4. Por un beso
La presencia de Bernat cortó el aire y me produjo cierto mareo, sin embargo, en aquel instante, la sentí como un golpe de suerte.
—¿Llego tarde? —pronunció el extraño.
Robert me soltó, no sin antes apretarme fuerte del mentón y estamparme un repugnante beso en los morros.
—El chico se viene conmigo. Tiene un encargo.
Me arranqué aquel beso con las mangas de la camisa. Me hubiera gustado darle un puñetazo, pero no podía, así que me mantuve en silencio, paralizado por el miedo y asqueado a la vez.
Robert siempre me causó repulsión. La única vez que accedí a dejarme follar por él, desde la plena ignorancia y en la taberna de confianza, aquel maldito cruzó todos los límites: me golpeó sin control y clavó sus fauces en mí mientras me metía la polla sin previa dilatación. Se corrió mientras yo me lamentaba de dolor, y como consuelo me tiró del cabello para dejarme claro que el que mandaba era él. Tras mi encuentro con ese psicópata pasé varios días sin poder moverme, y otros tantos luciendo sus moratones. El hijo de puta volvió para ofrecerme «exclusividad», pero ni loco hubiera accedido. Luego descubrí que, aun con todo, había tenido suerte, pues era frecuente que «sus chicos exclusivos» desaparecieran. Él no se rindió, pero yo siempre me negué a formar parte de su plantilla y continué negándome hasta que ofreció algo a lo que no me pude negar.
Bernat nos observaba con una mirada analítica. Sus ojos bailaban entre el uno y el otro y, en ocasiones, se escurrían por el recibidor. Aquel brillo violeta parpadeaba en sus iris, ahora estaba seguro de ello.
—He quedado con él. Su encargo tendrá que esperar —mencionó al fin.
—Para curar a su hermana no lo necesitas. Aquella dulzura te está esperando dentro.
—El chico se queda conmigo. —Su voz retumbó e hizo parpadear las llamas. Robert se mostró asustado, aunque luego dio vueltas a su bastón y me abrazó con camaradería.
—Te entiendo, también es mi favorito, míralo, con esa carita de ángel. Por eso te pedí que le ayudaras, pero trabajo es trabajo, ¿no? ¿Qué te parece si te aviso cuando termine? Te haré un buen precio, como siempre, si es que no es muy mayor para tu gusto.
De súbito, el extraño empujó a Robert contra la pared, le arrebató el bastón y lo utilizó para inmovilizarlo por el cuello. Un aire frío recorrió el recibidor y la voz de Bernat retumbó como un trueno.
—No te confundas: no soy como tus otros clientes. El chico se queda conmigo.
El recuerdo de lo acontecido la noche anterior regresó a mi mente, las piernas me temblaban y sentía que me faltaba el aire. «Perdóname, Señor», imploré para mis adentros. Todo había sido real, y, por si fuera poco, era uno de los clientes de Robert. De los peores: «demasiado joven para él», había puntualizado el putero. Desde luego, ir con cualquiera de los dos era una pésima opción y por mi inconsciencia, ahora, Melisa y yo nos encontrábamos en peligro. Hice acopio de fuerzas, les dejé inmersos en un duelo de miradas —en el que Robert tenía las de perder— y fui raudo en busca de mi hermana. Debíamos salir de allí cuanto antes.
Ella me observó temerosa, consciente de que algo no iba bien.
—¿Qué está pasando, Marc? ¿Quiénes son? —me preguntó, mientras la ayudaba a ponerse en pie.
—Tenemos que desaparecer.
Melisa miró a hurtadillas a los dos hombres que discutían en el umbral y colocó un brazo sobre mi espalda.
—¿Qué has hecho esta vez?
—Fracasar, lo siento. —La palabra «fracaso» se me atragantó en la boca y se quebró al surgir. Había traído a un pederasta y a un putero a casa.
Agarré un candil y nos dirigimos al patio interior con intención de huir por una de las puertas vecinas. Hubo un ruido sordo, y un grito. Seguimos avanzando, pero antes de que llegar a asomarnos, la voz de Bernat tronó tras nosotros.
—Ya se ha ido. ¿Vais a algún sitio?
Nos quedamos muy quietos, la luz del candil centelleaba sobre nuestra piel. Melisa parecía confundida y yo estaba convencido de que íbamos a morir. Bernat se situó ante ambos, tomó a mi hermana de la mejilla y acercó su rostro de forma peligrosa. No me gustó verlo tan cerca de ella y, a pesar del terror que sentía, el proteger a mi hermana se sobrepuso.
—¿Cómo has logrado que se vaya? —interrumpí.
—Ha entrado en razón —contestó el extraño—. ¿Ese es el trato que has hecho con él? ¿Ser una de sus fulanas?
—¿Qué quiere decir, Marc?
Mi hermana permanecía tan expectante a una respuesta como Bernat, mas yo no estaba dispuesta a dársela. ¿Cómo podría volver a mirarla a los ojos? Titubeé. Si había algo que me aterraba más que el trabajar para Robert o que aquel extraño me asesinase, era exponerme ante ella.
—No es de tu incumbencia —me encaré a Bernat—. ¿Acaso tú no tienes tus propios tratos con Robert?
—Y mi trato incluye salvar a tu hermana, así que muestra agradecimiento. —Se centró de nuevo en Melisa y ella, de pronto, se sumió en una especie de trance—. ¿Esta es la moribunda? —No comprobó si yo asentía, tampoco lo necesitó, era evidente. La oscuridad volvió a pronunciarse; las llamas, a congelarse y, de nuevo, me sentí paralizado—. Me gusta.
Mi corazón se saltó un latido, o dos, no soportaba verlo tan cerca de ella. Quise apartarla de él, sin embargo, mi cuerpo no respondía. De súbito, Bernat la besó en los labios. Luché contra la parálisis con todas mis fuerzas, detestaba ver sus bocas unidas y los pómulos hundidos por el movimiento de las lenguas. Maldita sea, mi hermana estaba respondiendo al beso, ávida, gimiendo e impidiendo que el extraño se separase. Incluso el mismo Bernat, en algún momento, se echó hacia atrás y fue ella quién lo agarró de la nunca y se lo trató de impedir. Yo no podía creer lo que estaba viendo.
—Quiero más —sollozó ella.
Por fin, recuperé el control de mi cuerpo, tiré del brazo de Melisa y poseído por una valentía pasajera, empujé al extraño.
—¡No vuelvas a tocarla! —grité.
Bernat sonrió y se limpió las comisuras con un pañuelo de lino blanco en el que aprecié pequeñas motas de color escarlata. Antes de que pudiera distinguir si eran lo que yo creía, lo guardó de nuevo en su casaca. Luego, nos dio la espalda y fue al salón. Quizá fuera una inconsciencia, pero tanto Melisa como yo seguimos sus pasos. Retiró una botella de coñac del mueble bar y me la ofreció como si fuera suya.
—Relájate. ¿No querías que la ayudara? Mírala.
Me giré hacia mi hermana y descubrí que estaba sumida en una especie de éxtasis, como drogada y en un mundo paralelo al nuestro, aun así, nos había acompañado por su propio pie y sus mejillas lucían sonrosadas. De no ser por la extrema delgadez, hubiera parecido una mujer sana.
—¿Qué le has hecho? —pregunté. Acepté la botella y fingí beber de ella—. ¿La has curado con un beso?
Bernat empezó a reír con un toque de dulzura. Yo me sentía algo traspuesto por los acontecimientos, me senté en una butaca frente a él y lo escruté. Sus ojos volvían a ser oscuros y la mandíbula se le movía con naturalidad. El cabello parecía sedoso y sin darme cuenta me imaginé a mí mismo comprobando su textura. Parpadeé dos veces y deseché ese pensamiento en cuanto Bernat terminó de reír y retomó aquella expresión que tanto me aterrorizaba.
—No se cura a nadie con un beso. Pero sí le he dado fuerzas para soportar parte del viaje. Si no, no llegaría con vida.
—¿Cómo lo has hecho? —Aunque en sus palabras hallé algo tan inquietante como aquel beso milagroso—. ¿Viaje? ¿De qué hablas?
—Viajaremos de noche y descansaremos de día hasta dar con su cura, si sigues dispuesto a lo que sea. ¿Es así?
Melisa seguía en su nube particular, ajena a todo, pero con una mejoría evidente y una sonrisa en los labios, ahora rosados. ¿Y si estaba vendiendo nuestras almas al mismísimo diablo? ¿Iba a consentirlo? Si no lo hacía, mi hermana moriría sin que yo hubiese hecho nada por evitarlo. Tenía la solución ante mí, una solución que me había salido muy cara. Por otro lado, tenía un pacto con Robert que tarde o temprano debería cumplir. Olisqueé el brandy y esta vez sí me lo llevé a los labios. La claridad nunca dio buen consejo.
—¿Puedes prometerme que no la harás daño?
—Lo prometo, aunque es un poco tarde para preocuparte por eso, ¿no? —Se puso en pie y exploró el lugar—. Es un sitio bonito. —Tomó uno de los relojes y le dio un par de toques antes de volver a dejarlo en su sitio, un poco torcido, se dirigió a la estantería y colocó bien el libro que estaba del revés—. Tienes muchos trastos, no podrás llevártelos todos, así que elige solo lo que sea imprescindible. No volveréis.
Di otro trago y recoloqué el reloj. Tenía tantas dudas, tantos miedos...
Melisa empezó a entonar una canción, una nana que padre solía cantarme cuando creía que ella iba a morir, quizá también se la cantaba a ella. No podía arriesgar nuestras vidas por nada y si no nos íbamos con el extraño la muerte estaría asegurada. Antes de decidir, debía cerciorarme de algo: quería saber qué era lo que le había hecho a Melisa, qué se ocultaba en sus labios y cómo podía haberla ayudado.
Me aproximé al extraño con sutileza y lo miré a los ojos sin ningún pudor, en busca del brillo violáceo que ya no podía ver. Luego, llevé la mano a su nuca y me acerqué a sus labios.
—Yo también quiero probarlo.
El corazón martilleaba contra mi pecho, angustiado por tal osadía. El extraño acortó la distancia y permitió que nuestras narices se rozaran y los alientos se sintieran próximos. Sentía su deseo, y me sentí aturdido por ello, en especial porque descubrí que una parte de mí iba más allá de la mera curiosidad.
—Tú no lo necesitas —zanjó Bernat, separándose. Cuando volví a respirar, mis dientes castañeaban y, por alguna causa desconocida, me lagrimeaban los ojos. El extraño, que pareció darse cuenta, me aferró de la cintura y susurró a mi oído—: Tranquilo, ahora ya estáis a salvo, lo prometo.
¿A salvo? Quizá eso era lo que necesitaba escuchar, aunque no fuese más que una pútrida mentira. «Estar a salvo». ¿Era posible? Bajé la guardia. Esa promesa surgida de sus labios era más potente que cualquier hechizo. «A salvo». ¿Cómo resistirme a eso?
—¿Cuándo partimos?
—Ahora. Voy a preparar el carruaje.
Se marchó tal como había venido, entonces, Melisa volvió en sí, se llevó los dedos a sus labios, absorta, y reaccionó como si hubiera perdido algo. Caminó con soltura hacia la puerta, decepcionada tras darse cuenta de que el invitado ya no estaba. Luego, llena de vitalidad y con las mejillas sonrosadas, me abrazó.
—Tenías razón, Marc. Él puede curarme.
¿Y a mí? ¿Podría curarme a mí?
Nota de autora:
Creí que esta semana no podría actualizar, pero al final la mañana ha sido productiva, aunque, eso sí, os lo dejo "recién ordeñado" como aquel que dice, por lo que espero que no se me hayan escapado muchas erratas. Mi idea es que los capítulos sean breves, lo que me permitirá combinar mejor con mis otras historias, Bastardo y otra cosilla con más purpurina que tengo en la manga (pero que tardaréis en ver).
¿Adónde irán?
¿Qué le ha pasado a Melisa?
¿Volveremos a ver a Robert?
Por si no lo habéis hecho, os invito a pasar por mis relatos. Esta historia está inspirada en Inmortal, aunque notaréis bastantes diferencias. Si tenéis ganas de Girls Love, tenéis "Las rebeldes del Swing" y "la Fábrica de recuerdos" y si os apetece algo postapocalíptico y sin nada de romance, podéis daros una vuelta por "Los últimos días".
Muchas gracias por leer la historia, votar y comentar. Todo ese apoyo vale oro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro