CAPÍTULO 14: «SUPONGO QUE ME SIENTO SOLO»
Había pasado casi una semana desde el incidente en la discoteca. Abbie se había marchado sin darme la oportunidad de hablar con ella, aunque tampoco la culpaba. Me habría gustado poder preguntarle cómo estaba, saber si aquel hijo de la gran puta le había hecho algo, si le había puesto la mano encima. Aquella idea me volvía loco.
Perdí los papeles en cuanto entré en la habitación. Había estado quince largos y casi eternos minutos buscándola desde que había visto cómo Kelsey me había dado un beso. Recuerdo que la grité, la insulté, y por primera vez, ignoré sus amenazas y salí corriendo detrás de Abbie. Había visto en sus ojos cómo ese beso la había terminado de romper por dentro. Y necesitaba poder explicarle lo que había ocurrido.
Otra vez.
Comencé a buscarla como un loco. Una de las veces en las que revisé con la mirada el piso superior me pareció distinguir su silueta de ese reconocible y difícilmente olvidable vestido. Cuando terminé de subir las escaleras, no la vi, así que asumí que estaría dentro de alguna sala detrás de aquellas puertas negras. Al abrir la primera puerta, vi una escena que me gustaría poder eliminar de mi memoria. La cerré con rapidez. En la siguiente me encontré lo mismo, aunque me di cuenta de que, al igual que en la primera habitación, la chica no parecía estar consciente. Ese patrón me puso alerta, y me urgió mucho más encontrar a Abbie. No sabía si era ella la que había visto desde el piso de abajo, pero si estaba en una de las habitaciones, podía imaginarme lo que podría estar pasando en esos momentos.
Necesitaba encontrarla.
Comencé a correr entre puerta y puerta. Me estaba impacientando. No podía dejar de sustituir en mi mente a la chica de la primera habitación por Abbie. Esa imagen me volvía loco.
Me abalancé sobre la quinta puerta y por fin la vi. Un hombre de traje estaba encima de ella, ahogándola. Veía rojo. La habitación, el pasillo, Abbie, el cabrón hijo de puta... La rabia me invadió de un segundo a otro. Me lancé sobre él y comencé a golpearlo. Quería desfigurar su cara, que su familia no le reconociera nunca más. Sin embargo, antes de poder saciar mi rabia y mis ganas de vengarme y ajusticiar a Abbie, alguien me separó de él. Estaba fuera de mí mismo, no controlaba mis acciones. Me revolví e intenté volver a lanzarme sobre aquel desgraciado, pero quien quisiera que me estuviera sujetando tenía fuerza. No podía ver más allá del color rojo. Joder. Antes de arrastrarme fuera de la habitación, mis ojos conectaron con los de Abbie. ¿Había llegado a tiempo? No lo sabía.
Me lanzaron fuera de la discoteca de un empujón. Caí en el frío suelo de un callejón sin salida. Intenté volver a entrar, pero estaba cerrado. Llamé a Derek, pero no me cogió. Necesitaba volver a entrar. Mi corazón iba a mil por hora. No podía dejar a Abbie allí dentro. Había ido con Mackenzie, por lo que las dos corrían el mismo peligro. Ella no lo sabía, pero esa gente era peligrosa. Había visto demasiadas caras conocidas, y no me daba buena espina.
—¡Tío! —Por fin me contestó Derek al teléfono—. ¿Dónde estás? Llevo diez minutos con Kelsey y no deja de llorar porque te has pirado —se quejó.
Ignoré la última parte y le expliqué lo que había pasado.
—Necesito ayuda. Tienes que buscar una puerta que dé a un callejón. Has dicho que conoces este sitio, ¿no? —pregunté con impaciencia.
—Creo saber cuál es. No te muevas. Ahora mismo voy —dijo Derek ahora más serio. Había comprendido que aquello era importante para mí, que Abbie estaba en peligro y que no iba a parar hasta encontrarla de nuevo.
Derek no tardó en abrirme la puerta. Acordamos que yo iría a buscar a Abbie y él se quedaría en la puerta para vigilar que no viniera nadie de seguridad. Corrí dentro de la discoteca y volví de nuevo a meterme en la pista de baile. La gente borracha me empujaba y me hacía tropezarme una y otra vez con los pies de otras personas. Segundos antes de soltarle un puñetazo a un chaval que claramente era menor, las vi. Aparté a todos aquellos que estaban en medio y agarré del brazo a Abbie. Procuré no ejercer demasiada presión; todavía llevaba la escayola. Ignoré la oleada de tristeza y culpabilidad que me inundó. Teníamos que salir cuanto antes de allí.
A pesar de que no me costó demasiado convencerla de que debía acompañarme, me dolió notar que desconfiaba de mí. No quería estar conmigo, y sabía que únicamente había aceptado porque sabía que estaban en peligro. En cierto modo, me alegraba que Mackenzie estuviese ahí, porque si hubiese estado sola, nunca habría venido conmigo. Y si algo sabía de Abbie es que jamás haría algo que supusiera arriesgar la vida de la gente a la que quería.
En el momento en que aceptó mi mano, sentí un cosquilleo electrizante, una alegría demoledora, una paz aliviante, una familiaridad dolorosa. Fueron una mezcla de sentimientos que me confundieron por un segundo, que me impidieron pensar. ¿Habría sentido ella lo mismo que yo?
Derek nos esperaba en el callejón, tal y como habíamos acordado. Me había mandado un mensaje avisándome de que había tenido que noquear a un segurata, y que tuviésemos cuidado en el pasillo de camino a la calle.
Una vez fuera, quise rodear su cuerpo con mis brazos y nunca soltarla. Por fin podía verla con claridad, sin las molestas luces de la discoteca ni la odiosa música que no te permitía pensar. La observé detenidamente mientras hablaba con Mack, y me quedé embobado. Estaba preciosa. Incluso con la ropa mal puesta, el pelo revuelto, el maquillaje corrido y algo de sudor en la frente, Abbie era la persona más bonita que había podido tener el placer de observar jamás.
Debía admitir que no me esperaba que Mack fuese tan cortante conmigo, pero comprendía que estuviese enfadada, y debía proteger a su mejor amiga.
Protegerla de mí...
Ese pensamiento dolía, me quemaba por dentro. Pero intentaba consolarme a mí mismo. Le había hecho una promesa a mi madre. No me iba a rendir.
Por esa razón insistí en poder hablar con Abbie. Quería saber si estaba bien, si aquel malnacido la había tocado, si necesitaba algo, si podía ayudarla, si podíamos hablar... A pesar de que vi en sus ojos cómo quería ceder, la duda no duró más de una fracción de segundo. Su mirada se oscureció y se despidió de mí. Las vi marcharse desde la oscuridad del callejón, y sentí de nuevo como Abbie se llevaba un trocito de mí.
Otro más.
(...)
—Te dijimos que debías descansar, ¿te acuerdas? —me reprochó el doctor.
—Tuve un pequeño percance —contesté con hastío.
El calvo de bata blanca estaba revisando mis lesiones. Me había dado un discursito de por qué debía reposar, pero sólo podía pensar en lo mucho que le brillaba la calva bajo los fluorescentes. No estaba nada contento con el hecho de que no le hubiese hecho caso en lo del descanso, pero la verdad es que me importaba un huevo. Yo tenía otros problemas mayores.
—Sorprendentemente, la fractura de las vértebras no ha empeorado. —Se quedó pensativo mirando la radiografía—. Podría incluso atreverme a decirme que ha mejorado —susurró con impresión—. Supongo que has tenido mucha suerte. —Me miró sonriente.
—O quizá no es para tanto —bufé.
—¿Te duele si te toco aquí? —Me palpó la zona izquierda de las costillas. Negué con la cabeza, obteniendo como respuesta un silencioso «mmmm...»—. ¿Y aquí? —Me apretó más fuerte. Tuve que aguantar las ganas de pegarle en la cara y cagarme en todos sus muertos. ¡Joder que si dolía! Fingí una sonrisa y volví a negar con la cabeza. Si aparentaba que me había recuperado, no me harían volver. Recibí de nuevo un breve murmullo de respuesta. Se quitó los guantes y se sentó en su silla de escritorio. Desde ahí, su calva brillaba un poquito más—. Aunque no has hecho caso, me sorprende decirte que has mejorado estas últimas semanas, por lo que voy a darte el alta. Podrás volver al instituto este mismo lunes si así lo deseas. Pero si por algún casual te duele la espalda, sientes alguna molestia en la columna vertebral, debes volver. Es una zona muy delicada y... —Volvió a recitarme el mismo discurso de unos minutos atrás, y esta vez decidí no escucharlo.
Después del incidente en la discoteca, mi madre me había regañado por salir de fiesta, por tanto, me había obligado a quedarme en casa reposando, tal y como me habían mandado. Lo cumplí porque sabía que mi madre se quedaría más tranquila. Aún así, las veces que había ido al hospital con mi padre, había aprovechado para ir a dar una vuelta con el coche, ir a dar un paseo, y quizá visitar los sitios que sabía que Abbie visitaba a menudo. La biblioteca, las tiendas de antigüedades, y esa tienda de ropa de segunda mano de la esquina en la calle Laforet que le encantaba tanto. El dueño ya la conocía, por lo que muchas veces Abbie iba allí únicamente para charlar con él.
Me vestí de nuevo y salí de la consulta con los quinientos papeles que me había dado el doctor. Quise tirarlos a la basura, pero sabía que mi madre querría pruebas de que ya estaba bien.
—¿Sí? —contesté el teléfono sin mirar quién era.
—Chris, necesito que me hagas un favor —me dijo mi padre con la voz agitada—. Tengo que ir a por unas pastillas para tu madre y luego he quedado con el médico en casa para que revise las máquinas, ¿puedes ir a buscar a Lily al colegio? —Oí de fondo el pitido de los coches por encima de su respiración.
—Claro, estoy cerca. —Me subí al coche y encendí el motor—. ¿Mamá está bien? —Fruncí el ceño.
—Sí, sí, no te preocupes, es sólo que... No importa, luego hablamos. —No me dio tiempo a despedirme de él porque ya había colgado.
Miré el teléfono unos segundos, sospechando de la actitud de mi padre. No era la primera vez que mi padre me mentía para que no me preocupara.
Intentando averiguar lo que había podido pasar, aparqué en doble fila frente al colegio de Lily. Había llegado justo a tiempo para verla salir corriendo junto a sus compañeras de clase. Buscó a mi padre ansiosa, y cuando me vio a mí, se le dibujó una sonrisa enorme en la cara. Retomó la carrera y se lanzó a mis brazos.
—¡Chrisi! —gritó en mi oído. No pude evitar reír. Aquella niña irradiaba felicidad—. ¡Has venido! —Me dio numerosos besos en la mejilla y volvió a abrazarme—. ¿Papá? —preguntó una vez se separó de mí.
—Ha tenido que hacer unos recados, peque. —Le coloqué un mechón detrás de la oreja—. ¿Qué pasa? ¿Prefieres a papá antes que a tu hermano mayor? —Me hice el ofendido.
Lily puso cara de horror y negó con la cabeza frenéticamente.
—¡No! ¡NO! —chilló y yo reí—. Papá no me deja ir a por helado después del colegio, pero Chrisi sí. —Me miró con ojos de cordero degollado a la vez que hacía pucherito con los labios.
Puse los ojos en blanco y suspiré, divertido.
—Ni se te ocurra decírselo a papá y mamá —la amenacé con el dedo. Ella se selló los labios y tiró una llave imaginaria lejos de nosotros. Asentí satisfecho—. Hay trato. —Lily se montó emocionada en el coche y después de poner sus canciones favoritas, conduje de camino a la heladería a la que hacía ya mucho tiempo también llevé a Abbie.
Disfrutamos cada uno de un helado de chocolate blanco y dulce de leche sentados en los bancos del parque. Lily quería dar de comer a los pájaros, así que había roto la punta del cono para lanzárselo, y por ello, el helado había comenzado a gotear y se había manchado el vestido.
—Mamá dice que pronto es mi cunbeaños —dijo Lily sin mirarme.
Abrí los ojos sorprendido y comencé a contar en mi cabeza. Con todo lo que había estado ocurriendo, no me había percatado de que quedaban un par de días para el cumpleaños de Lily.
—Cumpleaños, Lily —le corregí, pero ella estaba demasiado concentrada en jugar con las hojas del suelo. Nunca le había costado hablar, pocas veces pronunciaba mal una palabra, pero por alguna razón, la palabra «cumpleaños» se le complicaba—. ¿Sabes ya qué regalo quieres? —La observé amontonar las hojas en una pila.
—Papá dice que este año igual no hay regalos. —Se encogió de hombros.
Apreté la mandíbula y respiré hondo. A Lily no le importaba, pero a mí sí. No era justo que una niña no pudiese tener regalos por su cumple. Las medicinas de mi madre eran caras y su tratamiento también, sin hablar del hecho de que tuviéramos las máquinas en casa... Por esa razón había empezado a trabajar de camello. Quería que Lily tuviera todo lo que quisiese, que nunca le faltara nada.
Quería que fuese feliz.
—Vale, ¿pero tú qué querrías por tu cumpleaños? ¿Qué es lo que más desearías en el mundo mundial? Algo que te apetezca mucho. —Me agaché a su altura para mirarla a la cara.
Se quedó pensando unos segundos.
—Que mamá se cure. —Sonrió inocentemente y siguió jugando con sus hojas. Dejé caer la cabeza, rendido y entristecido. A veces la vida era tremendamente injusta. Aquel era uno de los pocos deseos que no había forma humana de que yo pudiese cumplirlo.
Cuando llegamos a casa, mi padre no estaba. Me asomé a la habitación y vi a mi madre tumbada en la cama, descansando.
—¿Puedo pasar? —Llamé a la puerta antes de entrar.
—Claro. —dijo mi madre alegremente e hizo el amago de levantarse de la cama para recibirme.
—¡No! Descansa, tranquila. —La ayudé a tumbarse de nuevo y la observé. Tenía la piel ligeramente más pálida que otros días, y parecía que le costaba moverse—. ¿Cómo estás? —Me senté a su lado.
—Bien —mintió. Me quedé callado, mirándola, esperando a que dijera la verdad. Ella suspiró y apartó la mirada—. Estoy bien, de verdad, es tu padre... Que se preocupa por nada, ya sabes. —Volvió a mirarme.
—¿Por qué ha quedado con el doctor? —La escudriñé con la mirada.
—No es nada, hijo, de verdad... —Me sonrió débilmente, lo cual me preocupó mucho más.
—Mamá, sabes que si no me lo dices tú se lo voy a preguntar a papá, así que... —No pude acabar mi amenaza porque Lily entró corriendo en la habitación.
—¡Mamá! —chilló entusiasmada, y antes de que se pudiera lanzar sobre ella, la agarré de la cintura.
—Con cuidado, Lily. —Hizo una mueca de arrepentimiento y miró a su madre con ojitos tristes.
—Perdón... —susurró, casi con las lágrimas inundando sus ojos. Mi madre la sonrió, compasiva, y la hizo hueco en la cama.
—No pasa nada, cariño. Ven aquí. —Extendió sus brazos, y Lily se subió a la cama con mucho más cuidado. Se acurrucó sus brazos y comenzó a contarle lo que había hecho ese día en el colegio. Lily no entendía por qué había veces que no podía entrar en el cuarto de su madre, por qué a menudo no la veía en varios días, por qué no la podía acompañar al instituto o ir a recogerla de la misma manera que hacían las mamás de sus amigas. Muchas veces protestaba y otras muchas lloraba, triste, pero se la acababa pasando porque mi padre y yo hacíamos todo lo posible por que no sufriera.
Las miré cotorrear felices unos minutos. Los ojos de mi madre brillaban cuando estaba con Lily.
—Voy a hacer la comida —las avisé, pero ni se percataron de que me había marchado.
(...)
—Joder, qué putada tío. —Derek soltó el humo y le dio unos golpes a la colilla para tirar el tabaco chamuscado.
—Tú también vas al instituto —contesté a la defensiva.
—Ya, pero si a mí me hubiesen dado la oportunidad, habría alargado la baja lo máximo posible. —Se rio a carcajada limpia—. Cualquier cosa para no ver al profesor de Química. —Le dio una calada al porro.
—Es un cabrón.
—Y tanto —concordó y los dos reímos.
Miré el horizonte y suspiré. Desde el tejado del edificio de Derek se podían ver las montañas a lo lejos. Las vistas me recordaban a las de su antigua casa. No era capaz de enumerar la cantidad de veces que él y yo nos habíamos subido borrachos al tejado de casa para filosofar sobre la vida mientras mirábamos salir el sol. Los amaneceres desde ese sitio eran asombrosos.
—¿Quieres? —Me ofreció el porro.
Lo observé unos segundos en silencio, dudoso, pero acabé negando con la cabeza. Las drogas no iban a resolver mis problemas.
Le di un trago a la botella de ginebra.
El alcohol no contaba.
—Supongo que el lunes la veré —murmuré sin mirar a Derek.
Tardó un rato en contestarme.
—¿Cómo estás tan seguro de que ha vuelto al instituto? —Una ráfaga de aire me permitió aspirar el olor a maría.
—No lo estoy.
—¿Qué vas a hacer? —me preguntó al cabo de unos segundos.
Me encogí de hombros.
—Si lo supiera te lo diría. —Jugué con el tapón de la botella de ginebra.
—Creo que nunca te he visto tan jodido, ¿sabes? —dijo sin mirarme—. Cuando te dijeron lo de tu madre, reaccionaste de otra manera. —Se quedó pensativo—. Creo que no atravesaste las etapas de ira, tristeza y dolor. Creo que directamente saltaste a la de aceptación. Sabías que las cosas iban a cambiar y que ibas a tener que madurar pronto, que tendrías que estar ahí para tu hermana... —Se quedó callado—. Pero con ella... no sé, tío. Es diferente. —Le volvió a dar una calada al porro.
Yo bebí de mi botella.
—Nunca he tenido tan claro que quiero luchar por algo —dije sin apartar la mirada de las montañas—. Merece la pena. Me hace ser mejor persona. Es una de las chicas más maravillosas que he conocido en mi vida y que probablemente vaya a conocer. No quiero perderla. Probablemente sea egoísta de mi parte, pero... La quiero.
Derek me miró un segundo y volvió a apartar la mirada.
Nos quedamos en silencio unos minutos largos.
—Probablemente Melanie se venga conmigo a vivir al piso. —Giré la cabeza como un halcón para mirarle. Esperaba ver una mueca de humor, pero no la encontré.
—¿Qué? —pregunté, atónito—. No lo dices en serio. —Derek aspiró el humo, despreocupado.
—Su casero la quiere echar de su casa y no tiene dónde ir. No se habla con sus padres y no tiene hermanos, ya sabes —me explicó—. No voy a dejarla durmiendo debajo de un puente, Chris. Sé lo que es y no es bonito. —Sus ojos eran puro dolor y melancolía.
—Sabías que podías venir conmigo. Podrías haber aceptado la oferta —le reproché.
—Y tú sabes que yo no podía hacer eso. Bastante teníais en vuestra casa. —Dejó escapar el humo por la nariz—. De todas formas, eso da igual. No voy a dejar que una persona, sea quien sea, pase por lo mismo que tuve que vivir yo. —Lanzó la colilla y se sacudió las manos.
Mi mejor amigo había sufrido demasiado para la edad que tenía. Su madre le echó de casa cuando apenas tenía catorce años debido a su mal comportamiento y su padre estaba en la cárcel desde que Derek tenía dos años. Su madre entró en depresión poco después de que lo encarcelaran, y pagó con Derek los problemas que comenzó a desarrollar con el alcohol. Su abuela lo acogió en su casa hasta los dieciséis, pero poco antes de que yo me alejara de él, su abuela murió. Me contó que estuvo sobreviviendo como pudo durante un tiempo, durmiendo en la calle y robando de algún que otro supermercado hasta que reunió la suficiente pasta para poder alquilar una casa. Su casero era un tipo muy extraño, pero necesitaba un inquilino y Derek necesitaba una casa, así que ninguno de los dos hizo preguntas.
Derek siempre decía que si su madre no le hubiese echado, no habría tardado en marcharse, pero yo sabía que él la quería demasiado como para abandonarla de aquella manera. Hacía mucho tiempo que Derek no hablaba con ella, y aunque intentaba ocultarlo, se notaba que le dolía.
—Está bien. —Le rodeé los hombros con el brazo y le ofrecí la botella de ginebra. La aceptó.
—He estado pensando en ir a ver a mi padre —susurró. Evité mostrar sorpresa y me limité a asentir con la cabeza.
—¿Por qué ahora? —Derek no conocía a su padre y nunca había mostrado ningún interés en él.
—Supongo que me siento solo. —Sacó una cajetilla de cigarros y se encendió uno—. Por eso tampoco me parece mala idea que Melanie se mude conmigo. Lo nuestro va más en serio de lo que en un principio había planeado, y así tengo a alguien a quien dar algo de cariño, supongo. O alguien de quien recibirlo —dijo con apatía.
Fue en ese momento en el que me di cuenta de que había dejado a mi mejor amigo a su vera cuando me marché del instituto. Era la única persona en quien confiaba y le había dejado de lado. Me sentí una mierda de persona. Derek estaba solo, literalmente solo. Podía llegar a ser un payaso y de vez en cuando, un poco cabrón, pero era mi mejor amigo, y le quería como a un hermano.
—¿Crees que es una buena idea? —le pregunté y me miró confuso—. Lo de tu padre —concreté.
—No lo sé. Tampoco sé si reuniré el valor de ir a conocerlo. —Se encogió de hombros y le dio una calada al cigarro. Se lo dejó entre los dientes y sacó su paquete de tabaco para mezclarlo con la maría. Observé cómo se hacía su tercer porro de la tarde mientras le daba unos tragos a mi propia droga líquida—. Realmente estoy hablando por hablar. No sé. —Sacudió la cabeza frustrado—. ¡Joder! Estar contigo me hace ponerme semental. —Rio entre dientes—. Tienes algo, colega, un poder de esos o algo así. Ganarías una pasta de psicólogo. O de policía. —Rio más fuerte, haciéndome reír a mí.
—Son los porros que te has fumado, no soy yo. —Le di un codazo en las costillas.
—Por los porros sentimentales. —Alzó el porro en el aire.
—Por el alcohol filosófico. —Hice lo mismo con mi botella de ginebra. Íbamos demasiado borrachos y colocados para la hora que era, pero no nos importaba.
—Eso me gusta más. —Rio y los dos bebimos un par de tragos largos.
Antes de poder darnos cuenta, vimos una vez más el sol salir por el horizonte.
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¡BUENASSSSS!
Hoy ha tocado actualizar por la noche. Ha sido un día largo y no he tenido tiempo de subir el capítulo antes. ¡Pero no iba a dejaros un domingo sin capítulo!
Estamos descubriendo poco a poco lo que piensa Chris, lo que pasa por su mente cuando Abbie no parece entender una mierda de lo que hace o dice. ¡Por eso sus POVs son tan importantes! Y tan interesantes... JEJEJEJEJEJE
Esta ha sido un capítulo tranquilo en el que hemos conocido un poquito más a Derek, personaje el cual, repito, AMO. Si es que me lo comía entero. ¿Os ha gustado saber una nueva faceta suya? ¿Pensáis que Derek se merece lo mejor del mundo? ¿Se lo merece Chris?
Como siempre, os animo a votar, a comentar, y a compartir la novela con los amigos y la familia, porque ya sabéis lo que dicen: "compartir es vivir". Y de paso, echadle un vistazo a mi cuenta en Tiktok, quizá encontréis algo interesante por allí. ¡¡¡¡Mi usuario es el mismo que aquí!!!!
Muchos besazos,
Elsa <3
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