Capítulo 4
Al despertar decido ir a desayunar fuera, había visto por instagram una de las cafeterías más modernas de la ciudad, así que fui al centro de la ciudad a desayunar con un buen libro. Me bajo en la estación Tirso de Molina y veo el mercado de flores que siempre adorna la plaza y sonrío. De pronto oigo una canción que viene de uno de los puestos.
Tú no puedes comprar al viento
Tú no puedes comprar al sol
Tú no puedes comprar la lluvia
Tú no puedes comprar el calor
Tú no puedes comprar las nubes
Tú no puedes comprar los colores
Tú no puedes comprar mi alegría
Tú no puedes comprar mis dolores
Me acerco hacia ahí y veo a un chico riéndose con una señora mayor dentro. Parece que tiene veinticuatro o veinticinco años, se da la vuelta y me mira sonriente.
—¿Qué quieres guapa?
—Yo... pues un ramo. De lavanda —le digo seria. Él se acerca y va recolectando las flores. —Es precioso—digo y sonríe al dármelo. Me pongo roja y evito mirarlo. —¿Cuánto es?
—Son diez euros.
—Tome.
Me alejo de allí con mi ramo, la cafetería está cerca y voy con él hasta allí. La cafetería es preciosa, con aire rústico, con paredes y la barra forrada de madera. Los camareros llevaban delantares beis con el logotipo de ella. Me siento en una mesa y le pido a un camarero con barba perfectamente perfilada un café y el desayuno del día. Mientras desayuno me voy leyendo un libro sobre dos unos amigos que llevan enamorados desde siempre, pero que no se atreven a confesar lo que sienten por miedo. Cuando pago lo que he consumido veo al chico de la floristería, va con una camisa blanca con las mangas remangadas y unos vaqueros. Voy a salir cuando él también lo hace.
—Hola de nuevo. —Saluda.
—Hola —respondo algo tímida.
—Que casualidad.—Observa tocándose la cabeza.
Le sonrío y voy a abrir la puerta, él la abre y me deja salir primero, giro hacia un lado de la calle, me sorprendo cuando aparece a mi lado y lo miro dubitativa. ¿Me sigue? Lo miro y me mira sonriente.
—Tranquila, que voy al metro.
—Yo también, ¿a qué dirección vas? —pregunta.
—¿Y tú?— le pregunto ágilmente para asegurarme que no me sigue. Después de lo de Martín no me fio ni un pelo de ningún tío.
—Hacia Moncloa, ¿tú?
—También —respondo sorprendida, vamos hacia la misma dirección.
—Podemos ir juntos—sugiere buscando mi mirada, que durante la conversación ha estado escondida.
—Me gustó la canción que teníais puesta en la floristería.
—Latinoamérica —responde con una sonrisa.
—Esa. —Contesto con una sonrisa.
Los dos vamos en silencio hasta el metro, dentro evito mirarlo. Toca mi hombro y lo miro, me enseña un auricular y me lo pone. Lo ajusto bien y está la misma canción. Tú no puedes comprar mi alegría. Tú no puedes comprar mis dolores. El metro llega rápido y los dos vamos juntos: Es un chico tranquilo. Me digo.
—¿Y qué haces? —pregunto.
—Ir en metro —contesta con una sonrisa.
—No, a qué te dedicas —respondo.
—Ah, pues he terminado cine y marketing —me explica en forma de respuesta.
—Yo las estudio, ¿no crees que es difícil encontrar trabajo?
—Depende de qué busques, yo estoy haciendo cosas. Ya sabes que todo se mueve por las redes sociales. Trabajo con varias marcas. ¿Quieres que te ayude a buscar trabajo? —pregunta.
—Pues... —comienzo a decir dubitativa.
—Déjame tu Instagram y te agrego—prosigue sin darme a opción a tomar una decisión inmediata
—Te dejo mi número personal, toma—respondo y le enseño mi móvil. — Y la floristería...
—Trabajo a tiempo parcial con mi tía, así le ayudo. Me llamo Bruno por cierto.
—Yo Amanda.
—Bueno Amanda me tengo que ir echando hostias desde que abran las puertas, porque llego tarde— anuncia guiñándome un ojo.
—Vale, adiós...—me despido y se va corriendo. Yo me bajo y me rio. —Desconocido.
Me voy a casa de Vicen, sé que está ya en su casa. Vicen siempre ha estado ahí, en lo bueno y lo malo. Es un amigo con el que siempre he podido contar, el hablar con él siempre ha sido sanador. A parte de ser mi mejor amigo, cuando Martín llegó a mi vida también se hicieron amigos. Con Alex no había sido igual, seguía manteniendo un tono protector donde intentaba que Martín no me hiciera daño, a pesar de que nunca me lo hizo. Martín y Vicen durante un tiempo fueron inseparables, y no porque compartieran pupitre, simplemente porque se llevaban bien y compartían intereses comunes. A veces, cuando estábamos solos, Martín me confesaba que si no nos obligaran a casarnos con personas que aún desconocíamos, le hubiese gustado que Martín y yo terminásemos juntos. Cuando Martín "murió", dejó también tocado a Vicen, y fue quien más me apoyó. Por eso estaba allí, en su casa, esa mañana, después de esa cena. Me abre recién levantado de la cama. Le sonrío y le doy las flores, me mira confuso. Supongo que se preguntará que me pasa después de lo que ha pasado. Llegamos a la cocina, se sirve un café para él y para mí un té verde.
—Gracias—le digo.
—De nada—contesta. —¿A qué vienes ahora? No son horas.
—Me voy a casar con Martín—le suelto y escupe el café. Tose y me mira con los ojos llenos de lágrimas por atragantarse.
—¿Cómo? Amanda, te tienes que casar con quien te manden
—Y es él—respondo. —Pertenece a una dinastía—le informo y me mira confuso. —Te lo tengo que explicar todo.
Le explico lo que había pasado el día anterior, Martín se queda ojiplático, pero su asombro va en aumento con cada cosa que le voy contando. Sus reacciones varían entre abrir la boca o simplemente da gritos con expresiones como: ¡Qué fuerte! ¡No me lo puedo creer! Y cuando ya le cuento lo último me dice.
—¿Y qué vas a hacer?
—Me casaré con él y destruiré esa asociación.
—Pero...
—¿Si siento algo por él? Si me quedaba alguna duda, después de lo de anoche no.
—¿Y vas a seguir por esa senda autodestructiva? —pregunta.
—Estoy cansada Vicen...
—¿De qué exactamente?
—De que me utilicen.
Vicen se quedó cayado, él había sido el único que no lo había hecho. En mis momentos más bajos, cuando ocurrió todo aquello mucha gente se aprovechó de mi posición y de mi pérdida. En aquellos momentos Vicen y yo aprendimos cosas del otro, y nos entendíamos como si fuéramos hermanos.
—Tú no eres alguien que se deja utilizar Amanda.
—Lo sé.
—¿Y qué vas a hacer? —pregunta con una sonrisa canalla.
—Utilizarlos a todos —respondo con una sonrisa que escondo tras la taza.
Los días pasan y todo sigue normal, aunque hay una cosa que ha cambiado. De la universidad voy a mi casa y me quedo en mi cuarto, no quiero que nadie me vea. Alex me ha llamado y me ha dejado mensajes, pero no estoy con ánimos para responder. Me pongo una y otra vez la canción de Latinoamérica, creo que nadie sabrá nunca lo que significa para mí esa canción. En esos días duermo mucho y no quiero salir, Vicen también se ha preocupado y me ha hecho ir al médico. No me pasa nada físico, simplemente que estoy agotada de luchar contra viento y marea frente a mi familia. Cuando estoy quedándome dormida suena el móvil. ¿Quién será? Es un mensaje de... ¿Quién es?
¿Amanda? No sé si te acordarás.
Soy Bruno.
El de la floristería.
Me pregunto qué querrá, ¿por qué me habla?
Hola Bruno, sí que me acuerdo de ti.
¿Qué pasó?
Hola!
Bueno, me acordé de ti porque me dijiste que estudiabas cine.
Y pensé...
¿Quieres venir conmigo a una sesión de fotos?
Es para un anuncio, es una...
Sí
¿Dónde es?
Te paso la ubicación.
Veo la ubicación y voy en coche hasta allá. Mis padres me ven como salgo de mi habitación y me voy. Supongo que no les preocupará que vaya con unos vaqueros y una camiseta. Como hace tiempo que no conduzco pues me pongo tensa, consigo arrancar el coche a la tercera, conduzco bien para mi sorpresa. Vicen me dice que es como montar en bicicleta y no lo había creído hasta ahora. La dirección me lleva hasta el centro de Madrid, a un edificio que no tiene pinta de que allí se grabe ningún anuncio, o cualquier cosa... Veo como llega Bruno con unas cuantas chicas, ¿alguna será su novia? Me bajo del coche y me saluda sonriente.
—Hola. —Le saludo.
—Hola. Mola tu coche —responde.
—Ah, es de mi padre —digo mintiendo como una bellaca.
—Mira, estas son Cristina y Miranda. Una estudia cine y otra es modelo, pero también es dueña de la marca a la que vamos a dirigir el anuncia.
—Encantada. —Les digo.
—Encantada. —Me dicen los dos.
Entramos al edificio y allí está montado todo el set, Bruno me explica que no todo lo que se va a grabar está allí. Este es uno de los escenarios, tienen pensado viajar a otras localizaciones. Lo paga todo la empresa y asiento. Parece que todos saben lo que hacen, pero veo que a las fotos le pasa algo, no transmiten lo que la marca representa.
—Bruno, ¿puedo decirte algo?
—Si —responde.
—Creo que las fotos se deberían hacer de este modo, representarían más la marca. ¿No crees? —Le digo indicándole como hacerlo
—Armando, ¿podemos repetir la sesión? Amanda, explícale y dirige la sesión —contesta sonriente. Le devuelvo la sonrisa y le explico al fotógrafo como hacerlo y a la modelo las instrucciones.
Al terminar Bruno me sonríe, me sonríe hasta Miranda que por lo que he observado es una chica seria. La sesión ha sido un éxito y me invitan a ir de copas con ellos, hemos terminado a las diez de la noche, nadie me ha llamado. Decido ir con ellos y entre risas me explican como va a ser la campaña. Es un grupo bastante creativo y que respetan las ideas de los otros. Me rio de alguna anécdota y escucho, escucho mucho. Hace tiempo que no me lo paso así, de forma sana.
—Ya es muy tarde chicos —dice él.
—Sí—respondo mirando el reloj. —Tengo que llegar a casa y vivo lejos.
—¿Te acompaño al coche? —pregunta.
—Vale —respondo sonriente.
Nos vamos de allí los dos juntos, me pregunta que qué edad tengo. Le respondo que veinte, se queda sorprendido, pensaba que tenía más años porque me veía muy madura. Me rio muchísimo cuando me cuenta anécdotas, como su primer día de la universidad, su primer día en el trabajo, una de las vacaciones. Yo me limito a reírme, hacerle una puntualización o simplemente estar ahí. Me pregunta por mí, y le cuento que no tengo una mejor amiga, que tengo dos. Le explico algo de mi vida, pero cosas muy vagas, quiero ser lo más normal por ahora.
—¿Y te gustan los perros? —pregunta.
—Sí—contesto. Me gusta ese tipo de preguntas. —¿A ti?
—Me gustan muchísimo, sobre todo los grandes.
—Deberías tener una casa grande para ellos.
—Y la tengo—me responde.
—¿Dónde?
—En Andalucía, en Chiclana concretamente. Pero aquí me tengo que conformar con un piso pequeño.
Seguimos así, por cosas así de pequeñas conoces a la gente, aunque yo no revelara mucho. Le conté que el ramo de flores se lo di a mi mejor amigo, bueno era para su madre. Él se rio, y me dijo que un día se lo tenía que presentar. Yo me encuentro en un estado de nirvana, estoy demasiado relajada. Cuando llegamos a mi coche me ofrezco a llevarle, él me sonríe y me dice que no pasa nada, que vive a unas cuantas calles.
—Eres un misterio. —Me dice con las manos en los bolsillos, con una sonrisa muy habitual en él.
—Para nada —respondo.
—Sí, me ocultas algo Amanda, no sé el qué, pero ocultas algo.
—Pues no preguntes —contesto.
—¿Por qué?
—Porque ya no sería misteriosa. Sería yo.
—¿Y qué hay de malo en eso?
—Pues que se complicaría todo.
Y de pronto me besa, no me lo espero, lo hace con decisión y sin duda. Le devuelvo el beso a ese chico tranquilo, que me trata como a una igual y por el que empiezo a sentir mariposas en el estómago. Me acurruco en su pecho y él me abraza con firmeza, creo que teme queme vaya, pero a la vez no. Esta seguro de lo que hace. Levanto la mirada y lo veo, sonrío y me devuelve la sonrisa. Volvemos a besarnos y oigo una voz.
—Joder. —Me vuelvo hacia el lugar donde proviene y es... ¿Vicen?
Vicen con una chica, una chica que me suena, es la de la fiesta. No me jodas que nos hemos visto infraganti, Bruno me mira con cara de ¿Qué está pasando?
—¿Vicen? —pregunto
—Hola Amanda. Soy Vicen el...
—El mejor amigo de Amanda. —Termina Bruno.
—Sí, y ella es...
—Su novia, Alexia. —Termina ella.
—Que capullo —respondo yo. —No nos había presentado. Soy Amanda.
—Encantada —respondo.
—¿Y tú quién eres? —pregunta Vicen.
—Me llamo Bruno—responde él.
—Y eres...—sigue Vicen.
—Es un chico —contesto.
—Un chico —Repite Vicen.
—¿Puedo hablar contigo un segundo? —pregunto.
—Sí—contesta Vicen.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro