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Capítulo X

Cinco años pasaron en un abrir y cerrar de ojos, cada noche viajaba a las afueras del pueblo para alimentarme, también ponía a prueba mis distintas habilidades.

No volví a acercarme a ninguna iglesia, aunque me di cuenta que no siempre me veía alejado de personas que portaran imágenes religiosas, por lo que supuse que estaba relacionado con la creencia de las persona que lo usaba. Si ellos no tenían fe las cruces se volvían simples accesorios.

Las últimas horas de la noche siempre las pasaba con Mateo, la única muestra de cómo pasaba el tiempo fue ver cómo su cuerpo iba madurando, fue perdiendo los rasgos más juveniles de su rostro y su cuerpo.

Era algo relativamente obvio, pero nos dimos cuenta que en realidad yo no cambiaba en lo más mínimo cuando él alcanzó mi misma altura.

Mateo incluso teorizó que, si me cortaba el cabello, éste volvería a crecer hasta el mismo largo de siempre, pero fue algo con lo que no quise experimentar, hubiera sido demasiado triste si es que no volvía a crecer y se quedaba corto para siempre.

En los alrededores de Santa Rosa comenzó a hablarse de una epidemia de anemia, y algunas de las personas mayores llevaban siempre sus crucifijos sobre la ropa. Pero siempre podía alimentarme de los viajeros que no temían salir de noche a los bares de paso de las diferentes carreteras que rodeaban el pueblo.

Todo parecía ir bastante bien y, a pesar de todo, ya me había acostumbrado a esa existencia.

Había una biblioteca en el pueblo vecino que dejaba las ventanas abiertas por la noche, así que podía entrar a leer o incluso a utilizar sus computadoras. Fue en sus libros que leí esta idea de "alimentarse del malvado". Cosa que intenté practicar, aunque era más difícil dado que no podía leer la mente de los humanos.

Al menos podía utilizar la hipnosis para obligarlos a decirme la verdad, de aquellos que habían cometido verdaderas maldades no solo les robaba su sangre, sino que les robaba su dinero o pertenencias valiosas que tuvieran.

Tampoco era lo más honesto del mundo, lo sé, pero era la única manera de conseguir algo de dinero en un mundo en el que debía mantenerme incógnito.

No sabía cuánto tiempo más se prolongaría aquella existencia, pero estaba comenzando a acostumbrarme bastante a ella, hasta que el pilar principal de toda ella se vio afectado.

Esa noche, cuando llegué a la casa de Mateo, me sorprendí al encontrar todas las luces prendidas y mucho alboroto dentro. Me quedé alrededor, entre las sombras, para poder escuchar sin ser descubierto.

—Pero, padre... —esa era la voz de Mateo y sonaba desesperado, pero fue interrumpido por el sonido de un vidrio rompiéndose.

—¡Pero nada! Ya han pasado muchos años y te dejé hacer tu inútil berrinche. Pero eso se terminó, ya tienes veintitrés años. ¡No permitiré más habladurìas!

Escuché el llanto de una mujer, probablemente su mamá, y había otra que susurraba.

—Vamos, hermano, casarse no es lo peor del mundo.

—¡No pienso casarme con una mujer... a la que ni siquiera conozco! —gritó Mateo, me pregunté si su familia se habría percatado de su pequeño titubeo.

—¡Claro que conoces a Margarita! Ha estado en varios de nuestros eventos y su familia tiene una reputación impecable. Su padre está de acuerdo con esta boda, así que no hay nada más que decir.

—¡No puedes obligarme a casarme!

Sonó un golpe que casi me hizo entrar al lugar, pero al parecer había golpeado su escritorio o algún otro mueble.

—¡Claro que puedo! Yo te traje a esta vida, y pago todas tus cuentas, así que debes obedecerme.

—Esto es una injusticia, ¡es una tontería! No voy ha...

De nuevo Mateo fue silenciado por un golpe, por varios en realidad. Me acerqué a la casa dispuesto a intervenir aunque sin saber muy bien cómo, y pude ver por la ventana:

Toda la familia estaba reunida en la sala de su casa. Mateo estaba en el piso y se sujetaba el rostro lastimado, su madre estaba arrodillada junto a él. Darío, su hermano mayor, también estaba allí e intentaba apartar a su padre, probablemente para que no siguiera golpeándolo.

Un gruñido escapó de mi pecho, no pude evitarlo, pero nadie dentro de aquella casa me escuchó.

—Deberías volver a tu habitación, Mateo —dijo Darío en ese momento—. Y hablaremos de esto más adelante, cuando todos estemos calmados.

—¡No hay nada más de qué hablar! Este niño me hará caso y se casará el próximo mes. ¡No permitiré que la gente siga diciendo que tengo un hijo marica! ¡Prefiero un hijo muerto a uno desviado!

El gruñido que solté ante aquella maldita palabra fue mucho más sonoro que el anterior, solo Mateo volteó hacia la ventana y sus ojos se cruzaron con los míos; el miedo que vi en ellos me hizo retroceder y perderme entre las sombras antes de que alguno de los otros volteara.

Ellos podrían reconocerme, no podía dejar que me vieran. A pesar de que mis padres se habían ido hacía muchos años y no había vuelto a escuchar nada de ellos, los Salvatierra podrían decir algo de mí, sería peligroso.

Me moví de inmediato para subir a su habitación, llegué incluso antes que él, pero me mantuve oculto en una esquina oculta pues él llegó junto a su mamá y a Sandra.

—¿Estarás bien? —le preguntó Sandra.

Esperaba que no prendieran la luz pues entonces podrían verme con facilidades. Quizá Mateo presintió que estaba allí, pues no la encendió.

—Como sea, solo déjenme en paz —dijo antes de cerrar la puerta.

De inmediato se giró para enterrarse en mis brazos y comenzó a llorar desconsoladamente. Acaricie con suavidad su cabello y su espalda, pero tuvieron que pasar varios minutos antes de que se tranquilizara lo suficiente.

—Ven, déjame ver.

Lo separé un poco para poder ver su rostro, tenía varios golpes del lado derecho además del labio partido. Para ese momento mi autocontrol era mucho mejor que al inicio, así que no sufrí por el hambre al oler su sangre, solo por verlo herido.

Me lamí los labios antes de inclinarme y comenzar a dar pequeños besos en las heridas abiertas de su rostro.

Con el tiempo me había dado cuenta que era mi saliva la que tenía esa capacidad de hacer que las heridas y cortes sanaran con mayor velocidad, y quería que su dolor desapareciera.

Cuando estuvo mejor, lo llevé a la cama y me acosté con él, pensé que se había quedado dormido de agotamiento.

Pude escuchar como el resto de la familia sequía hablando en el piso de abajo, pero al aparecer la decisión de su padre era inamovible, por más que las dos mujeres quisieron abogar por él. Me di cuenta también que su hermano parecía estar de acuerdo con su padre, solo quería evitar que Mateo saliera herido físicamente, pero por las palabras que le susurraba a su padre supe que estaba de acuerdo con la absurda idea de la boda arreglada.

—Es el momento, Ethan —su voz me sorprendió un poco, pues pensé que estaba dormido.

—¿A qué te refieres?

Antes de contestarme, Mateo se levantó sobre sus brazos para mirarme directo a los ojos, aunque no sabía qué tanto podía verme entre aquella oscuridad.

—Transfórmame, hazme igual a ti y huyamos juntos.

Apreté los labios. Ya lo habíamos discutido antes, y claro que me moría de ganas de tener a Mateo a mi lado para siempre. El notar su crecimiento hacía que me diera terror el verlo envejecer y morir, mientras yo seguía siendo el muchacho de 21 años que había conocido. Pero me daba mucho más miedo el que las cosas salieran mal y lo perdiera para siempre.

—Te entiendo, Math, pero no es algo que podamos decidir así como así. ¿Y si no sale bien? No sabemos cuánta sangre se necesita, ni siquiera si en verdad era sangre. ¿Y si era otra cosa la que me dio? ¿O si hay algún otro paso que yo no conozca?

—¡Basta! Ethan, no voy a casarme con una mujer, no quiero. ¡No voy a casarme con alguien que no seas tú!

—Ya, tranquilo, llamarás la atención de alguien en la casa, no alces la voz. Te entiendo, pero...

—¡Deja de decir que me entiendes! Si lo hicieras, sabrías que prefiero morir a ser obligado a eso. ¿Y cuando tenga que acostarme con ella?

Hice todo lo posible por contener el gruñido que quiso salir de mi pecho, sin mucho éxito.

—Lo ves, no puedo casarme con alguien más.

Me pase una mano por el rostro, intentando pensar, pero no podía hacer nada más.

—De acuerdo, intentémoslo —terminé por aceptar.

Mateo se enderezó con una sonrisa esperanzada y jaló su playera sobre su cabeza. No pude ver nada más que luz mientras se quitaba también su cruz y la envolvía con la misma playera que había llevado.

—Bien, hagámoslo.

—Espera, ¿ahora?

—Claro, cualquier minuto que me quede aquí será una tortura. Y escuchaste a mi padre, él me prefiere muerto, así que podrías ya no encontrarme la próxima noche.

Solté un rugido nada contenido ante aquella idea.

—Por eso te digo, hay que hacerlo ahora.

Tomé su rostro y lo besé con desesperación.

—No quiero perderte —suspiré.

—No lo harás. ¿Recuerdas que me prometiste nunca abandonarme? Bueno, pues ahora yo te digo lo mismo.

—¿Volverás a mí?

—Te lo juro.

Volví a atraerlo para besarlo con fuerza, con pasión y angustia, a la par que lo giraba para que quedara debajo de mí. Como siempre, él se mostraba entregado y maleable a mis movimientos.

—Soy tuyo, siempre —dijo cuando mis besos bajaron hacia su cuello.

Podía sentir su ritmo cardíaco acelerado debajo de mis labios, y luego de solo unos instantes mordí a profundidad.

Como otras veces que lo mordía en esa zona, no saqué mis colmillos, para que estos evitaran que saliera demasiada sangre mientras bebía. Mateo me abrazó con fuerza y su cuerpo se arqueó contra el mío.

La oleada de placer nos golpeó a ambos, y esperé hasta que ésta remitió para alejarme un poco. Luego me incorporé hasta quedar sentado a horcajadas sobre su cadera.

—¿Estás seguro de esto? —pregunté por última vez.

—Completamente.

Ante su respuesta, me mordí la muñeca izquierda, abriendo varias heridas profundas antes de extender el brazo hacia él.

Las gotas escarlatas cayeron sobre su pecho, su cuello y su barbilla antes de llegar por fin a su boca. Pensé que Mateo haría algún gesto de asco, pero ni siquiera dudó al tomar mi brazo y llevarlo a su boca para beber de forma directa de la herida.

Fue una sensación muy curiosa, como si mis venas se hubieran convertido en gruesas cuerdas y él estuviera oprimiendo mi cuerpo, principalmente mi corazón, cada vez que succionaba.

No sabía que más hacer, pero quería que durara lo suficiente para asegurarnos de que funcionará, así que tomé una de sus manos y la llevé también a mi boca.

Bebí con menos intensidad que él, dejando que obtuviera la mayor cantidad de sangre de aquel intercambio. Me sentía plena y completamente unido a él, y todo el tiempo "impuse" mi voluntad de tenerlo a mi lado para siempre.

De pronto él me soltó, con un grito ahogado, de inmediato me alejé de su muñeca.

—¿Qué ocurre?

—No, no puedo moverme, no puedo, estoy congelado, estoy, hace frío, pero quema.

Suspiré con fuerza, recordando aquella sensación.

—Parece ser que funcionó, yo sentí lo mismo aquella vez.

Su cuerpo se relajó entonces, aunque sus ojos mantenían aquella misma expresión esperanzada.

—¿Me esperarás, verdad?

—Claro que sí, no me iré a ningún lado. Pero recuerda tu juramento, debes volver a mí —rogué, al borde de las lágrimas.

—Volveré, porque te amo —dijo con un último aliento.

No pude evitar llorar al percatarme que no respiraba. Derramé una gran cantidad de lágrimas sobre su pecho desnudo mientras él iba perdiendo el calor de la vida.

No fue hasta que percibí la cercanía del amanecer que la razón volvió en mí. Aún tenía muchas cosas que hacer.

Tomé el mismo brazo que había mordido antes e hice un par de heridas profundas en su muñeca, recordando lo que habían dicho de mi propia muerte. No salió casi nada de sangre de las heridas, pero tampoco se cerraron.

Luego fui a buscar entre sus cosas hasta encontrar un cutter que parecía lo bastante afilado. Lo dejé junto a su cuerpo y luego mordí mi propia muñeca. Dejé que mi sangre cayera sobre su muñeca y sobre el arma, así como una gran cantidad en la cama y en el suelo, me sentí un poco mareado y al hambre apareció con una intensidad que no había sentido en algunos años, pero era necesario estar seguros.

Me fijé bien en la escena antes de saltar por la ventana, y aunque mi corazón se oprimió al grado de hacerme llorar de nuevo, en el rostro de Mateo había una expresión de alivio, que no pude arrepentirme de lo que habíamos hecho. Además, era muy tarde para eso.

Corrí hasta el cementerio, que seguía siendo mi guarida durante los días, para acomodar todo y que no quedara rastro de mi presencia.

No había tiempo para alimentarme de nuevo, corrí a buscar una tumba vieja y me enterré en ella.

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