Capítulo 08
Mi ánimo estaba por los suelos, quería quedarme en casa y disfrutar de mis canciones favoritas junto a un buen libro.
—Romina, Josué te está esperando —escuché la voz de mi madre detrás de la puerta.
—Está bien, ya bajo —contesté inmersa en mi pereza.
Tomé mi maleta y bajé de inmediato, al llegar a la sala lo primero que veo es a Josué sentado en la mesa del comedor.
—¿Solo vienes a comer? —pregunté disgustada.
—La comida de la señora Samia es lo más delicioso qué ha probado mi paladar —dijo sin ningún inconveniente y siguió disfrutando de su desayuno.
—Por eso no tienes más amigos —reprochó mi hermana sentada a su lado —Josué es el único que soporta ese carácter tuyo.
—¿Quién te dijo que no tengo más amigos? —hice una mueca —parece que todos están en mi contra.
—Basta, tú desayuno se enfría —me consuela mi madre con una rebanada de pastel de zanahoria.
Miré el reloj que está sujeto en nuestra pared, marcaba las 8:50 de la mañana, solo estaba empezando este caluroso día.
«Cómo me molestas verano».
—Tú maleta ya está en el auto —agarró mi mejilla —vámonos.
—Deja de hacer eso maldita sea.
—Es que son tan gordos —lo hizo de nuevo —dan ganas de agarrarlos.
—¿Me estás llamando gorda? —cuestioné enojada.
—De hecho tienes una buena figura —dice abriendo la puerta de la casa.
Nos despedimos y nos marchamos, el aire fresco de la mañana me hacía olvidar que ya estábamos en el verano, mi estación menos favorita, odio sentirme pegajosa, no me gusta la sensación de la ropa adherida a mí con el calor, además las bebidas calientes no saben igual.
—Hemos llegado —habló Josué mientras se estacionaba en la universidad.
—Parece que somos los primeros —dije al notar que no había nadie en la entrada dónde se encontraba el autobús dónde nos iríamos.
—Michelle ya está aquí, y también nuestro adorado profesor —río sarcástico —eso dos están sospechosos últimamente, creo que hay algo entre ellos.
Los celos me invadieron, de tan solo pensar que ellos realmente podrían estar juntos me hervía la sangre. Soy tan estúpida, odio tenerlo tan presente constantemente.
Subimos al autobús cuándo llegó la mayoría.
—Hola Romina, ¿puedo sentarme aquí? —cuestionó Leví señalando el asiendo a mi lado, el cual le pertenecía a Josué.
—Está libre, puedes sentarte —le dijo el mismo Josué mientras me lanzaba una mirada de complicidad.
Sigue aferrado a la idea de que conozca a alguien y salga con él, y al parecer Leví es de su agrado, porque ahuyenta a los que le desagradan.
—El cuento quedó maravilloso, como todo lo que escribes —dijo mirándome con brillo en sus ojos.
—¿Qué? —pregunto descolocada.
—Oh, discúlpame —fui yo quién le dijo a Michelle sobre tu talento para la escritura.
Estaba estupefacta, Éric no mentía, realmente no fue el, debía pedirle disculpas.
Pero, ¿cómo es que lo sabe Leví?.
—¿Estás molesta? —preguntó trayéndome de vuelta a la conversación.
—No, no en realidad —mentí —estaba completamente molesta.
—¡Qué alivio! —exclamó —sé que no es algo que le cuentes a cualquiera, pero creo que el mundo entero debería conocer lo maravillosa que eres.
—Me agrada que te guste lo que escribo, pero, ¿cómo te enteraste?.
—Te he admirado incluso antes de saber que eras tú la dueña de la página el poeta sin vida.
Estaba aún más sorprendida, eso es algo que solo Josué y yo sabemos, la página dónde subo mis escritos es completamente anónima.
—¿Cómo supiste que era yo? —cuestiono.
—Es bastante larga la historia —dijo apenado.
—La escucharé, cuéntame.
—La seguí desde que vi esta frase -me mostró una imagen que decía:
Aprende a soltar, aprende a irte en el momento correcto, aferrarte a alguien que ya no te brinda paz, te puede lastimar aún más.
—Me identifiqué mucho en ese momento —prosiguió —estaba pasando por una ruptura en la que me alejé para buscar mi paz y estabilidad, algo que efectivamente ya no me brindaba esa relación.
Un día cualquiera me enteré que te gustaban las amapolas, la persona detrás de esa cuenta hablaba muchísimo de las amapolas, pero creí que era simplemente una coincidencia, a muchas personas les gusta la mima flor.
—Así es —sonreí —estaba empezando a disfrutar la historia.
—Otro día —sonrió —te escuché citar una de sus frases, pero creí que era otra coincidencia, de hecho creí que eras su fan al igual que yo.
—¿Estás diciendo que eres mi fan? —lo molesté.
—Por supuesto —me miró con dulzura -lo que me iluminó e hizo ver que eras la persona detrás de esa cuenta fue cuándo le dijiste a Josué una hermosa frase —volvió a sonreír apenado —la busqué en varias partes, pero no la encontré. Cuando llegué a casa vi la nueva publicación de la página, y para mi enorme sorpresa, era la frase que te había escuchado citar horas antes.
—Vaya, es una historia conmovedora -miré por la ventana —el enojo se había esfumado.
—De igual forma quiero pedirte disculpas, no debí hacerlo sin antes consultártelo —dijo agachando la cabeza.
—Creí que eras un gruñón —solté.
—¿En serio? ¿por qué? —preguntó sorprendido.
—Siempre tienes cara de enojado, además me hiciste preguntas incómodas en la salida qué hicimos —contesté.
—Lo lamento, solo quería acercarme a ti —susurró —y no es que esté enojado, simplemente esa es mi cara.
Sonreí.
La conversación fue tan placentera qué no me di cuenta en qué momento habíamos llegado.
Nos bajamos y dejamos los equipajes en el hotel.
—Hoy simplemente haremos un recorrido en uno de los museos cercanos, tendremos una cena grupal, y luego nos iremos a descansar para tener energías mañana —dijo Michelle.
—Ser líder de la facultad parece agotador —soltó Leví observando directamente a Michelle.
—Eso parece —dije.
Iniciamos el recorrido del museo, cuando miré todas las cosas maravillosas qué habían me di cuenta que venir había sido la mejor decisión, el arte también era una de mis aficiones de toda la vida, me intriga pensar en los sentimientos que tenían los artistas mientras elaboraban sus obras maestras, ¿por qué un cielo? ¿por qué un paisaje completo?. Detrás de un artista siempre habrá una musa, una fuente de inspiración qué tiene gran mérito por la elaboración de esa obra de arte.
Después del recorrido nos devolvimos al hotel dónde cenamos tal y como estaba previsto, hacía bastante calor, así que nos quedamos un rato más afuera para contemplar el anochecer y sentir el aire fresco que trae consigo.
—Toma —me ofreció Leví una cerveza.
—Gracias —dije tomándola.
Se sentó a mi lado.
—Me gusta mucho tú cabello rojo —soltó de la nada.
—¿En serio? —pregunté sorprendida.
—Sí, es bastante hermoso.
Me achanté.
Tomé 3 cervezas más.
—No la dejes seguir tomando, no es tolerante al alcohol —dijo Éric parándose frente a nosotros.
—Eso no te incumbe - contesté —en realidad si me estaba empezando a sentir mareada.
—¿Escuchaste? —miró fulminante a Leví.
—Ella te acaba de decir que no es de tú incumbencia, lárgate.
—¿Qué no ves lo rojas qué están sus mejillas? —tenía la voz agitada —vámonos Romina —me tomó de la mano.
—Suéltame —lo aparté.
—¿No la oíste? —dijo Leví llevándome hacía él.
—¿De verdad piensas que la voy a dejar contigo? —Éric me cargó con fuerza evitando qué pudiera soltarme.
Me llevó a su habitación y me dio un vaso de agua, después de beberlo me sentí mejor, ya no estaba tan mareada.
—No bebas al lado de un extraño —suspiró —puede hacerte daño.
—Ya deja que cuidarme Éric, aléjate de mí —me levanté e intenté irme —además Leví no es ningún extraño, es tú alumno al igual que yo.
Estaba a punto de abrir la puerta, pero él se adelantó y lo evitó.
Me azotó contra la pared dejándome de espaldas, levantó mis brazos para poder presionar su cuerpo contra el mío.
Agitado me hablaba al oído.
—¿De verdad quieres que me aleje de ti?.
No respondí.
Sus brazos llenos de sudor me volvieron a voltear forzosamente para que lo mirara directamente. Rozaba sus labios rojos con los míos, los dejaba muy cerca para provocarme.
Quise besarlo, pero él se alejó de inmediato.
—Dime que me quieres lejos y prometo no tocarme ni un centímetro más —mordió su labio inferior —si aun teniéndome tan cerca me pides que me vaya, lo haré Romina.
Esa maldita mirada domínate me intimidaba, no podía evitar darle una ojeada a sus grandes y venosas manos qué estaban contra la pared, su olor corporal me hacía perder la cordura de una manera indescifrable.
—Solo sabes hacer esto más difícil —alcancé a decir con el corazón acelerado.
—¿Acaso crees que para mí es fácil verte y no poder tocarte? —jadeó —me vuelves loco, no puedo controlarme cuándo se trata de ti. No sabes lo aterrador qué es pensar en que puedes alejarte de mí para siempre, me aterra perderte, ni siquiera sé que significa este sentimiento, pero cada vez que te tengo lejos mi mundo pierde el sentido Romina.
—Basta —lo detuve —ya bésame carajos.
—¿Última palabra? —preguntó —una vez empiece no pienso retroceder.
—No tengo pensado pedirte que retrocedas —respondí.
Nuevamente me colocó de espaladas, me atrajo hacía atrás para que pudiera flexionar las caderas y piernas. De inmediato me lo puso.
—¿Ya estás tan duro? —juguetee con mi mano.
—Hermosura, estoy duro desde que te toqué el trasero —soltó junto a una lamida fría.
Lo metió fuertemente sin preguntar, pero lo hizo salir de inmediato porque sabía que me vendría en cualquier momento.
—Me masturbare antes de que te vengas para cogerte más fuerte, mucho más fuerte —lo escuché decir.
—Hazlo rápido, y córrete encima mío —sonreí pervertidamente —quiero sentirlo todo dentro, haz qué te pida más, cada vez más.
Escapar de él parece imposible, pero más allá de no poder, parece que realmente no quiero hacerlo.
—¿Desde cuándo eres tan cercana a ese Leví? —me preguntó mientras acariciaba mi cabello.
—Solo tuvimos una buena charla —contesté.
—Lo sé, te vi sonreírle en todo el camino —gruñó.
—¿Me estabas observando? —solté una carcajada.
—Por supuesto, no puedo dejar de hacerlo —me abrazó —me vuelve loco ver como otro hombre se te acerca.
En ese instante escuchamos la puerta.
—Profesor, soy yo, Michelle.
Me paré asustada y me escondí en el baño para que ella no me viera.
Éric le abrió la puerta y ella entró de inmediato.
—Tome, son los documentos para el recorrido de mañana, y el cuento de Romina, está genial, por cierto —hizo una pausa —está todo listo para la sorpresa...
La hizo callar antes de que terminara lo que quería decir.
—Está bien, muchas gracias —respondió el.
Michelle sonrió y el voz alta dijo: —Ya me voy, pueden seguir con su reconciliación.
—Hasta mañana profesor, caminó hacia la puerta —oh, hasta mañana Romi —volvió a reír.
Mis mejillas se calentaron, la vergüenza se apoderó de mí.
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