CAPÍTULO 19: «ESTE ES MI REGALO DE BIENVENIDA»
—No tenías por qué venir a buscarme, lo sabes, ¿no? —le pregunté a Hunter mientras me ponía el cinturón—. Podía ir en bus.
—El transporte público me da escalofríos, Abbie —dijo mirándome de reojo. Sonreí, divertida—. Además, no voy a dejar que vengas por primera vez a mi casa sola. Sería muy descortés.
—¿Seguro que puedo ir? No quiero molestar.
Hunter me había invitado a pasar la tarde en su casa y Mack me había obligado a decir que sí.
—Mis padres están trabajando, mis hermanos se han ido de viaje y mi hermana pequeña siempre está de compras con sus amigas —dijo mirándome de reojo.
—Te has asegurado de que estuviésemos solos en casa, parece —dije antes de darme cuenta de lo que había dicho. Hunter sonrió de lado y yo me sonrojé profundamente—. No he querido decir... No era eso lo que... Me has entendido mal —dije a la defensiva, fingiendo no estar profundamente avergonzada por lo que acababa de decir.
—Creo que te he entendido muy bien —Se rio Hunter.
Chasqueé la lengua, pero no dije nada más. En ese momento, mi móvil comenzó a sonar. Lo saqué de mi bolsillo trasero del pantalón y abrí los ojos cuando vi quién era.
—¿No vas a cogerlo? —me preguntó Hunter al cabo de unos segundos.
Salí de mi ensimismamiento y colgué.
—No es nadie —dije, nerviosa.
Miré al frente y procuré no pensar en por qué Chris me había llamado.
Atravesamos la ciudad hasta que llegamos a las afueras, donde todo parecía más limpio, más elegante. Las casas con complejo de mansión se elevaban más alto que algunos edificios del centro de la ciudad. Sus muros brillaban con el sol y las ventanas dejaban ver un interior amplio y cuidado. Decenas de jardines verdes con arbustos frondosos y flores de colores pasaban a toda velocidad ante mis ojos.
Apenas tardamos unos minutos en detenernos delante de una verja de metal. En frente de ella, un señor vestido con un traje negro nos observó unos segundos antes de volver a mirar al frente. Llevaba un pinganillo y mantenía una pose alerta, vigilante. Hunter pulsó un botón dentro del coche y la puerta chirrió hasta abrirse del todo. Atravesamos un camino de piedra hasta llegar a una casa de tres pisos, la más grande que había visto hasta ahora. Fascinada, observé la fachada. ¿Era legal tener una casa tan grande?
A mi izquierda, una enorme fuente de piedra se alzaba imponente en el jardín. El agua brotaba de la boca de unos delfines sin parar. Un laberinto de arbustos rodeaba la grandiosa fuente y pensé si, de pequeños, los hermanos Powell jugarían al escondite allí dentro.
Hunter se bajó del coche y con rapidez, me abrió la puerta. Me ofreció la mano y, halagada, la acepté. Caminamos juntos hasta la entrada. Pude contar como mínimo doce cámaras de seguridad repartidas por todo el jardín y la casa. Estaban colocadas de manera estratégica para no dejar ningún punto muerto.
Al lado de la entrada de casa, otro señor de tez oscura y con traje de color negro nos analizó unos segundos antes de volver a mirar al frente. Me pareció excesivo, pero no pensé demasiado en ello.
Cuando abrió la puerta de la casa, comprobé que el exterior de la casa no era nada en comparación con el interior. La entrada daba directamente a un enorme salón. Los muebles eran elegantes y la decoración era fabulosamente refinada y minimalista. La pared de enfrente era entera de cristal, dejando ver a través de ella una enorme piscina y, algo más allá, una cancha de baloncesto. A mi izquierda, unos pasillos escondidos ocultaban el resto de la casa. Al final del salón, a mi derecha, una enorme escalera de caracol de madera giraba sobre el mismo eje hasta los pisos superiores.
—¿Cuántos garajes tenéis? —pregunté todavía analizando el palacio.
—Uno, ¿por qué? —preguntó Hunter con confusión.
—No me cuadra. ¿Dónde metéis vuestras limusinas? —pregunté con sorna.
Hunter sonrió y negó con la cabeza.
—Muy ingeniosa —dijo, divertido—. Trae, dame eso. —Hizo el amago de coger mi cazadora y mi mochila—. ¡Sandy! —gritó y en apenas unos segundos, una señora de mediana edad, bajita pero tremendamente ágil caminó hacia nosotros.
—Señor Powell. Bienvenido —le saludó con cordialidad. Tuve que hacer el esfuerzo de no poner una mueca ante el exceso de respeto en ese saludo—. ¿Necesita algo? —preguntó con amabilidad.
—Sí, ¿puedes coger nuestras cosas y subirlas a mi cuarto? Voy a enseñarle la casa antes. —Me señaló con la mano educadamente.
—Hola. —Sonreí amistosamente. La señora, Sandy, me miró y sonrió también. Supuse que aquel era su trabajo. Sonreír y fingir que todo le parecía bien.
—Por supuesto —aceptó y cogió nuestras cazadoras y mochilas. Casi me dio pena verla tan cargada. Me mordí la lengua para evitar preguntarle si necesitaba ayuda—. ¿Quiere que les prepare algo mientras le enseña la casa a la señorita? —ofreció. Saqué de nuevo mi móvil del bolsillo de mi pantalón y miré la pantalla. No había dejado de vibrar y podía adivinar quién era.
—¿Quieres algo? —me preguntó Hunter.
Levanté la vista del móvil, distraída. Hunter miró mi móvil y luego me miró a mí, pero no dijo nada.
—No, gracias. —Volví a sonreír y guardé el teléfono otra vez en mi pantalón, no sin antes apagarlo. En ningún caso iba a contribuir a la esclavización laboral de aquella señora.
—Dos batidos de fresa y plátano, gracias Sandy —le dijo Hunter a la señora, ignorándome.
Sandy asintió con la cabeza y se marchó tan rápido como había venido.
—¿Por qué me preguntas si luego vas a hacer lo que quieres? —Enarqué una ceja.
—Porque tengo la esperanza de que me des la respuesta que quiero oír. —Sonrió triunfante. Me agarró de la mano y me arrastró por el salón.
—¿Dónde me llevas?
—A enseñarte la casa —dijo con obviedad mientras me llevaba hacia la cristalera.
—¿Toda la casa? ¡Ostras! Quiero llegar a mi casa para cenar, eh —bromeé.
Hunter se carcajeó y tiró de mí para que le siguiese el ritmo.
—Este es el salón, como podrás ver. Tenemos una mesa de billar allí al fondo, pero mi madre quiere deshacerse de ella. Dice que nos ponemos muy brutos cuando jugamos. La chimenea es decorativa. La de verdad está en el otro salón. —Hunter me fue guiando por el salón mientras iba señalando los muebles—. La televisión es de ochenta y seis pulgadas. Se la regalamos a mi padre por su cumpleaños. —Abrió una puerta corrediza de cristal y salimos al exterior—. La piscina no está limpia porque hace frío, pero en verano solemos montar muchas fiestas aquí cuando mis padres no están. Tendrás que venir a una —dijo y me sonrió—. La cancha de baloncesto no la usamos nunca. Somos más de fútbol —me informó. No imaginaba a Hunter jugando al fútbol. Era tan... cuadriculado—. Vamos, hace frío. —Tiró de mí y me guió hasta el pasillo del fondo del salón—. Por aquí tenemos el despacho de mi padre, el despacho de mi madre, un baño, el despacho de mi hermano mayor, otro baño, un salón de juegos... —Se detuvo frente a una puerta de color negro. Cada una tenía un color diferente. Blanco, negro, beis, blanco otra vez... La abrió y un flash de luces LED de color azul le iluminó la cara. Era una sala grande, con sofás, puffs, sillones, otra mesa de billar, una mesa para juegos, un futbolín, una fila de máquinas recreativas, una barra con bebidas y otra televisión enorme colgada en la pared—. Suelo estar aquí dentro cuando no estoy encerrado en mi habitación —dijo y volvió a cerrar la puerta—. Esta es la cocina —dijo cuando el pasillo desembocó en otra sala, no tan grande como el salón, de colores claros y perfectamente iluminada—. Vamos. —Volvió a tirar de mí.
En todas las salas en las que entré, una cámara me recibiía con una discreta pero visible luz roja que indicaba que estaba grabando. No quise darle demasiadas vueltas, pero era innegable que la cantidad de cámaras que había en esa casa era desmesurada.
—¿No te pierdes aquí? —pregunté mientras atravesábamos un pasillo que giraba a la izquierda.
—Sólo es acostumbrarse. Ya le cogerás el tranquillo —dijo sin mirarme. La mano que tenía agarrada comenzó a sudar de manera asquerosa. ¿Por qué decía esas cosas como si nada?—. Por aquí podemos bajar al gimnasio. No es muy interesante. Un poco más adelante está el spa y la sauna. Al final, hay una puerta que da al garaje. Allí guardamos nuestras limusinas y carruajes —dijo mirándome de reojo.
—Los caballos los tendréis en la cuadra —dije siguiéndole el rollo.
—Por supuesto —dijo con orgullo.
Seguimos caminando y acabamos de nuevo en el salón. Me guió hasta las escaleras y comenzamos a subirlas todavía agarrados de la mano. Por alguna extraña razón, Hunter se creía que si no me tenía sujeta, no iba a saber seguirle.
—En esta planta están las habitaciones. —Tiró de mí con ansias—. La de mi hermano, la de mi hermana, la de mi otro hermano... —dijo mientras caminábamos. La decoración era la misma: simple pero elegante. Cuadros coloridos decoraban las paredes y hermosos jarrones con perfumadas flores yacían sobre mesas de madera demasiado caras. Las puertas cambiaban de color igual que en el piso inferior y supuse que era para poder distinguir tantas habitaciones—. Al fondo está la de mis padres y el baño está justo al lado. En el otro pasillo están las habitaciones de los del servicio. Y esta es mi habitación —dijo al pararse enfrente de una puerta de color negro.
Me miró vacilante.
—¿De repente tienes vergüenza? —le piqué y Hunter sonrió de lado.
Abrió la puerta y me sorprendí al ver lo que había dentro. La decoración era completamente diferente; era más varonil, más juvenil. Recorrí con los ojos todos los pósters de diferentes equipos de fútbol que había en las paredes pintadas de blanco y negro. Sobre los pósters, estanterías llenas de libros captaron mi atención. Freud, Platón, Kant...—. ¿Te gusta la filosofía? —pregunté, sorprendida.
—Y la psicología —confirmó.
Una cama de matrimonio de color blanco ocupaba el fondo de la habitación. A los lados había unas mesillas de noche. A mi derecha, pude ver un corredor que daba a un armario enorme, con sillones para sentarse. La sala estaba bien iluminada porque una de las paredes era de cristal, como en el salón. En el exterior había una terraza con muebles y sombrillas. A la izquierda de la habitación había una enorme mesa de escritorio de caoba que desentonaba con el estilo de la habitación. Sobre ella, en una esquina, estaba una pecera con el pez del que me había hablado el día que nos conocimos. A mis espaldas había otra televisión, esta vez algo más pequeña que las anteriores, y debajo de ella, un montón de juegos y consolas.
Me giré a mirar a Hunter, que me observaba atento.
—Una casa muy sencilla —dije finalmente.
—Tiene una cosa o dos. —Sonrió con modestia. Se acercó a mí y me apartó un mechón de la cara—. ¿Te gusta? —me preguntó con una media sonrisa. Su cercanía me ponía los pelos de punta.
—Todavía estoy debatiendo. Hay muchas cosas que valorar —bromeé y Hunter rio.
—Había pensado que podíamos charlar un rato, ver una película, comer unas palomitas... —dijo con la voz suave mientras se acercaba más a mí. Me agarró de la cintura y juntó mi cuerpo al suyo. Ahogué un grito. Le miré a los ojos, nerviosa. Sus facciones eran finas y su piel era blanca. Me daba miedo acariciar su piel; era como si se fuese a rayar si lo tocaba—. ¿Qué te parece el plan? —me preguntó. Nuestras narices se rozaban.
—¿Esto también entra dentro del plan o es un extra? —pregunté mirando sus labios de color rosa oscuro.
—Este es mi regalo de bienvenida —susurró con suavidad y me besó.
Sus labios se movieron sobre los míos con delicadeza, suaves y con dulzura. Era placentero, como un paseo por barca en un lago. Lento para disfrutarlo, pero no lo suficiente como para aburrirse. Sus manos se posaron en mi mandíbula y me atrajeron más a él. Rodeé su cuello con mis brazos y disfruté de la sensación embriagadora de besar sus labios. No se movían como los de Chris, sus besos no eran tan voraces ni tan apasionados, pero me gustaban.
—Las bebidas, señor —dijo repentinamente la voz de una mujer.
Me separé de Hunter de un empujón y miré a Sandy con las mejillas ardiendo de la vergüenza, pero a Sandy pareció no importarle. Dejó las bebidas en la mesa del escritorio y se marchó casi sin mirarnos.
Miré a Hunter y él me miró a mí.
—¿Batido de fresa? —preguntó con diversión.
Nos tumbamos en su cama para ver una película. Quiso poner una de superhéroes porque le dije que nunca había visto ninguna. Sin embargo, no podía considerar que, una vez aparecieron los créditos en la pantalla, había visto una película de superhéroes porque no le había prestado nada de atención. Hunter había pasado su brazo detrás de mi cuello y su mano no había dejado de acariciarme el hombro causándome escalofríos constantes. Las pocas veces que conseguía concentrarme en la película, a Hunter le llegaban unos mensajes al móvil que él no tardaba en responder.
Cuando la pantalla se quedó en negro, Hunter le dio a pausa y me miró sonriente.
—¿Te ha gustado? —preguntó esperanzado.
—Eehhh... Sí. —Sonreí y Hunter puso los ojos en blanco.
—No te ha gustado —refunfuñó.
—¡Que sí! Es sólo que no entiendo por qué sólo ellos tienen superpoderes, es una probabilidad tan pequeña de tenerlos que es imposible. No tiene demasiado sentido para mí —dije y Hunter se mordió el labio.
—Si no fuera porque me gustas un montón, te estaría echando de casa ahora mismo —dijo mirando mis labios. Aparté la mirada y me revolví, nerviosa. Podía oír los latidos de mi corazón en mis oídos.
—Tendré que aprender a valorarlas —murmuré con la voz ahogada y carraspeé.
Hunter sonrió.
—¿Harías eso por mí? —preguntó juntando un poco más nuestras caras.
—Supongo.
—Estoy obligado a devolverte el favor de alguna manera, entonces. —Su aliento chocó con mis labios.
—¿Se te ocurre algo? —pregunté sin pensar.
Los labios de Hunter se estiraron con fiereza.
—Déjame probar —dijo antes de volver a juntar nuestros labios en un beso. Sorprendida, pero emocionada, agarré su cuello y lo acerqué a mí. Esta vez, el beso era más demandante, más ansioso. Sus labios se movían con más rapidez, con más ganas. Le agarré el pelo y tiré de él, pero no gimió como yo esperaba.
Se tumbó encima de mí y automáticamente, abrí mis piernas para que se pudiera colocar entre ellas. Su mano voló a mi espalda baja y juntó nuestras caderas, creando un roce que me estaba encendiendo por dentro. Sin pedir permiso, su lengua se coló en mi boca y comenzamos una guerra apasionada, clamando territorio y serpenteando para conseguirlo. Volví a tirar de su pelo, pero de nuevo, Hunter no gimió. Aquello me distrajo un poco, lo suficiente como para no darme cuenta de que la mano de Hunter se estaba deslizando por debajo de mi camiseta. Se me escapó un suspiro de placer y tiré de su cinturón para volver a juntar nuestras caderas.
Hunter comenzó a besarme la mandíbula y el cuello y volví a jadear de placer. Estaba tan cerca de mi punto débil justo detrás de la oreja, sólo tenía que... Mi hilo de pensamientos se esfumó cuando Hunter se alejó de esa zona, dejándome ligeramente colgada. Él no sabía que aquel era mi punto débil. ¿Cómo iba a saberlo?
La mano de Hunter se quedó en mi abdomen, acariciándome la piel y provocando que me retorciera con ganas de más. Deslicé mis manos por debajo de su jersey y jugueteé con su abdomen, desconocido e inexplorado. No encontré una pequeña cicatriz en el lado derecho, ni tampoco unos abdominales tan marcados. Su piel era suave y firme, pero no era la misma.
Frustrada, deslicé mis manos hasta su bragueta. Quizá lo que encontrase ahí fuese mejor.
—Abbie —dijo Hunter, separándose levemente de mí y provocando que mi mano quedara tendida en el aire.
—Perdón —murmuré humillada. Escondí mis manos bajo mi espalda y miré el hueco entre nuestros cuerpos. Hunter se separó de mí y se deslizó a mi lado. No quise mirarle a la cara.
—No pasa nada —me consoló—. Es sólo que no quiero que sea precipitado. —Sus dedos acariciaron mi mejilla y le miré. No parecía enfadado ni molesto, lo cual me aliviaba, pero me avergonzaba pensar que había estado dispuesta a hacerlo.
—Yo tampoco —dije después de unos segundos.
Nos quedamos tendidos en la cama medio abrazados en silencio durante un rato. Yo pensaba en lo que había estado a punto de hacer y Hunter probablemente también.
Le llegó otro mensaje.
—Mi hermana no me deja en paz —dijo mientras tecleaba en su móvil.
Le miré sonriente.
—¿Problemas de hermano mayor? —pregunté, divertida.
—Hoy ha quedado con un chico que hacía tiempo que no veía y no deja de mandarme mensajes preguntándome qué hacer. Le he dicho que le compre comida, eso siempre nos pone contentos —me respondió sin mirarme, todavía tecleando.
—Sois seres muy simples. —Me reí.
—Me está preguntando qué debería comprarse para salir esta noche con él. Ayúdame, por favor, estoy desesperado —me pidió—. Mira estas fotos y le dices, yo ya me he aburrido. —Hunter me pasó el móvil y caminó hacia una puerta que no había visto antes—. Voy al baño y vuelvo. Respóndela por mí, seguro que tú tienes mejor gusto —dijo y me guiñó un ojo antes de cerrar la puerta.
Divertida, miré su móvil. Había cuatro fotos sin abrir. Pulsé en la primera foto y un cuerpo menudo apareció embutido en un vestido corto de tubo color verde turquesa. Estaba en un probador y había mucha ropa tirada por el suelo. No le pude ver la cara porque la foto estaba cortada. Me quedé con una imagen mental del vestido y abrí la segunda foto. Aquel vestido era un poco más corto que el anterior, si aquello era posible, y era de color plateado con lentejuelas. No me pareció un vestido casual así que cerré la foto rápidamente, descartando esa opción. La tercera foto era de un top blanco. Me fijé en su pelo, de color blanco igual que el de Hunter. Era obvio que eran hermanos. Sin embargo, algo me llamó la atención. Ese pelo lo había visto antes. Recorrí su cuerpo con la mirada y analicé su mentón, la única parte de su cara que era visible. No podía ser... ¿no? Cerré la tercera foto y abrí la cuarta con urgencia.
Me quedé helada.
Era ella.
Llevaba un mono con un pronunciado escote y estaba sonriendo a la cámara. No cabía duda. No podía olvidarme de ella aunque quisiese.
—¿Ya le has respondido? —La voz de Hunter me sobresaltó.
—¿Tu hermana es Kelsey? —le pregunté todavía impactada. Parecía casi absurdo que no me hubiese dado cuenta antes. ¿Cómo había estado tan ciega?
—¿La conoces? —preguntó, sorprendido, y se tumbó a mi lado. Le tendí el móvil y asentí con la cabeza.
—Conozco a su ex —dije por inercia—. Derek —concreté.
Hunter frunció el ceño.
—No tiene ningún ex llamado Derek —dijo lentamente. Esta vez fruncí yo el ceño.
—¿Seguro? —Estaba confusa.
Chris me había dicho que Kelsey había estado con su amigo Derek.
—Sólo ha tenido un ex, así que es difícil confundirme. El chico era algo idiota, pero a mi hermana le gusta. Es cierto que las tías sólo os fijáis en los chicos más cabrones —dijo y chasqueó la lengua, disconforme. No le presté atención, mi intuición y mi instinto femenino se habían activado, y algo me decía que ahí había gato encerrado.
—¿Y cómo se llamaba? El ex novio, digo —pregunté con cautela. Estaba casi segura de cuál era la respuesta a mi pregunta y no sabía si quería saberla.
—Christopher. No, no era Christopher. ¿Cómo se llamaba? Era algo como... ¡Christian! Sí, eso es, Christian —dijo con una sonrisa.
Cerré las manos en puños y apreté los labios. Era cierto.
—¿Sí? ¿Cómo se conocieron? —pregunté intentando contener las ganas de gritar.
—En una fiesta, creo. Estuvieron juntos durante un tiempo, pero él dejó de hablarla de un día para otro. Al menos eso fue lo que me contó mi hermana. —Se encogió de hombros. Inspiré hondo y miré la pared detrás de Hunter. Chris me había vuelto a mentir. Le había preguntado quién era esa chica y me había mentido. ¿Había algo en lo que me hubiese dicho la verdad?
—Creo que me voy a ir a casa ya. Se hace tarde —dije sin mirarle y me levanté de la cama.
—Mmmmm... Vale, te llevo. —Podía sentir su mirada en mi nuca—. ¿Va todo bien? ¿He dicho algo malo? —me preguntó con preocupación.
Me calcé y me giré a mirarle.
—No, todo está bien. Es que le había prometido a mi hermano que llegaría a casa pronto para preparar la cena. Eso es todo —mentí con una sonrisa.
Hunter me observó unos segundos más.
—Está bien. Vamos, entonces —dijo poco convencido. Agarré mis cosas y salí de la habitación con rapidez. Me quería ir de allí.
Mis ojos se clavaron de repente en todos los cuadros de fotos que había repartidos por la casa. ¿Cómo era posible que no me hubiese fijado? En cada foto, un conjunto de seis cabelleras de color rubio platino sonreían efusivamente. Sólo había dos mujeres, Kelsey y quien supuse que era la madre de Hunter. Parecía que se estaba burlando de mí.
Saqué el móvil del bolsillo trasero de mi pantalón y comprobé que tenía diecisiete llamadas perdidas de Chris y cuarenta y dos mensajes suyos.
Bajamos las escaleras de caracol y nos dirigimos a la puerta de la entrada.
—¡Sandy! —gritó Hunter y en pocos segundos, la mujer menuda apareció en el salón—. Tengo que salir un momento. Mi hermana llegará en un rato. Papá y mamá me han dicho que llegarán para la cena, en torno a las diez. Que todo esté preparado para entonces —le habló con firmeza.
—Por supuesto, señor Powell. Me pongo manos a la obra ahora mismo —dijo antes de marcharse de nuevo. Hunter me rodeó la cintura con el brazo y me guió al exterior. Me abrió la puerta del coche y después de unos segundos, se subió él también.
Arrancó y comenzó a conducir hacia mi casa.
—¿Seguro que estás bien? —me preguntó mirándome de reojo—. Estás muy callada.
—Sí, gracias —dije distraída—. Estaba pensando en lo que iba a hacer para cenar. —Volví a mentir. Evité mirarle porque sabía que Hunter no se había creído una palabra de lo que le había dicho.
—¿Siempre te encargas tú? —preguntó al cabo de unos segundos. Le miré sin entender—. De la cena —concretó.
—Ah... No, a veces la prepara mi hermano también.
—¿Y tus padres? ¿Trabajan mucho? —preguntó distraído.
—Mi madre sí —respondí de forma evasiva.
—Mis padres son iguales; casi no pasan tiempo en casa. Hoy es el primer día en dos semanas que vienen a cenar, por eso le he dicho a Sandy que prepare una cena elaborada.
—¿Esa mujer vive con vosotros? —Hunter asintió con la cabeza—. ¿Y está feliz? ¿No tiene familia?
—Sandy es una vieja amiga de la familia. Nunca se casó y no tiene hijos. Tiene una hermana, pero no se hablan. Mis padres la contrataron porque la echaron de su casa cuando la despidieron de su antiguo trabajo. Es una mujer muy amable, siempre nos recuerda lo agradecida que está de que la hayamos acogido. Dice que somos como la familia que nunca tuvo —me explicó mientras aparcaba frente a mi casa. No me había dado cuenta de que ya habíamos llegado.
—Es muy bonito —dije conmovida, pero no conseguí olvidar la frialdad con la que Hunter había hablado a la pobre mujer, ni la formalidad con la que ella había respondido. Era casi como si en vez de tratarle con —excesivo— respeto, tuviese miedo.
—Me lo he pasado muy bien —dijo, cambiando de tema—. Podemos repetir este fin de semana, si quieres —me ofreció.
—Claro, vamos hablando. —Sonreí. Hunter se inclinó y me dio un suave beso en los labios.
—Voy a empezar a volverme adicto a estos besos —susurró contra mis labios—. Son peores que la droga —dijo con diversión, haciéndome reír levemente.
Agarré la manija de la puerta del coche y le saludé una última vez antes de bajarme. El coche arrancó cuando estaba a medio camino de la puerta. Saqué las llaves de casa, pero antes de poder llegar a la puerta, una voz me heló la sangre.
—¿Móvil sin batería?
Me giré de un impulso. Chris estaba en la acera de la calle, observándome como si tuviese miedo de que me fuese a desintegrar. La luz de las farolas alumbraba su rostro, lo que le daba un toque tétrico y misterioso.
—No. —Me crucé de brazos. No me iba a molestar en pretender que no le había ignorado a propósito—. ¿Qué haces aquí? ¿Me estabas espiando? —pregunté cuando me di cuenta de que Chris había tenido que estar esperando a que llegase a casa.
—Te he llamado —me ignoró.
—Y yo te he ignorado, ¿no te has dado cuenta? —dije amargamente.
—¿Dónde has estado? —demandó saber y dio un paso en mi dirección. Su actitud era hostil y calculadora. Me recorrió con la mirada, como si estuviera esperando encontrar algo anormal.
—No te importa —dije a la defensiva.
—¿De qué le conoces? —preguntó señalando con la barbilla el lugar en el que antes había estado el coche de Hunter.
—No te importa —repetí. No iba a darle explicaciones a Chris de con quién salía y con quién no. Era lo último que me faltaba.
—Abbie, esto es serio.
—Me da igual, déjame en paz y no vuelvas a venir aquí —dije antes de darme media vuelta y caminar hacia mi casa. Chris me agarró del brazo antes de subir las escaleras del porche.
—Necesito que me hagas caso. ¿Qué sabes de él? ¿Qué te ha contado? —Chris parecía nervioso, y creí saber por qué era.
Dibujé una sonrisa socarrona, y me sacudí de su agarre, enfadada.
—Muchas cosas. Fíjate, que hemos tenido tiempo de hablar hasta de su hermana Kelsey y de sus ex novios —siseé y apreté los labios.
Chris se tensó y tragó saliva.
—Te lo iba a decir —murmuró. Solté una carcajada amarga—. No es nadie, Abbie. No me importa nada esa chica.
—¿Por eso ha ido a buscarte hoy a la salida de clases? ¿Por eso salisteis de fiesta juntos hace unas semanas? —espeté, enfadada—. No me mientas más, Chris. Estoy harta.
—No te miento. Kelsey no es nadie.
Sus mentiras escocían más que la verdad.
—¿Ah, sí? Creo recordar que tú y ella tenéis una cita esta noche, ¿no? Tengo entendido que se ha comprado el vestido más corto de toda la maldita ciudad para conquistarte —dije de manera despectiva.
Chris resopló y dio un paso en mi dirección.
—Cuando te dije que la chica estaba colada por Derek era parcialmente verdad, ¿vale? No llegó a estar con él pero solamente porque él no quiso.
—Está claro que si estás con ella es porque quieres —bufé.
—No es tan sencillo —me cortó—. Está obsesionada conmigo, Abbie. La he dejado claro muchas veces ya que no quiero nada con ella. Pero es... complicado —dijo apartando la mirada de mí. Me enfurecía que siempre fuera tan ambiguo, que siempre me contara las cosas a mitad, que siempre me tuviera que enterar de la verdad por terceros. Y la historia de aquella estúpida chica había sido la gota que había colmado el vaso.
—En realidad es muy fácil. O estás con ella, o no. Me da igual, Chris. No me tienes que dar explicaciones. Total, las veces que lo has hecho, me has mentido —dije con rencor—. Pero no tengas la cara dura de venir a pedirme explicaciones a mí de con quién y dónde he estado.
—Abbie, tienes que...
—¿Estuviste con ella mientras estabas conmigo? —No le dejé responder—. Sí, ¿verdad? —Reí amargamente y sentí una punzada en mi corazón—. Debí haberlo supuesto. ¿Cómo iba a ser posible que no me hubieses mentido en absolutamente todo? —dije para mí misma. Estaba comenzando a asimilar lo que significaba aquella nueva revelación.
Chris me agarró la muñeca y me miró severo.
—Nunca hice nada con Kelsey cuando tú y yo estuvimos juntos —me aseguró. Sus ojos me miraban suplicantes, pidiéndome que me tragara la sarta de mentiras que volvía a contarme otra vez.
—¿Pretendes que te crea? —siseé—. Todo lo que tocas lo destruyes, Chris. Eres lo peor que me ha pasado, te lo puedo asegurar. Peor que Brandon —añadí y Chris apretó la mandíbula. Sabía que le había dolido que le comparase con Brandon.
—Piensa lo que quieras sobre Kelsey, Abbie. Nunca te pondría los cuernos. Si por algo podré irme a la tumba tranquilo, será por ello —dijo muy serio—. Pero no es por eso por lo que estoy aquí. Necesito que me escuches de verdad: no puedes seguir quedando con ese chico —me ordenó.
—¡Ja! ¡Lo que me faltaba! —Me reí, alucinando.
—Hunter no es alguien con quien quieras relacionarte, Abbie. —Su tono de advertencia no fue lo que me llamó la atención, sino el hecho de que supiese su nombre.
—¿Lo conoces? —pregunté ahora más atenta.
Chris se removió, nervioso.
—Sí, por eso necesito que me hagas caso y dejes de quedar con él. No es bueno —me advirtió. Casi pude sentir el peligro en sus palabras.
—¿Y tú sí? —le ataqué.
La mirada de Chris se oscureció.
—Es diferente. Es peligroso —dijo con la voz tensa.
—¿Por qué? —pregunté con escepticismo. Chris vaciló—. Tampoco me lo vas a contar, ¿no? —No dejé que me respondiera—. Claro que no. Porque es mentira. Te lo estás inventando porque estás celoso de que haya pasado página, Chris. —Estaba furiosa y harta de que me mintiera constantemente. De su boca sólo salían mentiras y más mentiras—. En serio, ya vale. Si quieres buscar excusas para que no salga con él, al menos inventa una historia que me puedas contar —dije entre dientes.
Chris no dijo nada. Sólo me observó, como si estuviera sopesando opciones en su mente.
—No me vas a hacer caso, ¿verdad? —preguntó aguantando la rabia.
—No me vas a contar la verdad sobre Kelsey, ¿verdad? —contraataqué y Chris asintió con la cabeza, enfadado. Me miró durante unos segundos antes de darse media vuelta y desaparecer.
Frustrada y enfadada con Chris por arruinar todo lo que me permitía estar feliz, entré en casa dando un portazo.
—¿Abbie? —Oí la voz de mi hermano en el piso superior.
—Sí, ¿quién va a ser si no? —murmuré con enfado para mí misma.
—¿Dónde estabas? No me habías avisado de que no venías a comer. —El cuerpo de Mason apareció por las escaleras.
—He quedado con un amigo —dije sin mirarle—. ¿Tú qué haces aquí? ¿No deberías estar trabajando? —Me giré para mirarle.
—Me despidieron hace tres semanas —me informó y yo abrí los ojos con sorpresa.
—¿Qué? ¿Por qué?
—A mi jefe no le gustó que le pusiera los cuernos a su hija. —Se encogió de hombros y yo abrí ligeramente la boca.
—¿Y qué vas a hacer? —pregunté al cabo de unos segundos.
—Esta mañana he tenido una entrevista en un concesionario de BMW. Mañana me llamarían para decirme qué han decidido —me explicó y yo asentí con la cabeza. Había estado tan distraída con mis problemas amorosos que no le había prestado atención a Mason—. No se lo digas a Mack; tampoco lo sabe. Mañana cuando me llamen del concesionario hablaré con ella —me pidió y yo asentí con la cabeza otra vez.
—Vale. A ver si tienes suerte. —Sonreí ligeramente—. Voy a hacer la cena —le avisé y caminé hacia la cocina.
—¿Has llamado a mamá? —me preguntó Mason, haciendo que me detuviera en el sitio.
—Sabes que no —murmuré y me refugié en la cocina.
Oí a Mason suspirar y sus pasos subir por las escaleras hasta que desaparecieron.
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Hola... (dice con voz timidina la autora).
¡LO SÉ, LO SÉ! ¡LA SEMANA PASADA NO ACTUALICÉ! ¡MATADME, SACRIFICADME! ¡SOY CULPABLE!
Ahora en serio, perdón por no actualizar. Ha sido una semana de locos, y se viene un mes de más locos. Diciembre está dispuesto a acabar conmigo, pero yo no me voy a dejar. Tengo pensado sobrevivir, sea como sea. NO OS VOLVERÉ A FALLAR.
Este capítulo ha sido INTENSO. Hunter y Abbie por poco hacen el ñaca-ñaca y Chris ha ido a recriminarle la vida entera a la Abbie. ¿Qué pensamos al respecto? ¿Nos estamos volviendo locos ya todavía os queda algo de cordura?
Había pensado que podía, para compensar el capítulo que faltó la semana pasada, actualizar dos capítulos esta semana. ¿Qué os parece? ¡Dejádmelo en los comentarios!
Como siempre, os animo a votar, a comentar, y a compartir la novela con los amigos y la familia, porque ya sabéis lo que dicen: "compartir es vivir". Y de paso, echadle un vistazo a mi cuenta en Tiktok, quizá encontréis algo interesante por allí. ¡¡¡¡Mi usuario es el mismo que aquí!!!!
Muchos besazos,
Elsa <3
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