Prefacio
Todo comenzó cuando llegué a mi nuevo instituto.Acababa de dejar atrás una vida apacible y llena de amigos. La nueva situación era un tanto extraña para mí, después de haber vivido algunos meses con mi madre y con su parejaactual, ahora me había mudado con mi padre.
Ambos se habíanseparado de mutuo acuerdo hacía un tiempo, pero yo no habíaelegido venir a una nueva ciudad o, mejor dicho, pueblo —porquepor mucho que dijera mi padre, aquello no se parecía a una, aunque tuviese estación de autobuses y varios supermercados—. Todofue producto del azar, él buscaba trabajo y aquel lugar le dio unaoportunidad laboral.
—Estaremos bien —me dijo con grandes esperanzas en cuantopusimos un pie en nuestra nueva casa—. Empezaremos de cero,ya verás.
No lo dudaba, pero aquello no era precisamente con lo que yohabía soñado. Pensaba que nos íbamos a quedar cerca de mamá, denuestro hogar y de mis amigos.Ahora me dirigía a organizar mi matrícula a secretaría. Me habíaquedado en el vano de la gran puerta del edificio, observando mialrededor.
Bueno, no se diferenciaba mucho a las instalaciones delinstituto al que iba.Avancé un paso y torcí por el pasillo que indicaba con una flecha que allí estaba el lugar que buscaba.
Unas voces de chica se aproximaron a mí en cuanto lo hice, yfue demasiado tarde para detenerme cuando ellas me arrollaron.Había una rubia y otra castaña. La primera llevaba una botellaabierta e iba a beber justo antes de chocarnos. Al final, el líquido acabó desparramado por su cara y por la parte superior de su vestido.Se quedó con cara de susto, totalmente anonadada.Mi carpeta también había salido disparada de mis manos, aterrizando justo a sus pies.
—¿¡No puedes mirar por dónde vas!? —exclamó.
Su amiga estaba tan estupefacta como ella, de hecho, había unanota de miedo en su rostro, como si lo que acababa de pasar fueraalgo monstruoso y me la acabara de cargar.
—Lo siento, no te he visto —dije sin más.La rubia posó su mirada en mí y por fin reparó en mi presencia.
Sus labios se torcieron en una mueca de disgusto, al igual que susojos verdes. Me dio la impresión de que, si hubiera podido, me habría borrado de la faz de la Tierra con el pensamiento. ¿Había sidopara tanto? Solo parecía agua.
—Más lo siento yo —dijo como sentenciándome a muerte.
Pisó mi carpeta con sus tacones marrones y se marchó juntocon su amiga por el lateral que yo había llegado.Esa vez fui yo la que frunció el ceño.Vaya, cómo se las gastaban allí.
—No le hagas caso —dijo un chico acercándose a mi posición. Se agachó y cogió la carpeta con mi matrícula—. ¿Eres nueva?
—Recién llegada, sí.
—Oh, sangre fresca por aquí, no vienen muchos nuevos. Yollegué el año pasado. —Me tendió una mano—. Adrián.
Cuando reparé en él me di cuenta de que tenía una bonita sonrisa y unos ojos azul oscuro preciosos, como las profundidades deun océano.
—Sonia, encantada.
Le estreché la mano.Él se quedó mirándome, como si hubiera visto algo en mí, conesa radiante sonrisa suya marcada en los labios.
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