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Capítulo VIII

Me alejé lo más que pude de la casa de Mateo, agradecí que hubiera llevado el rosario que le dio su madre pues no podía saber qué hubiera ocurrido en caso contrario, ni siquiera quería pensarlo.

El problema era que, para ese momento, el hambre que sentía ya se había convertido en un tortuoso dolor en mi pecho.

Me dirigí con paso bastante rápido hacia el camino que salía del pueblo, no estaba muy seguro de a dónde me dirigía, solo quería alejarme de la casa de Mateo y de la posibilidad de ocasionarle cualquier daño.

La suerte comenzó a sonreirme entonces, pues en el camino justo venía un hombre solitario. Vestía un sombrero de paja y ropa de trabajo, e iba iluminando su camino con una lámpara de mano.

Utilicé toda la energía de la que fui capaz para "aparecer" detrás de él sin que se diera cuenta. Desde esa posición le tapé la boca para evitar que gritara, y con la otra mano lo abracé por el pecho para que tampoco pudiera levantar los brazos o alejarse.

Su grito reverberó contra mi mano, pero no llegó más lejos. También comenzó a pelear contra mi agarre, pero, al igual que con los hombres que atacaron a Mateo, su lucha no significaba mayor problema para mí.

Pero este hombre no me había hecho nada, su único pecado había sido volver demasiado tarde de sus labores.

—Por favor, no luches más —supliqué en voz baja, luego de que incluso sentí sus huesos crujir debido a sus movimientos contra mí.

Para mi sorpresa, el hombre dejó de moverse entonces, y hasta ese momento me di cuenta del extraño cosquilleo que había aparecido en mi cabeza, como si tuviera un montón de hormigas caminando sobre mi cerebro.

—No grites, por favor —dije, esta vez con algo más de convicción, el hormigueo en mi mente se acrecentó y el hombre dejó de hacer ruido.

Agregué "hipnosis" a mi lista mental de nuevas habilidades, pero no tenía tiempo para probar más, el hambre me estaba atormentando y no quería perder el control de nuevo.

—Bien, ahora voy a morderte, y tú no sentirás dolor, todo estará bien.

Lo solté para pararme frente a él, sus ojos estaban desenfocados y todo su cuerpo laxo, cuando me acerqué incluso ladeó un poco la cabeza para dejarme morderlo.

Solté un suspiro de alivio antes de por fin clavar mis colmillos en su piel, al retirarlos la sangre me golpeó con su delicioso sabor. Por instinto lo abracé contra mi cuerpo, pero el hombre no luchó, ni siquiera se quejó.

En esa ocasión la sangre fue mucho más intensa, más deliciosa al grado que casi parecía dulce. Además, en esa ocasión estaba consciente, no solo de su exquisito sabor, sino del estado de mi presa.

Cuando me di cuenta que su cuerpo se tambaleaba un poco, quise alejarme de él, aunque me costó bastante trabajo conseguir la voluntad de hacerlo. Al lograrlo el hombre cayó de rodillas, sin la fuerza para levantarse.

Mi primer instinto fue sujetarlo para evitar que se terminara de caer y se golpeara, pero al arrodillarme junto a él me di cuenta que sus ojos iban volviendo a la normalidad. Me alejé hacia las sombras mientras él parpadeaba varias veces.

Lo escuché preguntarse qué había ocurrido, divagó en voz baja mientras se levantaba para sacudirse el polvo y buscar la lámpara, que se había apagado al caer al suelo. Me alivió escucharlo mencionar la caída como razón de su malestar, aún así se persignó varias veces antes de reemprender su camino.

Lo seguí a una distancia prudente, el hombre caminaba con paso tambaleante y se detuvo varias veces más a descansar, aunque parecía bastante nervioso y volteaba a todos lados cada ciertos minutos.

Llegó hasta su hogar, una casita apenas en los inicios del pueblo, por eso tampoco lo había reconocido cuando lo vi por primera vez, incluso antes de que me atacaran solo lo había visto una o quizá dos veces en el pueblo.

Estuve rondando la casa durante lo que quedó de la noche, pues temía que mi suposición y la de Mateo fuera equivocada y que aquel pobre hombre terminara igual que yo; pero no parecía haber muestras de ello. El sujeto comió algo de olor desagradable y luego se acostó, solo escuché ronquidos y algunos movimientos desde ese momento y hasta que tuve que huir al cementerio de nuevo.

Me recosté de nuevo en el ataúd, pensando por segunda vez que aquello era mejor que enterrarse directo en la tierra. Antes de cerrarlo, tomé de nuevo el sombrero de Mateo y lo coloqué con cuidado sobre mi pecho, luego cerré la tapa y me dispuse a "dormir".

Los días siempre transcurren igual, no era consciente de nada, ni del tiempo que pasaba, hasta pocos minutos antes de despertar completamente, es en ese último transcurso que algunas veces aparecen sueños, o deseos, pero nada más; y aquel día no fue la excepción.

Aun recostado dentro del ataúd, fui rememorando todo lo que había aprendido en esas escasas noches. Al final me encontré pensando en los dos encuentros que había tenido con Mateo, me extrañaba que no solo me hubiera aceptado, incluso el que creyera lo que me estaba pasando era ya extraordinario; yo lo creía solo porque no me quedaba ninguna otra opción.

Aunque, pensándolo bien, si la situación hubiera sido inversa yo no solo lo hubiera aceptado a mi lado, sino que hubiera hecho cualquier cosa por protegerlo.

Estaba perdido en aquellas ideas mientras me alistaba y salía del mausoleo, tanto así que no me di cuenta del pequeño que al parecer se había escondido detrás de una lápida, y que para ese momento me miraba con terror luego de verme salir del mausoleo.

—Maldición —solté, mientras el niño iba abriendo mucho los ojos— ¡No grites!

El cosquilleo reapareció, de nuevo noté los ojos que se nublaban como había ocurrido con el hombre de la noche anterior, aunque apenas le duró unos segundos.

—¿Toño? ¿Dónde estás? —sonó una voz femenina a lo lejos.

Al escucharla, el niño volvió a la normalidad y volteó en la dirección de la voz, lo cual me dio tiempo de alejarme. Di un brinco que me llevó hasta el techo del mausoleo. Ni Toño, ni su mamá cuando apareció, lograron verme.

—¡Ay, hijo! ¿Qué haces aquí? ¡Estábamos como locos buscándote? ¿Por qué te separaste?

El niño comenzó a llorar y señaló hacia la puerta del mausoleo.

—Un fantasma, vi un fantasma salir de allí —sollozó en voz baja.

La mujer volteó asustada y se persignó, pero luego volteó hacia el niño con seriedad.

—No son más que ideas tuyas, porque ya es de noche. Ven, mejor busquemos a tu padre para volver a casa.

Me reñí mentalmente mientras se alejaban, debía tener más cuidado. Había tenido suerte, pero no sabía cuánto se podría mantener. Tuve una idea de pronto y me concentré en mi alrededor, a los pocos segundos pude sentir al otro hombre que estaba al otro lado del cementerio que también buscaba al niño.

Con facilidad salté del techo del mausoleo y me moví entre las tumbas y lápidas hasta llegar frente a él, aún era consciente del cosquilleo en mi mente y ya lo relacionaba con aquel curioso poder, así que no fue difícil volver a probarlo.

—No te muevas y no hagas ruido —ordené, con los mismos resultados de antes.

Asentí satisfecho, y decidí probar si es que podía hacer algo más con aquel recién descubierto poder.

—Dime tu nombre.

—Alberto.

—¿Y tu apellido?

—De la cruz.

Su voz era monocorde y apagada. Quise preguntarle más cosas, como el qué sentía al recibir aquellas órdenes, pero de pronto escuché que su familia se acercaba. Decidí hace un último intento.

—Escucha, Olvida que me viste y cuanto te encuentres con tu hijo, le darás tres palmaditas en el hombro, y le dirás que lo quieres, ¿entendido?

—Sí.

De nuevo me oculté, Alberto se quedó allí de pie unos minutos hasta que su esposa e hijo llegaron a su lado. Ella lo sacudió un poco.

—¿Alberto? ¿Qué te ocurre? Hay que irnos de aquí, tengo... Toñito tiene miedo.

—Ya, Martina, no es necesario ponerse así.

—¡Claro que sí! —ella se acercó más a él para susurrar—: ¿No recuerdas lo del sepulturero que desapareció hace unos días?

Alberto negó con la cabeza.

—Basta, ese imbécil solo se escapó para no pagar sus deudas. Anda, vámonos ya.

Los tres se prepararon para partir, de pronto Alberto tomó el hombro de su hijo y le dio varias palmaditas.

—Te quiero, hijo —dijo de pronto, con la misma voz monocorde de cuando había hablado conmigo.

El niño rió y se abrazó a la pierna de su padre.

—También te quiero, papi.

Alberto lo miró extrañado, pero no dijo nada más y todos se fueron del cementerio.

Eso sería muy útil, me ayudaría a poder alimentarme y que las personas lo olvidaran, así pasaría desapercibido. Ahora tenía una mejor idea de cómo seguir adelante.

Aunque eso me recordó algo más, así que me apresuré a salir del cementerio y correr hasta el otro lado del pueblo. En todo el camino iba creciendo el miedo de que aquel hombre que había mordido estuviera muerto, o peor, que se hubiera transformado igual que yo.

Llegué mucho más rápido de lo que esperaba, corrí por todas las calles en las que no había gente despierta, así que pude utilizar aquella nueva velocidad para llegar.

Mi temor creció al encontrar todas las luces apagadas, pero en cuanto me acerqué más pude escucharlo durmiendo dentro.

Suspiré con alivio al escucharlo, no parecía haber nada extraño, su olor era el mismo que el de la noche anterior. Aún así, busqué la manera de colarme dentro de su casa, cosa sencilla al descubrir una de las ventanas abiertas.

Hice el menor ruido posible para no despertarlo, y por más que busqué entre sus cosas no encontré nada que indicara que había ocurrido algo extraño, había platos sucios en el lavadero así que había comido comida humana normal, y aunque ya era noche no se había despertado, respiraba con tranquilidad y todo su cuerpo estaba relajado, entregado al sueño.

No, el hombre seguía siendo humano.

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