Prólogo
Tras la última crisis económica las dinastías salvaron a los países de la pobreza, y la sociedad se apoyó en ellas. Existían pocas dinastías a lo largo del mundo, muy pocas con origen real, pertenecientes a las últimas aristocracias del antiguo régimen. Otras en cambio, habían nacido y crecido en esa crisis. Ahora, tras largas décadas las dinastías sostenían el país y en cierta forma lo gobernaban, en la sombra, agazapados.
En ese mundo de lujos, fiestas y facilidades, se escondían secretos, carencia de derechos hacia las mujeres, poca o nula libertad para enamorarte de quien no debías. Esto último lo aprendías a las buenas o a las malas. No tenías ni voz ni voto, eras una marioneta en manos de los grandes señores que dirigirían tu vida, y tras ellos la dirigiría tu marido.
Muchas chicas que se encontraban fuera de ese mundo deseaban entrar y formar parte de él. Tenían el concepto de que los chicos que pertenecían a las dinastías eran príncipes que las salvarían. Muchas deseaban que alguno se enamorara de ellas y las sacara de la vida cotidiana y la tratara como una princesa. Por otro lado, los chicos las veían a ellas como inalcanzables, objetos de sus fantasías, como si únicamente teniendo un cruce de miradas con ellas habían alcanzado el honor más grande del mundo. En eso consistía, esa aura que rodeaba todo aquello, que los hacía que pareciesen seres divinos, de otro mundo, otra galaxia.
Y luego estaba yo, la antítesis de lo que representaba la dinastía. Amanda, diecisiete años, perteneciente a una de las dinastías más poderosas del mundo. Un puesto que a más de uno le gustaría obtener, pero yo no lo quería, ni lo deseaba. Desde que había sido consciente de lo que esto suponía intenté huir, pero comprobé a las malas que estaba encerrada en una jaula de cristal y que salir de allí era imposible.
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