Capítulo 1: Prejuicios (Parte I y II)
Norman se encontraba en el bullicioso aeropuerto rodeado de otros suministradores de enzima que, como él, habían superado la oposición.
Las escenas de despedida eran desgarradoras: familias abrazándose con fuerza, lágrimas resbalando por los rostros y conversaciones cargadas de significado. Para la mayoría de ellos, este viaje no solo representaba dejar atrás a sus seres queridos durante quince años, sino también la posibilidad de obtener la inmortalidad a los cuarenta.
Mientras observaba la escena, Norman no podía evitar reflexionar sobre la ridícula idea que le parecía obtener una vida inmortal o de mil años. Incluso doscientos años podrían causar estragos en la cordura de cualquier persona. La percepción, la razón y las emociones se verían gravemente afectadas por el paso del tiempo. Era natural querer morir en algún momento; el simple concepto de una vida sin fin resultaba insoportable.
Además, la inmortalidad planteaba interrogantes filosóficos profundos, pero a pesar de esto, Norman reconocía que, incluso en una vida larga, sería imposible conocer todos los misterios del mundo. La comprensión de ciertos fenómenos estaba más allá de la capacidad humana, ya que estaban fuera de nuestra dimensión espacio-temporal. Había fluidos, composiciones y secretos que pertenecían a otras esferas y que nuestra mente no podía ni siquiera imaginar debido a nuestras limitaciones en la escala del universo.
Aún reflexionando sobre estas cuestiones, Norman se mantenía alejado del sentimentalismo que lo rodeaba. Se sumergía en su propio mundo de pensamientos, disfrutando de la vida en su burbuja intelectual. Algunos podrían considerarlo tímido, pero en realidad era introvertido y selectivo en sus interacciones. Había crecido entre políticos de bajo rango, lo que lo había llevado a socializar más con adultos que con chicos de su edad. En su mente, las conversaciones triviales carecían de sentido; solo participaba cuando consideraba que tenía algo importante que aportar. Era un observador silencioso, pero cuando hablaba, sus palabras llevaban peso y profundidad.
Había accedido a ese puesto por necesidades económicas de su familia. A pesar de su juventud, comprendía la importancia de contribuir al sustento del hogar. Sin embargo, por petición suya, su familia no estaba presente en el aeropuerto despidiéndose de él. Prefería mantener las despedidas en la privacidad de su hogar, lejos de las miradas curiosas y las muestras de afecto en público. Antes de partir, se había comprometido a visitarlos periódicamente, aunque sabía que su nueva vida en las ciudades subterráneas complicaría ese compromiso. Viviría prácticamente al otro lado del mundo y bajo tierra, lo que dificultaría las visitas regulares. Además, cada mes estaría a disposición del inmortal que le fuera asignado para suministrarle la enzima necesaria para mantener su juventud eterna.
Una vez dentro del avión procedió a colocarse unos tapones para poder evadirse del bullicio de los jóvenes suministradores relacionándose entre ellos. Era conveniente ya que no conocían a nadie de donde se dirigían. Había notado algunas miradas posarse sobre él, pero había preferido ignorarlas.
El muchacho procuró dejar su mente en blanco y se dispuso a echarse una buena cabezada hasta llegar a su destino.
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Serina despertó en la ciudad subterránea con la conciencia pesada de lo que se avecinaba. A punto de cumplir los veinticinco años, sabía que pronto sería su turno para someterse al proceso de descodificación del ADN. Había reflexionado meticulosamente sobre esta decisión a lo largo de su vida. Desde muy joven, había sentido el peso del miedo a la muerte, un temor implacable que la acosaba en sus peores pesadillas. A pesar de haber disfrutado del mundo exterior y de innumerables viajes explorando cada rincón del globo, sabía que no podía ignorar el deseo de ser eternamente joven, un anhelo que compartía con la mayoría de la población.
A diferencia de muchos habitantes de las ciudades subterráneas, Serina era considerada un alma inquieta. En un entorno donde el tiempo parecía estirarse hasta el infinito, la mayoría de las personas lo desperdiciaban sin contemplaciones. Sin embargo, para ella, cada minuto era valioso, y sentía la necesidad de mantenerse activa y comprometida en múltiples tareas y hobbies. Incluso antes del amanecer, se encontraba levantándose para realizar un pre-entrenamiento antes de acudir a sus clases de krav maga. Desde su infancia, había explorado diversas disciplinas marciales, desde el karate hasta el taekwondo y el muay thai, antes de encontrar su pasión en el krav maga. Aunque no era una chica violenta ni agresiva por naturaleza, encontraba algo fascinante en el arte de defenderse y estar preparada para cualquier eventualidad, incluso en un entorno donde la seguridad estaba garantizada para la mayoría de los inmortales.
A pesar de tener a su alrededor ciborgs pendientes de su seguridad y bienestar, como era común entre los inmortales, Serina anhelaba la sensación de empoderamiento y control que venía con el dominio de las habilidades de autodefensa.
Comenzó a prepararse y en lo que se alistaba se miraba al espejo, Serina contemplaba su propia imagen con una mezcla de autoconciencia y autocrítica. A pesar de reconocer su belleza física, se veía a sí misma como simplemente una chica con rasgos atractivos, pero carente de una personalidad arrolladora. Se consideraba una persona normal, responsable y comprometida, pero no creía tener un carisma excepcional que pudiera impresionar a los demás. Sin embargo, esto no le preocupaba demasiado, ya que no sentía la necesidad de impresionar a nadie y carecía de intereses románticos.
En cuanto a su apariencia física, Serina poseía una belleza natural que atraía las miradas de quienes la veían. Con unos ojos grandes y expresivos de un tono avellana profundo, su mirada era cautivadora y llena de profundidad. Sus cejas arqueadas elegantemente enmarcaban su rostro, mientras que su piel suave y radiante tenía un tono claro y ligeramente rosado. Su cabello rubio miel, corto y brillante, destacaba su rostro ovalado y sus pómulos suavemente definidos.
Pero lo que más le gustaba de su apariencia era otra cosa. Sonrió. Ahí estaba. Al sonreír, Serina irradiaba una luz interior que iluminaba su rostro, con labios rosados y dientes blancos que realzaban su encanto natural. Su sonrisa era su mayor atributo, agregando un toque de sofisticación y alegría a su ya impresionante apariencia.
A medida que descendía por las escaleras, se encontró con una escena que la dejó perpleja aunque no era la primera vez que presenciaba algo del estilo. Allí estaba su madre con su apariencia juvenil de la misma edad que ella, pero con realmente ochenta y siete años de edad, probablemente había recién llegado de alguna aventura nocturna.
Estaba recostada en el sofá, acompañada por un hombre joven cuya identidad era desconocida para Serina. Su madre tenía las caderas impulsadas hacia el desconocido y las agitaba suavemente como un ofrecimiento mientras subía su pie por su entrepierna. El hombre jadeó cuando se apresó contra ella y comenzó a moverse suave y despacio.
La visión hizo que Serina tosiera ligeramente, tratando de hacerle saber a su madre que estaba presente y así evitar la situación incómoda que presenciaba.
Sin embargo, su madre pareció ignorar por completo el ademán de Serina y continuó absorta en sus propios asuntos. Decidiendo no prolongar más el momento incómodo, Serina optó por dirigirse directamente a la cocina para prepararse el desayuno. Aunque deseaba ignorar la escena, el salón era gigantesco y le llevó un tiempo considerable llegar al final, apresurando el paso para evitar escuchar más de lo que le gustaría.
Estaba decidida a no permitir que la situación afectara su día y se concentró en su tarea de prepararse el desayuno.
Serina se sobresaltó al escuchar una voz desde el umbral de la puerta mientras examinaba el contenido de la nevera. Sin necesidad de girarse, sabía quién era.
-Mira que eres mojigata, estás más roja que un cangrejo. Deberías considerar estas situaciones como algo natural -comentó su hermana con una sonrisa pícara.
Serina cerró el frigorífico con resignación y se volteó para enfrentarse a su hermana.
-No me parece nada raro, pero no es algo que se me antoje ver antes de desayunar. De hecho, creo que se me ha quitado el apetito -respondió con cierto tono de molestia en su voz.
-Si no te pareciera raro, ya lo habrías practicado -inquirió su hermana desde el umbral de la puerta, con su característico tono directo y provocador.
Serina puso los ojos en blanco, acostumbrada a la franqueza de su hermana mayor. Aunque a veces resultaba brusca, entendía que sus experiencias de vida la habían moldeado así. Ignoró el comentario de su hermana y cambió de tema.
-¿Dónde está papá? -preguntó Serina, desviando la conversación hacia otro rumbo.
Su hermana, siempre franca y directa, respondió sin rodeos.
-Probablemente en alguna reunión de negocios. Ya sabes cómo es, siempre inmerso en sus asuntos.
Serina asintió con comprensión. Aquello pareció tranquilizarla visiblemente. No era la primera vez que su padre se ausentaba por cuestiones laborales y así lo preferían.
La empresa de su padre era un pilar fundamental en el mundo subterráneo. Líder en tecnología avanzada, se especializaba en la purificación del aire y el agua, asegurando la sostenibilidad de la vida bajo tierra. No solo eso, su familia también tenía participación en otras empresas influyentes, siendo socios y colaboradores clave. Entre ellas se encontraban aquellas dedicadas a proporcionar una luz artificial de alta calidad, capaz de simular la luz solar con gran precisión. Este compromiso empresarial no solo los había convertido en figuras de influencia, sino que también les otorgaba un estatus privilegiado dentro de la sociedad subterránea.
Se dispuso a despedirse de su hermana y empezar su rutina de running por las calles del mundo subterráneo. No había tiempo que perder aunque el mundo que la rodeaba siempre le sugería lo contrario.
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Gabriell había sido convocado a una reunión importante con su padre y uno de los personajes más influyentes del mundo subterráneo. Al llegar, se encontró con una atmósfera tensa y seria.
-¿Sabes por qué te hemos llamado aquí, hijo? -preguntó su padre con solemnidad.
Gabriell se acomodó en su asiento, sintiendo la seriedad del momento.
-No, ¿qué sucede?
-Tenemos que hablar sobre la situación económica de la familia -explicó su padre.
Antes de que su padre continuara sabía que aquella responsabilidad empezaría a recaer sobre sus hombros. De otra manera no lo habrían reunido.
-Hola, Gabriell. ¿Cómo te encuentras? -dijo el hombre amablemente, cuyo nombre no recordaba pero sabía que era un viejo amigo de su padre.
Gabriell le devolvió el saludo con una sonrisa claramente incomoda, tratando de mantener la calma.
-Hijo, sabes que nuestra empresa se ha mantenido a flote hasta ahora pero estamos enfrentando algunas dificultades últimamente. La sobreexplotación de los recursos nos está afectando bastante.
Desde hace generaciones, la familia de Gabriell había sido líder en la industria minera, proporcionando los recursos necesarios para mantener en funcionamiento la infraestructura y las tecnologías vitales que sustentaban la vida en el subsuelo.
-Ahora que estás a punto de cumplir veinticinco años y evidentemente eso conlleva mantener a tu próximo suministrador de enzima y a su familia, así es la ley. Necesitamos que empieces a colaborar.
Gabriell comprendió la importancia de su papel en la empresa familiar.
-Entiendo. Estaba pensando en seguir estudiando ingeniería aeroespacial para cooperar en la búsqueda de un hogar para todos nosotros entre los confines del universo, eso puede convertirme en una persona con buenos recursos económicos.
El hombre influyente asintió, considerando las palabras de Gabriell.
-Eso parece un plan interesante. -interrumpió el hombre- Pero también es un largo camino hasta que puedas conseguir tus objetivo y tu familia necesita esos recursos ahora. Tenemos una propuesta para ti.
-¿Cuál sería esa propuesta? -Gabriell frunció el ceño, intrigado.
-Esto no es algo que propondría a cualquiera, pero tu padre es un gran amigo mío de toda la vida y voy a hacer una excepción por la situación en la que se encuentran. Estaba pensando en una alianza matrimonial entre tú y mi hija menor, Serina -reveló el hombre.
Gabriell quedó atónito ante la sugerencia. Sabía quien era Serina, se movía en los mismos círculos sociales que ella. La había visto en fotos y era indudablemente hermosa, a no ser que fuera únicamente un amasijo de filtros y exceso de maquillaje, pero aquel no era el problema, nunca había coincidido directamente con ella.
-Matrimonio... apenas conozco a Serina -murmuró.
El padre de Gabriell interrumpió.
-Es una oportunidad que no podemos dejar pasar, hijo. Los inmortales necesitan estabilidad para mantener la productividad de sus suministradores de enzima.
-Pero padre, tengo mi trabajo como DJ. Podría seguir cooperando con eso hasta terminar mis estudios. -Gabriell intentó negarse.
Su padre bufó con desaprobación.
-¿Trabajo como DJ? Eso no será suficiente aquí abajo. Además, solo eres DJ de bodas, los eventos que has participado han sido todos en el exterior, pero sabes bien que tus viajes van a finalizar y aquí las bodas apenas se celebran entre los inmortales. No creemos en el amor como los mortales.
A pesar de sus dudas, Gabriell sintió la presión de aquellos dos en aceptar la propuesta.
-Lo... lo pensaré -respondió finalmente, asintiendo con la cabeza.
Mientras salía de la reunión, Gabriell reflexionó sobre la idea de casarse con Serina. Aunque no la conocía directamente, su belleza y posición social lo intrigaban, pero él era un alma libre. Como bien su padre había dicho, los inmortales no creían en el amor como los mortales. Creía en el placer y en el éxtasis momentáneo que eso le provocaba. No conocía a Serina pero suponía que para ella sería lo mismo que para él y el resto, ¿podrían casarse aún manteniendo su libertinaje? Muchos lo hacían. Otros directamente no pasaban nunca por el altar, también existía una minoría que aún se aferraba al amor romántico. Había conocido a mujeres así, muchachas que habían querido atarlo, pero él no era así, dudaba que pudiera serlo algún día.
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Hacía un par de días que Norman había llegado a la ciudad subterránea, habían estado ocupados con rigurosos exámenes médicos y con la reasignación de inmortales. En su caso, el inmortal que le habían estipulado aún no había cumplido los veinticinco y previamente debe realizarse la descodificación del ADN, por lo que mientras mantenía su estancia en la sede central.
Por primera vez en dos días se le permitió salir. Estaba impaciente por conocer los rincones de aquel lugar, a pesar de que se pasaría allí los próximos quince años.
Al salir se maravilló con la arquitectura única y la tecnología avanzada que caracterizaba a este lugar. Los edificios estaban tallados en las paredes de la caverna, con luces brillantes que iluminaban las calles y los espacios públicos.
Decidió comenzar su exploración desde lo más pequeño, observando con fascinación los detalles de la vida cotidiana en el mundo subterráneo. Se detuvo en una tienda donde inmortales intercambiaban bienes y servicios, fascinado por la eficiencia y el orden con el que se llevaban a cabo las transacciones. Observó cómo los inmortales, con sus gestos tranquilos y sus movimientos pausados, se desenvolvían en su entorno sin prisas ni tensiones, en marcado contraste con la rapidez y la urgencia que había experimentado en la superficie.
Norman quiso investigar más a fondo. Se mezcló con la multitud, escuchando las conversaciones y observando su comportamiento. Notó cómo se comunicaban de manera tranquila y respetuosa, evitando las confrontaciones y buscando siempre soluciones pacíficas a cualquier desacuerdo.
Sin embargo, también detectó un sentido de pasividad en ellos y una lentitud que atribuyó al exceso de tiempo que tenían a su disposición. Con una vida potencialmente infinita por delante, los mortales parecían carecer del sentido de urgencia y propósito que él había conocido en la superficie.
Se topó con tiendas especializadas en tecnología avanzada, donde los mortales podían adquirir dispositivos y artefactos que parecían provenir de un futuro distante. Desde implantes cibernéticos hasta dispositivos de realidad virtual, todo estaba disponible para aquellos que lo desearan.
Además de la tecnología, Norman observó que había tiendas dedicadas exclusivamente a la producción y venta de alimentos sintéticos, diseñados específicamente para satisfacer las necesidades nutricionales de los inmortales. Estos alimentos eran elaborados con ingredientes cuidadosamente seleccionados y procesados en instalaciones especializadas, ofreciendo una alternativa saludable y sostenible a los productos naturales que escaseaban en ese entorno.
Al cabo de unas horas comenzó a sentirse abrumado por la multitud y el bullicio que lo rodeaba. Como persona introvertida, la constante interacción social y el ruido lo agotaban rápidamente, y pronto se encontró luchando contra una sensación de fatiga y agotamiento.
Intentó mantenerse firme y seguir adelante, pero pronto se dio cuenta de que necesitaba un respiro. Sus sentidos estaban saturados por el constante flujo de estímulos, y su mente anhelaba la tranquilidad y el silencio de un lugar apartado.
Se internó en las calles en busca de un sitio tranquilo que lo ayudará a calmarlo y a despejar la mente.
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Serina se encontraba detrás del mostrador de la tienda de libros impresos, con la mirada perdida en las páginas de una novela olvidada. La escasa clientela que solía visitar el lugar se había vuelto aún más escasa en los últimos tiempos, dejándola con largos períodos de aburrimiento entre los estantes llenos de libros polvorientos.
A pesar de que no necesitaba trabajar debido a la comodidad proporcionada por el estatus de su familia, había decidido tomar un trabajo a tiempo parcial como una forma de contribuir modestamente al mundo subterráneo.
De repente, el tintineo de la campana sobre la puerta la sacó de su ensimismamiento. Aquel sonido era música para sus oídos, aunque fuera un artilugio antiguo a ella le encantaba.
Levantó la vista y se encontró con la figura de un muchacho que entraba en la tienda. Su piel morena contrastaba con la palidez de las paredes y los estantes cargados de libros antiguos. Serina arqueó una ceja, intrigada por la presencia de este desconocido en el tranquilo establecimiento.
Nunca lo había visto por la zona y percibió que aquel tono oscuro de piel no era más que un bronceado. Desde donde la camisa cubría su hombro, había un marcado contraste entre la piel bronceada y la palidez de la piel que estaba oculta bajo la tela. La luz del sol artificial resaltaba la tonalidad dorada de la piel expuesta, mientras que la piel protegida por la camisa permanecía más clara, creando un claro contraste entre ambas áreas. El contraste parecía demasiado bronceado para pertenecer a un inmortal antiguo. Tal vez sería hijo de inmortales que aún no había iniciado su descodificación, o quizás algún suministrador de enzima.
Empezó a mirarlo de reojo mientras fingía que trabajaba, aunque en realidad no tuviera nada que hacer y la visita del aquel cliente era lo más interesante de toda su jornada de todo el mes. Había olvidado la última vez que tuvo uno. Volvió a mirar y confirmó que su apariencia era demasiado joven para ser un inmortal antiguo, reveló una barba cuidadosamente recortada que añadía un toque de madurez a su apariencia juvenil y aunque le ofrecía rasgos serios y varoniles; probablemente aún no había alcanzado los legales veinticinco.
El muchacho, alto y de aspecto serio, parecía examinar con interés los títulos que adornaban las estanterías. Su mirada recorrió los libros con una intensidad que no pasó desapercibida para Serina, quien se sintió momentáneamente desconcertada por la atención que estaba recibiendo la exposición.
Con un esfuerzo, Serina intentó retomar su papel de empleada y se enderezó detrás del mostrador, tratando de parecer profesional a pesar de la falta de actividad en la tienda.
-¿Puedo ayudarte en algo? -preguntó, esperando que su voz no revelara la emoción que sentía por tener finalmente un cliente.
Él se giró hacia ella. Sus ojos oscuros la observaron con cautela, evaluando si valía la pena interactuar con ella.
-Estoy buscando algo que desafíe la mente -respondió.
Serina asintió, tratando de ocultar su sorpresa ante la solicitud del hombre. No era común que los clientes buscaran recomendaciones en una tienda tan poco concurrida como la suya.
-¿Algún género en particular? -inquirió, tratando de no sonar demasiado entusiasta.
El joven se detuvo frente a ella, su mirada penetrante evaluando sus palabras antes de responder.
-Ciencia ficción. Algo que hable sobre la naturaleza del tiempo y el destino -dijo finalmente, con un destello de intriga en sus ojos.
Serina sonrió, emocionada por la oportunidad de ayudar a un cliente genuino por primera vez en mucho tiempo.
-¡Tengo justo lo que necesitas! -exclamó.
Le guió hacia una sección de libros de ciencia ficción y una vez allí comenzó a seleccionar libros que podrían interesar al hombre, a medida que completaba su colección sentía la mirada penetrante de él sobre su espalda, como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos. La sensación la hizo sentir incómoda y luchó porque eso no la desconcentrara. Cuando finalmente se volvió hacia él con una selección de libros en la mano, se encontró con su mirada intensa una vez más. No dijo nada, pero el silencio tenso entre ellos era palpable, como si estuvieran midiendo sus fuerzas en un duelo invisible.
Serina extendió los libros hacia él con una sonrisa, esperando que encontrara algo que le interesara.
-Aquí tienes algunas opciones que podrían ser de tu interés -dijo, tratando de romper la incomodidad del momento.
El chico tomó los libros con un gesto de agradecimiento, pero su expresión seguía siendo impasible, apenas los ojeó después de hablar.
-Aprecio tu ayuda, pero prefiero buscar por mi cuenta. Tal vez encuentre algo que se adapte mejor a mis gustos -respondió, con un matiz de cortesía que no logró disipar la reserva en sus ojos.
La respuesta de Norman dejó a Serina momentáneamente desconcertada. No estaba acostumbrada a la negativa de nadie, y menos aún a sentir que su experiencia era cuestionada.
-Por supuesto, como desees -dijo con un breve tartamudeo seguida de una forzada sonrisa para disimular su recelo.
Mientras Norman se adentraba hacia aquel pasillo, Serina observó su figura con curiosidad antes de volver tras del mostrador. La actitud reservada y el aura de misterio que lo rodeaba solo aumentaban su intriga por conocer más sobre él.
A medida que seleccionaba libros que podrían interesarle, Serina decidió aprovechar la oportunidad para satisfacer su curiosidad.
-¿Eres de por aquí? -preguntó, tratando de iniciar una conversación mientras Norman ojeaba los estantes.
Norman se detuvo por un momento, casi pudo percibir el movimiento de subida y bajada de sus hombros al suspirar e inmediatamente su mirada se encontró con la de ella.
-No es asunto tuyo -respondió con calma, pero su tono era casi tan cortante como el filo de un cuchillo y su mirada penetrante dejó a Serina momentáneamente sin aliento.
La respuesta brusca de Norman desconcertó a Serina, quien se sintió herida por la frialdad de sus palabras.
-No quería ser entrometida -murmuró, bajando la mirada hacia el mostrador mientras sentía que una sensación de decepción inundaba su pecho, pero no sabría determinar exactamente el motivo.
Norman no respondió, su silencio era más elocuente que cualquier palabra, estuvo a punto de disculparse, pero prefirió observar su curiosa reacción, desencajaba por completo con la idea de la soberbia que se había hecho de los subterráneos. Serina mantuvo la mirada agachada sin embargo podía sentir su mirada fija en ella, como si estuviera evaluándola.
-Simplemente estoy tratando de hacer mi trabajo y ofrecer ayuda si la necesitas. -añadió Serina, tratando de recuperar algo de su compostura.
Seguía latente aquella tensión que los envolvía, y Serina se sintió incómoda bajo la mirada penetrante de Norman. Se preguntó qué había hecho para merecer su desdén, pero una parte de ella también se sintió desafiada por su actitud altiva.
Norman finalmente apartó su mirada de ella, continuando su búsqueda en silencio. Serina respiró hondo, tratando de calmar los latidos acelerados de su corazón.
Serina observó cómo Norman hojeaba las páginas de los libros con una determinación concentrada, su rostro impasible revelaba poco sobre sus pensamientos internos. Se preguntó qué tipo de historias o ideas podrían estar pasando por su mente en ese momento.
-Entonces, ¿acaso hay algún título en particular que estés buscando? -preguntó, tratando de romper el hielo y mantener la conversación.
Norman levantó la vista de las páginas del libro que sostenía, sus ojos oscuros encontrando los de Serina con una mirada evaluadora. Por primera vez la miró en plenitud, admirando los rasgos físicos de ésta.
-No tengo nada específico en mente. Prefiero explorar y ver qué capta mi interés -respondió con calma.
Serina asintió, aunque por la intensidad con la que la observaba empezó a dudar si realmente hablaba sobre libros, pero prefirió ignorarlo.
-Entiendo. A veces es mejor dejar que los libros te encuentren a ti -comentó, tratando de sonar lo más amable posible.
Pareció que el comentario había sorprendido al muchacho tras un par de parpadeos de desconcierto, aun así, volvió a sumergirse en la selección de libros.
Él tuvo que recordarse donde estaban, aquella mujer probablemente le sacara bastantes años a pesar de su joven apariencia.
Su silencio pesaba en la atmósfera de la tienda. Serina se mordió el labio, preguntándose si debería intentar una vez más entablar conversación o simplemente dejarlo en paz, era una lástima no saber rendirse ni con la batalla perdida.
-Es un buen día el de hoy, ¿verdad? -intentó Serina, esperando que la conversación pudiera fluir más naturalmente.
Norman asintió sin levantar la vista de las páginas del libro.
-Sí, parece ser así. Supongo que es perfecto para una visita a la librería -respondió, con un leve tono altanero que no pasó desapercibido para ella.
Serina forzó una sonrisa.
-Sí, definitivamente. La tranquilidad de este sitio tiene su propio encanto -dijo, buscando encontrar algún punto en común con su misterioso cliente y calmar las aguas.
En aquel momento cerró de golpe el libro que había estado examinando y el sonido sobresaltó a Serina. Lo devolvió a su lugar en la estantería, sin añadir nada más a la conversación.
-Bueno, si necesitas ayuda en cualquier momento, estaré aquí detrás del mostrador -ofreció Serina, esperando que Norman al menos apreciara su disposición a ayudar.
Norman asintió con un gesto de cabeza, visiblemente molesto y se dirigió hacia la salida de la tienda. Serina observó cómo Norman se marchaba, sintiéndose un poco frustrada por el fracaso profesional. Si es cierto que en la ciudad subterránea la gente procuraba ser por lo general ridículamente correcta aún cuando rozaba el cinismo y aquello lo detestaba, pero aquel comportamiento era detestable. En aquel momento supo que el misterioso desconocido pertenecía a un extranjero suministrador de la enzima, no podría ser de otra manera y esa sentencia incrementó la tensión en sus puños que los apretaba con fuerza. Su experiencia con los mortales era algo que siempre la provocaba y no podía aceptar tales desaires.
-¿Sabes qué? -dijo Serina, su tono un poco más fuerte de lo que había pretendido- No tienes que ser tan grosero.
Norman se detuvo en seco y se volvió hacia Serina, sus ojos oscuros brillando con un destello de sorpresa ante el cambio repentino en la actitud de la joven.
-¿Grosero? -inquirió, su voz fría pero con un leve rastro de incredulidad- No tengo la intención de ser grosero, simplemente prefiero no participar en conversaciones triviales.
Serina se cruzó de brazos, sintiendo cómo la irritación comenzaba a burbujear dentro de ella.
-¿Trivial? -exclamó- Solo estaba tratando de hacer conversación, ¿es eso un crimen?
Norman la miró con una expresión impasible mientras analizaba su postura.
-No, no es un crimen. Pero tampoco es necesario. Prefiero estar en silencio que hablar por hablar.
Serina sintió que la rabia por fin estallaba dentro de ella, desafiando la calma que había intentado mantener.
-Pues entonces, si no tienes nada más que hacer aquí, puedes irte -dijo con firmeza- No necesito tu actitud condescendiente en mi tienda.
Norman la observó en silencio por un momento, sus ojos oscuros fijos en los de ella. Serina sintió como si estuviera siendo juzgada por algún estándar desconocido que no podía entender.
-Muy bien -dijo Norman finalmente con tono neutral pero con un matiz de desdén- No quiero causarte más molestias.
Con eso, Norman se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta para abrirla. Antes de salir por completo, se detuvo y se volvió hacia Serina, quien lo miraba con una mezcla de incredulidad y resentimiento.
-Volveré en otro momento -dijo Norman como si aquello más que una advertencia fuera una amenaza- Desafortunadamente, esta es la única tienda física de libros que hay por aquí.
Serina frunció el ceño, molesta por la actitud arrogante de Norman.
-Siempre puedes buscar en línea o leer digitalmente -sugirió ella con tono cortante.
Norman sonrió ligeramente, como si encontrara divertido el comentario de Serina.
-Soy más de la antigua época, supongo. Además, no quisieras espantar al que probablemente sea tu único cliente en mucho tiempo. -respondió con calma- Aunque debido al carácter de la dependienta, entiendo los motivos -añadió justo antes de girarse y salir de la tienda.
Dejó a Serina a punto de responder con la palabra en la boca y un nudo de frustración en el estómago.
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