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Capítulo VI

No podía pensar bien, lo único que me importaba era que aquellos dos malditos sujetos estaban haciendo sufrir a mi Mateo y debía detenerlos. Además, el dolor del hambre había vuelto a aparecer en mi pecho.

Uno de los hombres, el más grande, avanzó un paso hacia mí y dijo algo que sonaba a una grosería, pero ni siquiera a sus palabras les podía poner atención, todo lo que escuchaba era el latido de su corazón. Detrás de él, el otro hombre parecía estar rezando, tampoco me importó.

Apenas había decidido tomarlos cuando ya los tenía a ambos entre mis garras, estampé al más pequeño contra la pared, cubriendo su boca mientras sujetaba al otro por el cuello de su camisa hasta desgarrarla.

Él luchó, intentó soltarse y golpearme, incluso patearme, pero era igual de inofensivo que la rata de más temprano, y en cuanto clavé mis colmillos en su cuello el éxtasis fue igual de intenso que la noche anterior.

En esa ocasión no me contuve, rasqué varias veces la piel para obtener más y más de aquel delicioso elíxir que tenía la capacidad de erradicar todo el dolor y el sufrimiento del mundo, era luz pura que entraba en mi sistema. Pero los latidos que la alimentaban se estaban terminando demasiado rápido y, antes de que me diera cuenta, el corazón de aquel ser inmundo se detuvo.

Quería más, necesitaba más sangre, arrojé el cadáver inservible y atraje al otro hombre hacia mi boca. Esa vez sí pude escuchar sus rezos, sus lamentos y ruegos por que le perdonara la vida. Incluso pude notar la pequeña cruz que colgaba de su cuello, pero no había ninguna luz, nada que me repeliera como en la iglesia.

Lo mordí con la misma brutalidad que al otro, solo deseaba obtener más sangre deliciosa para calmar la sed de mi interior. Aunque bebí un poco más lento, con largos tragos que paladeaba con disfrute antes de tragar, su corazón tardó más en detenerse, y cuando lo hizo me sentía saciado.

Dejé caer el cuerpo a mis pies, disfrutando de la satisfacción que sentía en ese momento, creo que incluso suspiré de placer.

―¿Ethan? ―susurró una voz asustada a mi espalda, Lo que me hizo voltear de golpe.

Mateo estaba aún en el suelo, recargado contra la sucia pared, había un hilo de sangre que caía de su labio partido. Me miraba con los ojos tan abiertos como se lo permitían sus cuencas, estaba pálido y temblaba con insistencia.

Di un paso hacia atrás, dolido por el miedo que expresaban aquella mirada que anteriormente me había mirado con cariño y ternura. Terminé por tropezar con el cadáver y caí de espaldas contra la pared contrario, por lo que quedé a su misma altura. Su mirada se mantenía, aterrorizada, en mi boca, pero se movió de pronto hacia mis manos, al seguirla me di cuenta que aún tenía las garras afuera, y estaban manchadas de sangre.

Hice un esfuerzo por limpiarlas contra la tela de mi sudadera, luego intenté usar las mangas para limpiarme la cara pues de seguro tenía la boca llena de sangre, la sangre de los dos sujetos que acababa de asesinar brutalmente enfrente de la persona que más me importaba.

Estaba a punto de sucumbir al mismo miedo que sus ojos habían expresado antes

—¿Ethan? ¿En verdad eres tú? —su voz me controló, al volver la mirada gran parte del miedo había desaparecido, para ser ocupada por algo parecido a ¿la esperanza?

—Math, vete, debes irte, soy... —no sabía bien cómo seguir, ni siquiera yo estaba seguro de en lo que me había convertido.

Derrotado, aparté la mirada.

—Eres tú, ¿cierto? Eres mi Ethan, viniste por mí.

Había tal esperanza en su voz que no pude resistirlo, Mateo estaba llorando y se había acercado un poco a mí, lentamente, como si temiera que fuera a desaparecer en cualquier momento. Suspiré con pesadez, no quería que se acercara más pues temía lastimarlo, pero al mismo tiempo deseaba con todo mi ser tenerlo de nuevo entre mis brazos.

—No quiero hacerte daño, pero no sé si puedo evitarlo, vete por favor. Sal de aquí —rogué.

Cerré los ojos y aparté la mirada cuando lo escuché moverse, me dolería demasiado verlo huir de mí, pero sabía que era necesario. No esperaba de pronto sentir su mano tibia sobre mi mejilla, lo cual me hizo jadear por la sorpresa, todo mi cuerpo se tensó e incluso contuve la respiración.

—Sí, eres tú, solo tú te pondrías a preocuparte por mí cuando claramente estás en problemas.

Cubrí su mano con la mía, disfrutando de su calor. Nuestras miradas se enredaron.

—¿No me temes? —pregunté en un susurro.

Pero era una tontería preguntarlo, incluso podía sentir los colmillos aún sobresalientes que lastimaban mi labio inferior al hablar, la mano con la que lo sostenía era una garra peligrosa, ¿cómo no iba a temerme?

Para mi sorpresa, Mateo cerró los ojos y negó con la cabeza, su cabello ondulado revoloteó a su alrededor. Luego volvió a mirarme con seriedad.

—Quizá, temo lo que eres, porque no sé qué es, o de qué se trata. Pero a ti, a ti no te temo.

Inspiré profundo, sorprendido por aquellas palabras tan valiente, o absurdas no estaba muy seguro. El problema fue que aquella inspiración trajo consigo una bocanada del aroma dulce de Mateo. Moví la mano con la que lo sujetaba hacia abajo de su brazo, con lo que moví la manga de su chamarra.

Al voltear un poco la cabeza, pude ver el palpitar azul de sus venas, tan cerca de mi boca, demasiado cerca.

Cerré los ojos, pero era muy tarde, mi boca ya se abría y sentí tu piel tibia contra mis labios. Lo escuché tartamudear mi nombre, pero ni siquiera eso me detuvo: rasgué la piel suave con mis colmillos.

Mateo gimió y todo su cuerpo se tenso, me di cuenta que no intentó apartar la mano aunque con mi agarre no lo habría logrado. Luego de algunos instantes incluso sentí su mano libre acariciando mi cabello.

—Ethan, espera, duele —dijo en un susurro, como si estuviera riñendo a un niño pequeño—. Debes parar ahora, por favor.

Claro, ese era mi Mateo, siempre amable, siempre preocupándose por los demás. Con un último impulso de voluntad hice la cabeza hacia atrás y solté su brazo. Mateo cayó hacia atrás y se llevó el brazo herido al pecho.

—Lo, lo siento, aún no se controlarlo, te lo advertí —dije derrotado.

Nos quedamos en silencio por algunos momentos, no sé en qué pensaba él pero yo estaba sumido en mi miseria. De pronto me di cuenta que no podía dejarlo marchar, aunque fuera por su bien no podría solo dejar que me abandonara; temí que, si intentaba alejarse, me lanzaría sobre él y lo haría mío para siempre.

—Me, me iré, si es lo que necesitas me iré. Pero Ethan, debes jurar que volverás por mí, no puedes abandonarme, no de nuevo. Si me prometes que volverás, entonces me iré y te esperaré.

De nuevo quedé sorprendido por sus palabras, era justo lo que necesitaba escuchar. Asentí una vez, aceptándolo.

Solo entonces se puso de pie, aún deteniendo con fuerza su muñeca herida pues aún sangraba; dio unos pasos hacia la salida del callejón, pero se detuvo y se giró hacia mí.

—¿Sabes? Deberías deshacerte de ellos —su cuerpo tembló, pero se las arregló para señalar con la cabeza hacia los dos cadáveres—. Si la gente los encuentra, podrían intentar cazarte o algo por el estilo.

»Ten cuidado y recuerda tu promesa, vuelve a mí.

Luego echó a correr, y me quedé solo. La esperanza crecía en mi pecho y me dio renovadas fuerzas para seguir mi investigación. 

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