Capítulo 2
Llego a la gran mansión que tengo por casa y la situación de ver a mis progenitores se me viene encima, no quiero encontrármelos por nada en el mundo. Al entrar los veo desde el hall de la casa, mi madre riéndose con unas amigas en el salón y mi padre hablando por teléfono allí mismo. El hall es grande, por lo que tengo espacio y puedo maniobrar para que no se percaten de mi presencia. Es imposible, mi progenitor hace un ademan para que vaya para allá y como buena hija voy. Apaga el móvil y me mira.
—Hoy vas decente—dice. —He visto las fotos que te han hecho.
—¿Cuáles? ¿Las que salgo drogada, fumándome un porro, o chupándole a algún maromo su tableta? —respondo. Él sonríe, y me enseña las fotos de esta mañana.
—No intentes retarme—dice respondiendo a mi provocación. — Sales muy guapa. ¿Qué tal Alex y Vicen?
—Muy bien, como siempre—respondo. Si tú supieras...—Papá.
—Dime—contesta.
—¿No puedo conocer al susodicho tío antes de la boda? ¿O es ilegal?
—No es ilegal —aclara. — Veo que te has rendido y que sabes que te tienes que casar.
—Lo he sabido desde siempre—le contesto y saco un cigarro de mi bolso. Lo siento por Alex, pero no puedo hacer frente a nada de esto sin algo de nicotina. —Lo que aprendí aquel año es lo que eras capaz de hacer porque se cumpliera que esta dinastía siguiese teniendo un linaje.
—¿Vas a volver a eso? —pregunta. No puedo más, ¿cómo puede decir eso después de lo que había hecho?
—Sí, éramos unos críos. ¡UNOS CRÍOS! —respondo alzando la voz. Las amigas de mi madre miran hacia nuestra dirección, pero me da igual.
—¿Puedes bajar la voz? —pregunta.
—Lo mataste—contesto con un hilo de voz. —Eres un puto asesino.
—Un asesino que te mantiene, no lo olvides. Eres quien eres por mí.
—Y tu imperio seguirá ahí por mí. ¿O tienes otro descendiente? —sonrío, no, me rio. —Tú me necesitas a mí tanto como yo a ti. No te olvides. La diferencia es que yo no soy un monstruo.
Me deshago de su brazo y subo a mi cuarto, allí lloro. Éramos dos críos que se querían, que se amaban. Con él había sido tan libre, tan... feliz. Me seco las lágrimas y miro las fotos de esa mañana. Parezco contenta, mi cara brilla de felicidad. Le mando un mensaje a Alex que me responde en seguida.
Claro que voy.
Mi relación con Alex siempre ha sido sólida, pero no de forma romántica. Alex, Vicen y yo nos conocemos desde que siempre. Alex fue el primero en nacer, de hecho, siempre fue el responsable del grupo; Vicen fue el segundo, aunque parece el más pequeño. A Vicen siempre le dio igual el hecho de pertenecer a una dinastía, su padre se había casado con su madre por amor, y creía que él haría lo mismo. Luego aparecí yo, la pequeña, rebelde e inconformista. No quería vivir la misma vida que mis padres, ellos estaban seguros de que Alex y Vicen eran una buena influencia para mí, y lo fueron. Pero non de la manera que ellos esperaban, si no todo lo contrario, me hicieron vivir.
Durante toda nuestra infancia y parte de la adolescencia la pasamos juntos, nos llevaron a los mismos internados y a los mismos campamentos. Menos mal que nos llevábamos bien, porque si no eso hubiese sido el infierno. Nunca fue un camino de rosas, a veces nos peleábamos, Alex conmigo por llevar siempre la contraria, Alex con Vicen por ser un espíritu libre, y Vicen con Alex por ser tan correcto en todo.
A los catorce años conocí a Martín y el mundo se volvió al revés. A los quince tuvo el accidente de coche y Alex estuvo ahí, sin dejarme atrás. Vicen igual, pero de otra forma, aunque yo no volví a ser la misma. Alex y yo nos fuimos volviendo más cercanos, me quedaba a dormir con él y le escuchaba cuando tenía algún problema con Paula. A los diecisiete Alex rompió con Paula y lo entendí, no podía pasarle lo mismo que me pasó con Martín. A los dieciocho, con el mar de fondo, en el viaje de fin de curso me besó. Seguí quedándome a dormir en su piso, me refiero al de Malasaña, donde él pintaba y yo posaba. Nunca pasamos de unos cuantos besos adolescentes, pero lo quería muchísimo, aunque de una forma diferente que a Martín, no había vuelto a querer así, con la certeza de que nada ni nadie nos separaría. Ni Alex ni yo podríamos compartir una vida juntos, solo nos quedaba esperar a que nos capturaran para vivir en jaulas de oro que no queríamos.
Saco de un armario una maleta para meter ropa y lo que necesitaría para el viaje. La maleta está en una baldosa bastante alta, así que salto para conseguir cogerla y de ahí se caen muchas fotos. Fotos que hacía años que no veía, una pareja feliz, riéndose, besándose... los ojos se me inundan de lágrimas. Martín, cuanto te quería y te quiero, me vuelve a faltar aire, no puedo seguir así, me mata la culpa.
Conocí a Martín en el colegio, llegó cuando estaba en segundo de la ESO, con trece años. Martín vivía rodeado de un aura de misterio, parecía que a él todos les dábamos igual. Yo no hice nada por acercarme a él y él tampoco por acercarse a mí, pero el azar nos tenía preparada una sorpresa. Nos tocó sentarnos juntos en clase, al principio él evitaba hablarme y supe porque era. Todas mis amigas venían a mi mesa para verlo o intentar hablar con él, Martín era guapo y creo que lo sabía, básicamente porque era más que evidente. Una de las veces que llegué a clase él estaba también allí, así que intenté hablar con él.
—Hola Martín, ¿qué tal? —dije y me miró.
—Bien, ¿y tú?
—Pues... contenta—respondí y me miró dubitativo. —Por fin podemos hablar. Nunca hemos hablado.
—Ya... La verdad es que sí, no nos conocemos .—Contestó haciéndose para atrás un mechón rebelde.
Martín siempre iba con su pelo negro desordenado y sus ojos eran azules, casi cristalinos, era muy alto y bromista. No conmigo, pero sí con los demás, al final y al cabo no éramos amigos y a penas nos conocíamos.
Esa fue la primera conversación que mantuvimos, pero pronto nos hicimos amigos. A mí me nombraron delegada de la clase, a él subdelegado. Eso fastidiaba a los demás alumnos que pertenecían a dinastías, pero a mí simplemente no me importaba, y estaba feliz. En ese entonces yo tampoco les daba problemas a mis padres, sacaba buenas notas, de hecho, era la mejor alumna, mi padre presumía muchísimo, según él, yo era la hija modelo. Además, me gustaban los negocios, aunque también el cine. Todavía no era consiente a lo que me enfrentaba y a lo que tendría que renunciar. Martín no me hizo sacar malas notas, de hecho, solíamos estudiar juntos en una cafetería muy mona, o íbamos a la biblioteca. Me enteré más tarde de que estaba en el colegio por una beca, y que por eso sacaba tan buenas notas.
—Amanda, ¿te apetece venir conmigo al cine? —me preguntó una de las veces.
—¿Al cine? Sólo si no vamos a ver una película de miedo, por favor—respondí y él se rio.
—Tranquila, una peli que nos apetezca a los dos—contestó y yo sonreí.
Martín y yo seguimos quedando, después de nuestras jornadas de estudios nos íbamos a tomar un helado, o un chocolate con churros, o simplemente íbamos al cine. Todavía me acuerdo de la primera vez que me besó, fue después del colegio, discutíamos que película ver, cuando comenzó a diluviar y fuimos corriendo hasta el portal más cercano. Suspiramos de alivio y nos miramos a los ojos, no sé quien tenía más ganas de besar al otro, fue muy torpe, mi primer beso. Me aparté tímidamente y no dije nada, después fuimos a Malasaña y nos perdimos por sus calles. Él me explicaba cosas del barrio y yo sólo lo miraba, recuerdo pensar que Malasaña estaba lleno de vida y que era muy colorido. Ese día me acompañó hasta el bus que iba en dirección a mi casa. No pude evitar darle otro beso rápido antes de subir corriendo al autobús con la cara roja de la vergüenza.
—¿Qué te pasa hoy? —preguntó mi padre cuando volví. Yo estaba confusa, y a la vez contenta, notaba que brillaba.
—¿A mí? Nada. Será que me estoy poniendo mala por la tormenta de hoy.
Ese verano lo pasamos juntos, bueno, el tiempo que coincidimos en Madrid. Él se iría a Cádiz, donde veraneaba con su familia y yo a algún país exótico con mis padres. Durante ese tiempo solo pensaba en volver a verlo. Y comenzó tercero de la ESO. Ese año comenzamos a salir de manera formal, pasábamos todo el tiempo juntos. A mis padres les decía que me iba con Alex y Vicen, pero realmente disfrutaba yendo a casa de Martín. Él vivía nada más que con su madre en un pisito en el barrio de Lavapies, su madre era enfermera, ahora no sé que sería de ella. Veíamos series de médicos, él quería convertirse en cirujano, pero ahora no puede ser...
Martín se llevo mis primeras veces, mi primer amor, el primer beso, la primera vez, mi primer novio formal, y la primera pérdida importante.
Mis padres se enteraron de que Martín y yo salíamos, él quería presentarse a mis padres. Ellos no lo aprobaron y queríamos hacerles ver que íbamos en serio, que podríamos ser como los padres de Vicen. Un sábado me vino a buscar con su madre a casa y cuando llegaban vi cómo un camión les daba en el lado del conductor. Fue la peor imagen de mi vida, vi cómo murió el amor de mi vida con mis propios ojos, y peor fue oír la voz gélida de mi padre decir:
—Esto pasa por desafiar a la dinastía.
Cierro la maleta ahora llena de ropa y sin sus fotos, colocadas ahora en una caja. Salgo por la puerta de casa y voy al aeropuerto, rumbo a Saint Tropez. Llego al aeropuerto Barajas-Adolfo Suarez de Madrid y voy en dirección a facturar la maleta. Veo un perfil que reconozco, un fantasma del pasado.
—¿Martín? —pregunto al chico que está de espaldas y que se gira.
—¿Sí? —pregunta volviéndose hacia mí. Es idéntico a Martín, ¿es mi Martín?
—¿Sabes quién soy? —pregunto.
—No.
—Soy Amanda, ¿no te acuerdas de mí?
—Creo que te has equivocado—responde él girándose con una sonrisa.
—¿Te llamas Martín Vega Griso?
Entonces se vuelve a girar, es él, mi Martín. Sigue siendo alto, pero todavía más, ¿cuánto medirá? ¿Un uno noventa? Siento que me fallan las piernas y que estoy a punto de llorar.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta.
—¿Te acuerdas de lo que pasó cuando tenías catorce o quince años?
Él me mira ojiplático, yo me seco las lágrimas. No llores, no llores, me repito, él ha vuelto. Mientras tanto, Martín me mira confuso y se toca la frente, lo hace como antes, cuando intentaba recordar un tema, pero ahora para él es una vida.
—¿Tú me conocías? —pregunta. Y sonrío, es Martín.
—Sí—respondo. —Si tienes prisa te dejo mi número de teléfono.
—Ah, sí. Toma—dice mientras me tiende su móvil.
—Al final, ¿estudiaste medicina? —pregunto.
—¿Antes de eso quería estudiar medicina? Qué sorpresa. No, estudio derecho con relaciones internacionales.
—Sí, querías ser cirujano. Me decías de broma que serías como Dereck Sheperd o Burke. Tu madre... ¿vive? —pregunto con un hilo de voz temiendo la respuesta.
—No—responde. —Murió en el mismo accidente que tuve yo, pero yo salí mejor parado.
—Lo siento. Me caía muy bien—digo y empiezo a llorar. Todavía recuerdo que me prohibieron ir a su funeral y lo mal que lo había pasado por no poder despedirme de él.
—Tranquila, tranquila—responde él. —Estoy bien, de verdad.
—Martín...—comienzo y él me mira, de esa forma que lo solía hacer antes. Yo mientras tanto me limpio los ojos—Ya hablaremos más adelante, cuando no tengas prisa.
—Sí, así me hablas de mi madre, no me acuerdo de ella.
—Vale—respondo con la boca pequeña. ¿Qué ha pasado conmigo?
—Tranquila, va a sonar raro, pero... ¿te puedo dar un abrazo?
—Sí—confirmo con una sonrisa de oreja a oreja. Martín sigue oliendo igual, es más alto, pero yo también, aunque sea un poco.
—Adiós—se despide.
—Adiós—me despido, otra vez comienzo a llorar. ¿Qué me pasa?
Dejo la maleta facturada, cruzo el control y voy a la sala VIP. Todo eso entre hipidos, pero al llegar a la sala soy una persona nueva, o eso pretendo. Después de ver a Martín no sé que hacer, lo creía muerto, me dijeron que lo habían matado. Sigo pensando todo lo que me acababa de pasar, sobre lo que había pasado con Alex y... no puedo dejar ir a Martín como si fuera un simple desconocido. Y ahora me iba de viaje con Alex y con Vicen, joder...
—Amanda, ¿Qué haces aquí? —Es Vicen, le sonrío, pero me mira con cara de circunstancias, cómo me conoce...—¿Qué ha pasado?
—¿Sabes eso que dicen que los fantasmas vuelven? Me acabo de encontrar a Martín— le digo desde el sillón, no confío en sostenerme de pie.
—Jo-der—responde y se deja caer en el sillón. —¿Y qué te dijo? O ¿Qué le has dicho?
—Pues... no sabe quién soy. Mejor, ¿no? —le digo y vuelvo a llorar. —Casi muere, perdió a su madre ahí. Mejor que me eche a un lado.
—Amanda—me llama mientras me abraza. —Habrá sido muy duro volver a verlo, es que, joder... estaba muerto, nos dijeron que lo estaba. Y te voy a decir una cosa, espero que no te duela, ni a Alex. Pero tú no lo has superado.
—¿El qué? —pregunto sin entender.
—A él, sigues enamorada de lo que fuisteis, de su recuerdo... Todo.
—¿No lo he superado? —pregunto. Estoy perdida, no dejo de llorar. —¿Y eso cómo se hace?
—No lo sé, pero un día lo harás.
—Vale. Lo haré—me digo a mí misma. — Voy al baño.
En el baño me vuelvo a maquillar y a esperar que se me pase, pero no puedo dejar de ver la imagen de Martín ahí, dándose la vuelta. Recibo un mensaje. Joder, que le había dado mi número.
Amanda, soy Martín.
Te vi mal cuando nos despedimos.
Espero que estés mejor.
¿Cómo quería él que estuviese bien después de ver a su fantasma? Al que yo había visto morir, y quedarme así sin más. Había sido mi primer amor y según Vicen, no lo había superado.
Normal que me vieras mal, vi a tu fantasma.
Veo cómo escribe, para de escribir y lo vuelve a hacer. Me meto en el baño y espero impaciente. Me saca una sonrisa su mensaje.
Espero que de fantasma no sea muy feo.
¿Me faltaban dientes o iba con una sábana encima?
Me rio, sigue teniendo sentido del humor. ¿Será correcto el seguir hablándole?
No, te pareces a uno de Anatomía de Grey.
¿Al Dereck Sheperd ese?
A Omalley.
Jajaja, tendré que verla, no la he visto.
Al ver esa frase me quedo helada, sí que la ha visto, conmigo, muchas veces. Recibo otro mensaje.
Lo siento, me dijiste que la había visto.
No le respondo, creo que lo mejor que puedo hacer por él es dejar de hablarle. Eso pertenece a otra vida, ya no es el mismo, no sabe quien soy, ni se acuerda de mí, a pesar de que yo me haya acordado cada día de él. Salgo del baño y veo a Vicen y a Alex, me sonríen y me reúno con ellos, comienza el viaje a Saint Tropez.
—¿Ya estamos todos? —pregunto. Los amigos de Vicen me vitorean y sonrío, cojo una copa de champagne
—¿Estás mejor? —me pregunta Vicen, asiento. —Que buena actriz.
—Lo sé, y es lo que necesitamos para destruir lo que nos han robado.
—¿Y es? —pregunta divertido.
—Nuestra libertad.
—Y a Martín—responde él.
El viaje fue una fiesta constante, un concierto en la zona VIP, una post-fiesta con el cantante. Durante ese tiempo no quise pensar en mi encuentro con Martín, ni en él en sí. ¿Y qué hice? Pues mantenerme ocupada en... fiestas, sexo con tíos desconocidos, alcohol y drogas. Vamos la vida desenfrenada de una celebrity loca. Me despierto una mañana en mi habitación de hotel con un tío que no conozco, otro más para la lista pienso, y veo un mensaje. Las manos me tiemblan, joder, joder...
—¿Quieres otro...? —comienza él.
—Tu nombre era...
—Fabian—responde sonriente.
—Vale Fabian, ¿me haces el favor de irte? Tengo cosas que hacer.
—Pero si anoche...—Comienza.
—Anoche es pasado, necesito que te vayas.
—Vale puta, ya me voy—responde.
Le hago el corte de manga, veo cómo se va y me meto en el baño. Es en el único sitio donde me siento segura, ¿de qué? Ni idea, de todo en general. Me enciendo un pitillo, creo que lo voy a necesitar.
Amanda, no sé si metí la pata en el otro mensaje, pero... lo siento.
Durante unos momentos me planteo si contestarle o no, ¿Debería? Creo que no, pero quiero.
¿Por qué lo sientes?
La respuesta no se hace esperar.
¿Te puedo llamar?
Tiro el cigarro al wáter, ¿me va a llamar? ¿Qué le digo? Sí, ¿no? Si yo estoy fuera de España. Lo mejor sería llamarlo yo, en cada tono el corazón me va a mil y me pregunto si estoy haciendo lo correcto. A veces pienso que lo mejor sería que no me respondiese, pero por otra parte pienso que sí, que lo mejor sería que me respondiese.
—¿Amanda? —pregunta y me deshago. Ha dicho mi nombre después de tanto tiempo.
—Hola, ¿qué querías? —pregunto intentando parecer de todo menos nerviosa.
—Pues... ¿Qué tal?
—Bien, ¿y tú?
—Contento, así puedo hablar contigo. No lo habíamos hecho por teléfono.
Me quedo callada, parece que los papeles se han invertido. Después de todo no ha cambiado, o se acuerda de todo y me toma el pelo.
—Amanda, ¿estás ahí?
—Sí—respondo y carraspeo. —¿Seguro que no te acuerdas de mí?
—No—dice. —Ojalá, pero no. ¿Éramos amigos?
—Sí—contesto. —Y fuimos novios, cuando moriste lo éramos.
—¿En serio? Bueno, sigo vivo.
—Lo siento, es que... no lo he asimilado.
—¿Nos podemos ver? —pregunta.
—¿Vernos? Yo...
—Sí, cuando puedas claro.
—Martín, no sé si sería bueno vernos—empiezo, no quiero ponerlo en peligro de nuevo.
—¿Fui un capullo contigo?
—No—respondo riendo. —Todo lo contrario. Mira, cuando vuelva a España te digo cuando quedamos.
—Vale, estoy a la espera. Adiós.
—Adeu.
Salgo del baño y me pregunto qué haré, en que lío estoy metida. ¿Verlo ahora? Tocan a mi puerta y salto del susto, me pongo una camisola grande y la abro, allí esta Alex. Mierda... Alex. Viene con bollos y café, bendito café. Nos sentamos en una parte de la habitación.
—Te vi con uno anoche—me dice.
—Ya...—respondo. —Y yo a ti con una. — Él sonríe.
—Alex, ¿Qué estamos haciendo? —le pregunto mientras me llevo un bollo a la boca.
—Como que qué estamos haciendo.
—Sí, a nosotros, a... Esto no es sano Alex.
—Pero si querías acabar con la dinastía para...
—Alex, yo no soy feliz allí. Me casaré porque no quiero que os pase nada.
—¿A quienes? —pregunta él. Mierda, sin querer lo he dicho.
—A todos, a Vicen, a ti, a todos. Alex... la he cagado bien contigo.
—Sí—responde y se levanta. —No puedes hacer eso, ¿qué he sido yo? ¿Un juguete nada más?
—No Alex. Has sido mi amigo.
—Con el que follas.
—Solo lo hemos hecho una vez, y cuando íbamos muy borrachos, yo...
No me deja acabar, se marcha de allí dando un portazo, bien Amanda, así se hace. Pero no puedo jugar con él, no puedo jugar con nadie. Acabaré con estas clases absurdas de dinastías para ser personas civilizadas y recuperar mi libertad.
La siguiente media hora me la paso sola en mi cuarto, esta habitación de hotel es gigante. Me quedo tumbada pensando que hacer con Martín, ¿y si lo vuelvo a ver? Y si... me encuentro en una disyuntiva, ¿qué hago? Pero a la misma vez me pregunto qué haré con todo, bueno lo sé, me casaré y después... después destruiría todo ese sistema. Mientras me fumo un cigarro oigo que toca alguien a la puerta.
—¿Vicen? —pregunto sorprendida.
—Ya me lo ha dicho Alex. Está cabreadísimo.
—Supongo, no tengo tacto. No tenía que haberme acostado con él, lo ha jodido todo. —Sentencio y Vicen me mira con cara de te lo dije. —Sé que no he superado lo de Martín, y después de encontrarme con su fantasma no estoy segura de que quiera hacerlo.
—Eres una yonki, no quieres dejarlo ir ¿Lo sabías? A lo mejor ya no es como era antes.
—No estudió medicina, estudió derecho. Parto de esa base.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Volver a dejarlo todo por él? Ya sabes lo que pasó.
—No voy a cometer ese error dos veces. Solo quiero... quiero saber que está bien.
—Eso se lo puedes preguntar por teléfono.
—Sabes a lo que me refiero—insisto. —Yo no puedo quedarme aquí así.
Vicen me mira, sé que me entiende. Martín fue amigo suyo también, pero se preocupa por mí y sabe perfectamente que si me volviese a pasar algo como lo que me pasó hace cinco años no lo podría encajar. Recojo mi ropa, me visto y cojo el primer vuelo en dirección a Madrid. Al tocar el suelo de Madrid llamo a la única persona que ahora mismo me importa.
—Mañana a las 11 a.m, a desayunar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro