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Capítulo 5: Encajando piezas

10 años antes.

Serina estaba inmersa en un viaje por Europa, explorando los rincones más fascinantes del continente. En uno de esos días, mientras paseaba por las estrechas calles empedradas de una antigua ciudad, fue abordada por un grupo de individuos que parecían ser turistas como ella. Con su encanto y simpatía habituales, Serina se dejó llevar por la conversación, sin sospechar el peligro que se cernía sobre ella.

Sin previo aviso, un velo de sombras descendió sobre su conciencia, y cuando Serina recuperó el conocimiento, se encontraba en un lugar desconocido y oscuro. La confusión y el miedo se apoderaron de ella al darse cuenta de que había sido secuestrada.

Durante su cautiverio, Serina experimentó una extraña sensación de letargo y confusión. Como si estuviera bajo los efectos de algún tipo de droga o hipnosis, su mente parecía sumida en un perpetuo estado de somnolencia. A menudo despertaba en diferentes lugares, desorientada y sin saber qué había sucedido mientras estaba inconsciente.

A pesar de su desconcierto, Serina tenía la certeza de que había sido manipulada y controlada durante su tiempo de cautiverio. Sensaciones fugaces de haber sido observada y manejada a voluntad la invadían cada vez que recobraba la conciencia, dejándola con la inquietante sensación de que su destino estaba en manos de desconocidos sin escrúpulos.

El aire de la celda se sentía denso, como si estuviera impregnado de miedo y desesperación. Serina temblaba en un rincón oscuro, su cuerpo envuelto en cadenas que parecían arrastrarla hacia un abismo sin fin. Cada sonido era una puñalada en su corazón, cada sombra una amenaza que la paralizaba de terror.

Entonces, la puerta se abrió con un chirrido ominoso, y una figura encapuchada se materializó en la oscuridad. Serina contuvo el aliento, su corazón latiendo con fuerza en su pecho mientras observaba al misterioso intruso. Su voz resonó en la habitación, su tono firme y decidido cortando el silencio como un cuchillo afilado.

-No grites. Estoy aquí para ayudarte -fueron las palabras que rompieron el hechizo del miedo que la mantenía inmóvil. Con manos hábiles, el encapuchado liberó a Serina de sus grilletes, sus gestos precisos y seguros transmitiendo una sensación de alivio y esperanza.

Pero el terror aún aferraba el corazón de Serina, sus ojos llenos de lágrimas reflejando el miedo que la consumía por dentro. Cuando el encapuchado le pidió su atención, ella asintió con la cabeza, apenas capaz de articular una palabra.

-Tengo miedo... -susurró, su voz apenas un susurro tembloroso en la penumbra de la celda. El encapuchado la rodeó con su brazo, transmitiendo una sensación de protección que Serina anhelaba desesperadamente.

-Tranquila, pronto estarás en casa -fueron las palabras reconfortantes del encapuchado, su tono suave y tranquilizador como un bálsamo para el alma herida de Serina.

Solo podía ver los ojos y la boca de aquel enmascarado, pero fue suficiente observar aquella mirada para creer que lo que decía no tardaría por cumplirse.

Con pasos silenciosos, él la guio a través de laberínticos pasillos, sus instrucciones susurradas al oído de Serina como un mantra de salvación. Cuando el muchacho estuvo seguro del sitio donde se encontrarán, la indicó que corriera. Serina corrió hasta que le ardieron los pulmones seguía las indicaciones que su salvador le había dado para salir de allí.

Serina finalmente logró escapar de su cautiverio, desesperada y agotada, encontró ayuda en unos transeúntes compasivos que, al escuchar su historia, la llevaron a las autoridades más cercanas. Fueron estas mismas autoridades quienes, tras verificar su identidad y asegurarse de que estaba a salvo, decidieron iniciar su largo viaje hacia su hogar.

Cuando volvió a casa, solo su hermana la esperaba. Luna abrazó a Serina con fuerza, como si temiera perderla de nuevo, después de un largo rato la examinó para asegurarse de su bienestar, pero lo que Serina pudo percibir de su hermana la dejó atónita.

Pudo percibir los moratones en el rostro de Luna y su labio herido, una evidencia silenciosa de la lucha que había enfrentado en su ausencia.

Su hermana comenzó a contarle lo que había sucedido en su ausencia. Serina escuchó en silencio, con el corazón apretado en el pecho, mientras Luna relataba cómo su propio padre, el hombre que debería haber protegido a su familia, había recibido indicaciones de sus secuestradores que, al parecer, eran unos mortales que pertenecían a una rebelión, pero su padre se había rehusado a escucharlos. Había dado la espalda a Serina en su máximo momento de necesidad.

Luna explicó con voz temblorosa cómo había intentado enfrentarse a él, cómo había luchado por la libertad de Serina, pero había sido incapaz de vencer el poder y la crueldad del mismo.

Serina sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de su hermana, la abordaba una mezcla de gratitud por su valentía y dolor por la traición de su propio padre.

En ese momento, Serina comprendió que, aunque sus progenitores no merecían la misma etiqueta de padres, tenía a su hermana a su lado. Una fuerza inquebrantable que estaba lista para enfrentarse al mundo entero por ella. Mientras Luna continuaba hablando, Serina se aferró a ella con fuerza, sintiendo el calor reconfortante de su amor en medio de la oscuridad que las rodeaba.

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De vuelta al presente, Serina y Norman se encontraban frente a frente en la librería.

Los ojos de Serina parecían evocar algo más allá de la realidad tangible, sumergida en un mundo de recuerdos lejanos y emociones enterradas. Una vez se obligó a llevar su conciencia hacia el presente, pudo percibir la tensión enrarecida que los envolvía.

La expresión de Norman se había ensombrecido notablemente tras el descubrimiento que había hecho. Aquella pobre niña de catorce años, llena de miedo, que suplicaba ayuda con sus ojos, ahora estaba frente a él, ajena a la verdadera identidad de su salvador.

Los recuerdos angustiosos se agolpaban en la mente de Norman, recordándole el papel que él y su familia habían jugado en el secuestro de Serina. Al fin de al cabo, los rebeldes habían estado detrás de todo aquello. Aunque él se había opuesto a la decisión de la rebelión, el peso de la culpa aún lo atormentaba. Él junto con la ayuda de su padre y un puñado más de hombres, habían planeado el rescate de Serina a escondidas del resto de sus compañeros rebeldes, arriesgándose a represalias y traiciones.

Su rostro se crispaba de dolor, con cada músculo tenso y los labios dibujados en una sola línea, como si contuviera un grito silencioso que amenazaba con escapar en cualquier momento. Era una expresión de angustia contenida, una lucha interna que se reflejaba en cada rasgo de su semblante.

Serina examinó con cuidado la expresión de Norman, había algo en su rostro hipnótico para ella, pero a pesar de eso no supo interpretar lo que podría estar pensado.

Por un momento, la idea de que él pudiera sentir compasión por ella cruzó por su mente, y esa posibilidad la llenó de ira. No quería la lástima de nadie; había luchado con todas sus fuerzas desde aquel fatídico acontecimiento para nunca más volver a ser la niña vulnerable que una vez fue. Desde aquel momento la sensación de perder el control la atormentaba, y no permitiría que nadie la redujera nuevamente a esa posición de vulnerabilidad.

-Eso fue hace mucho tiempo -dijo Serina en tono solemne, sus palabras resonaron en el establecimiento como el eco de un susurro distante.

Norman asintió con pesar, sintiendo el peso de su culpa aplastándolo como una losa de piedra. Quiso decir algo, pero las palabras parecían atascadas en su garganta, incapaces de encontrar su camino hacia el exterior.

-No es como si fuera algo que me afectara ahora -continuó Serina con voz impasible y evidentemente fingida.

A pesar de sus intentos por mantener la compostura, Norman podía ver el dolor y la vulnerabilidad en los ojos de Serina, como un breve destello fugaz de luz en la oscuridad de la noche.

-¿Estás segura de que estás bien? -preguntó Norman con una voz cargada de preocupación y cariño.

Aquello sobresaltó a Serina, sorprendida por el cambio repentino del joven, que siempre se mostraba hasta entonces un aire prepotente y hostil.

-Aquello solo fue una parte de mi pasado. No tengo por qué cargar con ello ahora.

Serina había apartado la vista de la de él, y Norman sintió aquel gesto como si estuviera levantando nuevamente una barrera invisible entre ambos.

-Bueno, todos llevamos nuestras cargas de alguna manera. -murmuró con cuidado en un intento de reparar el vínculo que habían compartido brevemente.

Serina asintió, aún con la mirada perdida en alguna parte, la cual ya no reflejaba la misma cercanía que apenas unos instantes atrás había atraído a Norman hacia ella con el fulgor de su determinación mientras hablaba sobre sí misma.

-Pero no necesito compartirlas y menos aún con un desconocido. -esta vez volvió a mirarle y pudo apreciar que la mirada de ella se había tornado a una gélida que por un segundo hizo temblar levemente a Norman. Sin embargo, la expresión endurecida de ella, solo lo animó a no perder la oportunidad de recuperar la buena vibra que compartían momentos antes de sacar a la luz el tema de su secuestro.

-Eso aún puede cambiar -Norman dio un paso en dirección a Serina para aproximarse y le tendió la mano- Soy Norman.

Serina observó su mano extendida, no tenía nada de ganas de tenderle la suya, aquel muchacho se estaba tomando demasiadas libertades. La gente solía disfrazar el morbo de su curiosidad con preocupación, por suerte, no era alguien que hablase con cualquiera de sus problemas por mucho que lo intentasen.

Pero, por desgracia, tenía educación. Serina suspiró con resignación.

Se estrecharon las manos brevemente, sus miradas fijas una en la otra como si buscaran respuestas en lo más profundo de los ojos del contrario.

Serina se encontró atrapada en la intensidad de esos ojos, sintiendo una extraña mezcla de incomodidad y atracción. Era como si mirarlos fuera un desafío, pero al mismo tiempo, una tentación irresistible que la mantenía cautiva.

Afortunadamente el sonido de la campanilla de la puerta sonó, sacándoles de su ensimismamiento.

Luna irrumpió en el establecimiento con el ceño fruncido, sus ojos escudriñando la escena con evidente incomodidad. No solo la tensión palpable en el ambiente le resultaba incómoda, sino también la presencia del mismo joven con el que se había encontrado esa misma tarde, bajo la fachada de Dan, tendiendo la mano a su hermana.

-¿Interrumpo? -inquirió Luna con una voz cargada de inquietud.

Serina y Norman se separaron con rapidez, intercambiando miradas fugaces antes de negar simultáneamente con la cabeza. A pesar de sus esfuerzos por mantener la compostura, Luna notó un leve rubor en las mejillas de su hermana menor.

-Volveré en otro momento. -anunció Norman. Recordando que fue lo mismo que dijo tras su primer encuentro, pero aquella vez en un tono mucho más amable.

Mientras ambas hermanas quedaban petrificadas, el chico salió del establecimiento. Fue entonces cuando Luna se atrevió a preguntar.

-¿Qué era eso? -preguntó en tono curioso.

Serina se frotó los ojos, los encuentros con aquel individuo la dejaban con un torbellino de emociones incontrolables.

-La verdad... -musitó dubitativa- no tengo ni idea. -sentenció tras una breve pausa.

Luna soltó una carcajada divertida, rompiendo la tensión que se había acumulado en el aire.

-¿Quién eres tú y que has hecho con mi hermana? ¿Gabriell y Norman? ¿En serio? -preguntó entre risas y un tono teñido de incredulidad.

-Eh, no saques conclusiones antes de... -uno de sus pensamientos interrumpió su frase- Espera, ¿Cómo sabes su nombre? -preguntó a la par que enarcaba una ceja y señalaba la puerta por donde había salido el muchacho.

Por un momento, pareció pillar desprevenida la pregunta a Luna, pero en seguida encontró una respuesta rápida.

-Escuché brevemente vuestra conversación antes de entrar -dijo, mientras rezaba que el nombre de Norman hubiese sido mencionado en algún momento de su conversación.

No podía contarla su papel en la rebelión, aún confiando plenamente en su hermana, la expondría al peligro. Y eso desde luego, era lo último que quería.

-Maldita cotilla -maldijo Serina.

Luna suspiró aliviada, satisfecha de que aquella estratagema hubiese salido a su favor.

-Gabriell me ha pedido tu contacto, pero después de lo que acabo de presenciar... no se si realmente te interesa.

Serina rodó los ojos.

-Por favor... -bufó- No existe nada ni con ese chico ni con Gabriell. No te ilusiones.

Pero parecía tarde para pedirla eso. Luna parecía estallar de emoción, solo le faltaba dar saltos de la expectación que sentía.

-Cuanto más lo niegas, más segura estoy de ello. -sentenció Luna con una sonrisa traviesa bailando en sus labios.

Serina suspiró, de alguna manera pensar en ambos al mismo tiempo la dejaba exhausta, demasiadas emociones a la vez.

-¿Y bien? ¿Qué es lo que quiere de mí Gabriell?

-Al parecer: todo -dijo Luna mientras mostraba una media sonrisa burlona y jugaba con un mechón de su cabello-. Pero en concreto quería empezar invitándote personalmente a su fiesta de pre-descodificación.

A Serina le parecía excesivo ese tipo de fiestas. Por lo general, cada persona hacia una fiesta para hacer una despedida a la mortalidad y otra tras la descodificación para dar la bienvenida a la eterna juventud. Eran un montón de excusas para ir de fiesta en fiesta.

-¿Y con que me ofrezcas la invitación de su parte no es suficiente?

Luna suspiró, dándole un suave golpe en el hombro.

-No le quites lo divertido a la vida, hermanita -dijo mientras hacía un ligero movimiento de cabeza.

Serina sabía lo que estaba haciendo. Notó una ligera vibración y activó el implante cerebral que le permitía recibir mensajes directamente en su mente. Su hermana le había pasado el contacto de Gabriell.

-Podríais aprovechar la ocasión para celebrar vuestra fiesta de pre-descodificación juntos. Me sorprende que aún no hayas empezado a organizar nada, acaso...

Luna se detuvo de repente, su expresión se tornó sombría y sus palabras quedaron suspendidas en el aire.

-¿Acaso aún no has tomado una decisión? -preguntó seriamente.

Serina negó con la cabeza.

-La mortalidad no es una opción para mí. -respondió con firmeza.

Luna aún mantenía el semblante serio, sus ojos clavados en los de ella.

-¿Lo has pensado bien?

Aquello extrañaba a Serina. Luna era inmortal desde hace casi diez años, lo que la posicionaba técnicamente en una edad real de treinta y cinco años, a pesar de su apariencia juvenil e infantil. Ella misma debería entender el argumento que la ofrecía.

-Por supuesto, ¿no crees que sea lo correcto?

Luna apretó los dientes.

-No he dicho eso, solo quiero que estés segura y que tengas claro que está decisión cambiará el resto de tu vida.

Serina entrecerró los ojos, incapaz de descifrar los pensamientos ocultos que se encontraban tras sus palabras. Aparentemente sabía que era una advertencia de una hermana preocupada que se esforzaba siempre en protegerla, pero consideraba a Luna su alma gemela, sabía que había algo más que la incomodaba.

-Puedes ser sincera conmigo, si hay algo que te preocupa o que creas que debo saber, dímelo -le propuso.

Luna se quedó perpleja, sabía que su hermana la conocía bien y además de eso, era inteligente, pero no podía revelarle lo que revoleteaba por su mente.

Se limitó a dibujar una sonrisa en su rostro para apaciguar a su hermana. Se le daba muy bien fingir el rol de chica despreocupada, de esta manera, nadie sospecharía que era en realidad una de las líderes rebeldes en el mundo subterráneo.

-Me has pillado. Me preocupa tener que aguantarte eternamente.

Serina rio. No era la respuesta que esperaba, pero tampoco la sorprendía. Luna solía evadir las respuestas incomodas.

-¿Quién tiene que aguantar a quien? -replicó Serina con una sonrisa, disfrutando de la complicidad entre ellas. No la importaría tener aquello toda una eternidad.

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