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Un año después...

Estaba girando el boli entre los dedos cuando Liona llegócon la gran noticia. 

—¡Lo hemos conseguido, chicos! ¡Nos vamos a Galicia! 

Todo el mundo estalló en vítores de alegría. 

Yo maldije para mi interior. 

—Necesito que vayáis entregando las autorizaciones y el dinero.Tenéis hasta la semana que viene. 

Empezó a repartir las inscripciones. 

Yo estaba al final de la clase, así que fui de las últimas en cogerla.¡Una semana!, ¡¡una semana!! ¿No era demasiado? 

Suspiré. Talvez no lo fuera, Galicia estaba en la otra punta del país y en autobús tardaríamos un día entero en llegar y otro en volver. De todasformas, ¿qué más daba? A esa sí que no pensaba apuntarme.Ya había hecho demasiadas excursiones insufribles con mis compañeros, no tenía por qué mencionar aquella a mi padre. Claro que no. 

—Haremos una parte del camino de Santiago, así que, llevadcalzado y ropa cómodos —siguió diciendo la profe. 

Estábamos en octubre y el viaje sería en noviembre, así que esemes tendría una semanita libre para ir preparándome los exámenesmucho mejor.Me guardé la autorización en la mochila justo cuando la sirenaque ponía fin a otro día infernal en el instituto retumbó en el aula.Antes de largarme fui al baño y, aunque me di prisa para irme acasa y no tener que ver a nadie más durante el resto del día, me crucécon Adrián al salir. Me miró de reojo y yo pasé de él, como siempre.Con la que no tenía ganas de encontrarme era con Mónica; esarubia tonta e insoportable que se dedicaba a ponerme verde. Pero ya estaba acostumbrada. Llevaba un año entero soportando susburlas infantiles (las suyas y las de su séquito).El instituto era como un trabajo; cuando se acababa mi turnome iba y no quería saber nada de él hasta el día siguiente.En su lugar, en la puerta por la que tenía que salir, estaba el gorila de Jordi. Ese era otro del que no quería saber nada. Esperabaa su chófer privado, que siempre llegaba diez minutos tarde. Pusemala cara y me esperé a que se largara. Cuando no hubo enemigosa la vista, descendí las escalerillas y me fui.

***

Entré en casa y comprobé que mi padre no había llegado aún deltrabajo; si no venía a la hora de comer, sabía que ya no llegaríahasta la noche, así que me hice algo de picar, limpié un poco y medispuse a tener la tarde libre para mí solita.El plan era sencillo: cogí el libro que me estaba leyendo, La rosa deNaran, y busqué mis cascos para escuchar música en el móvil mientrasme iba de excursión yo sola por los alrededores de la pequeña ciudad. 

Aquel era un vicio que empecé a tener un curso atrás. Ir tranquilamente hasta el arroyo y sus parajes me hacía sentir en calma,bien conmigo misma.Y yo necesitaba mucho de eso porque mi vida en aquel lugarera de pena.Desde el encontronazo con Mónica en aquel pasillo en dirección a secretaría, todo había ido a peor. Resultó que, de los trescursos de primero de bachillerato, estaba en el mío, lo cual fue unpalo. En cuanto me vio aparecer por la puerta del aula supe queestaba muerta socialmente; ahora entendía por qué me había dicho:«Yo lo siento más»; solo me iba a hacer la vida imposible. Y lo peorno era eso, sino que mi padre trabajaba en la empresa de construcción del suyo.Por eso me callé lo que me hizo a partir de entonces, no queríaque mi vida personal le afectara a él o a su trabajo, sobre todo después de lo que había luchado para conseguirlo.Me puse un disfraz de actriz y fingí que todo me iba genial.

Un poco después, ya no solo me preocupó Mónica. Jordi también se había unido a su club de odio hacia mí, y más adelante, granparte de mis compañeros eligieron su bando.Habían sido muchas las jugarretas, pero ya no me afectaban.Me había forjado mi propia coraza interna, mi escudo antibalas,aunque, a veces, no era del todo suficiente.Estaba deseando que se fueran una semana entera a Galicia, yame imaginaba diciéndoles: «Bon voyage, imbéciles. No volváis nunca».

***

El agua discurría armoniosa por el sendero. Me coloqué a los piesde una roca, para apoyar la espalda y leer mejor. Me dejé envolverpor el aire con frescor salvaje, por el susurro de las hojas mecidaspor el viento y la atmósfera de paz que allí reinaba. Dentro de aquelinfierno, ese era mi pequeño paraíso.Estuve leyendo hasta que la luz empezó a escasear; me costabaver las letras. Me quedaban solo un par de páginas para acabar,pero tampoco quería quedarme ciega, así que cerré el libro.Cuando anochecía, el camino era un poco más oscuro y siniestro, pero lo conocía a la perfección y me daba igual que diera algode miedo, no iba a dejar de ir allí por eso. 

—¿De dónde vienes a estas horas? Casi me da un infarto —apuntómi padre en cuanto crucé el umbral de la puerta. 

Estaba sentado en el sofá con sus ojos color noche clavados enmí. Tomó el mando de la tele y la apagó.¿Ya estaba en casa? No había mirado la hora, pero si estaba allídebían de ser al menos las siete de la tarde. 

—De dar un paseo y leer. 

—No me gusta que vayas sola por ahí y menos de noche. 

Esa era la batseñal para que contara una de mis mentiras. 

—No he ido sola, papá; he quedado con mis amigas de clase. 

Vale, ya sé que está mal mentir, y en especial a tu propio padre,pero debía hacerlo. Yo siempre había estado rodeada de amigos enmi antiguo hogar y ahora era todo lo contrario. Si él pensaba que yoestaba mal, él estaría mal. Y si podía ahorrarle ese sufrimiento con una mentirijilla... lo hacía. Mi padre sabía que el cambio de ciudad fuebastante drástico para mí, se preocupó demasiado y no quería ser unmal más en su vida. También había sufrido mucho con la separación. 

—Oh, en ese caso puedes decirles que irás con ellas a Galicia;seguro que les gusta la idea. 

Sonrió con ternura. 

Me quedé pálida. 

—¿A Galicia?Mis ojos se desviaron a la silla donde había dejado mi mochila.Estaba abierta y, bajo ella, a modo de pisapapeles, había un folio.Palidecí una vez más, blanco sobre blanco. Mi cara debía de serya del tono de la pared. 

—Eres un desastre, la autorización estaba en el suelo. 

Se te debió de caer al abrir la mochila, ¡siempre con tantas prisas! Menosmal que la he visto, casi iba a tirarla pensando que era algo sinimportancia. 

Sí, claro, menos mal... 

Tragué saliva. Había abierto la mochila buscando los auriculares y, como no pensaba ir a la excursión, no le hice mucho casoal papel. 

«¡Mierda!, ¡debería haberlo tirado en cuanto me lo dio Liona!».

—Pero... pero... ¡papá! ¡Es carísimo! No podemos permitírnoslo. El viaje dura ¡una semana! —expresé escandalizada. 

No, no, no, no, ¡no! Yo no quería ir. 

—Sonia, sacas muy buenas notas. Creo que está bien que tepremie con algo. 

—En serio, ¡no es necesario! —insistí, un tanto desesperada. 

Papá aleteó una mano, restándole importancia. Se levantó delsofá y fue hacia la cocina. 

—Tonterías, princesa. No te preocupes por el dinero, no estamos tan mal. De verdad, déjame eso a mí.Mi padre desapareció por la puerta de la cocina y yo me quedé allísola, en mitad del salón, deseando que me cayera el techo encima. 

—Mierda. 

Acababa de conseguir un pase directo al infierno.

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