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♥︎Capítulo 27: intoxicación

Parpadeo e intento abrir los ojos pero la cabeza me duele horrores. Me llevo una mano a los ojos y suelto un quejido. Cuando logro abrir los ojos y enfocar la vista lo primero que veo es el rostro de mi padre. Luego observo la habitación blanca y limpia. Esta en el hospital.

— ¿Cómo estás? — pregunta mi padre y no soy capaz de hablar. No tanto por el cansancio sino por el miedo que recorre cada parte de mi cuerpo. No había visto a mi padre en meses y que esté aquí solo indica lo mal que me irá. Lo presiento. Recuerdo las pastillas de golpe, seguramente debí tomar de más.

— bien — respondo al fin

— Carlos me llamó. Pensé que esto  nunca pasaría —dice y su tono es cortante.

Mi hermano y yo habíamos hecho una promesa nada más pisar el internado. Si ocurría algo fuese lo que fuese lo resolveríamos nosotros. Nunca llamaríamos a nuestro padre. Al parecer lo ha hecho.

— ¿Qué dijo?

— Que estabas en el hospital. Sobredosis de pastillas

No respondo, sé lo que debe estar pensando pero no sé qué debo responder. No siento nada. Ni dolor, ni rabia, ni tristeza, nada.

— Te has intentado matar — murmura entre dientes como si decirlo le produjese vergüenza. Se sienta en la silla y me mira con rabia. Puedo entrever algo de preocupación pero es tan poca que apenas se percibe entre tanto enojo.

— Escucha...— digo intentando explicar lo que pasó.

— No. Escúchame tú a mí, Iván. He aguantado tu vida de gastos y te he permitido hacer lo que quieres pero se acabó. Te has intentando suicidar como cualquier moribundo. ¿Acaso no tienes todo lo que quieres? No te falta nada pero al parecer tu problema es mental...

Su tono desciende gradualmente y algo en eso me hace estremecer. Ha descubierto que tengo depresión porque como es obvio ha pensado que me he intentado suicidar. Miro hacia una esquina, quiero explicarle pero la cabeza no cesa de doler.

— No es lo que crees — tal vez si me defiendo y le hago comprender que solo fue un error, todo se calme.

— Sí es lo que todos creen. Tienes depresión y esto ha sido un intento de suicidio de los varios que se pueden producir. Lo mejor para ti es que te interne en una clínica de salud mental hasta que mejores

Mi mundo se viene abajo y todo comienza a dar vueltas. No es verdad. No puede destrozar mi vida. No puedo volver a empezar otra vez. Los recuerdos de la muerte de mi madre vuelven. Nos envió al internado para deshacer de nosotros, como va a hacer ahora.

— No quería hacerlo pero lo siento hijo, es la única manera de que mejores. La muerte no es una salida

Carlos entra. Su rostro está blanco pero sus ojos rojos. Me mira con profunda tristeza y hace un intento por sonreír. Se sienta en la silla. Nuestro padre murmura algo que no entiendo y sale diciendo a Carlos que me vigile. Ambos nos quedamos en silencio, miro hacia otro lado.

— Lo siento — susurra pero no respondo. — Hermano, casi te pierdo...y yo... te dejaste vencer por la pena tras la ruptura con Leonor

Cierro los ojos y permanezco unos segundos en silencio. Es obvio que iba a darse cuenta. Llevo mucho sin verla y mi semblante se ha entristecido. Desde que se fue no he sido capaz de fingir más.

— No fue sólo por Leonor — en mi ser hay un dolor desde hace bastantes años que no se ha podido sanar. Ella solo fue el desencadenante de lo que ya sucedía.

— Sé que ella también está sufriendo

Me río irónico. Aquello si es una vil mentira. Leonor es tan egoísta que no es capaz de pensar en nadie que no sea ella

¿Cómo no me di cuenta antes?

Su belleza de sirena mortal me eclipsó de tal forma que no fui capaz de ver las cosas como eran en realidad.

— La he visto

— ¿Qué?

— Está en el hospital

Ni siquiera siento algo cuando dice eso. Tras la noticia de mi padre me vacié. Cualquier atisbo de sentimiento que hubiese habido en mí, desapareció.

— Fue sobredosis, como tú —continúa al ver que no respondo. Al parecer en la fiesta de Shirley algunos se pasaron.

Sonrío sarcástico al recordar cómo nos llamábamos: Romeo y Julieta. Ambos se suicidaron el mismo día, los dos por amor.

Nosotros nos destruimos por una rivalidad absurda entre universidades y por poco moríamos.

Si eso no es  gracioso, no sé que lo era.

Me río y mi hermano me mira como si estuviese loco. Ya no me importa.

***

Carlos entra en la habitación del hospital con un café en su mano. Cierra la puerta tras de sí.

La enfermera sale cuando mi hermano asegura que se hará cargo. Según el protocolo del hospital ningún paciente ingresado por intento de suicidio debe permanecer solo.

Pienso en mi padre. Mi depresión no era algo con lo que él contaba y si moría su reputación se vería afectada porque el suicidio de un hijo era lo peor que podría sucederle a un conservador. Así que enviarme a una clínica de salud mental es la vía rápida.

— Iván— pronuncia mi hermano y fijo mi vista en él.—No sabía qué hacer y estaba muy preocupado, tenía que llamar a papá

Ambos habíamos prometido no decirle nada a nuestro padre sino cubrirnos las espaldas, pero ha roto la promesa. De nada servía confesarle que en realidad no he intentado suicidarme sino que fue un accidente. Ni mi padre cambiaría de parecer, ni él de pensamiento.

Permanecemos en silencio varios segundos.

— Yo también probé la droga — confiesa. Se lleva una mano a la nuca mientras observa la habitación, reflexionando — pero a algunos de mis amigos no les fue tan bien.

— nñNo me he drogado

— Se quién te ha dado esas pastillas.

Le miro a los ojos pero no digo nada. Lo sabe. De alguna forma intuye lo que hice en el palacete. El recuerdo de la droga entrando por mi sangre me avergüenza.

— Nunca te dije esto porque no quería que pensases mal de mí pero creo que es tiempo de que lo sepas. Aunque no me creas yo era amigo de Kek y conocía a Nirek.

Suspira y se apoya en el respaldo del asiento. Aquello me toma por sorpresa. Nunca me imaginé a mi hermano con ellos, hasta donde creía los despreciaba.

— ¿El primo de tu novia?

— Sí. Yo no pertenecía a los indomables pero de alguna forma... Me acogieron. Salíamos juntos a las fiestas. Hugo era uno de ellos. Era un niño rico que hacía poco había entrado a la pandilla. Creo que no llegaste a conocerlo. Yo recuerdo su rostro como si le hubiese visto ayer.

ꟷ No me suena su nombre

— Hugo era arrogante pero muy cercano a Kek. Él lo introdujo en el mundo oscuro de la droga, comenzó a consumirla. A tal punto que la adicción le estaba matando. Kek y él eran muy amigos. Pero parecía importarle más el dinero que la amistad. Hugo solo caía y caía.

— ¿Y tú que hiciste?

— No podía hacer nada. Cada quién decide su camino.

La palabra Camino me recuerda a Jesucristo. Al parecer hasta mis pensamientos se oponen a mis deseos. No quiero pensar en religión.

— Un día Hugo desapareció— continúa Carlos— Luego nos dimos cuenta de que sus padres lo enviaron al extranjero a estudiar y eso lo salvó. Si Kek había sido capaz de permitir que su mejor amigo se hundiese en la miseria es capaz de llevarse a cualquiera por delante con tal de lograr su fin, conseguir dinero.

— pero yo...

— No quiero que termines mal

— Enviarme a una clínica no...

— Sí cambiará las cosas — leyó mi pensamiento. — Sanarás. De la tristeza que te consume por Leonor

— Está bien —contesto vacío. Quiero hacerme a la idea de la nueva vida que tendría a partir de ahora. Puedo decir que en realidad el manicomio es un alivio puesto que si estoy allí no volveré a ver a Leonor. No deseo verla nunca jamás en mi vida. La odio.

— ¿Recuerdas cuando intentaste hacer un huevo por primera vez y lo lanzaste a la sartén con cascara y todo?

Nos reímos recordando esa anécdota, al principio con risas suave y finalmente soltamos carcajadas. Ese día fue inolvidable, como muchos otros a su lado. Me había gustado vivir con él.

— Te echaré de menos

— Yo también

Leonor entra en la sala sin siquiera llamar y nuestras risas se apagan. A pesar de que sabía que estaba aquí no quería verla.

Destroza toda la alegría cuando pasa. Quiero gritarle cuanto la detesto pero me siento tan vacío que dejo de sentir.

Carlos se excusa y sale de allí, rompiendo el protocolo, como si presintiese la importancia de este instante.

Me quedo solo.

Solo frente a ella.

***

Nadie tiene tanto poder como para evitar la muerte y vivir para siempre. De la batalla entre la vida y la muerte nadie se libra, ni siquiera los malvados.

Eclesiastés 8:8

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