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|| Capítulo 17 ||

(Se recomienda leer el capítulo mientras escuchas Sad Song de We The King y Elena Coats)

Todos se habían ido a "dormir", si es a que tener sexo gritando como animales es dormir, claro. En cambio yo, me quedé en la sala de estar, con una manta por la fresca noche y algunas porciones de pizza que habían sobrado, las demás se las dejé a Sheila, pese a que aún no haya bajado de su habitación.

Estaba viendo Yo antes de ti en Netflix, con la soledad a mi lado, porque ahora parecía que a la única persona que le importaba, me había echado de su vida.

Bueno, técnicamente de su habitación.

Por eso me gustaba esta película, tal vez no era la mejor, pero demostraba que el amor podía nacer de las formas más extrañas, en un ambiente extraño y lo mejor es cuando no lo ves venir.

¿Pero será verdad que ella me quería como su novia? Porque a decir verdad, ni siquiera yo sé lo que siento por ella, solo quiero que sea feliz. Por eso me siento horrible, porque de una broma tonta salió lastimada y un corazón como el suyo no lo merecía.

Sin embargo, creo que exageró un poco, porque no tenía derecho a gritarme de esa manera y tratarme así, me dolió mucho lo que dijo.

Ambas nos habíamos lastimado mutuamente, actuando como dos adolescentes que no saben dialogar, pero en mi cabeza no dejaba de rondar la pregunta de si realmente ella se sentía atraída por mí.

Porque si me ponía a pensar, era como habían dicho les chiques, a veces tenía comportamientos extraños, los cuales no eran de amistad. Las miradas, las caricias, sus acciones al estar para mí en mis peores momentos...

Yo diría que eso hacen los amigos, pero las dos veces que dormimos juntas, el mundo se sintió perfecto, porque estaba a su lado. Les demás decían que ella me quería, pero me costaba creerlo.

Tal vez Sheila solo era demasiado cariñosa y de algún modo se sentía reflejada en mí, así como yo con ella. Antes era igual de alegre como el sol y ante la tempestad, sonreía, como ella, pero ahora no es así.

O bueno, trataba de que no fuera así.

De repente oí un pequeño rechinido entre los gritos de placer.

Muy linda la cabaña, pero haré una queja con el constructor por no hacer las paredes más gruesas o no sé, lo que sea que haga que no se escuchen sus gemidos.

Sabía que el rechinido se debía a la puerta de su habitación que la había abierto. Eso significaba que bajaría a comer algo y tendríamos que hablar de esto.

Cuando oí como sus pies descalzos se esforzaban por no hacer ningún ruido, sentí un nudo en el estómago. No sabía porqué, pero imaginaba que era por la plática que debíamos tener.

Se detuvo a la mitad de las escaleras en cuanto vio la luz de la televisión. Dio media vuelta para volver, pero notó que ya la había visto.

—Solo... solo vengo por comida... —murmuró.

—No te preocupes, no te molestaré más.

Terminó de bajar las escaleras y se dirigió hacia el refrigerador, pero al pasar cerca del sofá, se detuvo y se dio media vuelta.

—¿Crees qué podamos hablar? —la miré y observé el arrepentimiento en sus ojos.

—Claro.

Tomé el control remoto y presioné el botón que decía OK para pausar la película. Sheila se acercó a mí y se sentó a mi lado.

Sus piernas estaban juntas y sus manos sobre ellas, mientras jugaba con sus dedos nerviosamente.

—Aunque no lo parezca, no es fácil pedir disculpas para mí —comentó—. Me gusta tener la razón, pero sé qué esta vez me excedí. Estaba furiosa y terminé desquitadóme contigo, lo siento.

—Creo que también te debo una disculpa, no debí hacer algo que no querías y...

—No te eches la culpa, no debí reaccionar así ante un beso sin importancia.

—¿Amigas? —torció sus labios en una pequeña sonrisa.

—Amigas —afirmó.

Giró su cabeza hacia la televisión y volvió a sonreír cuando se dio cuenta cual era la película que estaba mirando.

—No sabía que te gustaba esta película.

—Hay mucho que aún no sabes de mí, Thalía.

—¿Te gustaría ver la película conmigo mientras comemos pizza?

—Me encantaría.

Se dirigió hacia el refrigerador y tomó lo que sobraba. Cuando se sentó a mi lado presioné el botón de OK nuevamente y la película continuó. Había quedado pausada en la parte que Louisa pasaba tiempo con Will y su amor iba floreciendo lentamente, como una semilla plantada en la tierra, que se toma su tiempo, ni lento ni rápido, todo era en el tiempo perfecto.

Así se suponía que tiene que ser el amor correspondido, aquel que se quedará a tu lado, sin importar que tan oscura sea la vida, sin importar si los días son tan bellos y coloridos como un arcoíris o oscuros y fríos como los días de tormenta.

De pequeña soñaba con casarme con la chica más bella del mundo y tener dos hijos y un gato o un perro. Mi ilusa niña interior no tuvo en cuenta que encontrar el amor, era como buscar una aguja en un pajar.

Mi corazón estaba más tranquilo que habíamos hecho las paces y que todo estaba bien, pero comenzó a latir con rapidez cuando nos recostamos en el sofá y Sheila rodeó mi panza con sus brazos. Nos tapamos con la manta y pude sentir su respiración en mi cuello.

La piel se me erizó, pero no de incomodidad, sino de satisfacción. No sabría describirlo, pero me gustaba sentirla tan cerca de mí.

—¿Thalía, puedo preguntarte algo?

—Dime —giré mi cabeza para mirarla.

—¿Por qué te dejas abrazar por mí? ¿Por qué el contacto físico te gusta conmigo, pero no con los demás?

Bajé la mirada y suspiré.

—No tienes que contarme si te trae malos recuerdos.

Creo que se lo debía, ella no sabía mucho de mi pasado y me confesó la causa de su dolor, lo menos que podía hacer era contarle un pedazo del pasado que aún me atormenta.

—Sucedió en la secundaria, en el primer año —comencé a relatar—. Mis compañeros se habían enterado que me gustaban las chicas y desde entonces comenzaron a molestarme, tenía muchas peleas y siempre nos llamaban a la sala de la directora y ella prefería creerlos a ellos, que a nosotras dos —hice una pausa y tragué grueso—. Hubo una semana de invierno en donde Emily se enfermó y tuvo que faltar a la escuela. Los chicos aprovecharon que mi salvadora no estaba y comenzaron a provocarme, diciéndome groserías. Hasta que uno de ellos me vendó los ojos y me llevó hasta el baño, no sé si era el de hombres o el de mujeres, pero olía muy mal...

Mis ojos comenzaron a cristalizarse, pero no quería llorar, no esta noche.

Dirigió su mano a mi mejilla y comenzó a acariciarla lentamente, mientras que sus ojos me decían que ella iba a estar para mí por si me rompía. Con ella podía romperme y reconstruirme.

—Ellos... ellos comenzaron a hacerme cosquillas, pero no era gracioso, me daba miedo que me hicieran algo más, porque decían que era lesbiana porque no había conocido al chico ideal...

—¿Y qué... sucedió? —preguntó con temor y curiosidad.

—Comencé a gritar, a patalear y a mover los brazos para lastimarlos, pero uno de esos chicos me sostenía de atrás... —bajé la mirada, porque no soportaba ver como sus ojos me miraban con lástima—. De repente... llegó un profesor y la directora dijo que solo había sido una broma de mal gusto. Cuando Emily se recuperó y supo de todo, fue uno por uno y los golpeó hasta dejarlos en el hospital y nos expulsaron a las dos, porque éramos una mala influencia.

Sheila se quedó en silencio.

Con sus brazos me atrajo hacia ella y oí cómo su corazón latía rápidamente, igual que el mío.

—Sé que tu hermana era importante para ti, pero ahora quiero ser yo quien te proteja, quiero ser yo quien esté para ti, quiero ser tu estrella —susurró.

Me acurruque en sus brazos, porque sabía que nunca me juzgaría, que nunca me diría que estaba exagerando o que algo andaba mal conmigo. Sabía que con ella estaría todo bien, todo estaría en calma, como cuando el agua está quieta, porque no hay nadie que la perturbe.

—Ya lo eres... —dije en un hilo de voz casi inaudible.

Nos quedamos así por lo que pareció media hora o más. Ninguna de las dos había dicho nada, el silencio adornaba la sala de estar, porque sabíamos que no era necesario decir nada para consolar a la otra.

Solo debíamos abrazarnos, estar al lado cuando fuera necesario y los ojos se encargaban de comunicar lo demás. Podía verlo en ellos, sentía pena por mí, pero también me decían que no me iban a dejar.

Era malo depender todo el tiempo de alguien, no podía depender de sí Sheila me protegía o no, porque en esta vida nacemos solos y solos nos iremos.

De repente, nos alejamos para mirarnos a los ojos y sonrió.

—¿Así qué ya soy tu estrella? —preguntó de manera burlona para levantarme el ánimo.

Rodé los ojos, siguiéndole el juego.

—Sigue soñando.

Soltó una pequeña risita.

—¿Quieres hablar sobre lo que me contaste?

—¿Y qué habría que hablar?

—¿Crees qué es normal lo qué les sucedió?

—En un mundo lleno de homofobia, sí, en un mundo donde puedes ser libre, no.

—¿Conoces la historia de Moisés y los diez mandamientos? —negué con la cabeza—. Cuando reinaba Seti, un rey que decretó que todo bebé varón debía morir, pero una familia de esclavos hebreos dejó a su bebé recién nacido en el río Nilo en una cesta, a la mañana siguiente la hija del rey lo encontró y adoptó, pese a que su padre estuviera en su contra. Con el tiempo Moisés se convirtió en un gran guerrero y arquitecto, pero asesinó a un egipcio para salvar a un esclavo y tuvo que huir, años después regresó a Egipto con la misión encomendada por Dios de liberar al pueblo hebreo de la esclavitud, como su promesa decía.

—¿Cómo los liberó? Eran esclavos y los egipcios eran más poderosos.

Con cada palabra que salía de sus labios, los ojos le brillaban más y más. Parecía que le gustaba mucho hablar de Dios, aunque tenía en claro que yo no tenía su misma fe.

—Dios lanzó diez plagas sobre Egipto, a través de Moisés y su hermano Aarón, pero Ramsés segundo, el rey, se negaba a dejarlos ir. Hasta que Dios mandó la última y la peor de las plagas, la muerte de todos los primogénitos, ante la amenaza el rey no accedió, porque creía que era una simple táctica, pero a la media noche, el ángel pasó por cada casa de los egipcios y se llevó a su primogénito, sin importar la edad —hizo una pausa—. Ramsés los dejó ir y fueron libres después de más de cuatrocientos años de esclavitud.

—¿Por qué el rey no accedió? Pudo haber evitado la muerte de su hijo.

—El orgullo y la necedad ciegan, pero no todo acabó así —fruncí mi ceño confundida—. Cuando los hebreos iban a atravesar el Mar Rojo, el ejército del rey los persiguió, hasta que Dios abrió las aguas y su pueblo pudo caminar por la arena sin siquiera mojarse, Ramsés creyó que su ejército podría atravesar el mar y cuando estaban a mitad de camino, las aguas se cerraron y se tragó al ejército entero.

No confiaba del todo si la historia era verdad o no, pero debía admitir que era una historia increíble, que hablaba sobre la confianza de Moisés que dejó el lujo y la riqueza por su pueblo.

—¿Pero qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando?

—La libertad siempre tendrá un precio, Thalía, como los disturbios de Stonewall en mil novecientos sesenta y nueve. De no ser porque algunas personas de la comunidad hubieran muerto, tal vez ni existiría la marcha del orgullo.

Entendía su punto. La libertad de cualquier tipo, ya sea, emocional o la libertad de vivir una vida digna, tenía su precio, como todo aquello que deseamos, ¿pero cuál sería ese precio? ¿Cuál era el precio de ser libre completamente? Porque si bien teníamos la marcha del orgullo, no teníamos paz en nuestra vida cotidiana y eso no era justo.

—Veo lejos a la libertad, Sheila.

—Yo la veo muy cerca, incluso está aquí.

—¿Cómo?

—Estando juntas somos libres, tan simple y complicado como eso.

Nos quedamos en silencio, observándonos mutuamente. No sabía porqué, pero ante mi falta de fe, me gustaba oírla contar historias, ya sean verdad o no. Se veía muy tierna cuando hablaba sobre algo que realmente le fascinaba, como si fuera lo mejor del mundo y al parecer, para ella lo era.

Sabía que más tarde o temprano saldría del closet públicamente, pero tenía recelo sobre como podría reaccionar ante la discriminación de la sociedad. Ella no estaba acostumbrada a las miradas y al maltrato como yo, pero lo único que podía hacer, era estar para ella así como estuvo y estará para mí.

—Creo que es mejor dormir, ya es de madrugada y debemos levantarnos temprano...

—Tienes razón, debemos dormir.

|| ꧁෴ ਬੇ - ਓ ෴꧂ ||

A la mañana siguiente algo comenzó a hacerme cosquillas. Abrí mis ojos, tomé el borde de la manta y la levanté, para luego observar como su pulgar acariciaba mi abdomen. Sonreí de lado y pensé si decírselo cuando se despertara o no.

Aunque pensándolo bien, no era una buena idea decirle que tenía cosquillas en el abdomen, la pregunta del millón era si en alguna parte del cuerpo era inmune a las cosquillas.

Miré a mis alrededores y noté que nadie se había levantado.

Decidí hacerme la dormida y seguir disfrutando de sus caricias. Era increíble como hasta dormida era capaz de hacerme sentir bien.

Cada vez que pienso que en su vida también hubo oscuridad, cada vez creo que es una chica admirable, porque yo mejor que nadie sabe lo que es perder a quien más amas, la diferencia entre ella y yo es que a Sheila nada la venció y a mí sí.

Un día esa oscuridad me venció, pero ahora era diferente.

Quería congelar este momento para siempre.

De repente sentí que su dedo dejó de acariciarme y me atrajo más hacia ella. Probablemente ya se había despertado, y fue cuando me pregunté si esto estaba bien. ¿Era normal que dos amigas durmieran juntas? Porque yo entendía que eso solo lo hacían las parejas y nosotras no éramos eso.

Independientemente de lo que decían les demás, no lo éramos y no lo seríamos.

Solo éramos dos amigas que demostraban mucho cariño, nada más.

Entre mis pensamientos, oí un pequeño sonido del flash de la cámara y ambas "nos despertamos". Notamos que Jason estaba parado delante de la televisión con su celular dorado en sus manos horizontalmente.

—¡Borra esa foto! —exclamó.

—Claro que no, recuerditos de su primer abrazo —soltó alegre.

—¡Ven, aquí, tonto!

Cuando Sheila se impulsó desde el sofá y dio un salto hacia su hermano, caí al suelo y solté un quejido de dolor.

—¿Por qué siempre que duermo contigo termino en el suelo? —pregunté retóricamente.

—¡¿YA DURMIERON JUNTAS Y NO ME LO DIJERON?! —gritó de alegría el rubio.

Sheila se acercó a mí, tomó mis manos y las acarició lentamente. En ese pequeño segundo, sentí como si solo existiéramos nosotras dos, nada más. Era algo tan mágico, que no podría describirlo, solo aquel que vive la experiencia puede confirmarlo.

—Me siento realmente ofendido y un cero a la izquierda —dijo dramáticamente.

—Cierra la boca, Jason, no dormimos juntas de esa manera —aclaró.

Jason bajó la mirada, decepcionado por eso.

—Yo sé que lo harán, pero necesitamos un nombre para su ship —la rubia rodó los ojos.

Les demás comenzaron a bajar al comedor, donde nosotros estábamos desayunando, mientras le aclarábamos a Jason que no éramos novias y que nunca lo seríamos. Sin embargo, me fue imposible no ver como Sheila se tensaba cada vez que le decía que no. Apretaba sus dedos contra la taza de café y bajaba su mirada, como cuando oculta algo.

No era la primera vez que lo hacía.

Todes decidimos que sería una buena idea ir a un bar y bailar un poco, ya que mañana nos iríamos y teníamos planeado descansar, porque seguramente más de uno de nosotres estaría con dolor de cabeza.

|| ꧁෴ ਬੇ - ਓ ෴꧂ ||

Al llegar al bar nos sentamos en una mesa redonda de color marrón. El lugar era muy cálido, había luces de todos los colores, verde, morado, azul, magenta, blanco y muchos más. Había una bartender que hacía las bebidas con demasiada rapidez, como si fuera un espejismo.

Los demás clientes bailaban al son de la música, la cual era Baila Morena de Héctor & Tito. Algunos dirían que es el himno de los bisexuales, porque hay un verso que dice:

Baila morena, baila morena

Perreo pa' los nenes, perreo pa' las nenas

Baila morena, baila morena

Dale morena, vámonos a fuegote

En lo personal me daba un poco igual, a Sheila parecía gustarle la canción por el brillo que emanaba de su sonrisa y de sus ojos. Realmente le gustaba ser tan libre, cuando lo demás no le preocupaba.

O eso creía, hasta que se quedó observando a la mesera que no dejaba de ver hacia nuestra mesa desde hacía diez minutos. Seguramente le atraía, porque Sheila era una chica guapa, linda, alegre. llena de vida y era imposible que a nadie le gustara.

La mesera tenía el cabello recogido en una coleta alta, su cabello era negro, tenía sus labios pintados de un morado oscuro y vestía un pantalón negro con una camisa abierta los primeros tres botones, dejando ver la mitad de sus pechos.

Ella tomó una pequeña libreta en sus manos y una lapicera, se dirigió hacia nosotres. Al acercarse a mí, la rubia la miró de arriba a abajo, analizándola, como si fuera una simple hormiga.

—¿Qué vas a ordenar, linda? —preguntó apoyando su mano en mi hombro.

Observé su mano y dirigí la mía a su muñeca, para apartarla lentamente.

Les chiques estaban discutiendo qué bebida iban a pedir, mientras que Sheila le dio una mirada de odio, de esas que dicen "lárgate o te mueres aquí mismo".

—Yo una margarita —la mesera lo anotó en su libreta.

—¿Algo más? ¿Tal vez deseas compañía?

—¿Qué? —pregunté extrañada—. No, solo quiero la bebida.

—¿Segura que solo eso deseas? —apoyó su mano en mi hombro nuevamente.

Su toque no se sentía como el de Sheila, se sentía frío, sin amor, sin cariño. No me gustaba y cerré los ojos para no dejar que esos recuerdos de mi adolescencia me atormentaran. ¿Qué tal si ella era como esos chicos? ¿Qué tal si eso era peor? ¿Qué tal si simplemente quería usarme para algo?

La idea de volver a ser herida era demasiado.

—No la toques —dictó la rubia.

Abrí mis ojos ante el tono molesto de su voz.

—¿Es tu novia? No me importa, podríamos hacer un trío —le guiñó el ojo.

Sehila se levantó lentamente y la miró a los ojos.

—No le pongas un dedo encima, ella...

—¿Es tuya? —la miró de arriba a abajo—. Que lindo que una chica como tú sea dominante —acercó su mano a su cabello y antes de que pudiera tocarlo, Jason se levantó abruptamente de la mesa.

—Me enseñaron a respetar a las mujeres, así que no hagas que sea un cobarde y aléjate de aquí, porque mi hermana ya te dio a entender que aquí no te quiere —la defendió.

—¿Tú y cuántos más, hermoso?

En ese momento, Yaik, Klex y Mayik se levantaron, como soldados dispuestes a dar todo por defendernos.

—Somos más que tú —aclaró el peli marrón.

De repente sentí unas ganas inmensas de largarme de ese lugar. Me levanté entre medio de la tensión y caminé entre las personas bailando, para dirigirme al baño.

Empujé la puerta y por suerte no había nadie. La cerré y apoyé mis manos en el lavabo, cerré los ojos y traté de hacer oídos sordos a los fuertes latidos de mi corazón. Intenté recordar los buenos momentos que tuve con mi nueva familia, él como Sheila me hacía sentir solo estar a mi lado y recordé cuando me acariciaba el abdomen estando dormida.

Comencé a respirar rápidamente, sentía que me faltaba el aire, como si las paredes del baño se cerraran para aplastarme sin piedad alguna. Las gotas de sudor corrían por el dorso de mi rostro, hasta que se deslizaban al llegar a la clavícula.

—Thalía, déjame entrar, por favor.

—No...

—¿Por qué no?

—Porque... no puedo depender de ti cada vez que... que algo malo sucede en mi vida.

—Entonces estaré aquí, hasta que decidas salir...

Los latidos sonaban como golpes fuertes y de un segundo a otro, volví al pasado.

A papá no le había gustado que nos expulsaran de la escuela porque esos chicos me molestaban y porque Emily me protegió. Estaba realmente furioso, tanto, que dijo que me iba a dar una lección que jamás olvidaría.

Como si no bastara que cada día de mi vida me abofeteaba, al igual que a mi hermana, hoy decidió que usar el cinturón sería una buena lección, para que jamás olvidara que esos chicos tenían razón al hacerme eso, porque ya era tiempo que sea una "mujer normal". }

Eso creía él.

Mi remera de superhéroes cubría mi espalda, pero con cada golpe que el cinturón dejaba en mi piel, era como si no la tuviera puesta. Sentía como si algo quemara mi piel, como si algo la rompiera.

Las lágrimas salían de mis ojos, incluso cuando papá me decía que no debía llora,r porque eso era de niñas y se suponía que yo ya era una mujer.

Emily... hermana, ayúdame.

Su nombre se repetía una y otra vez en mi cabeza, pero ella se había ido con mamá a comprar ropa y me dejaron sola con este monstruo. Mi hermana quiso que fuera con ellas, pero mamá no lo permitió, porque era mi castigo.

—¡NO ERES NADIE! ¡TE IRÁS AL INFIERNO POR HABERNOS DESHONRADO! —gritó, para luego sentir que mi piel ardía.

—Basta... por favor... —supliqué entre lágrimas.

—¡NI SIQUIERA PARA SER UNA MUJER, SIRVES!

—Basta, por favor...

—¡ERES DE LO PEOR! ¡MALDITA LESBIANA! —otro golpe—. ¡NO ME TRAIGAS TUS PROBLEMAS, SI NO SABES QUIEN ERES, NO ES MI PUTO PROBLEMA!

Así consistió los siguientes diez minutos, él insultándome, yo suplicando para que Emily llegara y evitara esto, pero nada sucedió.

Solo sentía dolor en la espalda, mis piernas temblaban y mis pies apenas podían dar pasos cortos. De repente caí al suelo y todo comenzó a oscurecerse.

—Solo es un recuerdo... Nadie te hará daño... —me repetí a mi misma.

Los recuerdos con Andrés siempre me atormentarían, pero al recordar que Emily siempre había creído en mí, me dio fuerzas para superar esto.

Mi hermana me dio una misión; ser feliz.

Sheila me hacía feliz y mi pasado no, así que debía centrarme en eso, en mi nueva familia y olvidar a las personas que un día llamé mamá y papá.

Recordé las veces que ella me había comprendido, las veces que sus caricias me habían salvado de llorar, recordé cómo mi corazón latía cada vez que estaba a su lado y una sonrisa se formó en una mala situación.

El don de Sheila Dankworth, hacerme sonreír en los peores momentos.

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