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|| Capítulo 01 ||

A veces me gustaría poder dejar de existir y solo por una simple razón: la sociedad.

Ellos te dicen cómo debes vestirte, dependiendo de cuánto dinero tengas, definirá si eres pobre o rico, dependiendo de tus recursos en la vida, te califican como un don nadie o alguien con una oportunidad minúscula para sobrevivir en este mundo.

Así fue todo el tiempo y así lo será, porque siempre habrá quienes piensen que lo que tienes te define.

También siempre estarán esas personas que por tus gustos te molestarán, te humillarán y te lastimarán.

Lo he vívido cada día de mi vida.

Tomé mi mochila, con algunos cuadernos para mi primer día de clases en la nueva universidad. Me aseguré de que todo estuviera en su debido lugar y fui a mi closet a buscar la ropa que me pondría.

Busqué mi jean de color azul oscuro, una remera corta que no llegaba hasta el pupo de mi panza, mis zapatillas Converse y por último, mi camisa cuadriculada de color negro y rojo. Tal vez sería demasiado obvio mi orientación sexual, pero en esta sociedad son tan ignorantes que lo más probable es que no supieran que muchas lesbiana usan una camisa cuadriculada como distinción.

No es mi caso, siempre las he usado, incluso antes de sentir que me atraían las chicas. Supongo que soy lesbiana desde el vientre de mi madre.

Coloqué la mochila en mi espalda y salí de mi habitación, rumbo a la cocina, ya que, mi estómago no dejaba de rugir. Al llegar al lugar donde la magia de la comida nace, me senté en una silla de color negro, que hacía juego con la mesada de mármol negra y color blanco.

Al sentarme observé la larga cabellera negra de mi madre, su postura era de una señora segura de sí misma y sin temerle a alguien.

Me alegra saber que me parezco más a ella, aunque nunca seré tan fuerte.

—Él llamó —abrí mis ojos sorprendida.

La piel se me erizó solo de recordar todo el maltrato que tuve por parte de un hombre así.

—¿Se acuerda de mi cumpleaños? —mi madre se dio la vuelta y me ofreció un vaso de jugo.

—Sabes que él lo sabe, es tu padre.

—Corrección, era mi padre. Dejó de serlo hace mucho tiempo —tomé el vaso, llevé el vidrio a mis labios y el juego cayó por mi garganta.

Su sabor a naranja me gustaba, de algún modo ponía a mi estómago feliz, pero en esta realidad era difícil ser feliz. Por no decir imposible.

—Lamento que todo tenga que ser difícil, hija —colocó su mano sobre mi antebrazo y lo acarició dulcemente.

Claro que lo lamenta, es decir, después de todo es su culpa. Todo pudo haber sido diferente, pero no.

—No te preocupes, mamá. Un día el mundo tendrá que aceptar que amar a una persona de tu mismo sexo no es pecado —sonrió de lado.

Sus ojos se desviaron hacia mi pulsera de color rojo, naranja, amarillo, verde, celeste, azul y morado, la observó por unos segundos que parecieron una eternidad y vi en sus ojos el recelo que tenía respecto a que los demás vieran mi pulsera.

—¿Necesitas llevarla? No quiero que te molesten.

—No voy a ocultar quien soy, no es mi culpa que la sociedad le tenga miedo a lo diferente.

Terminé de beber todo el jugo, me dirigí al lavavajillas para poder lavarlo antes de irme, ya que, mamá tenía que irse rápido y vender propiedades a nuevos clientes.

Salimos juntas del departamento hablando del clima, de algunos clientes que buscan tener algo con mi madre y claro que no podían faltar su discurso para que no me meta en ninguna pelea.

Nos detuvimos cuando observé mi motocicleta de color negro. Era un simple objeto, pero me daba algo que me había sido arrebatada, la libertad. Sentir el viento golpeando mi rostro, sentir que iba a gran velocidad, sin sentir los prejuicios de nadie, era vida.

Mi motocicleta era vida.

—Te irá bien, hija. Tengo fe en ti —sonreí de lado y ella me respondió con una cálida sonrisa.

—Prometo no meterme en problemas.

—No importa lo que digan, tú sabes cuánto vales y quien eres en verdad —asentí—. ¿Llevarás la motocicleta?

—No tiene nada de malo, mamá. Por tener tatuajes creen que eres un pandillero, por vivir en la calle creen que eres un idiota y no es así, no me importa si creen que soy una chica que causa problemas.

Dirigí mi mano hacia el bolsillo trasero de mi jean y busqué las llaves de esta preciosura. Tal vez era mucho hablar así de un objeto, pero cuando se vuelve tu método de escape, es como si fuera tu mejor amiga.

Me subí a la motocicleta y sonreí. Le di a mi madre una mirada de seguridad, para que entendiera que me iría bien y que nada sucedería. Aunque siendo sincera, ni yo misma me tenía fe.

Coloqué la llave alrededor del círculo plateado con una abertura de la forma de la llave, la giré dos veces y el motor se encendió. Me subí a la motocicleta y dirigí mi mirada hacia ella.

—Te veo en unas horas —la saludé con la mano como a una niña pequeña.

—Hasta más tarde, cariño.

De a poco empecé a alejarme de mi casa y empecé a sentir como el viento, provocado por la velocidad, golpeaba mi rostro. Cuando podía estar en la motocicleta y conducir a toda velocidad, sin oír murmullos, comentarios ofensivos y sin miradas, me sentía plena y segura.

No estaba segura que tan bien podrían recibirme en esta universidad, era probable que muchos me odiaran, hasta el punto de estar sola nuevamente, pero si un día quería ser más de lo que era ahora, debía pasar por encima de ellos y hacer oídos sordos a sus comentarios.

El día estaba nublado, las nubes grises competían para ver cual de ellas dejaría caer una gota primero. Lo malo es que estaba un poco caluroso y cuando eso sucede cuando va a llover, significa que se avecina una tormenta.

Ahora recordé que debí haber traído mi casco, pero no me parecía necesario.

Avanzando en medio del tráfico, logré observar cómo a lo lejos había un estacionamiento con muchos autos estacionados en el. Junto al estacionamiento se encontraba el gran edificio al que debería asistir de ahora en adelante.

Al llegar en motocicleta todos oyeron un motor fuera de lo común, o eso creía, ya que no había ni una motocicleta en el estacionamiento. Un grupo de chicas se volteó cuando pasé cerca de ellas y empezaron a murmuran cosas.

Mi camisa cuadriculada estaba arremangada hasta mis codos, haciendo visible mi pulsera. Encontré un espacio para estacionarme y en cuanto lo hice, quité las llaves de la motocicleta y unos chicos que estaban apoyados en un árbol silbaron de forma burlona.

—Pero mira que hermosura —dijo un chico vestido de color negro y cabello perfectamente peinado hacia atrás.

Hice oídos sordos a su comentario y al murmullo de sus demás amigos. Me bajé de la motocicleta, coloqué la mochila en el asiento, la abrí y comencé a buscar las cadenas de seguridad para que nadie me robara la motocicleta.

Se las coloqué en las ruedas y la cerré con una de las llaves. Tomé mi mochila y la volví a colocar en mi espalda.

Comencé a observar la gran estructura de color ladrillo y color blanco. Había unos escalones muy extensos, los cuales te dirigían hacia la entrada de la universidad. Se suponía que el horario de entrada era en veinte minutos, pero a veces las universidades son tan grandes que es difícil encontrar el salón asignado.

Mientras algunos grupos me observaban por ser la nueva, una chica no dejaba de observarme desde que había llegado. Era parte de ese grupo de chicas que me miraron al pasar cerca de ellas.

Tenía el cabello de color rubio, su peinado era hacia el costado derecho, sus ojos verdes resaltaban junto a la vestimenta que llevaba puesta. Su chaqueta de jean de azul oscuro que le llagaba por debajo de la cintura, su top de color negro que tapaba sus pechos, pero dejando estos un poco al descubierto, su jean de color negro roto en algunas áreas de las piernas y sus borcegos negros.

No lo iba a negar, era una linda chica, pero aparentaba ser heterosexual y no quería más problemas.

Una de sus amigas era rubia de ojos color avellana, estatura normal y tenía la apariencia de ser la típica chica irritable de la universidad, mientras que la otra chica tenía el cabello de color rojizo y ojos marrones. Ella parecía ser más reservada, pero me estaba mirando con mala cara.

Decidí ignorarlas y empezar a caminar para no llegar tarde. Pasé por cerca de ellas al querer subir las escaleras y la ojiverde no pudo evitar observarme con una sonrisa notoria. A veces me sentía como un bicho raro, como si nunca hubieran visto a una homosexual, como si nosotros fuéramos extraterrestres o algo similar.

Al entrar había dos lados que podía tomar, el lado izquierdo o el lado derecho. Mi salón era el número diez, pero no había ningún mapa o algo para ubicarme. Miré a mis alrededores, hasta notar a un guardia de seguridad con una camisa y su pantalón de color negro, junto a su cinturón, su arma y garrote.

Me acerqué a él.

—Disculpe, ¿sabe dónde está el aula número diez? —el hombre no respondió.

Me pregunté porqué no respondía, pero "disimuladamente" observó mi pulsera y entonces supe el porqué. Seguro que no le daría indicaciones a una homosexual, por spuesto que no. Podría ser pecado.

Suspiré y decidí tomar el riesgo de ir por el lado izquierdo. A medida que avanzaba por los pasillos todos me observaban como si fuera algo de otro mundo, murmuraban cosas y hacían comentarios que trataba de no oír.

Llegué a una parte de la universidad que era una cafetería al aire libre y la otra parte era bajo techo. Observé que había un cartel que decía que había una promoción de un sándwich con una bebida a un precio bastante barato.

Eso me serviría para el receso, ya que me había olvidado de hacerme algo de comer.

Seguí caminando, pidiendo indicaciones a toda aquella persona que se cruzara en mi camino, pero todos de una manera u otra se negaban a decirme dónde estaba el salón. Un poco frustrada, seguí caminando sin rumbo alguno, hasta que me detuve y observé la edificación.

Tal vez no deba ir, era notorio que nadie me quería allí.

De pronto sentí que alguien me tocó el hombro, me di la vuelta lentamente y me di cuenta que era la chica de cabello rubio y ojos verdosos. Me observó de pies a cabeza y me sonrió.

—¿Estás perdida? Puedo ayudarte —dijo con su voz angelical.

—No, gracias. Pronto encontraré mi salón —contesté de mala gana.

—No estás yendo por el camino indicado.

—¿Y cómo podrías saberlo?

—Mis amigas dijeron que habría una chica nueva y estoy segura que eres tú —fruncí el ceño confundida.

—No me interesa lo que creas, encontraré el salón por mi cuenta —di media vuelta y comencé a caminar nuevamente.

No sabía si lo que decía era verdad. ¿Quién garantizaba que estuviéramos juntas en el mismo salón? ¿Quién decía que no era una trampa para hacerme daño? No pensaba correr riesgos y si podía evitarlos, mejor.

Fui de un lado a otro, paseándome en la puerta de cada salón y observando el número que era. Todos los salones estaban distanciados, en donde estaba la número cinco, estaba la ocho y donde estaba la uno, estaba la tres.

Esto parecía el laberinto del minotauro más que una universidad. En contra de mi voluntad, hice lo que aquella chica me había dicho. Volví por donde vine y tomé el camino que antes había optado por no ir.

A medida que avanzaba veía el número de los salones con la esperanza de encontrar el mío y cuando lo hice, sonreí de lado.

En el momento que llegué me senté en una de las butacas del medio. De a poco los alumnos empezaron a pasar por la puerta y parecía que cada uno tenía su grupo de amigos, algo que no estaba en mi lista de este año.

De pronto ahí estaba ella, sonriendo, estaba hablando con sus amigas y en cuanto bajó la mirada, sus ojos se centraron en mí e inmediatamente me di vuelta.

Así que la hetero tenía razón, pero eso no implicaba que no fuera a dañarme en algún momento.

Abrí mi mochila, saqué mi cuaderno para tomar apuntes y un bolígrafo.

Luego de que más alumnos llegaran, un señor de barba y cabello blanco, entró al gran salón y bajó los escalones hasta estar en su escritorio. Dejó su morral y sus cuadernos sobre el escritorio de madre y todos hicieron silencio para que el profesor comenzara a dar la clase.

                                         || ꧁෴ ਬੇ - ਓ ෴꧂ ||

El profesor D'Clare dio la clase por finalizada, pero antes de irnos nos dijo que debíamos hacer un ensayo de cien hojas sobre una temática libre. Yo ya tenía una idea básica de cómo y de qué podría ser mi ensayo, pero no contaba con un pequeño detalle.

Era un trabajo grupal de dos personas, nadie quería estar conmigo y yo no quería estar con alguien.

Guardé todo en mi mochila y mientras todos buscaban a su amigo más cercano para hacer el trabajo, yo me dirigía a pedirle al profesor hacerlo sola. Bajé las escaleras y al llegar al escritorio del profesor, este levantó la mirada.

Me observó de arriba a abajo y sus ojos se detuvieron en mi muñeca. Bajé la manga de mi camisa para ocultar la pulsera, ya que me daba un poco de vergüenza en algunas ocasiones.

Ser valiente no siempre era lo mío.

—No la ocultes, muestra quien eres —dijo con tranquilidad.

Lo miré sin entender su reacción. ¿Un adulto me había dicho que no debía ocultar quién era? No estaba acostumbrada a este tipo de trato, más bien esperaba una reprimenda.

—Mi hermano es gay, señorita, McCook y no tengo nada en contra de los homosexuales —aclaró.

—Entonces creo que no le molestará que le pida hacer el ensayo sola.

—Lo lamento, señorita, pero este trabajo es de a dos y con alguien que no conozcan —fruncí el ceño confundida—. ¿No oyó nada de lo que dije?

—Creí que se podía elegir al compañero —negó con la cabeza.

Su mirada se trasladó a otra parte. Observé el suelo y vi la sombra de una persona.

—¿Qué se le ofrece, señorita Dankworth? —el profesor la observó con dulzura.

El profesor arecía ser alguien agradable, con quien podrías desahogarte sin problema alguno. En el pasado había confiado en las personas equivocadas y pagué el precio por eso. No podría volver a confiar en alguien aunque quisiera.

—Quería consultarle algo, pero me fue imposible no oír su conversación —se acercó a nosotros y abrí los ojos sorprendida al ver quien era.

¿Acaso la hetero no tiene otra cosa que haces más qué seguirme? Que irritante son las personas como ella.

—No te entrometas —dije fríamente.

—De hecho es una idea grandiosa —los ojos marrones del profesor emitieron un brillo extraño.

—¿Disculpe, profesor? —la ojiverde lo miró confundida.

—¿Por qué no trabajan juntas? —ambas nos miramos y puse mi peor cara, para que entendiera que ni muerta trabaja con ella.

—Me parece bien.

—Ni muerta, profesor —dije al mismo tiempo.

Ambas volvimos a observarnos de la cabeza a los pies. ¿Una homosexual y una heterosexual trabajando juntas? Eso ni pensarlo, no resultaría y solo me traería más problemas de los que ya tengo.

—Puedo hacerlo sola, no necesito de tu ayuda —ella sonrió de manera arrogante.

—No parecía eso cuando te pregunté si estabas perdida.

—¿En algún momento te pedí ayuda? —pregunté retóricamente—, no, claro que no. Tú sola te ofreciste —la señalé con el dedo índice.

—Lo que importa es que seguiste mi indicación, de lo contrario no hubieras llegado a la clase.

—Qué irritante eres —soltó una risita burlona.

—¡Señoritas, por favor! —alzó la voz y nosotras callamos—. Está decidido, señorita McCook, usted trabajará con la señorita Dankworth.

El profesor no parecía alguien a quien pudieras hacer cambiar de opinión fácilmente, así qué decidí que lo mejor era no objetar nada. Le di una mirada de muerte a aquella chica de apellido extraño y comencé a subir las escaleras.

El profesor avisó a toda la clase que el horario había finalizado y que nos tomáramos este descanso para empezar a hacer el boceto del ensayo.

Salí lo más rápido que pude del salón y me dirigí hacia la cafetería que había visto anteriormente. Moría de hambre y hasta era capaz de comerme una hamburguesa triple con queso extra derretido.

Al llegar a la cafetería observé que había una fila de cinco personas, me coloqué detrás de una chica de cabello negro y esperé a que llegara mi turno. No sabía si era mejor comer la promoción del sándwich o una promoción de dos por uno en hamburguesas.

Había un pequeño techo para que el intenso sol no estorbara a los que estaban vendiendo la comida. Esta parte de la cafetería era de color negro con letras de color beige, mientras que la parte de adentro era más acogedora, teniendo varios colores como celeste claro, marrón, beige y luces cálidas.

La fila avanzó y cada persona se llevó lo que quería, al llegar mi turno pedí la promoción de las dos hamburguesas y el chico se negó a dármela.

—No hay más hamburguesas.

—¿Me tomas de idiota? ¿Cómo una cafetería no tendría un producto sobre el cual hay un cartel con una promoción? —frunció el ceño.

—Te tomo como lo que eres, una rara con gustos de mierda y si no te vas, te echaré yo mismo —sus ojos demostraban desprecio y asco.

Resignada, guardé el dinero que pensaba gastar y me dirigí a una mesa redonda de tres patas y dos sillas que había. Según mi madre, eso era para que los alumnos pudieran hacer la tarea tranquilamente.

No me sorprendió la acción de aquel chico, pero me molestaba mucho. ¿Qué tenía yo de diferente? Todos somos personas, solo nos diferencia la orientación sexual. Nunca iba a entender a los homofóbicos, jamás.

Mi madre me había hablado de ellos y trató de hacerme ver como siempre fueron y serán y aunque entendía lo que ella me decía, no entendía porqué nos tenían tanto asco y recelo.

Seguro que a un alienígena lo aceptarían más.

Mientras estaba pensando en cómo empezar el ensayo, noté que había alguien enfrente de mí. Sin levantar la vista, suspiré.

—Si vienes a burlarte, te aseguro que podría acabar en una pelea, si vienes a pedirme algo, vete y pierde tu tiempo con alguien más y si vienes a insultarme no responderé por el puñetazo que te lleves —dije amenazadoramente mientras el bolígrafo seguía escribiendo.

—En realidad... —al oír su voz levanté la cabeza y la observé con molestia— vi lo que sucedió en la cafetería, así que te compré la promoción que querías —sonrió.

No me había dado cuenta, pero en sus manos había una bandeja de color negro y sobre ella, dos platos blancos con una hamburguesa con tomate, lechuga y queso extra derretido. La observé nuevamente y aunque me moría de hambre, no lo aceptaría.

—¿Siempre haces cosas sin que los demás te lo pidan?

—¿Siempre eres tan malagradecida?

—Aprendí a no confiar en nadie.

—Yo no soy nadie —solté una risa sarcástica.

—¿Y qué eres? ¿Una heterosexual que se cree mi heroína? —me observó confundida.

—¿Por qué me llamas heterosexual? Suena despectivo.

—Porque los heteros nos llaman por la mierda que somos, ¿no sería justo que nosotros también podamos llamarlos iguales? —dejó la bandeja sobre la mesa y se sentó en la silla que quedaba disponible.

—Sinceramente, nunca me había puesto a pensar en eso —confesó.

Rodé los ojos y ella acercó la bandeja a mi. La observé con un poco de recelo y retiré la bandeja para su lado.

—No tengo hambre —mi estómago gruñó como si hiciera cien años que no comía.

La ojiverde alzó una de sus cejas perfectas y me dio una mirada de muerte. Sin más opción, tomé la hamburguesa, la acerqué a mi boca y le di un mordisco.

—Mmmm —dije de lo rica que estaba.

—Hacen buenas hamburguesas —asentí levemente.

—Gracias por el soborno, haré el ensayo sola —negó con la cabeza.

—No era un soborno, realmente quería ayudarte.

—Solo déjame hacer el trabajo contigo —sin decir nada, tomé mi cuaderno, lo guardé en mi mochila y luego tomé la hamburguesa entre mis manos.

Me levanté de la mesa y empecé a caminar sin rumbo alguno. Ella se quedó algo confundida, pensando en lo que acababa de suceder y no es que yo era una desgraciada, tenía mis razones para desconfiar de cualquier persona y mucho más de alguien que se comporta tan bien conmigo, cuando debería detestarme.

Nadie hace algo sin esperar nada a cambio, todo es por interés y pronto averiguaría el suyo, por el momento, quería estar sola y seguir escribiendo el ensayo.

               || ꧁෴ ਬੇ - ਓ ෴꧂ ||

Habían pasado cuatro horas más, en donde la ojiverde había estado mirándome "disimuladamente" durante todas las clases.

Entendía su intriga, nadie se cambia de pronto a mitad del año a una universidad, pero mi caso era diferente al de cualquier persona o eso es lo que siempre mi madre me ha dicho.

Me dirigía en busca de mi amada motocicleta, pero en ese instante vi que los neumáticos de esta estaban desinflados y en ellos había algo escrito con aerosol: MUÉRETE, HOMO.

El mismo grupo que había visto apenas llegué aquí, se estaban burlando de mi reacción. El miedo se estaba apoderando de mí, al igual que la ira y la impotencia. Sería capaz de romperle la nariz a todos ellos, pero la violencia sólo traería más violencia.

Además, eso no traería los neumáticos de vuelta.

Sentí una mano en mi hombro, al darme la vuelta de mala gana, la ojiverde me abrazó repentinamente, como si fuéramos amigas de toda la vida y supiera exactamente por lo que estaba pasando.

No hice nada, solo me quedé inmóvil y dura como una roca.

Habían hecho esto porque no me aceptaban en la universidad, porque les daba asco estar conmigo y la verdad, lo que más deseaba en este momento, era llorar e irme muy lejos, a un lugar en donde nadie podría encontrarme.

Quería huir y quería morir, no por el hecho de que arruinaran mi motocicleta, sino por la impotencia de no poder hacer nada, porque siempre estarían de su lado.

Las personas como nosotros no dejamos de temer, de sufrir y sobre todo, no dejamos de soñar con un mundo donde decir que te enamoraste de alguien es suficiente.

Eso no existe, ni existirá.

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