Capítulo V
Caminaba entre las calles dormidas del pueblo, podía percibir a las personas detrás de las paredes.
Me pregunté si es que podía entrar a aquellas casas, había leído también que debías ser invitado, pero a mi cuarto había podido entrar sin ningún problema, así que no le veía mayor problema. Pero no podía saber si eso era porque había sido mi hogar anteriormente, o si era mentira.
Pero era otro mito el que quería desmentir aquella noche, así que me dirigí directo hacia la plaza, la cual ya podía ver detrás de los edificios, pues era el edificio más alto del pueblo. Y al menos podía ver la cruz en lo alto del campanario sin que me pasara nada.
Por estar pensando en eso, no me percaté de la pareja que se acercaba a mí hasta que estuvieron bastante cerca. No supe qué más hacer, di unos pasos hacia atrás con lo que quedé en el espacio oscuro entre dos casas.
Me cubrí la boca y la nariz con ambas manos, tanto para contener la respiración como para evitar hacer ningún ruido. El olor era demasiado tentador, especialmente el de ella, como si su sangre ya estuviera libre y disponible.
Ambos pasaron al lado del callejón sin siquiera voltear y se alejaron. Aún así esperé un buen rato antes de atreverme a moverme. A pesar de la tensión, me alegraba saber que había podido controlarme. Aunque claro, Miguel había estado bastante normal hasta unos minutos antes de atacarme.
Respiré profundo para intentar alejar esos recuerdos de mi mente, lo cual no fue tan difícil pues a los pocos minutos llegué a la entrada de la iglesia.
La estructura era grande e imponente, con una gran puerta de madera y altos muros de piedra que terminaban en picos abovedados. No podía percibir algún peligro dentro, así que empujé la puerta con cuidado, logrando que se abriera una pequeña sección de la misma.
Aún con la puerta abierta no podía percibir ningún peligro en la tranquila oscuridad del interior, di un paso dubitativo y luego otro, hasta entrar por completo a la iglesia y cerrar la puerta detrás de mí.
Me encontré entonces en el centro del pasillo que creaban los bancos, frente al altar. Había varias veladoras a todo lo largo de las paredes, alumbrando las estatuas de unos santos cuyos nombres no podía recordar, varias de ellas estaban metidas en vasitos de color rojo, lo cual daba esa misma tonalidad a todo el ambiente.
Pero la luz más intensa provenía de la gran cruz que presidía el altar, tan intensa que apenas podía distinguir la silueta de Jesús crucificado en ella, ¿quién lo habría colocado así? Ni siquiera se puede apreciar.
Avancé unos pasos más para acercarme más, y fue entonces que me di cuenta que me sentía increíblemente cansado, agotado, y cada paso que daba era más pesado que el anterior.
Pensé en salir de allí, quería salir de la iglesia a donde pudiera respirar con tranquilidad, pero aún había algo más que debía probar antes de escapar: justo a la mitad del pasillo, pegado a la pared derecha, estaba una pequeña pila de agua bendita.
El ambiente era tranquilo y silencioso, pero no podía concentrarme, el olor del incienso llenaba el aire hasta abrumarme, aunque me quedaba claro que hacía mucho que se había apagado, y mi vista estaba nublada como si la iglesia estuviera llena de humo.
Me forcé a llegar hasta la pila de agua, mis ojos lloraban un poco para ese momento, como si aquel humo inexistente me estuviera picando. Aún así me acerqué al agua bendita y acerqué poco a poco la mano.
Al inicio no ocurrió nada, no podía percibir peligro alguno aunque conforme acercaba mi mano el agua comenzó a ondular, como si ya la hubiera tocado y creara olas con mi propio movimiento.
Unos centímetros más y el agua bendita comenzó a burbujear como si estuviera hirviendo, y en efecto cuando la toqué, aunque solo fue con la punta de un dedo, me quemó intensamente, por lo que aparté la mano de golpe.
Siseé de dolor, antes de susurrar para mí mismo:
―Así que sí me afecta...
―¿Quién está ahí? ―una voz aguda sonó al otro lado de la iglesia.
Me asusté tanto que retrocedí de un salto hasta que mi pared chocó con la fría piedra del muro. El olor dulce me llegó casi al mismo tiempo que veía a la pequeña figura moviéndose del otro lado.
Era solo un niño, de unos 12 o 13 años, y llevaba un largo palo entre sus manos, algo en el olor acre que se entremezclaba con el dulce me dijo que estaba aterrado. Sus ojos oscuros se movían de un lado a otro.
De pronto me di cuenta que él no podía verme aunque yo podía percibirlo con facilidad. El bastón que llevaba tenía una especie de copa invertida en la parte de arriba, y me di cuenta que detrás de él todas las veladoras estaban apagadas.
Solté un suspiro que lo hizo brincar de nuevo.
―No, no puedes estar, aquí, la iglesia está cerrada. Vete, por favor... ―susurró.
Fue entonces que lo reconocí, se llamaba Simón y era un chiquillo callado del pueblo, lo había visto platicando con Mateo en un par de ocasiones aunque a mí apenas y me había dirigido la palabra.
―No quiero hacerte daño ―susurré, en el momento en que lo dije me di cuenta que era cierto―. Sal por donde viniste y yo haré lo mismo.
Simón brincó de nuevo y extendió el apagavelas en la dirección donde había salido mi voz.
―Sé, ya sé, no puedes hacerme daño aquí, no podrías haber entrado si quisieras hacerlo.
Sus palabras me dejaron sorprendido.
―Pero, no puedo irme ―siguió, con la misma voz asustada―. ¿Y si te robas algo?
Casi me reí ante su preocupación, le preocupaba más que me robara algo a que lo dañara, eso me pareció tierno.
―No me robaré nada, me iré en cuanto tú salgas del lugar, te doy mi palabra.
De pronto se puso tenso y soltó el apagavelas, lo cual hizo un ruido estridente dentro del silencio del lugar. Se dio la vuelta para correr hacia el altar, perdiéndose detrás de él. No podía ver hacia allí, pero lo escuché abrir una puerta y cerrarla después de forma precipitada.
Muy pronto su olor tentador desapareció y el molesto incienso tomó su lugar, hasta ese momento me dirigí a la misma puerta por la que había entrado, para salir de ahí. En cuanto lo hice, el alivió fue inmediato, el aire frío de la noche llenó mis pulmones con tal placidez que me hizo suspirar.
"Así que, aunque no me prendo en llamas ni nada parecido, si es molesto el estar dentro de una iglesia, y el agua bendita quema, aunque no demasiado"
Caminé por el pueblo mientras pensaba en ello, al ver mi mano, la que había tocado el agua, noté que estaba intacta, ya no había quemadura ni nada por el estilo. Suspiré, recordé entonces las palabras de Simón, "no hubieras podido entrar si quisieras hacerme daño", ¿a qué se refería?
Mientras intentaba encontrar algún sentido para sus palabras, unas voces me llamaron la atención, provenían de un callejón cercano. Por un momento pensé en alejarme, no quería más tentaciones que pudieran terminar por hacerme perder el control de nuevo, pero una de aquellas voces sonaba asustada, como si necesitara ayuda, y antes de pensarlo mejor ya me estaba acercando al callejón.
―¡Déjenme en paz! ―gimió una voz, que me resulta aterradoramente familiar.
―Vamos, niño bonito. Ahora entiendo de lo que se quejaba tu padre.
―¡Cierto! Ese marica extranjero debe haberte contagiado, pero ya te arreglaremos con unos buenos madrazos.
―No...
Escuché un golpe, y el aroma dulce llegó hasta mí como si hubiera sido yo el que recibió el impacto, todo a mi alrededor tomó una tonalidad rojiza y sentí los colmillos picando en mi labio inferior, también el gruñido que hacía vibrar mi pecho.
―Ya decía yo que por algo no habías aceptado a Imelda en tu cumpleaños 18, pero le haremos un favor a tu padre quitándote de en medio...
Por fin entré al callejón y los vi: dos hombres grandes, granjeros que tenían acorralado a un chico mucho más joven y delgado que ellos. Mateo.
―Mi Mateo ―solté con una voz gutural y entrecortada a causa de los colmillos.
Tres pares de ojos se giran hacia mí en ese momento, y puedo reconocer el mismo terror en todos ellos.
***
Y bueno, así seguimos con esta historia, el inicio no me ha terminado de convencer del todo, pero me enfocaré de momento en terminarlo, y después le daré una edición a profundidad.
De todas formas, si hay algún detalle que vean posible corregir, agradeceré mil que lo comenten.
¡Gracias por leer!
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