me había dado cuenta de lo mucho que había echado de menos a mi mejor amigo.

Una sonrisa comenzó a crecer en sus mejillas.

—Cambiar de instituto te ha vuelto una nenaza —se burló de mí y sonreí al instante.

—Hijo de puta.

—Capullo. —Se acercó a mí y chocó su puño con el mío—. ¿Quieres que vuelva a verte? Sé que no soy una enfermera sexi, pero puedo ponerme un disfraz. —Se carcajeó y yo le di un puñetazo en las costillas. Él lanzó un aullido y se dobló en dos, todavía riéndose.

—Tú y tus piernas peludas os podéis ir a la mierda —dije mientras me reía—. Salgo mañana, con suerte —añadí y me recosté en la cama de nuevo.

—Pues ya quedaremos cuando estés fuera. Tenemos que ponernos al día. Quiero saber a cuántas chicas ha conquistado «Christian el rompecorazones»— Se rio y yo forcé una sonrisa.

Ese apodo nunca me había pegado más que ahora.


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¡¡HOLA HOLAAA!! ¿Cómo están mis lectoras favoritas?

Esta semana ha sido una mezcla de maravillosa y terrible. Tengo mucho tiempo en mis manos y quiero dedicarme a escribir como una loca, pero resulta que es verdad lo que dicen sobre que cuanto más tiempo tienes, menos cosas haces. ¡AAARRGHHHH! Me frustro un montón.

Aún así, no me olvido de vosotr@s... Este domingo os he entregado un capítulo que guardo en mi corazoncito. ¿Por qué? Porque Derek (personaje nuevo que llevo deseando que conozcáis mucho tiempo), ha aparecido en escena y yo desfallezco cada vez que habla. ¿Personaje favorito? Puede. ¡Aunque estoy tan enamorada de tantos!

¡Seguimos en el hospital! Pero ha habido revelaciones. Alguien le está cubriendo las espaldas a Chris y no sabemos quién es. ¿Tenemos teorías? ¡Quiero escucharlas!

Como siempre, os animo a votar, a comentar, y a compartir la novela con los amigos y la familia, porque ya sabéis lo que dicen: "compartir es vivir". Y de paso, echadle un vistazo a mi cuenta en Tiktok, quizá encontréis algo interesante por allí. ¡¡¡¡Mi usuario es el mismo que aquí!!!!

Muchos besazos,

Elsa <3


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