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Capítulo II - De las Enseñanzas de Kitsune Mirodi

Kitsune cumplió con lo que se propuso: aunque no le resultó fácil y tuvo que esforzarse mucho, logró que Azra crezca como un niño dócil y educado. El mago fue un instructor estricto.

Cuando Azra alcanzó los ocho años de edad, él ya era capaz de leer y escribir, de utilizar los cubiertos durante las comidas y de realizar sus propias rutinas de higiene personal.

El pequeño Azra iba todas las mañanas con Kitsune y Aurora hacia el establo para ayudar a sacar a los animales al exterior y también para alimentarlos, aprendiendo sobre la importancia de cuidar y de respetar a todos los seres vivos que los rodean.

Del mismo modo, el infante ayudaba a su abuelo adoptivo en las tareas cotidianas del campo, absorbiendo conocimiento como su aprendiz. Asimismo, el anciano le hizo trabajar la tierra junto con él: labrándola, con un arado tirado por su caballo y preparando el suelo para la siembra de cultivos. El mago también le enseñó a su nieto adoptivo sobre otras facetas del arte de la agricultura: juntos, plantaban semillas y cuidaban de las plantas en crecimiento, aprendiendo que no solo los animales importaban, sino que las plantas también merecían ser bien tratadas, debido a que son ellas el sostén de este mundo.

Entre otras de las tareas, salían a recolectar frutas y verduras, y acudían al río Bennington a pescar los alimentos que constituían parte de su dieta. Kitsune era consciente de que necesitaban una cantidad considerable de comida: pues Azra, de niño, ya requería del triple de la cantidad de comida que necesitaba su abuelo para estar satisfecho.

Otra de las actividades que el anciano le daba al niño, era el tener que estudiar: de los cinco días que tiene la semana, Kitsune hacía estudiar a su nieto en cuatro de ellos: los días lumis, aqualis, pyris y sylvanis, respectivamente, eran días de clase para el infante. En el último día de la semana, solarius, el mago dejaba descansar a su pupilo para que se dedique al ocio. «Hay que trabajar, hay que aprender... pero también hay que relajarse y descansar», le enseñó Kitsune al pequeño.

Lo único que Azra no podía manejar del todo bien a esa corta edad, era su inconmensurable fuerza. En más de una ocasión, su poder incontrolado había resultado en la destrucción de partes del establo o de la pequeña choza que compartía con su abuelo. Cada vez que esto ocurría, Kitsune, mediante un suspiro amargo ocasionado por el fastidio que ello le producía, se veía obligado a reparar los daños, pero comprendiendo a su vez que era demasiado el poder que residía en ese niño, del cual el pequeño aún no era del todo consciente.

Cuando Azra cumplió once años de edad, su mentor determinó que era el momento adecuado para profundizar sus estudios. Kitsune decidió que era tiempo de brindarle conocimientos más avanzados en el área de las ciencias numéricas que al mago tanto le entusiasmaban. Sin embargo, Azra solía aburrirse y enojarse con su abuelo cuando intentaba enseñarle esa materia, llegando incluso a revolear exasperado los manuscritos de Kitsune por fuera de la mesa; así que, para mantener la atención del niño, su abuelo tenía que hacerle promesas: como llevarlo a volar por los aires con su magia a modo de recompensa, si se esforzaba en aprender lo que quería enseñarle. A regañadientes, el pequeño Azra accedía a poner más empeño en su aprendizaje.

Otra de las áreas en las que Kitsune decidió profundizar en la educación de su nieto adoptivo fueron en las ciencias oikesianas: rama de la ciencia que se ocupa de estudiar la descripción y composición del entorno del mundo. El mago notó que su nieto demostró un entusiasmo genuino por aprender sobre la complexión de Oikesia.

Así entonces, Kitsune le enseñó a Azra sobre la contextura de Kilinn Landen a través de un mapa del continente cuyo tamaño ocupaba toda la mesa de madera.

—Mira, Azra —le explicaba el mago—, el reino en donde vivimos está ubicado prácticamente en el centro del continente. Dúblarin: dividido por el río Bennington en región este y oeste. Nosotros estamos radicados en la región del este, en la zona sur. —Se lo señaló en el mapa.

—Nosotros somos de Solánzenor —acotó el niño.

—Exactamente. Y al norte de la región este, está Villa Costeña. Luego, del lado oeste del reino, podrás encontrar en su lado norte a Valle Síquiman, caracterizado por su apacible caudal de agua, el arroyo Delson, rodeado por montañas y varios árboles.

—¡Yo quiero ir a ese arroyo! —chilló el pequeño Azra, exaltado y con una sonrisa ilustrada en su semblante—. Suena bonito.

—Y aún no te he mencionado mejor parte: porque al sur del lado oeste, está la capital, Ramaku: la ciudad más esplendorosa de todo el reino. —Kitsune observaba sonriente el modo en que Azra, de rodillas sobre la silla, marcaba con su mano a la capital en el mapa, cautivado—. En ella, encontrarás un majestuoso castillo en donde vive el Rey, una vasta cantidad de altos edificios, paladines y doncellas desfilando por las calles, bardos que entonan melodías... y muchas cosas más.

—¡Suena increíble todo eso, abuelito Kitsune! ¡Quiero ir allí! —Los ojos de Azra brillaban por la emoción que le ocasionó oír sobre la capital de su reino.

—Quieres ir a todos lados, ¿no es así? —«Aunque no te culpo, en toda tu vida nunca has salido de la región este de Dúblarin». Kitsune emitió una breve risa mediante un sonido gutural—. Sí, podría llevarte de paseo a la capital algún día para que la conozcas.

—¿Por qué no vivimos allí? —cuestionó el niño, creyendo que su vida sería mucho más divertida en la capital.

—Bueno... —Kitsune se rascó su larga barba—. A mí no me gustaría vivir entre tanto alboroto; la vida en Solánzenor es mucho más tranquila que en Ramaku.

«Y mucho más aburrida», pensó Azra.

—Esto es el conocimiento básico que debes tener sobre Dúblarin, ahora solo te nombraré de manera sintética al resto de los reinos del continente: al sur de Dúblarin... Bueno, está la Espesura Boscosa, se trata de una región que no tiene rey: es simplemente un vasto mar verde de enormes árboles interconectados con ríos y arroyos que ostenta una vegetación más que abundante. Era una región pacífica en su totalidad en donde la gente que no quería someterse al gobierno de un reino vivía allí de manera libre; hasta que llegaron los ogros desde el continente de Gribin Hormoze y tomaron la parte oriental de la Espesura Boscosa, lugar que ahora se conoce como bosque Umbrío.

»Ahora es escasa la cantidad de seres que habitan en la Espesura Boscosa, la mayoría son ogros. El resto de la gente que vivía allí se vio obligada a huir por los constantes saqueos y por la violencia irracional que ejercían esos monstruos.

—¿Y cómo son los ogros, abuelito? —Azra se los imaginaba como bestias fieras, y no estaba equivocado—. Parecen aterradores...

—Y lo son, ciertamente. —El mago se toqueteaba sus bigotes en un gesto pensativo, a la vez que observaba a Azra, quien estaba expectante, esperando a que le cuente cómo eran los ogros—. Verás... Los ogros son seres grandes y robustos, de pocas luces pero con una fuerza excepcional: tienen una dureza y una resistencia por fuera de lo común; es difícil combatirlos incluso con flechas y espadas, pero son vulnerables ante la magia —alardeó el mago con una risa pedante.

—¿Tú podrías derrotarlos, abuelito? —inquirió Azra con un tono cándido.

—Podría derrotar a algunos, en efecto... El ser que más me preocupa del bosque Umbrío, sin embargo, no es un ogro, sino su señor: se dice que se trata de un ser sombrío con un poder mágico extraordinario. ¿Ahora entiendes por qué te prohíbo ir hacia el sur? —El anciano arqueó una ceja—. El bosque Umbrío no está tan lejos de Solánzenor. —Se lo señaló dos veces en el mapa.

Azra asintió con su cabeza, sintiéndose intrigado por tal funesto bosque, los ogros y su enigmático líder.

—Bien, ya basta de palabrería, jovencito —gruñó el mago con su ceño fruncido—. Mi idea era enseñarte acerca de los reinos y me he desviado. —Exhaló un suspiro—. Solo me limitaré a nombrártelos y mostrártelos en el mapa y luego te dejaré a ir a jugar afuera... Al sur de la Espesura Boscosa existen dos reinos: Sanapedrid, al oeste; y Cíparfa, al este. Son los únicos reinos aliados de todo Kilinn Landen, es decir que se apoyan mutuamente ayudándose entre sí; también son los lugares más calurosos del continente.

»Y ahora, yendo hacia arriba... —Kitsune deslizó su dedo índice sobre el mapa—. Tenemos al reino de Alberlania, limitando al norte con el nuestro: es un reino poderoso que muchas veces está en conflicto con Dúblarin, y es de un tamaño similar a nuestra tierra. Allí es donde nace el río Bennington, pero su nombre en esa parte del continente es río Noshida.

»Más al norte aún, tenemos los reinos en donde hace más frío: Roliama, está en el lado oeste. Te sorprenderá saber que allí, desde hace algunos años, los hadas comenzaron a convivir con los humanos de aquel lugar. Y antes de que me preguntes cómo son los hadas, pues veo ese interrogante en tu rostro, son seres alados, con un gran dominio sobre la magia... y eso es todo lo que sé de ellos.

»Por otro lado, al este, está el bosque Boshaller... —Se lo señaló con el dedo índice dos veces sobre el mapa—. Es un bosque azul que divide al reino de Roliama con el otro reino que está para el lado este, Osgánor... En fin...

»Más al norte todavía, por sobre Osgánor, está el reino más septentrional y más frío de todos, Sajatia: sus temperaturas climáticas son muy bajas, pues se dice que el frío amargo del continente de Invarna, llega hasta aquellas tierras —explicaba el anciano a la vez que lo señalaba en el mapa, intentando utilizar palabras simples, pues el vocabulario de Azra aún no estaba tan desarrollado—. Oh, ¡y ese reino está gobernado por un mago, igual que yo! —Kitsune esbozó una sonrisa. Él estaba muy orgulloso de ser un mago.

»Y por último, Kilinn Landen tiene dos islas: una al este, Islándevik, en donde habitan nada más que piratas y malhechores... —El anciano bufó disgustado—. Mientras que al oeste, está el Principado Élfico, la tierra de los elfos: estos seres vienen desde el continente de Erne Gred, su tierra natal... pero una pequeña parte de ellos se mudó hacia aquella isla. Bueno, eso es lo básico que quiero que sepas sobre nuestro continente; guarda este mapa y vuelve a estudiarlo mañana.

—Pero espera, abuelito, ¿cómo son los elfos? —Azra tenía un gran interés por cualquier ser que no sea un humano, pues él jamás tuvo contacto con aquellas formas de vida que Kitsune le contaba.

—Son seres maravillosos, sin duda: son más altos que un hombre promedio, de orejas puntiagudas, cabello largo... y muy hermosos. Además, son sabios, virtuosos... y son los únicos seres del mundo que ostentan una inmortalidad relativa.

—Que ostentan... una inmor... rela... ¿Qué cosa? —preguntó el niño con su vocecita aguda, confundido.

—Una inmortalidad relativa —contestó Kitsune, riendo—: ello quiere decir que no envejecen ni se enferman...; no pueden morir por medio de causas naturales... pero si sufren una herida letal, entonces sí podrían morir como cualquiera de nosotros.

Azra estaba maravillado con lo que su abuelo le había dicho sobre los elfos. En su inocencia, él se imaginaba que sería divertido viajar algún día hacia las tierras élficas para conocerlos.

—Creo que ya fue suficiente cátedra por hoy; te libero —declaró Kitsune—. Guarda este mapa antes de irte a jugar afuera, ahora es tuyo y será tu tarea aprendértelo.

—¿Me lo das? —El niño lo miró extrañado—. ¿No lo quieres más, abuelito?

—Oh, no te preocupes —dijo el anciano mientras reía—. Todo el contenido de ese mapa está almacenado aquí dentro. —Kitsune tocó su cabeza a la altura de la sien con su dedo índice.

—¿En tu calva cabeza? —le preguntó Azra, con un tono cándido.

—¡No estoy tan calvo! —espetó el anciano—. ¿Acaso no ves mis cabellos blancos en los costados de mi cabeza?

—Abuelito..., eres calvo —sentenció Azra con una mueca incrédula.

—¡Graawk! —graznó Aurora, quien estaba posada sobre uno de los agujeros en la pared de la choza.

—¡Tú cállate y no le des la razón! —Le gritó Kitsune a la avecilla. Luego, volvió a encauzar su mirada hacia su nieto—. Ya vete de una vez, antes de que me hagas enojar aún más. —Le hizo un ademán señalando la salida de la choza.

Azra salió corriendo de la tosca vivienda con una carcajada, pues percibía que su abuelito no estaba enojado de verdad. Y en efecto: cuando Azra salió, seguido por Aurora quien solía juguetear con él, Kitsune cambió su ceño fruncido por una mueca más relajada. Al instante siguiente, se echó a reír.

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