|| Capítulo 05 ||
De pequeña creía que con pensar algo, se haría realidad. Así como un deseo, pero luego entendí que eso era imposible. Nadie me podría dar lo que quería, ni antes, ni ahora.
¿Qué sucede cuando solo quieres morir? ¿Cómo puedes acabar con tu propia vida, si no tienes el valor? Lo había perdido todo, mi familia, mis amigos, el respeto, todo lo había perdido.
A veces no tienes ganas de nada, solo de dejar de existir, dejar de sentir y de recordar. Morir no era algo tan fácil para mí, era como una misión imposible.
Quería morir, pero no tenía el valor y algo me lo impedía, algo me decía que todavía debía vivir para algo.
Hacía dos días que no iba a la universidad, no tenía ganas y seguro que sería la burla de toda la institución. Sheila me había mandado muchos mensajes, pero ni siquiera me molesté en responder.
No serviría de nada, mis sentimientos antiguos volvieron y nada podría apaciguarlos.
Estaba en el suelo, mis piernas estaban juntas, mientras con mis brazos las pegaba más a mi pecho. Las lágrimas no dejaban de brotar de mis ojos, mientras mi cabeza estaba hundida entre mis brazos y mis piernas.
Mamá se había ido a trabajar, porque la convencí de que iría a la universidad, algo que era mentira, porque la verdad, durante estos dos días no quise salir de mi habitación. Era tan horrible sentirse así, vulnerable, frágil e indefensa.
Creí que al defenderme, Ryan no me haría más daño, pero debí adivinar que por el simple hecho de ser una mujer, le molestaría que haya ganado limpiamente, a eso hay que sumarle que soy homosexual.
Sheila trató de advertirme y no la oí.
Ahora estaba pagando el precio.
¡NO ERES NADIE!
¡¿REALMENTE CREÍSTE QUE PODRÍAMOS QUERERTE?!
¡TE IRÁS AL INFIERNO POR HABERNOS DESHONRADO!
¡NI SIQUIERA PARA SER UNA MUJER, SIRVES!
¡NO ME TRAIGAS TUS PROBLEMAS, SI NO SABES QUIEN ERES, NO ES MI PUTO PROBLEMA!
Basta... por favor... Basta...
¡ERES LO PEOR!
¡MALDITA LESBIANA!
¡BASTA! ¡POR FAVOR, DETENTE!
Golpes y ruidos, que cada vez se hacían más fuertes. Un golpe, dos golpes, tres golpes y la secuencia se volvía a repetir. Golpe tras golpe, como si fuera tan solo un saco de boxeo. Sangre, dolor y lágrimas, eran lo único que me acompañaban en mi vida. Era lo único que no cambiaba.
De pronto, una mano suave y cálida atravesó mi antebrazo. Mi piel se erizó y sin entender lo que estaba sucediendo, levanté la mirada y vi sus ojos verdes observando los míos.
—¿Cómo entraste aquí? —pregunté conteniendo las lágrimas.
—Estaba tocando la puerta de tu casa y no abrías, entonces tu madre llegó y me abrió la puerta —explicó—. ¿Necesitas hablar?
—No, necesito que te largues —respondí con los ojos llorosos.
—Solo quiero ayudarte, déjame hacerlo, Thalía.
—Solo necesito estar sola —suspiró con molestia.
—Quiero que me des la oportunidad de ser tu amiga, de estar contigo, por favor, Thalía —su pulgar acarició lentamente mi piel.
La sensación que su insistencia me producía era curiosa, no estaba acostumbrada a que alguien quisiera estar a mi lado, todo lo contrario. ¿Por qué insistía tanto en ser mi amiga?
No había motivo alguno.
¿Qué tengo de especial? ¿Siquiera tengo algo?
—¿Por qué te daría la oportunidad? Desde que estoy cerca de ti solo me ocurren más desgracias que las de siempre —sentí como una lágrima caía por mi mejilla lentamente.
Con la mirada siguió el camino que hacía la lágrima, hasta que esta cayó en mi rodilla.
—Dijiste que me debías una y esto es lo que quiero, poder ayudarte, pero tampoco quiero que te sientas obligada.
Maldición, maldita la hora en la que le dije que le debía una por salvarme.
Yo y mi bocóta.
No sabía que decirle, hacía tantos años que no tenía una verdadera amistad, que ya ni siquiera recordaba cómo iniciaba una relación. Temía confiar y que volvieran a herirme, como ha sucedido siempre.
No dije nada, solo escondí mi cabeza entre mis piernas y dejé que la tristeza y el temor siguieran su curso, como si fuera la corriente de un río.
Era inútil tratar de evitar lo inevitable.
De pronto, mientras las lágrimas mojaban mis rodillas, sentí que sus brazos me envolvían como si yo fuera una almohada suave y esponjosa. Su mano acariciaba mi cabello delicadamente, mientras tarareaba una melodía para tranquilizarme.
Por alguna extraña razón, esa melodía dulce y suave creía haberla oído en algún otro lugar o en otro momento. Como fuera, esa melodía estaba haciendo que los latidos de mi corazón fueran más lentos.
No sabía como lo hacía, no sabía cómo podía calmarme, porque nunca nadie supo como contenerme ante las adversidades de mi vida. Siempre estuve sola y vacía.
—¿Mejor? —asentí levemente.
Levanté lentamente la cabeza y al verla, me dio una sonrisa cálida, de esas que sabes que son sinceras. Se levantó y extendió su mano para que pudiera tomarla. La observé dudando.
—Quiero mostrarte algo —fruncí el ceño.
—¿Y qué podrías mostrarme? Estamos en mi casa, no hay nada que desconozca —sonrió de lado.
—Te mostraré algo que todos pueden ver, pero que pocos saben apreciar —tomé su mano dudosamente.
No importaba que podría mostrarme, había visto de todo en esta vida y nada podría sorprenderme.
Cuando nuestras manos se tocaron, una especie de electricidad nos invadió.
Empezamos a caminar en dirección al pasillo. Salimos de mi habitación y bajamos las escaleras, atravesamos la cocina y la sala de estar, hasta llegar al pequeño jardín lleno de flores que mi madre tenía.
Sheila me soltó lentamente, miró hacia arriba y suspiró.
Se sentó en el césped, para luego acostarse como si fuera una cama. Su cabello rubio se esparció por todo el césped, sus manos se metieron entre medio de lo verde, como si intentara sentir una especie de energía con la naturaleza.
Cerró los ojos profundamente y sonrió.
—Acuéstate y haz lo mismo que yo.
Sin entender lo que pretendía, me acosté lentamente en el suelo, mientras en el cielo había muchos colores, debido a que estaba anocheciendo.
Las palmas de mis manos tocaron el césped, el cual me hacía un poco de cosquillas.
Giré mi cabeza para observarla, su pecho subía y bajaba lentamente, sus ojos se mantenían cerrados y la leve brisa que corría parecía que la tranquilizaba.
Abrió sus ojos y al observar el cielo, estos brillaron.
Imité su gesto y lo que pude ver, eran simples estrellas.
—No todos saben apreciar su belleza, ¿no crees?
—Son solo estrellas, no hacen más que estar ahí.
—En eso te equivocas, al igual que el sol y la luna, nos brindan luz y algunas personas sentimos algo más al verlas...
—¿Cómo qué? Son solo estrellas —sonrió delicadamente.
—Me transmiten paz, de alguna manera hacen que la vida no parezca tan mala como es —hizo una pausa—. Cuando las veo, no hay prejuicios, miradas mal intencionadas, insultos o algo por el estilo, solo paz y la garantía de que todo va a estar bien, aunque no sepa cómo...
Era curiosa su forma de pensar, dudaba que ella hubiera sufrido algo de lo que yo viví. Era fácil para alguien como ella decir que la vida no era tan cruel, a ella no le habían dicho cosas horribles, nadie la había asustado tanto hasta el punto de querer huir.
Sin embargo, en sus palabras había más de lo que decía, era algo confuso, era como si quisiera decirme algo, pero no tenía idea de qué podía ser.
—No siento nada.
—¿No te parece que las estrellas son valientes? —giré mi cabeza un tanto confundida.
—¿Qué?
—Salen todas las noches, en plena oscuridad, pero eso no les importa, ellas brillan, aunque sean pequeñas y todas juntas nos dan un cielo nocturno hermoso... Son obras de arte que están tan lejos de nosotros, que nadie puede apreciarlas...
Volví a observar el cielo nocturno, teniendo la esperanza de sentir algo de lo que Sheila sentía, ¿pero acaso las aberraciones como yo podían sentir algo?
No, la respuesta era no.
Cerré mis ojos, las yemas de mis dedos tocaron suavemente el césped, esperando sentir una conexión, mientras la leve brisa del anochecer me invadía.
Lo único que podía sentir, era dolor, angustia y un nudo en la garganta que nada ni nadie me podía quitar. Si miraba las estrellas, me preguntaba por qué yo tenía que sufrir tanta humillación, ¿por qué entre todos los humanos de la tierra, justo yo?
—No hay estrellas en mi vida, Sheila... —giró su cabeza para verme y sonrió.
—A veces las estrellas son personas, que están contigo en la oscuridad y te dan un poco de su luz para que puedas ver esperanza.
—Eso crees porque eres heterosexual, pero si fueras como yo... no aguantarías ni siquiera un día.
—¿Y si por un momento olvidas que soy heterosexual? —ambas nos miramos.
—Imposible, eres muy heterosexual —río.
Giramos nuestras cabezas nuevamente, para que nuestros ojos se encontraran con las estrellas que Dankworht parecía anhelar y disfrutar. Por más que tratara de saber, no entendía como algo que está a años luz de nosotros, podía gustarle y darle paz.
En parte me parecía muy ridículo, porque ni siquiera puedes tocarlas o algo así, además, son solo estrellas, un fragmento de algo en el espacio, solo eso.
Apoyé mis manos sobre el césped e hice fuerza para sentarme. Giré mi cabeza para observar a la rubia por sobre mi hombro y al azar la mirada, noté como mi madre nos estaba mirando desde la sala de estar.
Alzó la mano e hizo una seña para que entráramos. Nos levantamos y nos dirigimos hacia adentro en silencio. Espero que mi madre no tenga una de sus ideas desquiciadas.
—Quería agradecerte, Sheila por haber ayudado a mi hija —sonrió.
—No es nada, señora, sus amigos también me ayudaron —mi madre me miró sorprendida.
—No sabía que tenías amigos.
—No los tengo y no tienes porqué saber de mi vida —bajó la mirada lentamente—. Y Dankworth tiene que irse.
—Claro que no... —la tomé del brazo y la llevé a rastras hasta la entrada de mi casa.
Lo último que necesitaba era que mamá invitara a cenar a Dankworth, no la quería cerca de mí, es algo que nunca nadie entendería, pero era la única manera de protegerla de quien era en verdad.
Al llegar a la puerta la solté, pero ella me miró con el ceño fruncido y un poco molesta.
—No preguntes.
—Creo que merezco una explicación para tu actitud sin sentido.
—Solo vete, Dankworth —tomé las llaves que estaban sobre el pequeño mueble y de pronto sentí un toque cálido en mi muñeca.
Dirigí mis ojos hacia mi muñeca, en donde estaba su mano, sujetándome con delicadeza. Levanté la mirada lentamente y sus ojos se encontraron con los míos.
—Me iré —susurró—, pero tengo una sorpresa para ti —fruncí mi ceño un tanto confundida.
Su suave mano lentamente se dirigió a la mía, en donde tomó mi llavero de peluche y sus dedos se deslizaron sobre mi palma lentamente. Sus ojos me observaron una vez más y sonrió de lado.
Colocó la llave en la cerradura, la giró dos veces y abrió la puerta. Al hacerlo, noté que en la acera había una camioneta de color gris oscuro, en la parte de atrás, en donde había un baúl al descubierto, estaba aquello que más amaba en mi vida.
Mi motocicleta.
Sin poder evitarlo, sonreí como si el mundo no fuera tan malo.
Un chico rubio se bajó de la camioneta, cerró la puerta y abrió la del baúl para bajar mi motocicleta. Dankworth observó mi felicidad y sonrió.
—Creí que me odiabas —bromeó.
—No te odio, solo te quiero lejos de mí —rebatí.
El chico bajó mi motocicleta lentamente y la trajo hacia nosotras, como si fuera una bicicleta.
Era un chico alto, rubio, de ojos verdes y un poco de barba. Tenía una polera de color negro ajustada y un jean de color azul oscuro, junto a unas zapatillas deportivas.
—Tus deseos son órdenes, Shei —el rubio sonrió.
—No sabía que rechazaste a Ryan para estar con este chico —ambos abrieron los ojos como platos e hicieron una mueca de asco.
—¡Es mi hermano!
—¿En serio tendría tan mal gusto? —la rubia bajó los tres escalones, se acercó a su hermano y le pellizcó el brazo—. ¡Auch!
—Eres un idiota —suspiró.
—Hice lo que querías, ahora, déjame tener la casa para mí este fin de semana o por lo menos el sábado en la noche —hizo un puchero y juntó sus manos en señal de súplica.
Sheila lo observó con cierto recelo, pero de repente sus ojos brillaron y sonrió maliciosamente.
—Eso dependerá de lo que diga Thalía —me miró desafiantemente.
—¿Por qué dependería de tu novia? —preguntó confundido.
—No es mi novia, idiota.
—Sí, claro —rodó los ojos.
—¿Y en dónde entro yo en todo esto? —pregunté cruzándome de brazos.
Dankworth subió dos escalones y me observó con una amplia sonrisa, reluciendo sus dientes.
—El sábado por la noche habrá una fiesta de disfraces en la casa de Ryan, ¿te gustaría ir conmigo?
—¿En serio, Dankworth? Creía que eras inteligente.
Claro que si iba sus amigos eran capaces de matarme literalmente y aunque la idea de estar en una pelea no me desagradaba, ya que, sabía defenderme, prefería evitarlas. No necesitaba tener todo el cuerpo lleno de moretones y heridas.
Sin mencionar que debo hacer reposo y no hacer ninguna actividad que requiera un gran esfuerzo e ir a una fiesta, sería mi perdición.
—Irías disfrazada, con una máscara y nunca nadie lo sabría, ¿Qué dices?
Lo pensé por un momento, pero la idea era demasiado arriesgada y no necesitaba más problemas de los que ya tenía.
—No —lentamente bajó su mirada al suelo.
Era como si el brillo que tenía en sus ojos, se hubiera apagado lentamente, hasta el punto de creer que nunca brillaron, pero de cierta forma, sus ojos me decían que nunca dejarían de brillar.
Era algo confuso.
—Entonces tampoco irás a la universidad, ¿cierto? —asentí—. Entonces mañana te traeré los apuntes y lo que sea necesario.
—Mejor envíamelos por mensaje, no es necesario que vengas hasta aquí.
—Claro, entonces te dejo descansar —su hermano le dio una cálida sonrisa de lado, pasó su brazo por su cuello y la abrazó tiernamente.
Entonces entendí que tal vez había sido demasiada dura con Dankworth, después de todo lo que hizo, no merece que la trate así, ¿pero cómo puedo tratarla bien si ella solo quiere acercarse a mí? No tiene idea del riesgo que implica estar a mi lado y no quiero que una buena persona sufra.
Tal vez debía ampliar mi círculo de confianza...
—Gracias por... bueno, por todo —ambos levantaron sus miradas, como si fueran zuricatas—. Gracias por salvarme, gracias por arreglar mi motocicleta y por los apuntes, lo aprecio —sonrió de lado.
—Técnicamente yo arreglé tu motocicleta, así que... —Sheila tomó el lóbulo de su oreja y lo estiró hacia abajo.
—Cállate, Jason —el rubio soltó un gruñido.
—Bien.
|| ꧁෴ ਬੇ - ਓ ෴꧂ ||
No entendía porqué el destino era así de maldito conmigo.
Como si no bastara que ahora parecía que tenía amigos y una invitación a una fiesta de disfraces, las llaves de la casa de Dankworth estaban en mi escritorio. El pequeño colibrí me había señalado con su pequeña cabeza el llavero de un delfín y al darme cuenta que no era mío, solo podía pensar en ella.
Le había mandado un mensaje ayer por la noche, diciéndole que tenía sus llaves, pero no había contestado. Estuve toda la madrugada tratando de dormir, pero cada cinco minutos revisaba mi celular para saber si tenía algún mensaje suyo o algo, pero no.
No es que ella me preocupara, es que no me gustaba tener cosas que no eran mías.
Estaba anocheciendo, el cielo se estaba tornando de un color azul oscuro, mientras la luna y las estrellas nos iluminaban. El pequeño colibrí y yo estábamos sentados en el jardín, él tomando el néctar de una flor y yo pensando en la charla de ayer.
Su ala había mejorado bastante, pero según internet, un ala rota tardaba cuatro semanas en curarse y hasta ahora, solo habían pasado días.
Miraba las estrellas y a la vez recordaba las cosas que Dankworth había dicho sobre ellas y la luna, pero por más que intentara entenderla, no podía. Para mí no tenían importancia alguna, pero para ella, parecía significar todo.
Aunque también se me hacía difícil creer que ella alguna vez tuvo algún problema que se asemejara a los míos. Siento que tiene una vida perfecta, un hermano, padres que la querían sin importar qué, un auto, amigos que son idiotas, pero son sus amigos.
La sociedad me lo había quitado todo y desde entonces nada volvió a ser lo mismo.
Ella se había ido y dejó un vacío que nunca podrá ser llenado.
De repente, en medio de la oscuridad de la noche, noté una sombra a mi lado. Al girar la cabeza, me di cuenta que Sheila estaba parada cerca de mí.
—¿Admirando las estrellas? —sonrió mostrando sus dientes perfectos.
—¿Cómo entraste?
—Tu madre.
Suspiré.
—Más bien tratando de entenderte —dije respondiendo a su pregunta.
—¿Y lo lograste? —se sentó a mi lado.
—Eres un enigma.
—Tal vez —levantó su cabeza y miró hacia el cielo estrellado.
—Por cierto, gracias por arreglar mi motocicleta.
—Quería darte una alegría —confesó.
Tenía muchas ganas de preguntarle porqué no me había contestado el mensaje, pero preferí no decir nada. Su vida no me incumbía y supongo que el único problema que puede tener una chica como ella, es saber cual de todos los chicos de la universidad será su novio.
Sus ojos brillaban al contemplar el cielo, que ante su mirada, parecía algo original y perfecto.
Lo pensé mejor durante la noche y llegué a la conclusión de qué tal vez podía ir un rato a la fiesta y luego irme. De todos modos tendría una máscara que no me sacaría por nada del mundo.
En cuanto al reposo, creo que ya hice más que suficiente y todavía tengo tiempo de reposar hasta el sábado.
—Lo pensé y creo que iré a la fiesta —murmuré.
—¡¿En serio?! —me miró y sonrió ampliamente.
—Te debo una y esta será mi forma de pagártelo.
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