|| Capítulo 04 ||
Luego de lo que sucedió en la tarde, no tenía ganas de hablar con mi madre. Ella sabía que algo andaba mal, pero no tenía ganas de darle explicaciones, ni a ella ni a nadie.
Eran las once de la noche, estaba observando el techo, mi mirada estaba perdida en la nada misma y mis pensamientos en los sucesos de hoy.
No entendía porqué ella no se asustó conmigo, era evidente que todos allí estaban asustados por miedo a que le rompiera el brazo a ese imbécil, pero ella no. No tenía sentido, tampoco tenía sentido que pese a mi comportamiento, ella se siguiera acercando a mi.
Como si la hubiera invocado, recibí un mensaje suyo.
Dankworth: Hola, Thalia, soy Sheila, pero seguro recuerdas que tengo tu número... Sé que me pediste que me alejara, pero quería saber como estabas por lo sucedido.
No quería contestarle, su insistencia me hacía recordar a alguien que había conocido y justamente por lo que sucedió, no quería que ella se acercara a mi.
Dejé el celular a un lado y seguí observando el techo, mientras que a mi lado, el pequeño colibrí me hacía compañía.
—¿Qué crees que deba hacer? —el pequeño me observó sin entender lo que decía—. Hagamos algo, te haré una pregunta y si chillas, es un sí, ¿entendido? —silbó—. ¿Crees que deba contestarle? —silbó agudamente.
Tomaré eso como un sí.
Suspiré, tomé el celular y luego de desbloquearlo estaba pensando en qué le diría.
Thalía: Creí que había sido clara.
Dankworth: Gracias a Dios que contestaste, temía que estuvieras molesta conmigo.
Thalía: ¿Por qué lo estaría? No eres mi amiga.
Dankworth: Debí haberlo evitado.
Thalía: No eres mi heroína, no necesito de tu ayuda.
Dankworth: No desde mi punto de vista.
Thalía: ¿Qué quieres decir?
Dankworth: Yo te detuve, de lo contrario creo que le habrías roto el brazo a Ryan, pero sinceramente, te detuve porque no quería que te expulsaran, no por él.
¿Realmente lo había hecho por mí? Tal vez sus palabras podían ser mentira, pero de ser así, no me habría mirado de aquella manera tan extraña. La mirada de sus ojos verdes no era como la mirada de sus amigos
Thalía: En ese caso, creo que te debo un gracias...
Dankworth: De nada...
Thalía: Aún así, quiero que te alejes de mí.
Dankworth: ¿Puedo saber el motivo?
Thalía: No, solo hazlo.
Dankworth: Está bien, respetaré tu espacio, pero si necesitas algo, no dudes en buscarme o escribirme.
Thalía: Ok.
¿Era necesario responderle de esa manera tan fría y seca? ¿Ella qué culpa tiene de lo que le pasó a...?
Cállate, ella no tiene porqué terminar igual. Déjame en paz, conciencia, deja de meterte en mi vida.
Claro que me meto, luego soy yo quien no duerme.
No me interesa, el pasado es eso, pasado y Dankworth no tiene por qué ocupar su lugar.
Nunca dije que lo ocupara, ni siquiera la quieres como amiga.
Claro que no, la necesito lejos de mí.
Pues espero que te vaya bien con eso, porque mañana habrá clases de natación luego de clases y tendrás que estar con ella en el vestuario y en la piscina.
Mierda, las clases de natación. Lo había olvidado por completo.
Mañana será un día extenso y denso.
|| ꧁෴ ਬੇ - ਓ ෴꧂ ||
Durante la noche no pude dormir, luego de hablar con ella, me aseguré de cambiarle el vendaje al colibrí y verificar que todo estuviera bien. Luego lo coloqué dentro de la caja de zapatos vieja y se quedó dormido, pero la verdad, la que no pudo dormir, fui yo.
Hoy iba a ser un día muy agotador, muchas emociones juntas y la verdad no sabía si estaba preparada para volver al agua.
Preparé mis cosas para la práctica de natación, en la cual seguramente hoy nos harían pruebas para ver que tan veloces y habilidosos somos. Luego llega el descarte y solo quedan los mejores para competir con otras universidades.
—Vengo más tarde, pequeño —el colibrí silbó.
Al bajar a la cocina mi madre estaba en una llamada telefónica, para no interrumpirla y para escapar de sus preguntas sobre ayer, tomé una manzana y las llaves que estaban sobre el mueble de madera.
Al acercarme a la puerta oí como mamá estaba por finalizar la llamada. Rápidamente coloqué la llave en la cerradura, le di dos vueltas y cuando por fin creí que estaría libre de preguntas, dijo mi nombre.
Ahora sí, estamos muertos.
—Dime que sucedió ayer y no me digas que nada, te conozco muy bien, hija —rodé los ojos.
No lo suficiente, mamá.
Ella estaba detrás de mí y yo le estaba dando la espalda. ¿Para qué contarle? Ella no resolvería nada, como siempre.
—Nada —dije con firmeza.
Ella se acercó a mí lentamente, colocó su mano en mi hombro y me di media vuelta. Me abrazó fuertemente, como hacía tiempo que no lo hacía y por un momento pensé en devolverle el abrazo, pero ¿de qué serviría? Si cuando más la necesité me dio la espalda.
Al notar que no la estaba abrazando, se apartó lentamente y pude observar que en sus ojos color avellana, había tristeza.
—Sé que no fui la mejor madre de todas, pero si necesitas hablar estaré para oírte, ¿sí?
—¿Cómo cuando tenía trece años? ¿Me escucharás de la misma forma? No gracias —estiré mi brazo y abrí la puerta para largarme de allí.
Bajé los tres escalones, saqué mi celular y mis auriculares de mi mochila. En mi celular entré a la aplicación en donde tenía guardada mi música y puse Faded, de Alan Walker, una canción con la cual me sentía identificada.
Mientras caminaba, trataba de olvidar como le había contestado a mi madre, porque sé que no estuvo bien, ¿pero acaso ella se detuvo a pensar cómo se sintió una niña de trece años cuando le dieron la espalda? Si lo hizo, ahora ya era muy tarde.
El daño estaba hecho y esos recuerdos jamás se irán de mi mente.
|| ꧁෴ ਬੇ - ਓ ෴꧂ ||
Las clases habían finalizado y aunque semiología no era mi materia favorita, no fue tan tedioso el día de hoy. Al menos, no por ahora, porque ahora era la parte difícil.
Dankworth no se había acercado a mi, pero Ryan no dejaba de mirarme y a la vez reírse con sus amigos. Era claro que tramaban algo, pero ¿qué podría ser? Creí que con la lección de ayer me dejarían en paz, pero ahora veo que el trato no sirvió de nada.
Sin darle demasiada importancia, me fui del salón, ya que, luego de la clase de semiología, comenzaban las pruebas y quería ser una de las primeras en ir. Una de las estrategias para ser la mejor, era ser puntual, lo demás era simple para mí.
Antes de poner un pie fuera del salón, sentí la mirada de alguien y no necesitaba voltear para saber de quién se trataba.
La ignoré y caminé por los pasillos, hasta que Klex se acercó a mí y me sonrió.
—Hola, Thalia, ¿irás a las clases de natación?
—Sí, ¿sabes dónde quedan los vestuarios? —asintió.
Estábamos conversando mientras él me contaba que detestaba natación, ya que, de niño se ahogó en una pileta y todos creyeron que era una broma, pero ahora iría a ver como Mayik queda como uno de los mejores en lo que hace.
Creo que eso era una buena demostración de amor, porque incluso a la distancia, trata de apoyarlo lo mejor posible. No es porque fueran una pareja gay, pero Klex es realmente tierno.
—Disculpa por lo de ayer, no quería que te sintieras mal.
—Tranquilo, Klex, lo entiendo.
—A Mayik le agradas, pero es muy seco y frío.
—¿Le agrado? Ni siquiera me conoce.
—A veces con ver la mirada de alguien sabes si es buena persona o no —lo observé confundido—. Los ojos son las ventanas al corazón, solo a través de ellos puedes ver si una persona es buena o no.
Así qué los ojos son la ventana al corazón...
¿Será qué funciona con Dankworth?
Seguimos platicando hasta que llegamos a los vestuarios. Klex dijo que nos estaría viendo desde el pasillo, para alentarnos.
—Los apoyaré y verás que quedarán en el equipo —elevé una ceja, un tanto confundida.
—¿Por qué me apoyarías?
—Porque me agradas y creo que seremos buenos amigos —sonrió inocentemente.
—Claro... —susurré.
Me despedí de Klex y entré al vestuario de mujeres. Al caminar por el pasillo, una señora de mediana edad me dio una llave, la cual pertenecía a mi casillero para guardar mis cosas. Me había tocado el casillero número ocho.
También conocido como el número del infinito.
Como suponía, todavía no había venido nadie, así qué aproveché a apoyar mi mochila en el banco y sacar las cosas que podría necesitar. Saqué mis patas de rana, mis antiparras, mi gorra, mis sandalias para no caerme y mi toalla.
Luego de asegurarme que tenía todo afuera, me quité la remera y la dejé a un lado. Claro que debajo de la ropa tenía la maya enteriza puesta, no me gustaba que otras chicas me vieran cambiarme, era incómodo.
De pronto oí un murmullo, me di la vuelta y vi a Dankworth, mientras que a lo lejos podía oír el murmullo de sus amigas. Su mirada recorrió mis pies, luego mis piernas y luego mi torso, hasta que su mirada se encontró con la mía.
Sus ojos me observaban como si yo fuera una especie de libro abierto, no sabía cómo describirlo, pero algo en su mirada me decía que no iba a alejarse de mí. Lo que sería peor para ella, pero no sabía cómo hacerle entender que estar cerca de mí no era una opción.
—Tienes que tener cuidado, Thalía —dio unos pasos hacia mí.
—Creí que había sido clara contigo —me crucé de brazos.
—Ryan está furioso por la pelea de ayer, ten cuidado, creo que está planeando algo contra ti...
—Estaré preparada para todo, ahora aléjate —me di la vuelta para darle la espalda.
De pronto, sentí un toque suave y cálido en mi hombro desnudo, miré de reojo y su mano estaba sobre mi hombro. Parecía que quería decirme algo más, pero en cuanto los murmullos de sus amigas se acercaban cada vez más, alejó su mano rápidamente.
Se alejó de mí y comenzó a sacar las cosas de su bolso.
Sus amigas entraron como si fueran las reinas del lugar, solo faltaba que pidieran alfombra roja. En serio, esto daba demasiado cringe.
—¿Pero qué es esto? —espetó una de ellas.
Levanté un poco la mirada y Dankworth hizo lo mismo. Suspiré y me di la vuelta.
—¿Algún problema? —pregunté mientras me cruzaba de brazos.
—¿Qué haces aquí? Los fenómenos como tú no deberían cambiarse en el mismo lugar que yo —me acerqué a ella lentamente.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que se te antoje estar con una chica? —elevé una ceja.
—¿Pero qué dices?
—Digo, si tienes miedo de acercarte a mi, tal vez sea porque tienes miedo que así como a mí, también te gusten las chicas —abrió la boca para decir algo, pero las palabras no salieron de su boca.
—¿Qué pasó, Sam? ¿Te comió la lengua el ratón? —se burló Sheila.
—¿Por qué no te callas? ¿Acaso tú también eres una perdida? —rebatió.
—Soy heterosexual, pero no tiene nada de malo que ella se cambie aquí, es una mujer y punto —se acercó hacía nosotras sin la remera y en sostén—, y aunque ella no se identificara como mujer, si se siente cómoda aquí, ¿quienes somos nosotras para juzgarla o criticarla?
Todas callaron, nadie dijo nada. Sheila parecía estar firme ante lo que había dicho. Se cruzó de brazos y su abdomen desnudo se marcó un poco, al igual que los músculos en sus brazos.
Parecía que había hecho deporte toda su vida, sus brazos y torso estaban marcados y trabajados. No era un cuerpo que se conseguía tan solo en unos días, requería de mucho esfuerzo y dedicación.
No podía creer que ella me hubiera defendido, ¿por qué lo hacía? ¿Qué ganaba ella con ayudarme? ¿Lo hacía por bondad o por conveniencia? No lograba entenderlo,
Sin decir una sola palabra, me dirigí hacia el banco en donde estaban mis cosas, recogí mi cabello en un rodete, mientras que con la otra mano, tomé el gorro y me lo puse en la cabeza.
Luego me desaté los cordones de mis zapatillas, me las quité, al igual que mis medias y mi jean. Guardé todo en mi mochila, tomé las llaves de mi casillero y metí todo allí dentro. Luego me puse las antiparras en la cabeza, tomé la toalla y las patas de rana, para luego abandonar el vestuario.
Al hacerlo sentí un poco de alivio, porque sus murmullos y miradas no estaban sobre mí. Sentí un poco de lástima por Dankworth, seguro sus amigas le dirán algo por lo que dijo, pero en parte es problema suyo.
Ella tiene que seguir su camino y yo el mío. Es mejor así.
La profesora hizo una señal para que entrara. Al hacerlo observé como el agua estaba intacta, en calma. Me acerqué a una banca que era para dejar las cosas, dejé la toalla, las patas de rana y las sandalias.
La profesora se acercó a mí y me observó de arriba a abajo. Ella debía tener alrededor de cuarenta años, tenía el cabello hecho una coleta, un top deportivo junto a unos short, ya que aquí adentro hacía un poco de calor.
—¿Eres Thalía McCook? —asentí—. Sheila me habló de ti, bienvenida —me dio una sonrisa cálida.
—¿Qué le dijo?
—No mucho, solo qué cree que eres una buena nadadora y a juzgar por el cuerpo de nadadora que tienes, digo lo mismo.
—¿Cuerpo de nadadora?
—Sí, ya sabes, no todos los cuerpos están capacitados para nadar —fruncí el ceño ante lo que dijo.
—Yo creo que importa mucho la actitud y la habilidad de la persona, no el cuerpo —dije firmemente.
¿Acaso no había alguien normal en esta universidad? ¿Por qué ofender a las personas que no son delgadas? Esta universidad será mi perdición.
—Espero que así como tienes la capacidad de contestarme, tengas la capacidad de ser una buena nadadora —dijo con superioridad.
—No soy una buena nadadora, soy la mejor que existe y si no me cree, le recomiendo que me busque en internet —parpadeó varias veces, sin creer en lo que le estaba diciendo.
Los demás estaban llegando y creía que por eso la situación no empeoró. La verdad era que yo tenía la peor suerte del mundo, no solo estaba con los amigos de Dankworth en natación, sino que todos en este lugar eran discriminadores.
¿Qué le sucede a las personas de esta sociedad?
La piscina estaba dividida en cinco hileras y éramos al menos cincuenta alumnos que querían estar en el equipo. Solo veinte podrían quedar, ya que, en las competencias, un equipo competiría, mientras que el otro descansaría para la siguiente ronda.
La profesora nos pidió que nos metieramos en las divisiones con el número correspondiente que ella nos iba a dar. A mí me había tocado el número uno, cerca de la escalera para entrar a la piscina, mientras que a Dankworth le había tocado en el número dos.
Para mi desgracia, algunos de sus amigos estaban conmigo y eso no era nada bueno.
La profesora nos pidió que hiciéramos ochocientos metros del estilo en el que fuéramos buenos, en mi caso, el estilo de crol era mi preferido y era buena en eso.
Ochocientos metros era demasiado para la primera clase, pero según la profesora, si queríamos estar en el equipo, debíamos aceptar ciertas exigencias, de lo contrario nunca seríamos los mejores.
Mientras el agua climatizada mojaba cada parte de mi cuerpo, recuerdos del pasado querían volver. Era como si estuviera en un cuarto oscuro, con una puerta queriendo ser abierta por los duros recuerdos del pasado.
Yo amaba el agua, era mi vida, pero un día simplemente dejó de serlo y el agua no me hacía sentir nada más que miedo. La pasión y el amor que sentía por este deporte, desaparecieron.
Habían transcurrido varios años, pero el trauma seguía, el dolor y los pensamientos no se habían ido. La pasión por ser veloz y la mejor en esto era una luz en mi vida, pero mi corazón cargaba tanta oscuridad, que nada ni nadie podía alumbrarlo.
Sin embargo, traté de dejar el pasado atrás y seguir haciendo lo que me había pedido mi profesora.
Al terminar los ochocientos metros, todos estábamos muy cansados, excepto algunos de los amigos de Dankworth, parecía que estaban acostumbrados a este tipo de exigencias.
Ella estaba tan cansada, que recostó su cuerpo contra la pared de la orilla, su pecho subía y bajaba rápidamente, su boca estaba un poco entreabierta y sus mejillas estaban rosadas.
Su maya era de color negro, con una franja en diagonal de color blanco, su gorro era de color gris y sus antiparras eran de color azul.
De pronto ella giró su cabeza para verme e intenté disimular que la estaba mirando. Ni siquiera tenía sentido alguno que la mire, no por haberme salvado merece mi atención y ni quiero que piense que se puede acercar a mi.
Lo mejor para ella y para mí, era estar separadas.
—¡Salgan todos de la piscina, ahora! ¡Quiero ver si son buenos saltando desde un trampolín y ver si se pueden tirar de cabeza! ¡En mi equipo no habrá personas inútiles, solo habrá personas capaces de hacer todo por ganar!
Todos empezamos a salir de la piscina y nos pusimos en hileras, para que cada uno pudiera saltar sin problema alguno. La profesora no tenía ningún tipo de contemplación con los que no sabían nada.
—¡Si no saben nadar, entonces no debieron inscribirse a las clases! ¡De todos modos, la mayoría de ustedes no pasará ni la primera clase!
La hilera avanzaba y entre murmullos y risas, me di cuenta que Ryan y su estúpido grupo de amigos, estaban detrás mío. Seguramente lo sabían, pero si Sheila tenía razón, debía tener cuidado, porque en la mínima oportunidad, me harían algo.
Lo que nadie sabe, es que cuando la vida te arrebató lo que más querías, ya nada puede herirte.
Había llegado mi turno, me subí a la fría superficie del trampolín y junté mis brazos por encima de la cabeza, frelxioné un poco mis rodillas, para tomar algo de impulso. De fondo oí las risas y comentarios fuera de lugar de Ryan y sus malditos amigos.
Al saltar, sentí que algo tocó mis pies y en vez de caer en el agua, mi cuerpo se desvió y mi cabeza se golpeó con el metal de la escalera. El dolor fue apareciendo e a poco y era insoportable.
Al caer al agua mi vista se nubló, no vi nada más que una cabellera rubia y luego todo se oscureció.
|| ꧁෴ ਬੇ - ਓ ෴꧂ ||
Tenía un intenso dolor de cabeza.
Había una gran resolana cerca de mis ojos, con pereza, los fui abriendo lentamente y lo primero que mis ojos vieron, fue un techo blanco. Fruncí el ceño un tanto confundida, miré a mis alrededores y observé que Sheila estaba sentada en una silla, su mirada estaba perdida en algún lado lejos de aquí.
Su pierna subía y bajaba ansiosamente.
Llevé mi mano hacia mi cabeza y mis dedos tocaron mi cabello, lo que significaba que no tenía el gorro de natación puesto. Observé mi cuerpo y aunque podía sentir que tenía la maya puesta, arriba de eso tenía puesto una bata de hospital.
Al ver que me moví, Dankworth se acercó a mí lentamente y me dio una cálida sonrisa.
—¿Cómo estás? —intenté sentarme, pero ella colocó su suave mano en mi hombro y me echó para atrás y así quedarme recostada.
—Confundida... ¿Dónde estoy?
—Estás en el hospital de mi padre, te traje aquí cuando tuviste el accidente. Ya llamamos a tu madre y está en camino.
—¿Cómo conseguiste su número?
—Bueno...
No puede ser...
—¡¿Revisaste mi teléfono?! —chillé, pero en cuanto alcé la voz, una fuerte punzada llegó a mi cabeza.
Llevé mi mano hacia la zona de dolor, como si eso sirviera de algo.
—No, jamás haría algo así. Cuando fui a buscar tus cosas para traerte aquí, tu celular comenzó a sonar y vi que era tu madre, atendí y le dije lo que ocurrió.
—No debiste decirle nada —solté molesta.
—¿En serio? ¿Te tendieron una trampa y lo primero que me dices al despertar es que no debí decirle nada a tu madre?
—¡No tienes idea de como es mi vida fuera de la universidad!
—¡Sé que tienes una madre que te ama y eso es suficiente!
—¡No es verdad, Dankworth! ¡Ella solo siente culpa de haberme arruinado la vida!
—¿De qué hablas? —preguntó curiosa.
—Solo no vuelvas a hacer algo sin mi autorización... —suspiré.
—¿Y qué querías que hiciera? ¿Querías qué te despertara y te preguntara si querías que venga tu madre y luego volver a quedar inconsciente? —preguntó irónicamente—. No seas infantil, Thalía.
Por cosas como esta es que no la quería a mi lado. Sabía que tarde o temprano arruinaría todo, por su culpa ayer tuve una pelea que gané limpiamente y ahora pude haber muerto.
¿Por qué simplemente no morí? Nadie me hubiera extrañado en la tierra y al menos, podría estar con ella... Qué difícil es querer morir, es como si la vida no quisiera que muriera, cuando mi alma estaba muerta y enterrada.
—¿Fueron ellos?
—Ryan desvió tus piernas para que al saltar no pudieras estabilizarte, te golpeaste con la escalera... te estabas hundiendo y te rescaté... —respondió con timidez.
Tal vez ella no era tan cruel como pensaba...
—Gracias... —sonrió de lado.
—Disculpa por haber llamado a tu madre, pero no sabía qué hacer...
—Lo entiendo, ¿pero cómo fuiste a buscar mis cosas si yo no estaba contigo?
—Ah, eso, Mayik y Klex se ofrecieron a ayudarme y te están esperando afuera, dijeron que son tus amigos.
Tal vez eso era la amistad, estar para el otro incluso cuando apenas conoces a esa persona.
Amigos... Hace tiempo que no tenía eso...
—Les diré que pueden pasar a verte... —bajó la mirada y se dio media vuelta para dirigirse a la puerta de color gris.
—Dankworth —levantó la cabeza y sobre sus pies dio media vuelta—, creo que te debo una —sonrió de lado.
—Pensaré en qué quiero, Thalía —me guiñó el ojo y salió por la puerta.
Tal vez Klex tenía razón, los ojos son la ventana al corazón y tal vez ella no era una mala persona, pero aún así no podía permanecer a mi lado.
No sé porqué le intereso tanto, pero el sentimiento no es mutuo y nunca podrá serlo.
Sheila Dankworth nunca será mi amiga.
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