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Navidades

Las navidades llegaron rápidamente, y Mayette se llenó de ilusión con ellas. En la carta a su madre, le había escrito sobre la invitación de los Malfoy indicándole que deseaba mucho ir. Había mantenido, durante todo noviembre y principios de diciembre, una comunicación más estrecha que nunca con su madre. Visto que la mujer se había negado unas treinta veces a sus intentos de convencerla de que le permitiese ir a casa de los Malfoy, había tenido que seguir escribiéndole. Pero finalmente la madre había cedido, bajo la condición de que hablarían en la estación, antes de que se fuera con los Malfoy.

Mayette estaba emocionada por unas vacaciones llenas de diversión que pensaba pasar con sus amigos, entrenando a Quidditch, leyendo, y comiendo lo que le apeteciera. Además, estaba la fiesta de navidad anual de los Malfoy, donde por fin podría conocer a muchos de sus clientes y tenía muchos encargos que entregarles para aquel día. Así que todo iba a salir redondo, era el plan perfecto ahora que había convencido a su madre.

El señor Weasley le había escrito para decirle que estaba muy poco convencido con la idea y que no le gustaba nada que una hija suya fuera amiga de los niños de Lucius Malfoy. Pero Mayette no estaba dispuesta a permitir que la enemistad entre su padre y el señor Malfoy interfiriera en sus amistades. Eran ellos los que tenían ideas opuestas a las del otro, no sus amigos y ella.

Así que Mayette estaba preparada para pasar unas buenas vacaciones, el día que se subió al tren, despidiéndose de Fred y George, los únicos de sus hermanos que habían ida a despedirla. Los gemelos no parecían muy contentos de que se fuese con los Malfoy, pero no objetaron nada, incluso si ella se esforzó por tranquilizarlos igualmente. Así que, la chica se encontró a sí misma sentada en el tren.

Todos sus amigos volvían a sus casas para navidades. Ella iba a quedarse relativamente sola en la sala común de Slytherin, y en parte por eso insistió tanto a su madre para que le diera permiso.

—Recordad que mi madre quiere hablar conmigo antes de que me vaya con vosotros —advirtió a los Malfoy—. No me gustaría tener una mala pasada porque mamá enfurezca.

—No te preocupes —la tranquilizó Rhaegar—. Puedo resultar impresionantemente encantador.

—E irritantemente presumido también, Alex —respondió ella.

Draco se rio, pero paró de inmediato cuando los ojos de su hermano y los de Mayette se posaron sobre él. Era obvio que ambos querían decirle que él no se quedaba atrás en lo que a presunción respectaba. Aunque realmente ninguno de los Slytherin se quedaba, ni tenía motivos verdaderos para quedarse, atrás.

—Aún no me creo que hayas sacado diez en todo, Maye —dijo Pansy, en un intento para cambiar de tema.

—Yo tampoco —afirmó ella—. Siempre he creído que le caigo mal a Quirrel.

—Yo también habría jurado que no le importaría que te cayeras de la escoba —corroboró Rhaegar.

—Sí, es extraño —asintió Pansy—. Pero es de suponer que no puede poner una mala nota a una alumna excelente —añadió instantes después.

Luego de eso, el compartimento quedó en un cómodo silencio mientras cada uno hacía lo suyo. Mayette, nerviosa por lo que su madre querría decirle, tenía la varita en la mano y aprovechaba sus últimas oportunidades de hacer magia antes de las vacaciones de navidad practicando encantamientos. Rhaegar leía y Draco estaba ocupado comiendo algún que otro dulce. Daphne y Pansy susurraban algo, sin querer molestar a los demás, y Blaise y Theo habían sacado un ajedrez mágico y estaban jugando.

Bajaron del tren antes de lo esperado e incluso antes de lo deseado. Habían llegado a la estación, y allí estaban el señor y la señora Weasley, esperando, acompañados de Bill. La presencia de su hermano mayor hizo que Mayette abriese mucho los ojos. No sabía que Bill estaría allí. Avanzó hacia su familia y abrazó con todas sus fuerzas a su hermano mayor, que correspondió el abrazo.

—Mi hermanita —dijo Bill—. Estás guapísima, May. Y has crecido.

—Te he echado de menos, Bill —respondió ella—. Dejaste de responder a mis cartas —añadió, regañándolo.

—Lo siento —él se encogió de hombros—. Quería que mi presencia aquí fuera una sorpresa. Sentía curiosidad por ese tal Rhaegar. ¿Cuál es? —susurró la última frase y la pregunta.

Mayette le hizo una sutil señal con la cabeza a su hermano, apuntando en dirección a Rhaegar, que estaba esperándola junto con su familia. Bill los miró discretamente, avistó al chico de pelo largo y se volvió hacia su hermana. Una sonrisa pícara apareció en su rostro, y cuidando que sus padres no los oyeran, le dijo a la niña:

—Sí que es guapo —sonrió—. Me gusta su pelo.

—A mí también —respondió ella—. Es muy suave.

—Deberías irte —le recomendó su hermano—. Que no se impacienten.

—Pero mamá...

—Mamá no quería hablar contigo. Lo dijo por mí. Ahora vete, te escribiremos una carta conjunta Charlie y yo cuando lleguemos a Rumania.

—Bien —accedió ella—. Adiós.

Abrazó de nuevo a su hermano y fue a reunirse con los Malfoy. Lucius y Narcissa eran tan rubios como sus hijos. Lucius tenía los cabellos más coloridos que los de su mujer, quizá, pues los de él tiraban a dorado, mientras que ella lucía una espesa manta de pelo color más bien blanquecino. Él tenía los ojos grises como los de Draco, y ella azules como los de Rhaegar.

Cuando la pelirroja llegó a su altura, Narcissa Malfoy le tendió una mano y le dedicó una sonrisa. Mayette la tomó, correspondiendo tímidamente al gesto. La mujer llevaba la mano enguantada, y se retiró prácticamente enseguida, diciendo con dulzura:

—Yo soy Narcissa Malfoy —le dijo—. Pero en casa me suelen llamar Cissy. Me puedes decir así si quieres, querida.

—Mayette Weasley —se presentó ella—. Aunque me suelen decir Maye. No me importa si me quieren decir así.

Los señores Malfoy asintieron al mismo tiempo. Mayette sintió de nuevo ese cosquilleo de los nervios. Lo cierto era que intimidaban un poco. Eran muy altos, a diferencia de sus padres, y parecían estar casi sincronizados, como si hubieran planeado y entrenado meticulosamente sus reacciones. Cosa que, en realidad, no le parecía del todo imposible hablando de gente tan importante como los Malfoy.

Llegaron a Malfoy Manor en coche, y francamente, Mayette nunca había visto nada igual. Se sentía consternada por la magnitud y la riqueza que demostraba cada habitación de la casa. Cada vez se sentía más intimidada, aún cuando le habían pedido que se sintiera como en su casa. Aquello no podía compararse de ninguna manera con la Madriguera.

Durante todo el primer día, Rhaegar se esforzó al máximo para que la chica perdiera su timidez. Su técnica consistía en mostrar a la chica lugares que sabía que le iban a gustar, como la biblioteca, y sugerirle actividades que por lo general hacía para relajarse, como jugar una partida de ajedrez mágico o de gobstones.

Le costó un par de días, pero al final la chica se acostumbró al lugar y a la gente que lo habitaba y empezó a mostrarse más abierta y amable con todos. En cuanto Mayette cogió confianza, todos en la casa Malfoy empezaron a pasarlo mejor. Incluso el señor Malfoy accedió a jugar en una especie de partido improvisado de quidditch con ellos.

Finalmente llegó el día de la fiesta de navidad. Mayette tuvo que prepararse desde las seis de la tarde para estar lista a la hora. Pero valió la pena. Gracias a la señora Malfoy, que defendía que las niñas no tenían que vestirse como señora de treinta y cinco años, no tuvo que vestir nada con demasiado escote ni llevar tacones, y finalmente ni siquiera tuvo que ponerse maquillaje. La mujer le dejó un vestido que, decía había sido de su hermana Bellatrix, aunque esta siempre lo había odiado, especialmente cuando tenían once años y la obligaban a usarlo.

A Mayette tampoco le gustaba, pero le dio las gracias a la señora Malfoy, ya que no tenían otra cosa que dejarle y ella misma no tenía un vestido para la ocasión. Para terminar de prepararla, Narcissa la peinó, trenzando parte de su cabello y dejando lo demás suelto, de manera que la chica estuvo lista para la hora de recibir a los invitados.

Mayette tenía una misión especial en aquella fiesta. Debía entregar al menos treinta pedidos distintos a distintos clientes. Tenía todos los frascos preparados y estaban en su monedero de piel de moke, que podía contener todo aquello que se le metiera dentro sin límites, y al mismo tiempo encogía cuando se acercaba un extraño.

Salvo los escasos ratos que pasó con sus amigos, ya que siempre los separaban por alguna u otra cosa, Mayette pasó la fiesta entregando estos encargos y haciéndose discretamente con las pagas. Al poco rato, estaba segura de haber ganado más de quinientos galeones. Las pociones se vendían a precio de oro, y los ricos amigos de los señores Malfoy tenían dinero con el que pagar, y estaban dispuestos a pagarlo.

—Me parece que estás ganando una fortuna, Weasley —dijo Draco Malfoy, arrastrando sus palabras como de costumbre.

—Lo suficiente como para comprarles la casa a mis padres —afirmó ella, sonriendo al tiempo que se volvía para quedar cara a cara con su amigo.

—Para eso llega con dos knuts.

—Recuerda que vivo allí —le dijo ella, seca.

—Tienes razón —asintió él—. Pero eres lo más valioso de esa casa. Quizá deberíamos robarte.

—No es secuestro si es voluntario, supongo —respondió ella.

Se separaron cuando los señores Malfoy llamaron a Draco para una foto familiar. Mayette se despidió de él con la mano durante unos instantes, antes de volverse de nuevo para recoger los beneficios de su último encargo de la velada. Luego decidió dar una vuelta por la sala para entretenerse.

Se encontró con Theo, que parecía algo desanimado. A su pregunta acerca de lo que le ocurría, el muchacho respondió señalando con la cabeza hacia el centro del salón, donde estaba ubicada la pista de baile. Allí se podía ver a Daphne, bailando con algún chico que ella desconocía. Al mismo tiempo, parecía estar riendo.

—No creo que él le guste, si es eso lo que te tiene tan desconsolado —le dijo la pelirroja—. No es muy guapo, y ya sabes cómo es Daphne. No se trata de que sea superficial, pero el aspecto siempre te hace ganar puntos. Además, la he visto reírse más contigo.

—Pero le ha concedido el primer baile a ese chico —dijo Nott, abatido.

—Bueno, tampoco será para tanto —respondió ella—. Hay muchas más chicas en este salón de baile a las que puedes llevar a la pista.

—Tienes razón —asintió él—. ¿Quieres bailar? —añadió.

Mayette no hablaba de sí misma cuando le dijo que había más chicas con las que podía bailar. No era ninguna indirecta, no pretendía darle pie a que la invitara. Aquello la tomó por sorpresa, pero el muchacho parecía tan abatido que no pudo decirle que no. Al menos, bailar le quitaría por un rato de la cabeza que Daphne no estaba con él, en el mejor de los casos.

"Es por esta clase de cosas —se dijo—, que los niños de nuestra edad no debemos interesarnos por el género contrario. Ni por el nuestro mismo, en realidad. Solo tenemos once años, el amor es un juego de mayores".

Theo le tendió la mano y ella la tomó. Él comenzó a bailar y ella se esforzó por seguirle. En realidad, no tuvo que esforzarse durante mucho rato. Era hija de todos los inmortales, aunque ella no lo sabía, eso incluía a la gracia y a la danza, así como a la belleza. No tardó mucho en cogerle el tranquillo, y se veía excepcionalmente dulce bailando con su amigo a ojos de los que los rodeaban.

Algunos pensaron que se trataba de un amor infantil, pero la muchacha se veía tan tierna que no hubo nadie, por malo que fuera, capaz de decir algo hiriente o falso sobre ellos. Mayette danzaba alrededor del salón con Theo, pero verdaderamente su mente no estaba allí. Pensaba en cómo había llegado hasta esa situación, cómo había conseguido en un solo trimestre llenar con unos mil quinientos galeones una cámara en Gringotts, cómo había conseguido amigos tan fantásticos. Todo eso lo había hecho ella, Mayette Weasley, a base de astucia y determinación.

Volvió de golpe a la realidad cuando la música paró y ellos detuvieron su movimiento con ella. Theo había quedado de nuevo frente a la chica, y ahora sonreía ampliamente, como si se hubiera olvidado de lo dolido que se sentía unos instantes antes. Mientras el chico no miraba Mayette aprovechó para acercarse a Daphne e indicarle que fuera con él. Pronto ambos estuvieron bailando juntos.

—Se te da bien jugar a las casamenteras —era la voz de Rhaegar, que estaba cerca de ella, con dos vasos en la mano. Le tendió uno—. Solo es zumo de calabaza —bufó, cuando ella miró la copa con desconfianza.

—Gracias —Mayette sonrió, tomando la copa de manos de su amigo.

A la mañana siguiente, Mayette despertó tarde. Aunque también se había acostado tarde, de manera que tenía una excusa, hasta cierto punto. Cuando se levantó para desayunar, se dio cuenta de que era la mañana de navidad. Sacó los regalos que había confeccionado (no conseguía deshacerse de la vieja costumbre Weasley de hacer regalos manuales) para los Malfoy de debajo de la cama y bajó cargada con ellos hasta el comedor de la casa, donde estaba la familia, aparentemente esperándola para abrir sus regalos.

Ella entregó a cada uno un paquete, y cada uno de ellos le entregó un paquete a ella. Vio los ojos de la señora Malfoy brillar de emoción cuando descubrió una pulsera hecha con distintas flores.

—Están encantadas para que no se marchiten —explicó.

A veces un simple gesto podía conmover un corazón, incluso un corazón de hielo como el que la gente suponía que eran los de los Malfoy. El señor Malfoy también parecía encantado con su regalo, que consistía en un jersey tal y como los hacía la señora Weasley. Sobre Draco, estaba contento con el pastel horneado por ella la tarde anterior. Con Rhaegar había apostado por algo más personal.

—Una Snitch —dijo él.

—Es la de nuestro primer partido —explicó ella, sonrojándose un poco—. Se le rompió un ala cuando cayó después de que la cogieras y está inservible. Se la pedí a la señora Hooch. Como iba a tirarla, no le importó que me la quedase. Le dije que la quería como recuerdo.

La chica había pasado una cadena por las oberturas donde estaban las alas de la Snitch y la había convertido en un colgante. Rhaegar le dedicó una preciosa sonrisa, mostrando los dientes, y se la puso al cuello. Luego le tocó a ella desenvolver los regalos.

Recibió un chivatoscopio, cortesía de Bill, montones de gominolas de los gemelos, Charlie un libro sobre dragones (una afición que siempre habían compartido), los señores Malfoy un giratiempo, que le pidieron que mantuviera en secreto, aunque decían que le sería útil, Rhaegar un libro sobre oclumancia y Draco una vuela pluma. Ron y Ginny, sin embargo, decidieron no mandarle nada, aunque ella sí que les había enviado regalos.

Después de aquello no sucedió nada notable, pues pasaron los días de manera repetitiva, tomando chocolate caliente en el interior de la mansión, a salvo del frío y de la lluvia de fuera, jugando al ajedrez, a los gobstones o a los naipes explosivos. Al finalizar las vacaciones, Mayette podía decir sin lugar a dudas que había pasado las mejores navidades de su vida.

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