28 y 29. Caminos paralelos (partes 2 y 3)
29. Caminos paralelos: El jardín secreto
El reposo no me trajo paz: incluso dormida, notaba los dedos de Eloy clavados en mis muslos, las marcas de sus dientes y el resquemor entre las piernas. Desperté con la necesidad de llorar, no lo hice. ¿Acaso no pasaban todas las mujeres por eso? Nadie me engañó sobre qué pasaría, es más, me lo advirtieron.
No tenía sentido mortificarme, así que opté por lo más sencillo y reconfortante: imaginar que seguía enferma y que, a medio camino entre la vida y la muerte, visitaba mi jardín secreto, aquel que tan solo yo conocía. Lo rodeaba un vallado blanco y en él se avistaba una pequeña masía de piedra. Un riachuelo cruzaba el terreno. A veces, las almas que un día fueron mis padres me visitaban allí. En esta ocasión estaba yo sola, contemplando cuatro caballos que pastaban majestuosos.
Griselda llamó a la puerta, mascullé algo y me aferré a la almohada, como si esta fuera la valla del jardín, el ancla que me mantenía a salvo.
—Ya pasó el mediodía. Despierta, niña.
—Estoy enferma —me quejé.
Se marchó sin decir nada más, por lo que supuse que me dejaría en paz y regresé al jardín. Una alfombra de hojas secas cubría el sendero colindante, los árboles disponían de flores frescas y frutas maduras a su vez, y el sol, que lucía en lo alto, se reflejaba sobre la nieve de las montañas.
De nuevo, la sirvienta de Montserrat irrumpió en la habitación, dejó un caldo maloliente sobre la mesilla de forja y me instigó a despertar.
—No tengo hambre. Estoy enferma.
—No lo estás. En pie.
Abrí los ojos con fastidio, negué y me cubrí hasta las orejas.
—He dicho que estoy enferma.
Me arrancó la manta, me agarró del brazo para incorporarme y colocó con violencia el cuenco de caldo entre mis manos.
—Bebe. La señora Mercè te ha preparado un baño y el agua no tardará en enfriarse.
La idea del baño me agradó, tomar aquel brebaje, en cambio, no me entusiasmaba tanto: apestaba.
—¿Qué le has echado?
—Bebe.
Obedecí. El sabor era peor que el olor, tanto que me hizo añorar las infusiones de Marc. Después me llevó a la fuerza hasta el cuarto en el que me habían preparado la tina de agua caliente. El vaho, cálido, contrastaba contra el frío hibernal.
Cuando Griselda me quitó el camisón y descubrió las marcas, la frialdad de su rostro se esfumó durante unos instantes.
—Por cosas así jamás quise casarme —murmuró.
Algunas de las heridas escocieron bajo el agua, aunque también sentí alivio. Al terminar, Griselda me cepilló el cabello sin ninguna delicadeza, me dio ropas de hombre —según ella, más apropiadas para viajar de noche y a caballo— y me mandó a esperar fuera mientras ella y la dueña de la fonda preparaban las alforjas para el viaje.
Los caballos me recibieron alegres. Les di de comer, los cepillé y hablé con ellos mientras aguardaba el momento de la partida. Enero tocaba a su fin, las flores de los almendros se habían marchitado y los días se iban alargando. Debían de ser más de las siete cuando llegó la noche. Con ella llegaron Bernat y Montserrat.
Él pasó ante mí sin saludarme, como si yo fuera invisible, y colocó las alforjas sobre los lomos de los corceles. Por su parte, Montserrat no fue tan descortés. Se acercó y, por sorpresa, me abrazó.
—Bienvenida a la familia, hija —dijo.
La odiaba. Me había robado el libre albedrío, ahora era dueña de mí, pero me sentía tan sola y desdichada que esas migajas de un ser tan despreciable como ella me parecieron maná, por lo que me mostré agradecida y le devolví el abrazo.
—En el carruaje iríamos más seguros —nos interrumpió Bernat.
—¿Y quién lo va a manejar?
—Yo puedo... —mencioné en un susurro—. Pau me enseñó.
De súbito, la expresión de Montserrat se torció en ira.
—Pau, siempre Pau. ¿Habrá un solo día que no escuche su nombre? Juro que, si lo tuviera delante, acabaría con él ahora mismo.
Bernat estalló en una sonora carcajada, me agarró del brazo y me aventó en dirección a los caballos.
—Nos vamos ya, hermanita.
Masajeé mi brazo y monté. El dolor, consecuencia de la noche de bodas, apremió y apreté los labios. Adoraba ir a caballo, pero en mi estado suponía algo tortuoso.
Los lobos nos acompañaron gran parte del camino, al igual que la sonrisa de la luna. Sus aullidos y los relinchos agitados fueron lo más parecido que tuve a una conversación, pues Bernat y yo no teníamos mucho de lo que hablar. No lo soportaba, y no solo por su fijación con Marc: cada vez que me otorgaba su cura, yo me convertía en un ser despreciable. No era dueña de mis actos ni de mi deseo. Me despreciaba durante horas, me decía que a la próxima me negaría, pero al final del día siempre era yo quien rogaba y él quien se resistía. Por eso lo odiaba.
Antes de que llegara el amanecer nos detuvimos en una posada. Pagó por adelantado y me pidió que me encargara de que los caballos estuvieran listos para partir a las siete y media de la tarde. La cama en la que dormí no era más que un puñado de paja en el suelo con una manta llena de agujeros hechos por roedores. Pensé en ir a por la manta que Griselda me guardó en la alforja, mas no me atreví ni a moverme por miedo a que una rata surgiera de la nada. Me hice un ovillo en una esquina y descansé a medias.
Aquel lugar era horrible, sin embargo, en el que dormimos al siguiente amanecer, ya en tierras leridanas, fue mucho peor. Para colmo, la lluvia regresó y la temperatura cayó en picado. Mi salud se resintió. Cada vez me sentía más débil, me dolían las piernas, apenas disponía de apetito. Bernat rompió su silencio para obligarme a comer antes de partir.
—No tengo hambre —le contesté arisca—. Y parece que va a nevar. Deberíamos esperar.
—No hay tiempo que perder. Estamos a menos de un día.
Entrecerré mis ojos con rabia y monté, disimulando el mareo que la brusquedad del gesto me producía.
—¿Te encuentras bien?
—Mejor que nunca —mentí.
Luché contra mi voluntad, pues en esas horas a solas con él aún lo odiaba más. Me miraba por encima del hombro y buscaba en mí cualquier muestra de debilidad para chasquear la lengua y recordar la tortura que le suponía pasar el tiempo a solas conmigo. Así que fingí estar sana, ausente de dolor, que el frío del norte, la lluvia y la noche no me suponían ningún problema. Fingí hasta que, tras el primer descanso, no me vi con fuerzas de montar de nuevo, algo que no agradó a mi compañero, quien cronometraba los tiempos como si el amanecer fuera un monstruo que nos perseguía.
—Si sale el sol moriré, y si yo muero, tú también —me recordó—. Sube al caballo.
—Vete. Ya te alcanzaré.
—¿Cómo vas a alcanzarme si no sabes a dónde vamos? Con todo lo que estamos haciendo por ti y tú comportándote como una niña malcriada.
Apreté los puños hasta clavarme las uñas.
—¿Malcriada? No tengo por qué aguantar esto, me voy. —Tomé las riendas y empecé a caminar en dirección opuesta.
—No es que tengas muchas alternativas. ¿Cuánto crees que vas a durar tú sola? Una niña moribunda, de noche...
Me detuve, aunque no me volteé a mirarlo. Me gustara o no, estaba en lo cierto: si me iba, moriría. Por tanto, mi boda con Eloy, separarme de Marc y alejarme de Pau no habría servido de nada.
—Eso no te da derecho a hablarme de esa forma —repliqué.
Bernat resopló y contempló el cielo, nervioso.
—Lo siento. —No era sincero, tan solo le preocupaba la llegada del amanecer. Quise decir algo más, pero el dolor cortó mis palabras. Fue entonces cuando se percató de mi malestar—: ¿Estás bien? —me preguntó de nuevo, esta vez con cierta preocupación.
—Estoy bien, vamos.
Me mordí los labios y monté mientras aguantaba la respiración. Unos patos sobrevolaron nuestras cabezas, las flores nocturnas cerraron los pétalos y los aullidos de los lobos sonaron cada vez más lejanos. Bernat tenía razón: el amanecer era inminente. Inicié el trote, mas entonces fue él quien me cortó el paso.
—¿Ahora qué? —gruñí.
—Hemos perdido demasiado tiempo, tendremos que continuar mañana. —Señaló un sendero que se perdía bosque arriba, cubierto por zarzas y largas ramas. Un zorro huyó de nosotros en la misma dirección—. Descansaremos allí.
No alcancé a distinguir nada más, pero seguí sus indicaciones y a los pocos minutos llegamos a un pequeño refugio. Bernat encendió una lámpara de gas para que pudiera ver algo, casi hubiera preferido vivir sumida en la ignorancia.
—¿En serio vamos a descansar aquí? —Las telarañas lucían negras por la cantidad de polvo que acumulaban, el suelo era arenoso, sin baldosas. Algo grande y peludo se movió dentro de la chimenea—. ¿Cuánto lleva abandonado este sitio?
—Bastante —contestó Bernat, con una cacerola oxidada en la mano—. La última vez que vine no estaba tan sucio.
La chimenea era inservible, así que supe que aquel refugio no sería el final del frío. Tomé la pesada manta y me cubrí con ella, encogida como un bicho bola. Mi compañero de viaje fue directo a un pequeño cuarto con utensilios de limpieza, lo vació y se dispuso a refugiarse allí. Antes de hacerlo, se volteó en mi dirección y me observó con el entrecejo fruncido.
—¿Me dirás qué sucede o debo arrancártelo a la fuerza?
—Vete a la mierda.
—Bien.
De nuevo se dispuso a ir a su escondrijo, la prueba de que yo no le importaba, tan solo era una ficha en su juego, como todos. Con tal de ganar, a Bernat le daba igual quién cayera en el camino. No pude contenerme más:
—¿Estás satisfecho? Ya tienes todo lo que querías.
Suspiró hastiado y retrocedió.
—¿Y tú? Vas a vivir, además, lo harás como una burguesa.
No podía soportarlo.
—Eres un imbécil...
—Un imbécil que te va a salvar la vida.
No recuerdo si empecé a sollozar en ese instante o si, quizás, lo estuve haciendo en todo momento. Lo que sí recuerdo es que ese fue el instante en que Bernat se dio cuenta de ello. Sus ojos se iluminaron bajo dos llamas violetas y percibí varias sombras girando a mi alrededor. Después, estas cesaron su baile y la mirada de Bernat volvió a ser tan hipócrita como siempre.
—Tu corazón se debilita —dijo—. No llegarás al amanecer.
Salió afuera aprisa, donde aguardaban los caballos. Regresó con un fardo entre las manos, se arrodilló ante mí y me mostró el contenido: una bota de vino, una copa y un abrecartas bien afilado.
—No me apetece.
—Quiero descansar tranquilo, no podré hacerlo si no te lo tomas.
Vertió el vino en la copa y se dispuso a rajarse la muñeca. Lo detuve.
—No quiero esa asquerosidad. Os dije que no servía.
—Sí que sirve, déjate de caprichos.
—Eso tan solo me mantiene, pero no se va el malestar, ni... No es lo mismo. Quiero la cura de verdad.
Había logrado apartar de mí esa necesidad, pero mi cuerpo se debilitaba, tenía frío y sentía un inmenso vacío en mi interior, algo más doloroso de lo que había sentido hasta entonces. Él estaba tan cerca, tan dispuesto a mantenerme en vida... Ya sea por desesperación o por ansia, lo agarré fuerte de las mejillas y lo besé. Apenas pude rozar el elixir con mi lengua, pues él se apartó enseguida.
—Detente...
Lo ignoré. No podía evitarlo. Mi cuerpo, mi mente y mi alma ansiaban lo que él tenía para mí, aquella droga que aliviaba mis males. Forcejeamos hasta que, furioso, me lanzó contra la pared.
—¿¡Se puede saber qué pasa contigo!? —exclamó Bernat.
Quedé aturdida, aunque me recuperé con una oleada de rabia: una rabia que era superior a mí y que me ardía desde las entrañas.
—Te odio, te odio, te odio...
—El sentimiento es mutuo —replicó él—. Eres una niña desagradecida. Por suerte, no tendremos que soportarnos por mucho tiempo.
Aquello fue demasiado. Cedí a la ira: agarré una roca y se la lancé a la cabeza con todas mis fuerzas.
—¿Desagradecida, hijo de la gran puta? —grité—. ¿Qué estás haciendo tú por mí? ¡Dime! Porque te recuerdo que nada de lo que me das es gratis. El coste es alto, muy alto... —Recordé que no vería a Marc nunca más, también la noche junto a Eloy. En un instante, aquello que había ocultado a ojos de los demás emergió. Me quebré por dentro y rompí a llorar, estaba tan agotada de fingir—. Me he casado con tu hermano, he renunciado al mío, he renunciado, también, al hombre al que amo, todo para que tengáis vuestra maldita fábrica.
—Todo para curarte y ser rica.
Le arrojé otra piedra y comencé a golpearlo en el pecho.
—¿Crees que me importa tu dinero, hipócrita? El dinero me da igual, yo solo quería vivir y que Marc estuviera bien. Y he pagado, he pagado un precio muy alto, ¡no tienes derecho a llamarme desagradecida por algo que he pagado! —Agotada de atacar sin alcanzar a dañarlo, me dejé caer al suelo y respiré profundo—. Mi hermano me odia, se piensa que no lo quiero, Pau... Me decís que debo alejarme para no dañarlos, pero tú no dejaste de arrimarte a Marc, aun sabiendo que no puede resistirse a ti. ¡Pusiste su vida en peligro!
—Eso fue un accidente, yo puedo controlarme.
—¡No! No lo logras, por eso huyes de él. ¿Cuánto tardaré yo en conseguirlo? Para entonces, si siguen vivos, no serán quienes son ahora, me habrán olvidado. Marc siempre creerá que lo desprecié, ni siquiera pudo estar en mi boda...
Dio un suspiro largo y, por una vez, me pareció ver algo de empatía en él, aunque fuese efímera.
—No tuve nada que ver con eso, te lo prometo. De haber sabido que mi madre pensaba interponerse, la habría detenido antes.
—No soy dueña de mí —proseguí, ya ajena—, mi inmortalidad le pertenece. ¡Eso fue juego sucio! Y ni siquiera puedo negarme, no ahora, Marc... No quiero que Marc pague las consecuencias.
—Solo tienes que aguantar hasta que consiga el Molino, luego podrás hacer lo que te dé la gana.
—¿Qué te hace creer que conseguirás la maldita fábrica, idiota? Si enviudo, Montserrat manejará mi herencia.
—Solo hasta que te cases...
—¿Contigo? —me jacté—. Ni en tus sueños.
Agitó la cabeza con desdén.
—Por suerte, eso no será necesario. Cuando bebas la cura, podrás hacerle al bastardo lo mismo que mi madre te hizo a ti. Solo debes pedírselo y él se encargará de ponerlo a mi nombre, te enseñaré.
—¿En serio? ¿Tan fácil? ¿Y por qué no se lo has hecho tú? Dime, ¿por qué no has utilizado tu poder para conseguir lo que querías?
—¿Crees que si pudiera ya lo habría hecho? No hay nada más sagrado que una promesa, no puedo faltar la palabra que le hice a mi madre.
—¿Y yo sí? Eres un hipócrita. Nos manipulas a todos, incluso a Pau. —O eso quería creer yo, porque la alternativa suponía considerar que era Pau quien me había utilizado a mí, arrojándome a los brazos de otro hombre; un hombre al que en aquel instante deseaba arrancar la piel, tira a tira, extraerle los ojos, abrirle en canal y desperdigar sus entrañas ante Montserrat—. Además, —añadí recreándome en mi fantasía—, tu hermanastro no vivirá, te lo aseguro.
Esa declaración pilló por sorpresa a Bernat. Arqueó las cejas y me contempló con una inquietante curiosidad.
—¿Por qué dices eso?
—Olvídalo —murmuré. Era la última persona a la que quería dar explicaciones, y la última que quería que me diera consuelo.
Todo aquel brote de ira hizo merma en mí: de pronto me sentí mareada, agotada, me dolían el pecho, las extremidades y la vista se me nubló. Me envolví en la manta y cerré los ojos. Un instante después, Bernat me ofrecía el coñac, ya aliñado con su sangre.
—No quiero esa asquerosidad, ¿no lo he dejado claro? No te preocupes, sobreviviré hasta mañana.
—No puedo correr ese riesgo —dijo—, tú ganas. —Se acuclilló e intentó besarme, pero mi odio se había acrecentado tanto que prefería morir a depender de él, así que apreté los labios y giré la cara. Verse despreciado hizo que su enfado también resurgiera—. El sol ya ha salido, no puedo perder más tiempo con tus chiquilladas. —Regresó a su habitáculo y se encerró allí, pues escuché el sonido de unos cerrojos—. Bébete el vino —ordenó una vez más, desde el otro lado de la puerta.
Ya a resguardo en aquel estrecho y polvoriento habitáculo, y con la única compañía de tres arañas, una escoba y un trapo mohoso, Bernat permitió que la muerte se lo llevara hasta la llegada del atardecer. En los segundos eternos que precedían a su revivir, meditó sobre Melisa y su terquedad. Por primera vez, le recordó a Marc. Sin duda eran hermanos. No tenía razones para odiarla, por más que buscara. Sí, a su parecer, trató mal a Marc, no era motivo suficiente. ¿Celos? Asumía que Melisa fuera una persona esencial para su hermano, al fin y al cabo, el recién llegado era él. Pero ¿su relación con Pau era necesaria? ¿Y que su madre la adoptara? Podría haber muchas cosas de ella que detestara, pero no era culpable de lo que en realidad le afectaba.
Tampoco podía obviar el hecho de que el demonio la había escogido. En primera instancia, creyó que la causa radicaba en sus sueños: una persona viva sueña con no morir; una persona al borde de la muerte, en cambio, no quiere que su corazón lata, sino sentir la experiencia de la vida. Pero no era solo eso: en ella el demonio vio el alimento que tanto su madre como él racionaban, la sed de sensaciones que jamás experimentó y una capacidad infinita para el odio. Montserrat tenía razón, Melisa era peligrosa, no obstante, la joven no era consciente de ello, ni siquiera la habían informado de la forma adecuada. Jugaron con ella cuando estaba débil y después le robaron lo que le habían ofrecido. Le debía una disculpa.
Chasqueó los dedos de las manos y de los pies, ya estaban despiertos del todo. Se puso en pie y se sacudió sus ropas. La casaca se había ensuciado de vómito, por lo que tuvo que limpiarla un poco con el trapo mohoso. Después, abrió y fue en busca de su compañera de viaje.
Se paró frente a ella, descubriéndola fría e inconsciente. Sus ojos permanecían cerrados, la piel ligeramente azulada, al igual que los labios. La copa con su sangre seguía intacta.
30. Caminos paralelos: Más que un beso
—¿Qué has hecho? —Bernat enderezó un poco a la joven inconsciente, Melisa no respondió—. No puedes irte ahora, no cuando estamos tan cerca de lograrlo.
Temió lo peor. Si ella moría, todo el plan se reduciría a una gesta inútil. Además, ¿cómo podrían perdonarlo Pau o Marc? No, nunca lo harían. La chica yacía sin signos vitales. Él podría haberlo evitado de no haber mantenido una actitud tan hostil, prometió cuidar de ella y, por contra, la arrojó hacia la muerte.
Tan solo quedaban en ella los últimos vendavales de sueños perdidos. Su aroma se teñía de parca. En busca de una última esperanza afinó el oído. La lluvia en el exterior sonaba demasiado fuerte, casi parecían pasos, así como el ruido de sus pensamientos. Finalmente, en medio del tintineo logró hallar un latido muy tímido, casi imperceptible. Entreabrió sus labios con el pulgar, se mordió a sí mismo la lengua y la besó.
¿Se puede comprimir el mundo en un beso? Yo amaba a Pau, no lo dudaba, sin embargo, jamás me hizo sentir lo mismo que Bernat, porque no era el beso en sí, sino todo lo que había en él. Su sangre era insípida, repugnante, y sí, me mantenía viva. El manjar se hallaba entre sus labios.
Bernat no se alimentaba de sangre, eso hubiera sido demasiado vulgar. Él se alimentaba de la esencia de sus víctimas. A través de sus besos fluían cientos de sueños, deseos, las distintas formas de ver y entender el mundo, y eso era lo que me ofrecía en cada beso. Era como sorber el arte, un baño de sensaciones. Mi corazón latía con un entusiasmo inocente, mis sentidos se agudizaban hasta el punto de descubrir colores vivos en la oscuridad absoluta. Mi piel se estremecía y mi jardín secreto se tornaba real. Su sangre me alargaba la vida, mientras que sus besos me la daban. ¿Cómo no convertirme en adicta?
Abrí los ojos de facto, lo agarré del cuello y profundicé en aquel beso. Bernat no se opuso, ni siquiera cuando me subí en su regazo y comencé a gemir y a abrazarlo en busca de su cercanía. Noté el ardor en las mejillas, cómo subía la temperatura de mi cuerpo y todo recuperaba una consistencia idílica. Me sentía llena, extasiada y feliz, aunque no por ello enterré el hacha de guerra.
—¿Me morderás? —pregunté a traición en cuanto logré separarme.
—No, estás a salvo. —Apenas podía hablar y sus ojos resplandecían violetas, estaba hambriento.
—¿Por qué? —Estaba extasiada, risueña, todo lo que le dije a continuación, lo hice entre risas y canturreos—. Eres un peligro para mi hermano, lo sabes. Decís que yo seré un peligro para Marc y Pau, las únicas personas a las que amo... Pero yo te doy tanto asco que ni siquiera tiento a tu espíritu...
—No me das asco.
—Sí, te lo doy. Utilizas a Pau...
—No utilizo a Pau.
—Oh, sí, sí que lo haaaaces. Él es quien debería de ser el dueño del Molino, pero, entonces, ¿quién cuidaría del pobre Bernat? ¿Quién le ayudaría a controlarse o, mejor, a manipular a la hermana malvada? —me reí—. ¿Crees que esta es la vida que él quiere? ¿Cuidar de ti? ¿Verme con otro? También te has aprovechado de Marc...
—Nunca me he aprovechado de tu hermano, yo lo...
—Tú lo sedujiste con tus poderes, igual que a mí, pero también lo hiciste con tu humanidad. El pobre Bernat no contaba con caer en su propia trampa, ¿verdad? Y en lugar de hacerle entender lo sucedido, dejas que cargue con la culpa y que crea que lo hemos abandonado. Peor, me haces cómplice de tus mentiras, me castigas por ello y me llamas desagradecida.
Me distraje con las muescas de color que revoloteaban a mi alrededor en distintas formas. Quise cazarlas y me divertí viendo cómo traspasaban mis dedos. Bernat me contemplaba con un brillo intenso en sus ojos violetas, pero no decía nada. Esperó un poco a que terminara de tararear algo y me ayudó a levantarme.
—Debemos irnos —me apuró—. ¿Podrás cabalgar?
—Siempre puedo cabalgar —contesté—. Los caballos me entienden. ¿Sabes? Una casa y caballos, no quiero más...
—Estás loca.
—Cuatro caballos. Podría enseñar a mi hermano a montar, supongo que tiene miedo.
Bernat colocó la manta sobre mis hombros y me ayudó a salir del refugio.
—Tu hermano no está para caballos.
—Él se lo pierde. También quiero un cerezo, me gustan las cerezas, ¿y a ti?
—Camina...
—No, claro, a ti no te gustan. No tienen una familia a la que puedas destruir con mentiras. —Hablé con naturalidad, entre risas, bajo el influjo del beso. También lo hice con malicia.
—Nadie te pidió que no fueras sincera con él, esa fue tu decisión.
—No me lo pedisteis, no... Pero él no me hubiera dejado hacer esto. Te hubiera convencido de otra forma, lo conozco. No quería que volviera a sacrificarse por mí, debía alejarlo.
—¿Con desprecios? —me increpó él.
—Él es un ángel. Alejarlo de los demonios es la única forma de protegerlo. —Caía una suave llovizna, algo blanquecina. Pequeñas virutas de algodón que se convertían en agua antes de tocar el suelo. Tras colocarme la capucha, me separé y, dando un par de eses, monté a mi caballo—. ¿Por dónde vamos?
—Sígueme.
Galopamos en silencio. En esta ocasión, sí teníamos conversaciones pendientes, pero yo necesitaba mi tiempo para que la dosis se estabilizara y me permitiera ser yo misma, por lo que me concentré en la aguanieve, que cada vez tenía más de nieve y menos de agua. Aquello me ayudó a serenarme. Luego, pensé de nuevo en mi hermano. Quizá pude ser de otra forma con él, pero, de haberlo hecho, ¿Marc hubiese aceptado alejarse de mí? Me temo que no. Yo era su ancla; él era la mía. Solo el odio podía separarnos. Marc era un ángel intentando encajar en un mundo extraño, un ángel al que todos querrían destruir. Un ángel al que tuve que abandonar para protegerlo.
—¿Me perdonará algún día? —reflexioné en voz alta.
Bernat retrocedió con su caballo hasta situarse a mi vera. Me sujetó de la barbilla y comprobó mis pupilas.
—Estás mejor —murmuró—. Lo hará. Es tu hermano y sabe que todos cometemos errores. —Retomamos el trote, uno junto al otro, en un silencio que ahora parecía pacífico. Ya íbamos por el camino principal cuando Bernat habló de nuevo—: Tenías razón sobre Pau, el Molino debería ir a su nombre.
—Lo matarían. —Mi madre solía contarme que muchas mujeres fueron condenadas por brujería cuando su único mal fue el de tener posesiones. ¿Qué no harían con Pau? Se lo quitarían de encima cuanto antes. Además, pronto vendría una guerra, todo el mundo hablaba de ello. Si no iba a verlo de nuevo, casi prefería asegurarme de que estuviera a salvo—. Debe irse a las colonias, junto con Marc y los niños. Allí los cuatro serán felices...
—Los cinco —me corrigió él—. Tu hermano se va a casar.
Me quedé atónita ante la noticia, más cuando supe que la afortunada era una de las prostitutas que conocimos en el burdel. Tras pensarlo un segundo, no me sorprendió que quisiera darle una segunda oportunidad a aquella muchacha.
—¿Ves? Un ángel, te lo dije... Todo esto valdrá la pena si él está bien.
La posada apareció ante nosotros. Era más grande que las anteriores, las ventanas estaban decoradas con flores y a través de los cristales pude contemplar unas habitaciones limpias. Al menos allí podría descansar en condiciones, pese a que la cura definitiva se retrasara un día más.
Até a los caballos y los premié con algo de fruta. Al girarme, Bernat estaba tras de mí, con el gesto serio.
—Yo también deseo que tu hermano esté bien.
Si se hubieran ceñido al plan inicial, todo hubiera sido más sencillo. Como quien desarma un cacharro averiado, Bernat analizó cada error: el primero fue encapricharse de Marc, no haber sucumbido a la curiosidad; la apuesta con Pau; la aproximación de Pau a Melisa, dejándola tomar partida, que hubiera tratado de disuadirla. ¿Era tan difícil haber hecho las cosas bien desde el principio? Ahora, la situación se descontrolaba entre mentiras a medias y secretos en los que la propiedad del Molino perdía valor frente al daño causado.
—Yo también deseo que tu hermano esté bien —pronunció abatido, al recordar la enfermedad de Marc. Melisa tenía derecho a saberlo, pero ¿de qué serviría ahora? El daño estaba hecho.
No obstante, la expresión lo delató, pues cuando alzó la vista se encontró con una Melisa nueva, de mirada preocupada y párpados entrecerrados.
—Estará bien, ¿verdad? —dijo—. ¿Qué sucede?
Bernat acarició la mejilla de la joven e inclinó ligeramente la cabeza. Pronto añadiría un nuevo error a la lista, pero necesitaba decirlo, se lo debía.
—No hemos sido del todo sinceros contigo: tu hermano se muere.
Nota de autora:
Con esto terminamos el especial Melisa, de momento.
Quería hacer un pequeño apunte sobre algunos datos que se me pasó comentar: uno, porque creí que era universal; el otro, por despiste.
Con el auge del papel, a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX, muchos molinos antiguos fueron reconvertidos en fábricas de papel, por lo que adoptaron el nombre del molino en cuestión: El Molino Blanco, El Molino Xic, Molino de Can Cardús, etc. Os dejo algunas fotos para que os hagáis la idea.
Este último está en Capellades, y en un universo alternativo es el Molino Viejo, aunque su nombre real era "El molino de la villa". Actualmente, es un museo.
Lo otro que quería comentar era sobre las costumbres absurdas del siglo pasado: era habitual, en caso de enviudar, casarse con el hermano o hermana de la persona fallecida, a no ser que estuviera casada ya. Por eso mismo se han hecho un par de referencias a ello.
Todo esto ya lo debería de haber comentado, por lo que pido mil perdones. Lo que sí quería explicar hoy era lo de los refugios: creo que se hace en casi todo el mundo, pero no estoy segura. Al menos, aquí es habitual la existencia de refugios, pequeñas construcciones de emergencia para poder resguardarse en caso de un temporal. Tengo uno cerquita de casa, pero está muy sucio y no caí en ir a sacar fotos (perdón). Suelen tener una estancia sola, en ocasiones un armario para productos de limpieza, y chimenea.
¡Un fuerte abrazo!
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