Capítulo VII
Pasaron muchos minutos, quizá hasta horas antes de que me animara a moverme, para entonces ya había vuelto a la normalidad y el dolor del hambre había desaparecido, pero debía hacer algo con el olor a podredumbre que me rodeaba.
Deseaba dejar el cuerpo de aquellos dos sujetos se pudrieran en la basura, tal como se merecían luego de haberse atrevido a tocar a mi Mateo, pero él tenía razón, no podía solo dejarlos ahí, me descubrirían y aún no tenía idea de cómo utilizar bien mi nueva naturaleza, o si podría salvarme si es que me cazaban.
No fue tan difícil cargar los cuerpos hasta el bosque a las afueras del pueblo, en dirección contraria al cementerio. La noche ya estaba muy avanzada y la mayoría de pobladores dormía dentro de sus casas. Nadie me vio.
Llevé los cuerpos uno por uno, aunque me repelía un poco su contacto, era demasiado consciente de que yo los había matado; aunque no era una sensación de vergüenza y culpabilidad como con el pobre cuidador del cementerio, ellos se lo habían buscado, pero aún así me molestaba tener que tocarlos de nuevo.
La segunda vez que regresé al lugar, me di cuenta que el sombrero café oscuro de Mateo yacía abandonado junto a una de las paredes. Al levantarlo percibí su olor, dulce y delicioso, que me hizo agua la boca. Tuve que pasarme la lengua varias veces por los labios hasta que los puntiagudos colmillos desaparecieron de nuevo.
Me puse el sombrero para no perderlo y cargué el otro cuerpo para llevarlo junto al otro.
Al inicio tenía problemas para moverme en el bosque, por percibir bien las siluetas de todo a mi alrededor con la poca luz de la luna, así que no necesitaba ninguna otra fuente de iluminación.
Llevé los dos cuerpos hasta una zona bastante tupida del bosque, donde incluso con mis habilidades me costó algo de trabajo llegar. Una vez allí comencé a cavar, lo bastante profundo como para poder ocultar los cuerpos, que ya despedían un olor nauseabundo, tanto que en cuanto logré que la tierra los cubriera me sentí aliviado.
Antes de terminar de enterrarlos, busqué en sus bolsillos el dinero que pudieran tener. No quería convertirme en un vulgar ladrón (pensamiento irónico dado que acababa de matarlos, lo sé), pero no había ninguna otra forma para poder conseguir dinero en el estado en el que estaba en ese momento.
Había dejado colgando el sombrero de Mateo en una rama no muy alejada, y cuando me levanté para buscarlo fue que me di cuenta de la intensa luz que inundaba todo el lugar: el amanecer estaba demasiado cerca.
Pensé que ni siquiera podría llegar al cementerio de nuevo, estaba perdido.
Antes de que pudiera comenzar a entrar en pánico, mi vista se clavó en la "tumba" que acababa de cubrir.
—Bien, supongo que no hay mejor opción, solo espero que funcione —dije al aire, luego volteé hacia el sombrero de Mateo para amarrarlo con fuerza a las ramas y que así no se volara con el viento—. Porque ahora que me has visto, y que me pediste que volviera, tiene que funcionar, ¿no es así?
Sin decir más, dejé el sombrero y comencé a cavar justo debajo del mismo. Seguí hasta crear un hoyo mucho más hondo del que había utilizado para enterrar a los otros, debían ser alrededor de dos metros pues podía entrar al mismo de pie y quedaba debajo del borde.
Cuando terminé, me sentía sumamente cansado por primera vez, además me picaba toda la piel y apenas podía ver alrededor, mis ojos no dejaban de llorar a causa de esa poca luz que se colaba por entre los árboles.
No tuve tiempo de tener miedo, ni siquiera me preocupó el cómo podría respirar estando bajo tierra; fue como si mi cuerpo se moviera por sí mismo y se estiró para comenzar a echar la tierra sobre mí. Otra cosa muy curiosa fue que no necesité hacer mucho esfuerzo para lograrlo, la tierra caía casi por voluntad propia sobre mí y sentí un gran alivio cuando quedé completamente cubierto.
Despertar a la noche siguiente fue totalmente distinto a lo que me había ocurrido en las noches anteriores: no abrí los ojos o intenté respirar, como si mi cuerpo supiera que estaba bajo tierra aún antes de que mi mente lo recordara.
Además, en esa ocasión no sentí el terror de la primera noche, simplemente comencé a escarbar hacia arriba.
El dolorcillo del hambre había aparecido de nuevo, y podía percibir a los pequeños seres vivos que se movían a mi alrededor, huyendo de lo que probablemente consideraban un depredador mucho más grande.
Conforme seguía subiendo era más sencillo mover la tierra hasta que, al final pude sentir una visa en mi mano libre, solo algunos instantes después todo mi cuerpo había salido.
No fue hasta que estuve sobre la superficie que tomé un largo y pesaroso respiro, inhalando con brusquedad el aire que me rodeaba. Salió de mis pulmones como un gemido de alivio.
Bien, había quedado demostrado que podía pasar el día enterrado, pero de poder decidir prefería mil veces dormir en el mausoleo que volver a enterrarme así.
Además, fue muy difícil quitar toda la suciedad y el polvo de mis ropas y de mi cabello. Para mi buena fortuna había una pequeña charca no muy lejos de donde había pasado el día, allí me limpié lo mejor que pude antes de volver al cementerio para cambiarme de ropa.
Todo el tiempo había llevado conmigo el sombrero de Mateo y no podía dejar de pensar en él, necesitaba descubrir si estaba bien, así que me dirigí a su casa en primer lugar. Aún había movimiento allí, podía escuchar a su padre vociferando en algún cuarto de la planta baja, probablemente en su estudio por lo que alguna vez me había contado Mateo.
Rodeé la casa para llegar a la parte de atrás, donde daba la ventana de la habitación de Mateo. La luz estaba apagada y no podía escuchar nada allí arriba, aunque sabía que a esa hora debería ya estar dormido.
Tal como había hecho en algunas ocasiones anteriores, cuando nos veíamos en secreto, tomé una pequeña piedra para arrojarla a su ventana y llamar su atención sin que sus padres se dieran cuenta.
No esperaba que el vidrio se rompiera a causa del impacto.
Luego de la sorpresa, me apresuré a esconderme en uno de los grandes árboles del patio. Subí a las ramas con facilidad y me pude ocultar entre el follaje justo antes de que la luz se encendiera.
Esperaba un alboroto, que sus padres, preocupados, se asomaran y buscaran quién había atacado su casa. Por el contrario, solo escuché a su padre entrar al cuarto y reñirlo:
—... tus berrinches no te sacarán de aquí, Mateo. Lo único que conseguiste ahora es tener que dormir con la ventana abierta hasta que vengan a arreglarlo, lo cual además saldrá de tu gasto.
—Pero, papá...
Mateo fue silenciado por el sonido de una bofetada, no sonó demasiado fuerte pero bastó para detener sus palabras y para casi obligarme a entrar allí y defenderlo.
—¡No me respondas! Y más te vale que limpies eso, tu madre no tiene por qué cargar con tus rabietas infantiles.
La puerta se cerró de golpe luego de aquello, pasaron algunos minutos hasta que Mateo se asomó a la ventana con los ojos llorosos. Solo entonces me asomé para que él pudiera verme entre las hojas.
Pensé que se asustaría, pero solo pude notar cómo sus ojos brillaban mientras me veía. Abrió la ventana por completo, con cuidado de no cortarse con los vidrios rotos.
Bajé del árbol sin dificultad y con un solo brincó llegué hasta su ventana abierta, Mateo tuvo que hacerse a un lado para evitar que lo derribara, aunque en cuanto me afiancé en el suelo él casi lo logra conmigo, pues todo su cuerpo chocó con el mío en un fuerte abrazo.
—¡Volviste! ¡No fue una alucinación mía! —sollozó.
Lo abracé también, meciendo un poco su cuerpo y acariciando su cabello hasta que se calmó. Aún mientras lo hacía, estaba atento a lo que ocurría en la casa, para asegurarme que nadie se acercara al cuarto.
Pasaron varios minutos hasta que Mateo se tranquilizó, se soltó de mi abrazo entonces para ir por unos pañuelos y limpiarse el rostro. Luego se sentó, abatido, sobre su cama.
—¿Qué pasó? —pregunté por fin.
Mateo levantó su brazo derecho, mostrándome el vendaje blanco que cubría su muñeca, justo donde lo había mordido.
El recuerdo del sabor de su sangre, alimentado por el mismo olor que impregnaba toda aquella habitación, me instó para acostarme sobre él y volver a morderlo, disfrutar de su deliciosa tibieza, de su exquisito sabor...
Tuve que utilizar toda mi fuerza de voluntad para evitarlo, tanto que apenas podía poner atención a sus palabras.
—Ayer, lo siento, pero ayer llegué a casa y le conté a mi madre lo que había ocurrido, estaba muy alterado, y le mostré las heridas. Pero papá escuchó, dijo que, que, si iba a intentar matarme lo hiciera bien —su voz aún era cortada por algunos sollozos—, dijo que esto solo era un berrinche, por lo que te había pasado, y que era ridículo.
La preocupación por él fue pronto más fuerte que mi hambre, así que me acerqué a su lado para poder abrazarlo y confortarlo, ignorando aquella parte de mi mente que se afanaba en morderlo.
—Estaré castigado por varios días sin salir de mi habitación, como si fuera un niño chiquito.
Poco a poco su voz iba cambiando, el tono de tristeza se iba convirtiendo en uno de enojo.
—No sé si mi madre me creyó, puede que sí porque me dio esto, pero sabes que la palabra de papá es más pesada.
Mientras hablaba, Mateo sacó un rosario de perlas que colgaba de su cuello, debajo de sus ropas. Tuve que desviar la mirada y alejarme un poco pues de la pequeña cruz emanaba una luz tan intensa como la que había visto en la iglesia.
Mateo me miró con los ojos muy abiertos por unos momentos. Luego de algunos segundos se apresuró a guardar el rosario debajo de su playera, mis ojos agradecieron que la intensa luz se desvaneciera.
—Lo lamento, ¿te hace daño?
Con un suspiro volví a acercarme a él y me senté en la cama. Le expliqué lo de la luz y lo que había pasado en la iglesia. Casi sin pensarlo le fui contando todo lo que había pasado, desde el ataque en el bar, la aparición de la extraña chica y todo lo demás, una vez que comencé, no pude detenerme.
En medio de toda mi narración, Mateo se fue acostando hasta que quedó con su cabeza en mi regazo, de manera distraída me puse a jugar con su cabello ondulado, enredando mis dedos entre sus rizos oscuros.
Dudé un poco al contarle acerca del empleado del cementerio, y de la rata a la que había mordido, pero confiaba en él; además, hablar así en voz alta me permitía pensar mejor.
—... no estoy seguro de cómo me convertí en esto, quizá al morder a alguien y no matarlo, se transforma, y eso fue lo que me pasó.
—No, no creo que sea solo con la mordida... —habló por primera vez desde que había iniciado mi relato.
—¿Qué?
—Bueno, si fuera así, a lo largo de la historia ya había más vampiros que humanos ¿no crees? Además, —Levantó la mano vendada—. Si fuera así, yo ya sería como tú.
Tomé su mano con suavidad para acariciar las vendas con la yema del dedo gordo, y terminé por soltar un suspiro.
—Lo siento... —susurré.
—No lo hagas, en realidad no me lastimaste mucho, fue más bein el shock de todo lo que pasó.
Ambos nos quedamos en silencio un rato más, cada uno encerrado en sus propios pensamientos. Justo cuando pensaba en decirle que debía irme, pues el dolor del hambre era cada vez más intenso, él habló.
—Dijiste que ella te besó, ¿no es así?
Sentí el calor subir a mi rostro.
—Bueno sí, pero yo estaba moribundo, ni siquiera le contesté...
—Sí, lo entiendo, pero tragaste algo cuando lo hizo, creo que eso fue lo que te transformó.
Intenté analizar mis recuerdos con calma. Sí, Mateo tenía razón, ese monstruo disfrazado de mujer me había dado algo cuando me besó, algo amargo y viscoso, ¿qué podría haber sido?
—Creo, creo que sí, no estoy muy seguro.
Mateo sonrió y levantó una mano para acariciar mi rostro, fue el mismo brazo derecho que tenía vendado, por lo que contuve la respiración para evitar el tentador olor de su sangre.
—Debo, debo irme, Mateo —aun mi voz sonó entrecortada por la necesidad.
Mateo suspiró y se levantó de la cama.
—Pero volverás, ¿verdad? Mañana por la noche, volverás.
Yo también me había puesto de pie y caminé hacia la ventana rota, al menos el aire allí era más fresco, menos saturado de su olor.
—Sí, te prometo que volveré pronto, pero en este momento necesito, necesito estar...
Como no supe cómo decirlo, solo me quedé callado, pero él pareció entenderlo.
—Está bien, estaba pensando y creo que mañana podría preguntarle a Sandy, con todos esos libros que lee...
Estaba tan concentrado en mi hambre y en no reaccionar a su olor, que me costó algo de trabajo procesar lo que estaba diciendo: Sandra era la novia de su hermano mayor, recordé, solía siempre vestir de negro o de tonos oscuros y muchas veces estaba leyendo. Algunos de los libros de los que nos había platicado eran de vampiros.
Ella era de las muy pocas personas que sabían de nosotros y que al parecer nos apoyaban, pero ella misma nos había recomendado no decirle nada a Dario, el hermano de Mateo, ni a nadie de su familia.
—Espera no, no puedes decirle, lo que me pasó.
Mateo rio por lo bajo.
—Claro, no pensaba decirle, estoy seguro que ni siquiera me creería. Pero buscaré la manera de que me platique qué cosas sabe acerca de los vampiros. Supongo que muchas cosas serán sólo fantasía, pero alguna idea nos darán.
—¿Nos? Mateo, esto no...
—¿Qué? ¿Acaso crees que voy a dejarte solo? Quiero ayudarte, quiero estar a tu lado... por favor.
Inspiré con fuerza, quería acercarme y abrazarlo, pero estaba al borde de mi límite.
—No, también quiero estar a tu lado, más que nada, pero me preocupa la manera en que todo esto te pueda afectar.
—Ethan, me afectaría muchísimo más perderte. Por favor, te lo suplico, no me apartes...
Aquello fue suficiente, antes de pensarlo siquiera ya estaba a su lado y lo rodeé con un fuerte abrazo. Lo escuché jadear bajo, quizá por el choque con mi cuerpo, pero de inmediato se abrazó con fuerza a mí y no me permitió alejarme por varios segundos.
—Ya, ya, tampoco es necesario que supliques, no lo hagas. No te dejaré —prometí.
Me incliné más sobre él, moví un poco su playera para poder tener acceso a su apetitoso cuello. Mateo incluso ladeó un poco la cabeza, aceptando mi avance, y entregándose a mí, eso era algo contra lo que no podía luchar.
Mis labios tocaron con suavidad su cuello y lo sentí estremecer, se aferró con más fuerza a mi ropa e hice lo mismo, deseando obtener más de aquella apetitosa piel.
Al jalar la tela de su playera, la intensa luz volvió a aparecer, gruñí ante el dolor que me ocasionó, no solo en los ojos, fue como una oleada de energía pura que me arrojó lejos.
—¡Ethan!
Escuchó su voz, pero no puedo voltear a verlo.
—Volveré después, espérame. Y no te quites ese rosario por nada del mundo —le dije antes de saltar de nuevo por la ventana rota.
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