|| Capítulo 09 ||
Sheila me había traído al hospital en el que mi madre estaba. Mi corazón no dejaba de latir fuertemente y mi mente no dejaba de pensar en que era la peor hija que podía existir.
Había discutido con ella antes de irme y aunque no me gustaba hacerlo, tenía que pagar por todo el dolor que un día me causó a mí y a Emily, pero a la vez la quería. Mi madre me había destrozado, me había destruido de todas las formas posibles, pero... era mi madre...
La quería, a pesar de que me lo quitó todo...
Al llegar, Sheila me tomó de la mano para que no tuviera tanto miedo y por la desesperación que estaba sintiendo por saber que le había sucedido a mi madre, comenzamos a correr por los pasillos como si nuestra vida dependiera de eso.
Y en parte lo era, tenía mucho miedo de perderla y nunca más tenerla a mi lado. Aunque era irónico como tenía miedo de perderla, cuando ella nunca tuvo miedo de perderme, nunca tuvo miedo de lo que sus palabras y actos pudieran hacerme.
Mientras arrastraba a Dankworth por todos los pasillos, a lo lejos observé como una cabellera de color negro con canas en algunas zonas, estaba de espaldas a nosotras. Sus manos se agarraban la cabeza como si realmente se lamentara que mi madre estuviera en una camilla, esperando a despertar.
Al acercarme a él, se dio la vuelta y me observó de arriba abajo. Su mirada seguía siendo la misma; fría, muerta, sin brillo alguno y abandonada. Su cabello seguía desordenado y su físico seguía impecable.
Sus ojos marrones no dejaban de observarme con asco, desprecio y con repulsión. Era como si sus ojos no tuvieran alma alguna y solo estuvieran existiendo.
Eso era lo único que teníamos en común.
—Thalía —dijo con indiferencia.
—Andrés —frunció su ceño al llamarlo por su nombre.
—Soy tu padre, debes respe...
—¿Cómo está mi madre? —interrumpí.
—¿Cómo te atreves a interrumpirme? —levantó la palma de su mano, pero antes de que pudiera parpadear, observé como una cabellera rubia se posicionó delante de mí.
Andrés abrió los ojos como platos cuando observó que Sheila no le temía.
—¿Cómo se atreve a golpear a su propia hija? ¿Qué clase de persona es?
—¿Y tú quién demonios eres?
—Su futura nuera —afirmó.
La mirada fría y furiosa de mi padre empeoró con ese comentario. Él estaba tan shockeado, que ni siquiera parpadeó. Sus ojos sin alma y sin vida, demostraron ira y confusión, los vellos de sus brazos se erizaron y lentamente bajó la palma de su mano.
—¡Entonces eres otra pérdida! —levantó la mano abruptamente y como acto de reflejo, tiré del brazo de Sheila para atrás, evitando que él la golpee.
Hizo un ademán de abofetearme, pero se detuvo cuando me eché para atrás. Creía que todos estos años solo, lo habían cambiado, pero parecía que no.
Giré mi cabeza por sobre mi hombro y observé que Jason, su novio Yakov, Klex y Mayik estaban detrás de nosotros, todos furiosos y con poco cara de amigos. Sus rostros parecían cegados por la ira.
Sheila dirigió su mano libre a la de su hermano y asintió con la mirada, en señal de que no debía hacer nada.
Andrés se recompuso y nos dio una mirada de muerte a todos. Mayik y Klex estaban juntos de las manos, al igual que Jason y su novio demostrando que no le temían, pero ellos no eran como yo.
Estaba aterrada de solo pensar que él podría ponerle un dedo encima a Sheila. No podría soportarlo y hasta sería capaz de matarlo.
Andrés era el típico hombre "macho", que ante una mujer se cree Dios, pero ante otros hombres, era un maldito cobarde. Nunca tuvo respeto hacia nada ni nadie, por eso no entendía qué hacía aquí.
—Dime cómo está mi madre —exigí, sabiendo que nada podría sucederme en cuanto estuviera acompañada.
—Todavía la están atendiendo —respondió con molestia.
—¿Qué haces aquí? Creí que habías huido, como siempre.
—Tu madre me contó sobre la denuncia —se cruzó de brazos.
Sheila me observó de arriba a abajo, mientras yo hacía un gran esfuerzo para no desmoronarme en este preciso momento.
Tener al frente al hombre que destruyó a la persona que más amaba, que me maltrató de todas las formas posibles, aquel que hizo de mi vida un infierno, aquel que osó cometer actos atroces, aquel que no vivió con culpa en el corazón por todo lo que hizo, era demasiado para mí.
No había querido verlo por años, pero sabía que mi madre había mantenido contacto con él, pero yo dejé de ser su hija el día en que no la salvó, el día donde mi mundo se derrumbó y mi corazón murió.
Mi cuerpo cayó lentamente en los brazos de Sheila, los cuales me sostuvieron con fuerza y firmeza. De alguna manera sentía que en sus brazos, podía estar a salvo.
—Tranquila, yo te sostendré, Thalía —dirigí mi mirada hacia sus ojos, los cuales estaban aterrados.
Jason me sostuvo del brazo y ambos me ayudaron a recomponer mi postura. Al hacerlo, Sheila observó a Andrés con desprecio y el mismo asco que yo.
—Cierra los ojos, siente tus pies en el suelo y respira hondo —susurró en mi oído.
Cerré los ojos y apoyé lentamente mi pie derecho en el suelo de color blanco, hice lo mismo con el pie derecho y al sentir que mis pies estaban seguros, tomé aire y lentamente exhalé.
—Vamos al baño —asentí levemente.
Nos alejamos de esa escena horrible, porque pese a que Sheila no me conocía del todo, sabía cuando estaba incómoda y cuando no. Ella no sabía nada sobre mí, pero siempre estaba ahí, siempre dispuesta a darme un abrazo, a hablar o a darme su hombro para llorar.
Ahora mi cabeza daba miles de vueltas.
Caminamos por el pasillo, mientras trataba de no caer ante lo que sentía, porque no siempre era bueno guiarse por lo que uno sentía, pero que difícil era hacer eso.
Sheila abrió la puerta del baño y entré desesperadamente. Por suerte no había nadie, porque lo único que fui capaz de hacer, fue abrazarla y dejar que las lágrimas salieran de mí.
Mi corazón latía tan rápido, que sentía que se me saldría en cualquier momento.
Se sorprendió por mi abrazo, pero eso no impidió que sus brazos me rodearan en un abrazo sincero y cálido.
—Tengo mucho miedo, Sheila... No sé lo qué pueda suceder o si ella va a... —se apartó de mí y me observó a los ojos.
—Mírame —sonrió de lado—, Dios nos pone a prueba, para cambiar, solo tú decides si puedes cambiar para bien o para mal, pero si decides cambiar para bien, él bendecirá todos tus caminos —acercó su mano suave a mi mejilla y la acarició.
—No creo en Dios, no serviría de nada.
—No te obligaré a que creas en él, pero lo que quiero decirte es que siempre podrás contar conmigo, no importa la situación, no importa el lugar, ni el tiempo... —volví a abrazarla nuevamente.
Caminé hacia atrás y me apoyó contra la pared suavemente. Las lágrimas no dejaban de salir y mi mente no dejaba de crear miles de escenarios en donde algo malo le sucedía a mi madre.
El pánico y la ansiedad se estaban apoderando de mí y no sabía cómo controlarlo. Sin mencionar que el hecho de que Andrés estuviera aquí, me ponía los pelos de punta. No sabía qué hacer, cómo actuar o qué decir.
Hubiera sido genial que nunca hubiera salido de ese lugar horrible que se llama casa.
Me soltó lentamente y mi espalda se fue deslizando por la pared, hasta quedar sentada en el suelo. Atraje mis rodillas hacia mi pecho y cubrí mi cabeza con mis brazos.
—No estás sola, Thalía —levanté la cabeza—. Mi hermano y mi cuñado nos cuidarán y nuestros amigos no dejarán que tu padre te haga algo y yo estaré para ti, no te pondrá un dedo encima, porque antes deberá matarme para hacerlo —se sentó a mi lado y me acurruqué en su pecho.
—No sé qué decir, todo es muy reciente, Sheila —cerré los ojos.
—Solo llora y déjame el resto a mí —acarició mi brazo.
Cerré los ojos fuertemente, recordando la primera vez que ella me contuvo, estaba en una situación muy similar. No sabía qué hacer para sobrellevar lo que había sucedido, mi corazón latía rápidamente, pero bastó sentir su toque cálido y todo se desvaneció lentamente.
Traté de recordar aquella melodía que se me hacía familiar, pero mi cabeza daba tantas vueltas que no podía hacerlo.
—¿P-podrías tararear la melodía que tarareaste la otra vez?
—Por ti, sí —su mano suave siguió acariciando mi brazo.
Comenzó a tararear la melodía y aunque todavía tenía curiosidad de porqué se me hacía tan familiar, era lo que menos importaba ahora.
En el baño solo estábamos nosotras dos, una melodía suave y un montón de sentimientos que no sabría descifrar. Todavía no sabía cómo lo hacía, pero su habilidad para tranquilizarme era increíble.
Mi corazón de a poco fue volviendo a su ritmo natural, si eso era posible en esta situación.
De pronto alguien golpeó la puerta, nos miramos y ninguna respondió. La persona del otro lado de la puerta intentó abrirla, pero al notar el cerrojo, volvió a golpearla.
—¡Lárgate o te romperé la cara! —espetó la rubia.
Silencio.
La persona se había ido.
—¿Por qué le hablaste así?
—Porque no dejaré que nadie te perturbe —respondió.
—¿Por eso te acercaste a mí? —frunció el ceño y me miró extrañada—. ¿Por qué viste cuan perturbaba me hacían sentir los demás y te sentiste reflejada en mí?
—¿Crees qué es momento de hablar sobre eso? No creo que sea un buen momento.
—Si no te incomoda, me gustaría saber ahora para calmar un poco mi ansiedad —asintió lentamente.
Intentó buscar las palabras adecuadas para responder, abrió su boca para decir algo, pero inmediatamente la cerró. Se quedó pensativa por unos segundos que parecieron eternos y suspiró.
—N-no quería que supieras que soy parte de la comunidad de esta manera, es decir, no sé cuando te lo hubiera dicho, o como habría sido o que te diría, porque ni siquiera sé que soy o qué me gusta o que siento, pero...
—Querías ser libre con alguien, ¿no? —asintió.
—C-c-creo...
—No necesitas una etiqueta, no importa quién o qué te guste, lo importante es que esa persona te ame y no te haga daño.
—¿Etiqueta? ¿Cómo un distintivo? —esbocé una pequeña sonrisa de lado al notar su inocencia.
—Para cada sexualidad existe una bandera, pero no necesitas tener una etiqueta para pertenecer a la comunidad.
—¿Entonces qué necesito?
—Ser tú misma.
Su confusión era muy notoria. No sabía que entendía lo que significaba ser de la comunidad o como funcionaba, pero al menos ella no estaría sola en este momento de confusión.
No podía dejarla sola, ni lo haría.
|| ꧁෴ ਬੇ - ਓ ෴꧂ ||
Luego de esa pequeña charla, volvimos con los demás. Los chicos me consolaban todo el tiempo, pero también estaban atentos a Andrés. Los padres de Sheila y Jason habían venido para mostrarme su apoyo y para que haya un adulto en caso de que Andrés se sobrepasara.
Su padre se ofreció a ayudar a mi madre, hacía media hora que estaba con ella, haciéndole los análisis que eran necesarios y esperaba que despertara pronto.
Ellos me hacían sentirme mejor, pero no podía estar bien cuando mi madre luchaba entre la vida y la muerte, mientras mi niña interior temía por lo que ese hombre que se hace llamar mi padre, pudiera hacerme.
Sheila lo notó y se sentó entre medio de nosotros dos, para que no tuviera que ver su espantoso rostro.
—¿Quieres comer algo? —negué con la cabeza.
El rubio se acercó a mí y se sentó a mi lado.
—Hice una oración para que tu madre despertara, pronto estarás con ella —comentó.
—¿Cómo puedes estar seguro de eso?
—Tengo fe en que así será —respondió convencido.
No compartía su religión, fuera la que fuera, pero parecía tan convencido, que hasta me extrañaba. ¿Cómo confiar en alguien que no podemos ver? O peor aún, que ni siquiera existe, porque si Dios existiera, él no me habría hecho sufrir tanto o tal vez sí, por ser homosexual.
—Respeto tu creencia, ¿pero tiene sentido creer en algo que no ves?
—Sí, porque es como cuando sabes que amas a alguien, no lo ves, lo sientes.
—Con la diferencia de que Dios nunca te dejará sola —agregó Sheila.
Seguía sin comprenderlos, pero cuando iba a preguntar algo, su padre salió del consultorio de mi madre y me dijo que había despertado.
—No dejes que él se le acerque —susurré y la rubia entendió que me refería a Andrés.
Inmediatamente me levanté y corrí hacia el interior del consultorio. Cerré la puerta para tener total privacidad y fue horrible ver aquella imagen de mi madre. Estaba acostada sobre una camilla, con una bata de hospital, algunos cables y una aguja en su brazo, un respirador y su cabello todo despeinado.
Me acerqué lentamente y tomé su mano.
Sonrió.
—Hija...
—Mamá —acaricié su mano y noté como mis ojos se pusieron llorosos.
—Perdóname, por todo...
Cerré los ojos y negué con la cabeza, mientras las lágrimas salían de mis ojos y se arrastraban por mis mejillas.
—Yo te quiero, pero me hiciste sufrir, me destrozaste y me abandonaste cuando más te necesité, no hiciste nada para impedir lo que sucedió y yo jamás podré perdonarlo —dije entre lágrimas.
—Yo también fui víctima, así como ustedes dos —sus ojos comenzaron a llenarse de agua.
—Pero tú eras una adulta, nosotras éramos dos niñas que no sabían nada de la vida... Tú y Andrés son culpables de todo lo malo que nos sucedió y no importa cuanto trates de ser buena persona, porque el pasado nunca se olvidará, nunca olvidaremos la marca que Emily nos dejó...
Me callé, porque mi mente comenzó a recordar el pasado y un nudo gigante se formó en mi garganta, varias heridas se abrieron y el dolor que se suponía que me había dado una tregua, volvió.
Ambas seguimos llorando en silencio, sin decir una sola palabra, sin mencionarla, porque su ausencia todavía dolía como el primer día.
—Sé que no merezco tu perdón, pero trato de olvidar el pasado.
—Fracasarás, porque ella jamás se irá de nuestros corazones —solté su mano.
Caminé hacia la puerta, porque ya no podía verla a los ojos y recordar lo que me arrebató.
—Me preocupé por ti, mamá, pero tú nunca te preocupaste por mí —solté dándole la espalda.
—Lamento no ser la madre que necesitas...
—Ya es tarde, dañaste mi infancia, mi adolescencia y ahora soy una adulta que debe vivir con un dolor que pudo haber sido evitado, de no ser por tu cobardía —una lágrima cayó de mi ojo izquierdo y se deslizó por mi mejilla.
Apoyé mi mano en la manija de la puerta de color marrón y la giré para poder abrirla. Quería irme, pero había una parte de mí que quería abrazarla, sin embargo, ella no merecía nada de mi afecto.
Un día ella me lo negó y me quitó lo que más quería en esta vida.
Al salir del consultorio, sentí que mi corazón iba a dejar de palpitar, la sangre dejó de fluir y mi alma abandonaba mi cuerpo. tenía tantos sentimientos confundidos, por un lado estaba destrozada por todo esto, pero por otro lado, quería justicia por ella, la necesitaba.
No sabía si esta era la justicia de la vida, pero no dejaba de preguntarme mentalmente si todo aquel que se me acercara o permaneciera mucho tiempo en mi vida, sufriría las consecuencias.
Creer que no estaba maldita, era algo imposible para mí.
Corrí los por los pasillos, bajé las escaleras hasta llegar a la planta baja, sin importar como los demás me miraban, sin importar los comentarios y sin importar nada más que huir.
Salí por la puerta del hospital, sintiendo como los latidos de mi corazón se hacían cada vez más fuertes, como si un grupo de personas estuvieran tocando tambores. Las voces en mi cabeza no cesaban, cada vez gritaban más fuerte.
—¡TE DIJE QUE NO DEBÍAS DESAFIARME, MONSTRUO!
—¡SUÉLTALA!
—¡HUYE!
—¡NO, NUNCA TE DEJARÉ!
Agobiada, asustada y aterrorizada, corrí hacia un árbol que estaba cerca y apoyé mi espalda contra el tronco. Llevé mis manos a mi cabeza, rogando que las voces en mi cabeza cesaran, que me dejaran en paz en esta vida miserable.
Cerré los ojos con fuerza, tratando de calmar a aquellos demonios que eran voces, a aquellos reclamos que hacían eco en mis sueños y en mis pesadillas.
Grité, porque nadie hacía nada cuando veía mis lágrimas, porque nadie hacía nada cuando veían heridas en mi cuerpo, porque nadie tomaba en cuenta lo que decía, entonces grité, porque era la única arma que me quedaba.
La madrugada nublada estaba atenta a mis gritos internos, pero ninguna persona que estaba a mi alrededor parecía notarlos.
Al parecer, me había quedado sola en la noche oscura y tenebrosa que se avecinaba.
¿Acaso servía de algo gritar? ¿Acaso me la traería de vuelta? ¿Acaso aplacaría el vacío y dolor en mi pecho? ¿Acaso las pesadillas cesarían?
—¡¿QUIERES QUE VUELVA A CREER EN TI!? ¡PUES ENTONCES MÁTAME! —grité mirando al cielo— ¡MÁTAME, PORQUE YA NO QUIERO VIVIR MÁS! —esperé su respuesta, como si fuera a contestar, pero no sucedió nada.
Mis rodillas tocaron el suelo, las lágrimas regaron la tierra seca y mis gritos ya no se oían.
—¡DAME SOLO UNA SEÑAL DE POR QUÉ DEBERÍA VIVIR! —silencio—. Lo sabía, nunca cumples tus promesas.
De repente sentí un peso sobre mí, unos brazos que me abrazaron con temor y ternura, una respiración agitada que demostraba cuán preocupada estaba por mí y gritos llamándonos por todos lados.
—Grita, golpea, enfurécete todo lo que quieras, pero nunca te quites la vida.
—Solo quiero dejar de sufrir... —bajé la cabeza mirando al suelo.
—Lo harás, pero no de esa manera —se aferró más a mí, sin soltarme en ningún segundo.
—Déjame...
—Lo haré, cuando sientas paz en tu corazón...
Cerré mis manos, mientras sentía como mis uñas se clavaban en la palma, enrojeciéndolas. Abrí mi boca y comencé a gritar sin control alguno, las lágrimas cada vez eran más y los latidos de mi corazón amenazaban con más rapidez.
En medio del sufrimiento, oímos las pisadas y los gritos de los demás. Corrieron hacia nosotras y de repente, sentí un enorme peso sobre mí. Abrí mis ojos, aunque me ardieran de tanto llorar y noté como todos nos estaban abrazando.
A mi lado derecho tenía a Sheila, a mi lado izquierdo tenía a Jason, sobre mi espalda tenía a Klex y sobre nosotros cuatro estaban Mayik y el novio de Jason. Ninguno dijo nada, simplemente estaban ahí, abrazándome.
No podía evitar llorar y sentirme como una idiota, luego de decir que ellos no eran mis amigos. No entendía que ellos eran mi nueva familia, una que nunca me juzgaría, una que nunca me abandonaría, una que siempre estaría para mí y que nunca me darían la espalda.
De alguna forma, me sentí reconfortada al sentir su apoyo, porque aunque no tuviéramos mucho en común, ahí estaban, a mi lado.
Sin embargo, mientras mi corazón se "calmaba", mientras mis latidos volvían a su ritmo normal, oímos un golpe de algo pesado que cayó y la alarma de un auto.
Todos levantamos la mirada y nos observamos.
—¿Qué fue eso? —preguntó Mayik.
—Será mejor ir a ver.
Nos separamos lentamente del abrazo, con temor a lo que habíamos oído. De pronto observamos que todas las personas estaban corriendo hacia la vuelta del hospital.
Seguimos al multo de personas, con miedo y recelo sobre lo que pudiéramos encontrar. Las personas gritaban, se tapaban los ojos y algunos salían corriendo de aquella escena. Empujamos a los demás, hasta que observamos que en el suelo oscuro había pedazos de vidrios.
—¡Qué horror! —espetó una joven.
Seguimos caminando, empujando a quien sea necesario, hasta que observé que había un cuerpo sobre el parabrisas de un auto negro. Las piernas estaban goteando de sangre, la cual estaba en el abdomen y brazos.
Observé el rostro de la mujer y me quedé impávida al darme cuenta de quién era.
Mi corazón dejó de latir.
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