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Capítulo III

No bien me acerqué al pueblo, el delicioso olor de las personas volvió a tentarme. Afortunadamente aún me sentía satisfecho, aunque quería volver a probarla y experimentar el éxtasis, se sentía más como un intenso antojo que como una necesidad, así que de momento podría soportarlo.

La noche estaba bastante avanzada, por lo que casi toda la ciudad estaba dormida o al menos encerrada en sus casas. Por instinto mis pasos me llevaron al que había sido mi hogar durante los últimos siete meses.

Las luces estaban encendidas en la habitación de mis padres, así que con algo de temor, me acerqué a la misma para poder ver en el interior, intentando mantenerme en las sombras.

Pude escuchar lo que mis padres hablaban, mamá lloraba por lo bajo y por un momento me sentí mal por ellos, hasta que pude distinguir sus palabras:

―¡No puedo creer que ese niño nos hiciera eso! Ahora todos en el pueblo creen que somos unos malos padres ―se quejaba mamá

Mi padre, impasible como siempre, no contestó con palabras, pero me lo podía imaginar solo encogiéndose de hombros.

―¡Mira que cortarse las venas por una simple discusión! Me hizo quedar horriblemente mal, ¿no viste la mirada que me dedicaban las otras señoras del pueblo? Todo lástima y acusación, las odio.

Me quedé confundido por sus palabras, a lo que me apresuré a revisar mis propios brazos, incluso me quité el saco empolvado que había llevado, pero más allá de la suciedad, no podía percibir ninguna herida en ellos.

―Ya, deja de quejarte. Nos mudaremos pronto y no tendrás que seguir viendo su lástima ―la voz de mi padre sonaba cansada, quizá triste, pero no podía asegurarlo.

―¿De nuevo? ¿A dónde iremos?

―Debo volver a la ciudad, Robert ha comenzado a ir a la sede principal de la compañía y necesito orientarlo. Ahora que Ethan no podrá tomar ese lugar, debo asegurarme que mi sobrino lo haga bien.

―Ja, ambos sabemos que Ethan no iba a tomar de manera correcta esa posición, es mejor que Robert lo haga.

De nuevo otro golpe que casi me hizo romper a llorar. Robert era mi primo "perfecto", siempre de traje, con el cabello corto y semblante pulcro, era todo lo que mis padres querían que fuera.

No quería escuchar más, dolía demasiado, así que me dirigí al otro lado de la casa, a la ventana que daba a mi cuarto, pero al asomarme lo encontré vacío, todas mis cosas estaban en cajas cerradas amontonadas en una de las esquinas de la habitación.

Con un suspiro de resignación, me senté con la espalda recargada en la pared, oculto aún por las sombras de la noche. Saqué el teléfono del hombre que había muerto (que había matado), para mi buena fortuna no tenía contraseña para ingresar, así que pude encenderlo y entrar a internet sin problemas.

No estaba muy seguro de qué buscar, así que solo escribí la palabra "vampiro"; los resultados fueron demasiados.

Conforme iba leyendo, recordaba las historias que había escuchado, las leyendas sobre el sol, la plata y las cruces, y, principalmente de la sangre, la característica principal era que bebían sangre humana para sobrevivir, esa parte ya había quedado más que comprobada, pero necesitaba saber si podía controlarlo o si en cada ocasión sería ese mismo arrebato asesino y descontrolado.

Pensé que, si la última opción era la correcta, entonces tendría que tomar una alternativa más drástica, no podría existir haciendo un daño así a la gente, Mateo mucho menos, así que eso limitaría mucho mis opciones.

Pero no podía pensar en eso, y las imágenes que seguían apareciendo en el celular me daban la esperanza de que no sería así.

Debía distraer mi mente en otra cosa o me el pánico volvería a mí, así que decidí centrarme en las partes positivas de lo que iba leyendo: al parecer, debería tener una resistencia, fuerza y velocidad mayores a las de cualquier humano normal.

Sabía que no podía fiarme de toda la información que leía, era demasiada y muchas cosas se contradecían y otras eran simplemente absurdas, pero al menos me daban una idea de por dónde comenzar, tendría que ir descubriendo por mi cuenta la realidad de esa información.

Al menos la parte de la resistencia y la fuerza ya lo había validado mientras cavaba la tumba, no me había costado ningún trabajo hacerlo, ni arrastrar el cadáver hasta allí, y al terminar no estaba cansado ni mucho menos.

Estaba pensando en eso cuando de pronto el teléfono en mis manos comenzó a vibrar y sonó un intenso timbre. Asustado, desvié la llamada aún con manos temblorosas, pues no esperaba aquello. No apareció ningún nombre en la pantalla, así que supuse que no era nadie que conociera, además la llamada no se repitió.

Sin embargo eso me dio otra idea.

Sin pensarlo demasiado, abrí la aplicación para las llamadas y marqué el número que me sabía de memoria. No necesité pegarlo en mi oído para escuchar los timbres que comenzaron a sonar. Pensé que no contestaría, pues era un número desconocido y más aún dada la alta hora de la noche, sin embargo la llamada se conectó solo después del tercer timbre.

¿Bueno? ¿Quién habla?

Me quedé inmóvil, creo que incluso dejé de respirar al escuchar la voz somnolienta de Mateo al otro lado de la línea. Susurré su nombre sin darme cuenta.

¿Quién es? ―insistió.

No pude resistirlo más y colgué la llamada, el dolor había vuelto a aparecer en mi pecho, pero no era el mismo dolor sordo de cuando desperté, ni siquiera la tristeza que me había dado al escuchar hablar a mis padres; aquello era un dolor diferente, agudo y punzante que paralizaba mi corazón.

Me sobresalté de nuevo cuando el teléfono empezó a sonar y el mismo número que acababa de marcar apareció en la pantalla. Asustado, apreté el teléfono con demasiada fuerza: primero aparecieron algunas cuarteaduras en la pantalla que crecieron hasta que se apagó, unos instantes después todo el celular se hizo añicos, brotaron varias chispas mientras los trozos caían al suelo.

Me quedé observando mi mano, me había hecho algunos cortes y tenía una pieza de plástico enterrada en la parte carnosa de la palma. Las heridas se cerraron en apenas algunos segundos, y en cuanto quité el fragmento que se me había clavado ocurrió lo mismo.

Suspiré con pesadez, al menos había ganado otra información: podía recuperarme de heridas pequeñas de manera rápida. Me levanté para salir de allí, habían pasado ya muchas horas y, si lo que decían en internet era cierto, debía encontrar algún lugar para poder pasar el día sin que hubiera ningún peligro de que el sol me alcanzara.

Algunas leyendas decían, incluso, que debía volver a mi propia tumba; y aunque ya no podía hacerlo, eso me daba una idea: el mausoleo de la familia Salvatierra era uno de los más grandes y lujosos del cementerio, como casi todo lo que pertenecía a esa familia.

"Casi" todo, porque Mateo no era así, además Mateo ya no les pertenecería, no por mucho tiempo. En cuanto lograra descubrir todo lo que estaba ocurriendo, él me pertenecería a mí.

Me puse de pie y por inercia sacudí la tierra que se me hubiera quedado en los pantalones, sin embargo era inútil, estaba completamente cubierto de tierra. Incluso mi cabello lo estaba, y cuando intenté pasar los dedos a través de él lo sentí sucio y enredado.

Se me ocurrió otra idea entonces, giré de nuevo hacia la ventana de mi cuarto e intenté abrirla con cuidado, yo nunca la cerraba y para mi buena fortuna mis padres no lo hicieron después, así que no tuve problemas para abrirla de para en par y entrar.

El aroma intenso me asaltó, un olor cálido y delicioso que parecía indicar que había comida deliciosa dentro de la casa, que solo debía ir a tomarla. Avancé incluso varios pasos hacia la puerta que me llevaría hasta allí, pero un movimiento por el rabillo del ojo me detuvo.

No era más que mi reflejo en el espejo tocador, pero bastó para distraer mi atención. Me acerqué con cuidado, apenas consciente de que se esclarecía otro de los mitos que había leído: podía verme reflejado en los espejos.

Pero lo que verdaderamente le intrigó fue mi propia imagen, estaba cubierto de tierra seca y polvo, el cuello y pecho de la camisa estaban manchados de sangre y las mangas estaban desgarradas.

Me acerqué más e incluso levanté una mano para tocar la cara del reflejo, como para comprobar que lo que veía era cierto. No solo era la suciedad, o la desesperación que se percibía en mi semblante, había algo más que no encajaba y tardé algunos momentos en darme cuenta.

Hasta antes de morir mis iris habían sido de un color café claro, casi miel, pero en ese momento eran de un intenso color negro, como si la pupila hubiera crecido hasta abarcarlo todo. El color y el hambre en ellos me recordaron a los de Miguel, lo cual me hizo retroceder con miedo.

Tuve que respirar profundo varias veces y recordarme no solo que aquellos eran mis propios ojos, mi propia mirada, sino que ahora tenía una fuerza mayor para poder protegerme.

Y para proteger a aquellos a quienes amaba, o más bien, aquel a quien amaba.

Con aquella idea recuperé el control de mí mismo. Rebusque entre las cajas para encontrar mi mochila y varias prendas de ropa, mi cepillo y algunas otras cosas que pudiera necesitar. No encontré mi celular por ningún lado así que lo dí por perdido.

Con aquel pequeño botín, salí de la casa con cuidado, cerré la ventana detrás de mí. Di varios pasos antes de girarme, mirando el que anteriormente había sido mi hogar. Mentalmente me despedí de mis padres, al menos ya no sería una carga para ellos ni ellos para mí.

Era libre.

Me enfrenté a la calle vacía y recordé otro de los aspectos que había leído, así que me acomodé mejor la mochila y comencé a correr, a una velocidad al inicio, pero poco a poco la fui aumentando sin siquiera sentirme cansado o presionado, mi cuerpo se sentía como si solo estuviera trotando pero todo a mi alrededor se volvía borroso a causa de la velocidad que tomaba.

Salí al camino rural y levanté una polvareda por donde pasaba, cuando la alta valla del cementerio quedó a la vista, me di cuenta que en realidad no podía frenar a tiempo, había tomado demasiada velocidad y no tenía idea de cómo detenerme. Así que en lugar de intentarlo, tomé aún más impulso y di un gran salto.

Pasé la valla sin problemas, estos vinieron a la hora de caer, pues terminé rodando entre el suelo y derribando varias lápidas a mi paso.

El dolor era algo curioso, como si se quedara afuera de mi piel y no pudiera afectarme de manera directa. Para cuando me levanté no tenía ningún rasguño o moretón, aunque la ropa había terminado aún más destrozada.

Pensé en buscar algún otro lugar para poder asearme y cambiarme antes de dormir, pero había algo en el aire que me urgía a buscar el lugar donde pasaría el día, a ponerme a salvo.

Recordé de pronto algo que había leído, las "campanas del infierno" que había mencionado cierta autora y que indican al vampiro que el amanecer estaba cerca. Supuse que sería eso por lo que me apresuré al mausoleo, podría limpiarme a la noche siguiente.

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