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Bufé. Mientras preparaba mi horrible maleta mil pensamientos deambulaban por mi mente. Iba a ir de excursióncon veinticuatro personas que no me tenían ningún aprecio. Aquello, para mí, ya era de ser mártir total.Pensé en contarle a mi padre la verdad, que no tenía amigos allí,que no quería ir de viaje con mis compañeros... Pero cuando iba asacar el tema, lo vi tan feliz por hacerme aquel regalo, que no pude. 

En mi casa anterior, mamá era la que tenía más pasta. Ella erala que me daba el dinero para las excursiones. No es que mi padrefuera un aprovechado, pero su familia era más humilde.Lo suyo fue una gran historia de amor, puesto que superaron lasbarreras sociales y lucharon por estar juntos. Entre otras cosas, poreso me molestaba tanto que lo suyo hubiera acabado.El tema del dinero nunca había supuesto un problema porquepapá era muy trabajador. Solo que sus trabajos habían sido másintermitentes que los de mi madre, que se dedicó por completo alnegocio familiar: su fábrica de calzado.Había sido tan feliz en mi antigua casa, en mi antiguo instituto... 

Me entraron ganas de llorar, así que me dije que debía parar.Recordar me hacía daño y no quería que mi vida anterior me asaltara como un fantasma. Ahora era lo que era: una marginada social.Mis amigas estaban lejos y mis padres separados. Para siempre. Yno había más.Nunca lloraba, aunque estuviese hecha polvo; había sufrido lomío con ese divorcio, pero no me gustaba sentirme tan débil yquebradiza. 

Cuando acabé de empaquetar las cosas, mi padre me llevó a laestación y subí al autobús, directa al infierno. Se despidió de mí sin bajar del coche, como le había sugerido yo, ya que los padres demis «amigas» no lo hacían.La realidad era que no quería que me viera subir sola mientrastodos conversaban en grupo. Él me había creído, como lo hacíacon todo; estaba mucho más contento desde que yo, supuestamente, estaba mucho más contenta.Me senté en el primer asiento que encontré libre, justo al final del todo. Las pelotas de mi clase se quedaron en los primerospuestos hablando con los profesores que nos acompañaban de lo«divertidas y emocionantes» que eran sus asignaturas. 

¡Puaj! ¡Quéganas de vomitar me daban! 

Los chicos, en cambio, sí que se apalancaron al final del autobús, pero ellos pasaban de mí mejor que yo de ellos.Me puse los cascos de mi Smartphone y me dejé llevar por elsueño. Quedaban horas y horas de viaje...

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