|| Capítulo 02 ||
Luego del infortunio con mi motocicleta, la hetero se había ofrecido a llevarme a casa en su auto de color gris. Al principio me opuse, porque no quería que supiera en donde vivía, pero teniendo en cuenta que mi madre se preocuparía por lo tarde que llegaría, no tuve elección.
Todavía no podía creer lo que había sucedido, esa motocicleta era como si me hubieran cortado las alas y cayera en la cruel realidad.
Durante el viaje ninguna de las dos dijo nada. No sé porqué se había ofrecido a llevarme a mi, nadie es tan bueno como para no querer nada a cambio. Sé que dijo que haríamos el ensayo juntas, pero debe querer que lo haga yo y que ella se lleve parte de la calificación.
Sus ojos verdes mostraban preocupación, sus cejas perfectamente marcadas, hacían una mueca de pena.
No necesitaba su compasión, ni su lástima, solo necesitaba estar más atenta a lo que los demás podían hacerme. Apenas era el primer día en la universidad y me habían hecho algo atroz sin motivo alguno. No quería imaginar todo lo que tendría que soportar mañana y el resto del año.
—Mi hermano tiene un amigo que es mecánico, él puede arreglar tu motocicleta. ¿Te parece bien? —preguntó con un poco de timidez.
El día seguía nublado, pronto llovería y siempre que eso sucede, algo malo en mi vida pasa, como fue el caso de mi motocicleta. Siempre odié los días lluviosos, porque siempre sucedía una tragedia, pero a la mayoría de las personas tampoco les gustan los días así y a veces tienen infortunios.
Tal vez por eso sea que en parte me gustaban los días nublados, porque por un día podía sentir que no solo mi vida era una mierda, tal vez necesitaba saber que las personas tenían infortunios los días lluviosos, tan solo para no sentirme sola.
Un pensamiento tonto que tengo desde que era una niña, pero la verdad no importa mucho.
Según lo que propuso Dankworth, tiene pros y contras, por ejemplo; es bueno que pueda reparar mi motocicleta para poder usarla lo antes posible, pero por el otro lado, no conozco a su hermano y no sé cuán confiable es.
¿Además, estaría dispuesto a ayudar a una homosexual? Era algo difícil de creer.
—Gracias, pero no —asintió un tanto desanimada.
El viaje continuó hasta que llegamos a un pequeño parque que está a dos calles de mi casa. Le dije que desde aquí caminaría porque quería estar un momento a solas. La idea no la convenció mucho, pero aceptó.
—Antes de que te vayas —tomó su mochila, rebuscó algo en uno de los bolsillos pequeños y de él sacó un papel y un bolígrafo.
Apoyó el papel en su pierna y con el bolígrafo negra empezó a escribir algo. Al terminar de hacerlo me ofreció el papel blanco y lo tomé con duda.
Al leerlo noté que me había dado su número de teléfono. Alcé la ceja con un poco de recelo.
—Es por si necesitas algo —de mala gana le devolví el papel.
—No necesito nada.
—No parecía eso cuando decidiste subir a mi auto y que te trajera a este parque —sonrió de lado.
—¿Siempre eres así de irritante? —sonrió, mostrando todos sus dientes blancos.
—No soy irritante, solo tengo razón —rodé los ojos—. Puede que algún día necesites hablar, mejor guárdalo —dijo con un tono de gentileza.
Rodé los ojos nuevamente, tomé la manija para abrir la puerta del auto, al salir la cerré y ella bajó la ventanilla.
—¿Segura qué estarás bien? —su voz sonó preocupada.
Tal vez ella sí estaba preocupada por mí, pero a veces la preocupación y curiosidad pueden llevarte por un mal camino.
No quiero su compasión, ni la de nadie. Solo quiero poder vivir en paz.
—No te preocupes, Dankworth. Antes de conocerte me las pude arreglar, contigo nada será diferente —sonrió tímidamente.
Me alejé un poco del auto y empecé a caminar por el interior del parque, donde las personas viven sus vidas felices, donde los niños corren para todos lados y su única preocupación es que el día acabe, ya que deberán dormir.
Quisiera tener ese tipo de preocupaciones, quisiera solo ser una persona normal como cualquier otra, pero la sociedad no aceptaría a alguien diferente a ellos, aunque lo diferente sea algo tan común, como el color de piel.
El césped verde se movía levemente, señal de que hay un poco de viento. Mientras estaba caminando, oía como los pájaros hablaban entre ellos y de alguna manera, eso me hacía feliz.
Siempre me gustaron las aves, no importa si era un águila, un pavo real, un tucán o lo que fuera. Ellos pueden volar a donde quieran, mientras que yo estoy obligada a estar aquí, presa por algo que no debería ser pecado o penalizado de muerte.
Al pasar por al lado de un arbusto, oí el sonido de un ave. Parecía desesperada, como si pidiera auxilio.
Me detuve y rodeé el arbusto para buscarla. Al asomarme encontré a un pequeño colibrí entre el arbusto, estaba pidiendo auxilio.
Lentamente me agaché e intenté acercar mis manos al pequeño, pero él se asustaba. Gritaba cada vez más, seguramente pensando que le haría daño.
—Tranquilo, te ayudaré, pequeño —silbó agudamente.
Volví a acercar mis manos y aunque el pequeño no paraba de moverse, removí las ramas que lo mantenían preso. Al hacerlo me di cuenta que una rama había lastimado su ala derecha, esta estaba doblada y al parecer le dolía mucho.
El colibrí dejó de forcejear conmigo y giró su pequeña cabeza para observarme mejor.
—¿Lo ves? Solo quiero ayudarte —silbó a modo de respuesta, que tomé como un sí.
Luego de liberar su ala, junté mis manos para que el colibrí se pusiera sobre ellas. Con un poco de recelo lo hizo y volvió a observarme.
—Te llevaré a casa para ayudarte y en cuanto te recuperes podrás irte —me levanté lentamente y empecé a caminar, mientras el colibrí de color verde y azul trataba de entender lo que sucedía.
Al llegar a casa tomé un pequeño pote y coloqué agua en él, apoyé al colibrí en mi escritorio y mientras observaba todo a su alrededor, yo le sonreía.
—Lo sé, mi cuarto no está muy ordenado, pero lo importante es saber cómo voy a curarte —levantó la cabeza repentinamente, al igual que una zuricata—. No me mires así, nunca había salvado a un animal y menos a un colibrí. Mamá tardará en venir porque tiene que cerrar un arreglo y no sé mucho de esto.
Traté de pensar en algo, pero si buscaba algo en Google nada me aseguraba que fuera confiable y si necesitaba ir a comprar algo, no podría dejar al pequeño solo.
No puedo creer lo que voy a hacer.
Tomé mi celular y de mi bolsillo saqué el papel con su número de teléfono. Marqué el número en el celular y comenzó a sonar. Dejé el celular sobre el escritorio y en el altavoz, por si debía ir a buscar algo.
—¿Hola? —preguntó extrañada.
—Dankworth, dime que sabes sobre cómo arreglar un ala doblada de un colibrí.
—¿Encontraste un colibrí?
—No tengo tiempo para contarte la historia, el ave quiere su ala normal —espeté.
—Está bien, cálmate. ¿Tienes una venda? La necesitarás para que la ala del colibrí se mantenga quieta y así se cure.
—No cuelgues, voy a buscar la venda al botiquín.
Rápidamente corrí hacia el baño, abrí el botiquín que estaba detrás del espejo y tomé la venda junto a unas tijeras.
Al volver me senté en la silla giratoria de mi escritorio y apoyé todo en el.
—¿Sigues ahí?
—Sí, ¿ya tienes las cosas?
—Sí, dime que debo hacer.
—Cuidadosamente toma al colibrí en tus manos y ponle la venda alrededor del ala y engánchala a su cuello, como cuando te quiebras el brazo y tienes que llevar puesto un cabestrillo para el brazo —explicó.
—Entiendo.
Tomé el rollo de la venda, y me acerqué lentamente al pequeño colibrí, él dio un paso hacia mi y eso me sacó una sonrisa. Porque significaba que él confiaba en mí y los animales son tan puros y sinceros que es imposible que mientan.
Coloqué el ala a su lugar de siempre, como si estuviera normal y empecé a colocarle la venda por ella y por su pequeño cuello. Al hacerlo hice un pequeño nudo para que estuviera bien sujeta.
—¿Pudiste lograrlo? —preguntó curiosa.
—¿Acaso crees que una homosexual no puede hacerlo?
—No, no quise decir eso —respondió apenada.
Al soltar al colibrí, observó su cuerpo y volteó a mirarme.
—Lo sé, es incómodo, pero así mejorarás y estarás bien —acerqué mi dedo lentamente a su cabeza azulada con degradé verde agua y lo acaricié.
—¿Estás hablando con el colibrí?
—Es el único ser vivo que no se aleja de mí y de vez en cuando necesito una conversación con sentido —al otro lado de la línea llegué a oír una pequeña risita.
—¿Le pondrás un nombre?
—No quiero encariñarme con él. En cuanto esté mejor podrá volar y ser libre.
Hubo una pausa, en donde ninguna de las dos dijo nada y el silencio invadió el ambiente.
—No quiero entrometerme, pero sentí que lo dijiste con algo de nostalgia...
Porque un día lo fui, un día fui una niña quien era feliz con solo jugar en el parque, un día fui una niña la cual era una más del montón y una niña a la cual todos adoraban. Ahora las cosas ya no eran así.
—No es importante... —suspiré—. Gracias...
—De nada, me alegra que hayas llamado —confesó.
—Tenía una emergencia, eso no nos hace amigas o algo por el estilo —rió.
—Me conformo con saber que al menos pensaste en mí para ayudarte —rodé los ojos.
—No te creas Dios, no quería interrumpir a mi madre.
—No me creo Dios, solo creo que soy la primera persona con la cual socializas.
—Ya que estamos hablando... ¿Tienes algún tema para el ensayo? —dije cambiando de tema.
—No, ¿y tú?
Claramente tenía un tema, la homofobia, pero no sé qué pensaría una heterosexual sobre escribir algo así. No sería algo sobre lo que ella podría hablar, no lo vive y tampoco lo conoce.
—No estoy segura, ya pensaremos en algo.
—Creo que querías escribir sobre la homofobia y no quieres decirme, ¿verdad?
¿Acaso esta chica lee mentes? Eso sí da miedo.
—¿Cómo lo sabes?
—Cuando te compré las hamburguesas estabas escribiendo algo y dijiste que era el ensayo. Para escribir un ensayo necesitas un tema y creo que la homofobia es algo de lo que sabes mucho —confesó.
Seguramente debí parecer una idiota, ¿Cómo no pensé en eso?
—Como sea, cambiaremos de tema.
—¿Por qué soy heterosexual? —hizo una pausa—. Tengo una idea, podríamos hablar sobre la homofobia, tú desde tu punto de vista y yo desde el mío.
Sin querer solté una risa burlona.
—¿Te parece gracioso?
—Sí, porque serías la primera heterosexual que habla sobre la homofobia —respondí irónicamente.
—Me enorgullece saber que seré la primera —soltó con orgullo.
¿Era en serio? ¿Ella hablaría sobre la homofobia junto a mi? No soy de las personas que necesitan ver para creer, pero eso sí tenía que verlo y si era posible, grabarlo.
—Mañana en el descanso hablamos.
—Te veo mañana, McCook. Descansa y si necesitas algo, llámame.
—Ya quisieras que te llame.
—Lo hiciste una vez, seguro que lo harás en otra ocasión —rodé los ojos.
¿Por qué era tan irritante? No duraríamos mucho sin discutir mientras hiciéramos el ensayo.
—Sigue esperando —río inocentemente.
—Hasta mañana, McCook.
Ella finalizó la llamada.
El pequeño colibrí me observó con curiosidad y soltó un silbido agudo. Lo tomé como un seguro que la llamas.
—Tú no digas nada, pequeño.
Habían transcurrido dos horas desde que el cielo amenazaba fuertemente con una tormenta. Había comenzado hace ya una hora y el pequeño estaba un poco asustado, mientras yo leía un libro tranquila en mi cama, al lado de mi cabeza, en mi almohada el colibrí estaba acurrucado.
Creí que tendría frío, entonces me levanté de la cama, busqué una pequeña caja, una bufanda que ya no usaba hace algunos años y la coloqué dentro. La caja la puse sobre la mesita de noche, junto a una lámpara, para que no tuviera frío durante la tormenta y la noche.
Al hacerlo, se acurrucó en mi bufanda y para que no tuviera frío con esta tormenta, se quedó quieto. La lluvia caía y mientras mis ojos arrasaban con las palabras del libro, pensé en cómo Dankworth me había ayudado pese a cómo la traté.
No sabía porqué se empeñaba tanto en acercarse a mí, pero era claro que tenía un interés. Nadie hace algo sin querer obtener nada a cambio. Es como cuando vas a la tienda, uno va porque necesita algo y así son las cosas en la vida y la sociedad no busca cambiar.
O al menos en ese aspecto.
Oí el ruido de las llaves de mamá, ese ruido era inconfundible. El pequeño chilló por el ruido, seguramente pensando que en la casa éramos solo nosotros dos. Oí como sus pisadas se acercaban cada vez más a mi habitación.
Tocó la puerta y luego de abrirla se asustó cuando vio al pequeño. Le conté que había ido por un sendero no muy seguro y que por eso las llantas de mi motocicleta se habían pinchado. Creí que se daría cuenta de la mentira, porque las llantas son resistentes a cualquier terreno, pero pareció haber olvidado ese detalle.
También le conté que una "amiga" me había traído a casa y luego de recibir un sermón del porqué no debí haberme subido al auto de una extraña, entendió que lo había hecho porque no tenía más opción.
Al comentarle de Dankworth, mi madre se alegró de que al fin tuviera una amistad. Le dejé en claro que no éramos amigas ni nada más que compañeras para el ensayo, pero claramente mi madre no me creyó.
|| ꧁෴ ਬੇ - ਓ ෴꧂ ||
Estaba en la peor parte del día, la mañana. Estaba yendo a la universidad en autobús y había olvidado lo incómodo que era eso. Extrañaba el viento golpeando mi rostro, la frescura de la velocidad, mi cabello volando para todos lados y sobre todo, extrañaba tener el control sobre mi vida.
Ahora estaba sujeta a viajar en un lugar lleno de personas que me odiaban, donde recibía miradas y murmullos molestos. Claro que era como mi madre decía, llevar la pulsera no ayudaba mucho, pero a diferencia de mi madre, yo no estaba de acuerdo en que debía ocultarme. Al fin y al cabo no soy una asesina.
Luego de bajar, caminé algunas calles y llegué al gran edificio de color ladrillo y blanco. Un día la escuela me había parecido el lugar más puro que existía, pero luego entendí que lo que creía que era mi refugio, se había vuelto una pesadilla de la cual no podría despertar.
Los murmullos no faltaron en la universidad, tampoco las groserías ni las miradas de mal gusto. Solo el profesor de literatura me había saludado amablemente, al cual solo le dediqué una pequeña sonrisa.
Mientras caminaba por los pasillos, en busca de un lugar seguro o de una misión imposible: pasar desapercibida, como si fuera un fantasma y nada pudiera verme. ¿Pero qué probabilidades tenía de que eso sucediera?
Pocas, por no decir ninguna.
A veces solo quería dejar de existir y que nadie supiera de mi paradero, pero solo era un sueño imposible.
Al observar una cartelera de una de las paredes del pasillo, me detuve al observar que había un folleto en el cual reclutaban a personas para el equipo de natación, mi deporte favorito.
Hasta ahora solo cinco personas se habían postulado y habían más de diez vacantes disponibles. De pronto alguien se acercó a mi, al girarme me topé con sus ojos verdes y su cabello rubio. Sacó un bolígrafo de su mochila y anotó su nombre en un casillero que estaba vacío.
Sheila Dankworth.
Así que ese era su nombre, Sheila. Tiene nombre de persona heterosexual.
Ella me sonrió gentilmente, como si su sonrisa pudiera alumbrar mi horrible y espantosa vida. Parecía una de esas personas que no tenía ninguna preocupación en su vida, más que estudiar y ser una chica sobresaliente.
Algo en lo que éramos muy diferentes.
—¿Te anotarás? —preguntó con emoción.
—No —respondí cortantemente.
—¿Sabes nadar? —asentí— ¿Eres buena? —volví a asentir—. ¿Entonces por qué no te anotas? —preguntó confundida—, necesitamos buenos nadadores en el equipo.
—El agua no es lo mío.
—¿Segura? Porque yo creo que una chica que es buena nadando tiene que, al menos, intentarlo.
Claro, porque una homosexual puede estar en el mismo vestuario con chicas en maya. No gracias, eso generaría más incomodidad de la que ya tengo y no puedo perder el tiempo de esa manera.
Además, el agua y yo somos enemigas desde hace muchos años.
—¿Por qué tanto interés? ¿Acaso los heteros no son buenos nadadores?
—No es eso, solo quiero que te sientas bien en la universidad.
Sí, claro y yo soy un unicornio.
—Cambiando de tema, ¿Cómo está el colibrí?
—Está bien, lo dejé en el jardín para que pudiera comer de las flores y no tendrá frío por el sol, de todos modos mi madre lo cuidará —empezamos a caminar por el pasillo frío de la universidad.
Tal vez era la costumbre o tal vez era porque notaba cosas que las personas "normales" no, pero la mayoría de las personas nos miraban sin entender cómo podríamos establecer una conversación.
Era extraño, por que yo no...
¿Una conversación? Mierda, caí en su juego.
—Confieso que me sorprendió que me llamaras —dijo con timidez.
Me detuve en seco y ella hizo lo mismo.
—Fue una emergencia, no creas que te volveré a llamar.
—Yo no creo que...
—Ya me ayudaste, Dankworth y aunque debamos hacer el ensayo, trata de no acercarte a mi. Es lo mejor —ella frunció el ceño un tanto confundida.
Abrió un poco sus labios para decir algo, pero se arrepintió y los cerró.
—Si quieres reconsiderar la oferta de unirte al equipo las inscripciones cierran el viernes —dijo un tanto desanimada.
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