Capítulo 7
No sé que hace Martín ahí, quien le ha dado la llave y porqué tiene la necesidad de presentarse ahí en mi casa. ¿Qué ha venido hacer? No me hace gracia, no lo quiero ahí, me recuerda una vida que no quiero llevar, una vida impuesta. Dejo la maleta en el suelo y lo miro, él me devuelve la mirada. Se acerca, un paso, dos, tres, cuatro y me planta un beso, así como si nada. Me percato de una cosa, si había alguna duda de que pudiese sentir algo por él, ya no lo siento. No hay mariposas en el estómago. Giro la cabeza y me dirijo hacia la isla de la cocina.
—¿Qué quieres? —pregunto.
—¿Qué tal estás? —contesta.
—Yo he preguntado antes.
—Quería saber a qué vino ese viaje a las islas Canarias sin decírmelo.
—Trabajo—respondo exhalando el humo del nuevo cigarro que he encendido. —Tampoco te tengo que dar explicaciones de a donde voy. —Prosigo. Él sonríe.
—Pronto sí—contesta.
—Así que tengo que ser sumisa contigo, ¿se trata de eso? —digo y me mira sin saber que contestar. —No va conmigo.
—Me refería a estar casados ¿Y qué va contigo? —pregunta tanteando el terreno. No lo sabe pero me está reafirmando que sigue queriendo tener algo conmigo. ¿Enamorado? No lo sé, pero pronto lo descubriré.
—De momento, ese rollo de acosador no —contesto con una sonrisa hueca.
Él sonríe, me toca la cara y me vuelve a besar. ¿Qué hace? ¿Qué hago? ¿Lo rechazo? Él va a ser mi marido y yo...no lo quiero. Sigo con el beso, pero lo rechazo al ver que él se pone intenso.
—Deberías irte—digo.
—¿Por? —Pregunta acercándose a mí.
—Porque es tarde.
Se va de mi piso y llamo a un cerrajero, voy a cambiar mis llaves. Aparece rápido, me da mi nueva llave y sonrío. No quiero que él aparezca más por ahí. Me voy a dar un baño relajante, me enciendo otro cigarro. Lo que sé es que él no pertenece a esa asociación, pero mi padre sí. Y que él quiere casarse conmigo para pertenecer a ella. Llamo a mi padre, al mismo.
—¿Qué quieres Amanda?
—Padre, tenemos que hablar de negocios—respondo. Sé que sonríe.
—He esperado mucho tiempo a que me hicieras esta llamada.
—¿Podemos hacer algo para que Bruno no toque nuestro patrimonio? No me fío de él.
—¿Y eso? —pregunta.
—Una intuición. Quiero lo que tenemos solo para mí, además sé que eres parte de una asociación.
—¿Qué? ¿Cómo?
—¿Acaso importa? No quiero que él forme parte.
—Pero su patrimonio...
—Padre, eres hábil. Haz algo con eso, llama a abogados. Y en cuanto a la asociación... ¿cuándo podría reunirme con ella?
—¿Estás segura de querer reunirte?
—Sí, tenemos que hablar de negocios.
—Hija, nunca he estado más orgulloso de ti como ahora. Podemos hablar de la...
—Padre, ya hablamos en otro momento. Ahora no puedo.
Le cuelgo y pienso en como será esa asociación. No me fío de Bruno, creo que hay algo que me esconde. Sigo rumiando en la bañera qué hacer, cómo y cuándo. Me relajo y pienso en todo lo que ha pasado en el viaje y sonrío. Salgo de la ducha y voy paseándome por el piso. Decido hacer algo, no sé si debería pero lo hago. ¿Por qué no? Un tono, dos, tres...
—¿Sí?
—¿Alex? —pregunto.
—¿Qué quieres?
—He recibido llamadas tuyas y...
—No las has respondido—termina él.
—Sí. He estado liada, he ido a un viaje de trabajo.
—Tú, trabajando. Deja que me ría.
—Alex, era para un anuncio...
—Me da igual.
—Vale—contesto.
—Amanda, tú no trabajas. Tú sales de fiesta, tienes sexo con desconocidos y solo miras por ti misma. No te importa nadie.
—Eso no es cierto—respondo.
—Sí que lo es. No puedes acostarte conmigo y después dejarme así, sin saber de ti. Eres una egoísta.
—Alex no lo hice bien, lo siento.
—Me dan igual tus disculpas. No me llames más.
Y ya no hay sonido al otro lado de la línea. ¿He perdido a mi amigo? Me invade una tristeza y una sensación extraña. Solo pienso en mí. ¿Qué he hecho durante todo este tiempo? Pensar en mí. No me merezco nada, tengo lo que he cosechado. De pronto me veo acostada en la cama, me quedo ahí hasta que me quedo dormida. Cuando me despierto sigo allí, sin moverme, no quiero hacer nada. Eso es lo que pasa, que nunca he pensado en nadie más que en mí. Pasa el día y no hago nada, solo beber agua y estar ahí. Oigo el timbre y voy a abrir, abro porque es insistente, y al abrir allí esta. Es Martín, me mira con la cara blanca y yo necesito sentarme.
—¿Qué quieres? —digo yendo hacia un sillón.
—¿Qué te pasa? —responde.
—Nada—contesto.
—Te pasa algo—dice. Lo miro con rabia y furia.
—Que me merezco esto—digo.
—¿Has vuelto al bucle? —pregunta. —Amanda, estoy aquí.
—Vete—respondo.
—Aunque quieras que me vaya me quedaré.
—No te quiero—contesto.
—Lo sé—dice. Lo miro y me mira con una sonrisa a medio lado. — No estás bien. ¿Qué te pasa?
—Que soy egoísta—respondo.
—Y eres una cría.
—Eso también.
Y me abraza, no me suelta. No lloro, solo cierro los ojos, Martín siempre fue un buen amigo. Durante el tiempo que salimos era uno de mis mejores amigos, y ahora me utilizaba. Aunque creo que en estos momentos no lo hace.
—Te dan ataques de pánico, ¿no? —pregunta.
—¿Cómo...? —Empiezo a preguntar.
—Yo también los tengo. Desde el accidente, el tabaco parece que ayuda, pero realmente no lo hace. Y tú además le das a las drogas y al alcohol. Eso no es bueno, te están creando una dependencia mayor.
—Lo sé. Llevo sin consumir meses—digo mirando hacia un lado.
—¿Qué puedo hacer para que no tengas una conducta así, autodestructiva?
—Dejarme en libertad—respondo. Suena a súplica.
En ese momento mi móvil comienza a vibrar, Bruno. Martín me mira y yo a él.
—¿No lo vas a coger? —pregunta.
No le respondo, alcanzo el teléfono y me envuelve la voz de Bruno.
—Hola princesa, ¿por dónde andas? No he sabido nada de ti, no me has respondido a los mensajes.
—¿Me escribiste?
—Sí, pues claro —dice. — ¿Te apetece ir a cenar a un tailandés? No sé si lo has probado.
—La verdad es que no... ¿a qué hora?
—Bueno, pues no muy tarde. Ya son las... Son las ocho y media. Dentro de media hora, ¿te parece bien?
—Perfecto—respondo con una sonrisa.
—De acuerdo, te mando la ubicación.
—Adiós precioso.
—Adiós preciosa—responde.
Cuelgo y Martín me mira, yo le devuelvo la mirada. Sí, estoy enamorada de otro. Que apechugue, ¿soy egoísta por eso? Pues lo soy, pero no puedo renegar de eso.
—¿Quién es?
—Nadie que te interese —Contesto mordaz.
—Amanda, Amanda. Me interesa a mí y al resto de las dinastías. ¿Quién es?
—Un amigo gay —Miento como una bellaca. Lo veo amenazante, ¿En qué momento cambió conmigo? ¿Por qué?
—¿Seguro? —pregunta.
—Segurísima. A lo mejor eres su tipo. ¿Quién sabe?
Se ríe y me mira con una sonrisa. Menos mal que ya he hecho toda la gestión. No va a tener nada de mi familia ni mío.
—¿Y qué ha sido de ti? —pregunto.
—¿De mí?
—Sí—contesto.
—Pues... me mudé con mi padre después del accidente y...
—¿Y? —pregunto sacando una botella de vino.
—No voy a beber, he venido en coche.
—Vale. ¿Y?
—Pues me enteré de todo lo que conllevaba ser parte de una dinastía de golpe. Y no fue agradable.
—¿Me lo dices a mí?
—Sí... a ti.
—Martín, no puedes abordar a la chica con la que te vas a casar así.
—¿Cómo?
—Como un acosador. Y un celoso psicótico. Tú no eras así, de hecho te llevabas genial con los chicos.
—¿Qué ha sido de ellos?
—Pues Vicen como siempre, en su línea. Y Alex... no sé si lo arreglaremos.
—¿Por? —pregunta.
—¿Te digo la verdad o te miento? —pregunto. Él abre los brazos afirmando que haga lo que quiera. —Pues... antes de que hicieras tu gran aparición nos acostamos. Una vez, nada más. Me ayudó mucho a superar tu "no muerte", ¿sabes? Y bueno, pues... parece ser que yo no había superado tu recuerdo y... me di cuenta de que eso era cariño. No amor. Y no lo entiende. Además que...
—¿Además?
—Que no podía decirle que habías aparecido, así como así. No sabes nada Martín...
—Explícamelo—responde acercándose a mí.
—Pues que me he estado culpando de tu muerte durante los últimos cinco años.
—Y yo culpándome de no poder verte Amanda —Contesta mirándome a los ojos.
Los dos estamos muy juntos, el recuerdo de Martín, de ese Martín que me quería, que era dulce, considerado se apodera de mí. Me besa y yo le correspondo con rabia, rabia por no haberlo tenido esos cinco años, por haberlo querido tanto, por lo que fuimos y no seremos. Me aparto y lo veo allí, siento un calor dentro impresionante, me gustaría...
—Tienes que irte—le suelto de pronto.
—Amanda—dice.
—Tienes que irte, voy a llegar tarde —respondo.
—Puedes llegar... —dice.
—No Martín. Vete.
—Amanda, tienes que hablar con alguien para que te ayude. —me dice, pero le cierro la puerta en las narices.
Supongo que estará tan frustrado como lo estoy yo. Pero no puedo hacer las cosas mal, Bruno me importa, me importa mucho. Ahora no es el momento de ser egoísta, no quiero hacerle daño. Joder... puede que no sienta nada emocional por Martín, pero está claro que mi cuerpo aún lo recuerda.
Me meto en la ducha y me cae el agua fría, por favor, que se me pase esto, por favor. Me visto rápidamente, un vestido bonito y unas sandalias y me voy hacia la ubicación que me indica el GPS. Bruno va con su cámara y lleva gafas puestas.
—¿Y eso? —pregunto divertida.
—Pues parece ser que necesito gafas—responde. —¿Dónde te has metido estos días?
—Pues he estado en la cama—digo como si nada.
—¿En la cama? —pregunta.
—Sí—contesto sonriente.
Una vez en la mesa lo veo serio. ¿Qué le pasa? Miro la carta, la verdad es que todo tiene buena pinta. Lo miro a él, otra vez el seño fruncido. Le pido al camarero una botella de agua para mí, y él se pide una cerveza.
—¿Qué te pasa? —pregunto.
—Amanda, tienes un problema—dice.
—¿Uno? Millones.
—No, no me refiero a eso. Estar en la cama dos días sin salir no es normal. ¿Has probado a hablar con alguien?
—Te lo he dicho—respondo.
—No. A un profesional—contesta.
—¿Qué estás diciendo?
—¿Por qué estabas en la cama? —pregunta.
—Porque... Alex me dijo que era una egoísta y... me merezco lo que me ha pasado y me pasa.
—Eso no es así Amanda. No te mereces nada de lo que te esta pasando.
—¿Y qué hago?
Me sonríe, coge de un bolsillo una tarjeta y me dice que vaya allí. ¿Por qué tengo que ir a un psicólogo? Él me tranquiliza, no es nada malo. Del restaurante vamos a su casa y sólo dormimos. Él está cansado de su día y yo... yo estoy agotada y no sé de que. Me despierto al notar que él se está levantando.
—¿Te vas? —pregunto.
—Sí, a trabajar—responde.
—Voy a ir a donde me dijiste—le digo.
—Te acompaño.
—¿No tienes que ir a trabajar?
—Pide hora para la tarde y te acompaño.
Llamo al número y me atiende una recepcionista muy maja. No sé que hacer y durante el día voy de un lado a otro, viendo tiendas, leyendo un libro en alguna cafetería y llega la hora. Me da miedo entrar y que me diga algo como que me tienen que encerrar. Bruno está en el portal esperándome y me alivia.
—No estás sola—me dice.
Espero en la sala de espera, pasa un minuto, dos, cojo una revista, la dejo, miro al techo, miro a la puerta.
—¿Amanda? —pregunta una chica joven y sonriente. —Puedes pasar.
Cuando cruzo la puerta me digo, Amanda bienvenida a tu nueva vida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro