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La Clase De Pociones

Mayette se obligó a levantarse pronto la mañana que iniciaban las clases, puesto que tenía que escribir tres cartas antes de desayunar. Se frotó los ojos y se obligó a pensar en lo que iba a escribirle a su madre detalladamente. Al fin y al cabo, a la señora Weasley le disgustarían las noticias que iba a transmitirle. Por precaución, no debería sonar demasiado complacida ni prepotente.

Se sentó en el escritorio junto a los sofás de cuero y sacó tres rollos de pergamino relativamente cortos. Tomó uno, lo colocó frente a sí y suspiró, pensando en lo mal que reaccionaría, sin lugar a dudas, su madre. Conocía a la señora Weasley lo bastante para saber que la molestaría que una hija suya hubiera acabado en Slytherin. Y sabía que tenía que andarse con pies de plomo mientras intentase congraciarla con la idea.

Su mano dejó de temblar cuando finalmente se decidió a hacer las cosas. Aspiró y expiró una última vez para calmarse y, con su florida caligrafía, comenzó a escribir:

"Querida Madre:

Seguramente ya habrás recibido estas noticias, y no sé cómo te tomarás saber que tu hija ha quedado en Slytherin. Yo solo quería decirte que... Bueno, que no tienes de qué preocuparte.

Es decir, que pese a lo que puedas pensar o a lo que te puedan decir, no he cambiado por estar en Slytherin. Sigo siendo la misma Mayette de siempre, la chica dulce que te hacía reír con sus bromas.

Yo solo te escribo porque... Porque no quiero que nada cambie. Pase lo que pase, sigo siendo tu hija. Soy la misma persona, y espero que me sigas tratando igual, porque yo no quiero cambiar ese trato cálido que siempre hemos tenido. Te quiero, mamá, a pesar de no ser una Gryffindor como mis hermanos".

Luego se propuso escribir a sus hermanos, Bill y Charlie. Uno estaba en Rumanía y el otro en Egipto. Miró en su cartera, porque iba a tener que pagar a las lechuzas que fueran a llevar las cartas. "Quizá tenga lo justo para enviarlas —pensó". Y volvió a empezar a escribir.

"Querido Bill:

Ya he pasado la Ceremonia de Selección, como supongo que sabrás. He quedado en Slytherin, aunque no sé cómo te lo vas a tomar. Estoy un poco reacia a confesarte todo lo que te voy a confesar, pero acordamos que siempre sería sincera con Charlie y contigo, así que te voy a contar toda la verdad.

Bill, temo la reacción que podáis tener todos vosotros por saber que he quedado en Slytherin. Quiero pensar que Charlie y tú os lo esperábais, porque siempre os dije claramente que esa era la casa en la que quería quedar.

Pero te voy a ser franca, los que más me preocupan son nuestros padres. No soy tonta, sé bien que este va a ser un duro golpe para ellos. No les gustará saber que hay una hija suya en la casa de la que salieron los magos tenebrosos contra los que papá tanto se empeña en luchar siempre.

Pero espero que, sabiendo todo esto, Charlie y tú me ofrezcáis el mismo apoyo y la misma confianza de siempre. Sobre todo porque Ron y los demás parecen habérselo tomado particularmente mal, como si fuera algo personal.

Quedo a la espera de tu respuesta.

May Weasley".

Como lo último que deseaba era ponerse a pensar y escribir otra carta, la chica simplemente escribió lo mismo para Charlie, pero cambiando el nombre de Bill por el de su otro hermano.

May era el apodo que Charlie y Bill usaban para ella. Nadie más podía llamarla así y lograr que ella respondiese al nombre. A pesar de ser la menor de los hermanos, salvo por Ginny, o quizá justo por eso, siempre había sido la favorita de Bill y Charlie, los mayores, que la habían cuidado como si fuera de porcelana cuando era pequeña. Acostumbraba a jugar con ellos en lugar de con su mellizo, y se interesaba por aquello que podían enseñarle.

Ellos eran los confidentes de la niña, y la niña la de ellos, pues aunque sabían bien que ella contaría sus secretos si lo consideraba conveniente, también sabían que era leal una vez que conseguías su confianza. Así que trabajaban juntos, como un equipo, y así había sido siempre. Tanto que Mayette les había confiado sus ilusiones. Y ellos las habían aceptado, y se habían callado las palabras que tan naturalmente hubieran soltado Ron o Ginny delante de su madre.

La chica se levantó, dispuesta a ir a sus clases.

***

Llegó la mañana del viernes, y Mayette se despertó puntualmente a las seis. Las clases comenzaban a las ocho, así que la mayoría de la gente aprovechaba para dormir más, pero no ella. A la chica le gustaba tener tiempo para darse una ducha de agua fría todas las mañanas, y después de esta utilizar su charla motivacional frente al espejo, mientras intentaba que su rebelde cabello, que se negaba por las mañanas a quedarse del color pelirrojo del que ella necesitaba que fuera, se quedase quieto en su sitio. Por eso se levantaba pronto.

Y ese día fue como los demás, al menos por la mañana. Sacó del armario una túnica limpia y la dejó colgada mientras se daba una ducha de alrededor de veinte minutos. Luego se secó, se vistió y se puso frente al espejo con el cepillo y el peine.

—Un día más ha llegado —se dijo—. Es un nuevo reto del que vas a salir airosa. Tú puedes. Eres una Slytherin astuta, poderosa y capaz. Así que adelante. Solo tienes que ser la mejor de la clase de nuevo. Mañana tendrás dos días de descanso.

Era un poco absurdo, pero pronunciar un discurso motivacional escaso como ese por la mañana mientras se peinaba le daba una cierta sensación de tranquilidad. Digamos que la ayudaba a sobrellevar un día rodeada de gente que muchas veces gritaba y molestaba de miles de maneras distintas. Y también la había ayudado a lidiar con sus hermanos durante esa semana. Fred y George habían aceptado bien y pronto que su hermanita era una Slytherin (motivo por el cuál ella les quería más que nunca) pero Percy y Ron seguían molestos por eso y la miraban mal cada vez que pasaba cerca de ellos.

Se sentó en su sitio habitual durante el desayuno. Ahora que habían pasado los primeros cinco días, parecía que sus compañeros la aceptaban mejor que antes, y empezaba a sentir la cálida sensación que deja siempre la amistad cuando se reunía con ellos. Hablaban entre susurros y comentaban sus progresos o qué era lo que más ganas tenían de estudiar, o se contaban confidencias sin importancia.

Pero aquel viernes, Mayette notó algo poco habitual. No le había llegado todavía respuesta a ninguna de sus cartas, a pesar de que la Madriguera no quedaba tan lejos. Pero aquella mañana, mientras estaba sentada con sus amigos, le llegó una carta de color rojo. Estaba fechada de aquella misma mañana, y la niña sabía bien lo que era.

Se levantó para salir del gran comedor antes de abrirla si eso le era posible, y Pansy y Daphne la acompañaron. Como era lógico, había tenido más tiempo para estar con las chicas y había intimado más con ellas. Por eso, las dos querían demostrar su apoyo a la nueva integrante de su grupo. Llegaron a fuera y la chica quiso esperar un poco más, alejarse para que no se escuchara en el gran comedor, pero fue en vano. La carta estalló, y el grito atronador de Molly Weasley se escuchó proyectado cien veces:

"¡MAYETTE SELENE WEASLEY! —gritó—. ¿CÓMO TE ATREVES A DESHONRAR EL NOMBRE DE NUESTRA FAMILIA? ¡Y YO QUE PENSABA, POR TU CARTA, QUE ESTABAS ARREPENTIDA DE LA VERGÜENZA QUE PASAMOS POR TU CULPA! ¿CREÍAS QUE NO ME ENTERARÍA DE LO FELIZ QUE ERES EN SLYTHERIN? ESCÚCHAME BIEN, PEQUEÑA Y ASQUEROSA SABANDIJA, TÚ NO ERES DIGNA DE SER HIJA NUESTRA. ¡SI TE ATREVES A INTENTAR OPACAR A ALGUNO DE TUS HERMANOS, TE TRAERÉ DIRECTA A LA MADRIGUERA! ¡Y NO CREAS QUE VOLVEREMOS A SER INDULGENTES!"

Dicho esto, la carta se hizo pedazos. Mayette, que se había quedado estática, como paralizada, mientras la voz de su madre le gritaba, recuperó de pronto el color en el rostro. Una mirada desafiante suplantó a los ojos llorosos que hasta ese momento habían visto sus compañeras.

—¿Con que esas tenemos? ¿Eh? —dijo, y parecía furiosa—. Bien, madre, no necesito vuestra indulgencia. Yo os demostraré quién es la que tiene que ser indulgente. ¿Qué clase nos toca ahora? —preguntó.

—Pociones dobles con los de Gryffindor —respondió Pansy.

—Bien —dijo Mayette, mientras recogía los pedazos de carta y se los guardaba en el bolsillo—. Porque tengo que comprobar cuanta verdad hay en las palabras de mi madre.

Y sin decir nada más, olvidándose del desayuno, Mayette empezó a andar en dirección al aula de pociones, en las mazmorras. Una sonrisa de autosuficiencia se había instalado en su bello y pecoso rostro, y sus ojos de todos los colores brillaban de furia y de diversión al mismo tiempo. Su madre no tenía idea de a quién había desafiado, pero lo sabría. Quizá no ese año, ni el siguiente, pero sabría el error que había cometido.

Fue la primera en llegar a la clase. Esta estaba vacía, y la chica fue hasta primera fila y colocó sus cosas. Mirando el reloj, se dio cuenta de que todavía faltaba media hora para el comienzo de la clase. Decidió dar una vuelta por el aula, y se paró frente a una pizarra que contenía cuidadosas explicaciones sobre como hacer una poción. En teoría, era una clase para los de segundo año. La chica miró con atención las instrucciones.

"Solución Agrandadora" decía el título. La niña se fijó en que todos esos materiales se pedían a los alumnos de primero. "No debe de ser tan difícil —pensó—. En realidad, suena bastante sencilla. Y aquí dice que se puede hacer en unos veinticinco minutos".

La chica comenzó a seguir las instrucciones. Como decía la pizarra, echó en el mortero dos cucharadas de ortigas secas y tres ojos de pez globo, para machacarlos después hasta obtener un polvo no muy fino y echó dos porciones de la mezcla en su caldero. Concentrada en su trabajo, que le resultaba entretenido, no se daba cuenta de que alguien la miraba expectante. El profesor de pociones Severus Snape jamás había tenido un alumno así, y la observaba a la espera de algún fallo de su parte.

Pero la niña estaba concentrada. Calentó el caldero hasta ponerlo a temperatura media y esperó durante veinte segundos, como decía en la pizarra, y luego hizo el movimiento de varita indicado. Volvió a guardar la varita en su bolsillo y dejó al fuego la mezcla durante los veinte minutos estipulados. Sabía que le quedaba poco tiempo, pero decidió tomarse con calma también la segunda parte de la poción.

Echó un brazo de murciélago al caldero y lo removió cuatro veces en sentido contrario a las agujas del reloj. Luego lo calentó a fuego lento durante treinta segundos más e hizo el movimiento de varita correspondiente para finalizarlo. Cuando terminó, miro la poción orgullosa de sí misma. Pero eso no duró mucho, ya que escuchó detrás de sí unos aplausos lentos, ligeramente despectivos. Se dio la vuelta para encontrarse al profesor de pociones tras de sí.

—¡Profesor! —exclamó, sorprendida y algo azorada porque la hubieran pillado—. ¿Cuánto tiempo lleva usted aquí?

—Todo —respondió él—. Estaba en mi armario personal, buscando un par de ingredientes cuando he escuchado unos ruidos. La he visto tan concentrada que no he querido interrumpir su trabajo. ¿Me permite? —y señaló hacia el caldero.

Ella asintió, mientras se apartaba. Se había quedado sin habla, y estaba blanca como la tiza mientras el profesor examinaba su poción. El adulto se acercó al caldero, con aire experto. Snape era un gran pocionista, no un cualquiera en el arte de hacer pociones, pero incluso a él le sorprendió lo perfecta que le había salido a la pelirroja la poción que sus alumnos de segundo no podían llevar acabo ni siquiera después de ver la demostración.

—Lo siento mucho, profesor —dijo la niña—. No deseaba molestarle, pero llegué antes de tiempo porque siento mucha curiosidad por la asignatura y encontré las anotaciones. Sabía que tenía los ingredientes, y quise probar si podía hacerlo. No parecía tan difícil, solo había que hacer exactamente lo que ponía en la pizarra, y pensé que sería capaz.

—Está perfecta —la felicitó el adulto, tranqulizándola—. Diez puntos para Slytherin, señorita Weasley.

—Muchas gracias, profesor.

—Ahora guarde la poción y limpie sus cosas —ordenó Snape—. La clase ya debería haber empezado.

Los demás alumnos de Slytherin llegaron en ese momento, y los de Gryffindor tampoco tardaron en llegar. Mayette notó la desagradable sonrisa de superioridad que le dedicaba su hermano. Estaba segura de que era porque todos habían escuchado lo que le gritaba la carta de su madre. Si no fuera por aquella maldita howler... Pero no importaba, porque ella le enseñaría pero bien cómo se supone que debe uno comportarse con su hermana.

—Vosotros estáis aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones —comenzó. Hablaba casi en un susurro, pero se le entendía todo. Como la profesora McGonagall, Snape tenía el don de mantener a la clase en silencio, sin ningún esfuerzo—. Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de vosotros dudaréis que esto sea magia. No espero que lleguéis a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos... Puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte... si sois algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.

Mayette no era ningún alcornoque, pero como estaba segura de que aquello no la incluía, permaneció callada y esperó instrucciones del profesor. Mas él se volvió hacia Potter repentinamente.

—¡Potter! —dijo Snape—. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?

—No lo sé, señor —contestó Harry.

Los labios de Snape se curvaron en un gesto burlón.

—Bah, bah... es evidente que la fama no lo es todo.

No hizo caso de la mano de Hermione.

—Vamos a intentarlo de nuevo, Potter. ¿Dónde buscarías si te digo que me encuentres un bezoar?

—No lo sé, señor.

—Parece que no has abierto ni un libro antes de venir. ¿No es así, Potter?

—¿Cuál es la diferencia, Potter, entre acónito y luparia?

—No lo sé —dijo Harry con calma—. Pero creo que Hermione lo sabe. ¿Por qué no se lo pregunta a ella?

Unos pocos rieron. Harry captó la mirada de Seamus, que le guiñó un ojo. Snape, sin embargo, no estaba complacido.

—Siéntate —gritó a Hermione.

Ese fue el momento en que Mayette aprovechó para levantar tímidamente la mano. El profesor se volvió hacia ella, y después de sopesarlo durante un momento, dijo:

—¿Sí, señorita Weasley?

—Las respuestas a sus preguntas —dijo ella—. Asfódelo y ajenjo producen una infusión de dormir muy poderosa, tanto que se conoce como filtro de muertos en vida. Sobre el bezoar, es una piedra que se encuentra en el estómago de una cabra y puede salvarte de casi cualquier veneno. Acónito y luparia son la misma planta.

—Correcto —asintió Snape—. Diez puntos para Slytherin, ¡apuntadlo todos!

Se produjo un súbito movimiento de plumas y pergaminos. Por encima del ruido, Snape dijo:

—Y se le restará un punto a la casa Gryffindor por tu descaro, Potter.

Luego el profesor los puso a hacer una poción. Mayette seguía eficientemente las instrucciones, emparejada con Rhaegar, que la miraba como embrujado, cuando no tenía algo concreto que hacer. Tenían que prepararla según "Filtros y Pociones mágicos" así que hicieron lo siguiente:

Rhaegar se encargó de añadir seis colmillos de serpiente al mortero y los molió hasta que quedó un polvo fino. Luego Mayette se encargó de poner cuatro medidas de colmillo triturado en el caldero. Lo calentaron durante diez segundos a 250º y luego Rhaegar agitó su varita para después dejarlo cocer durante unos treinta y cuatro minutos.

Mientras eso sucedía, prepararon el resto de ingredientes. Rhaegar encontró en el cajón de alumnos las babosas cornudas y Mayette se encargó de las púas de puercoespín. Cuando terminó de cocerse, añadieron primero las babosas y luego las púas, como decía el libro, y Mayette removió cinco veces en el sentido de las agujas del reloj. Por último, Rhaegar agitó la varita y la poción quedó terminada.

Snape pasó por allí en ese preciso momento. Los felicitó, sumó cinco puntos a la casa Slytherin y se fue a ver qué podía encontrar para criticar entre el resto de alumnos. Mayette lo siguió durante unos instantes con la mirada, antes de volverse hacia Rhaegar con una sonrisa.

—Lo hemos conseguido, Alex —le dijo, sonriendo.

—Sí —asintió él—. Así es.

En ese preciso momento, multitud de nubes de un ácido humo verde y un fuerte silbido llenaron la mazmorra. De alguna forma, Neville se las había ingeniado para convertir el caldero de Seamus en un engrudo hirviente que se derramaba sobre el suelo, quemando y haciendo agujeros en los zapatos de los alumnos. En segundos, toda la clase estaba subida a sus taburetes, mientras que Neville, que se había empapado en la poción al volcarse sobre él el caldero, gemía de dolor; por sus brazos y piernas aparecían pústulas rojas.

—¡Chico idiota! —dijo Snape con enfado, haciendo desaparecer la poción con un movimiento de su varita—. Supongo que añadiste las púas de erizo antes de sacar el caldero del fuego, ¿no?

Neville lloriqueaba, mientras las pústulas comenzaban a aparecer en su nariz.

—Llévelo a la enfermería —ordenó Snape a Seamus. Luego se acercó a Harry y Ron, que habían estado trabajando cerca de Neville.

—Tú, Harry Potter. ¿Por qué no le dijiste que no pusiera las púas? Pensaste que si se equivocaba quedarías bien, ¿no es cierto? Éste es otro punto que pierdes para Gryffindor.

Aquello era tan injusto que Harry abrió la boca para discutir, pero Ron le dio una patada por debajo del caldero.

—No lo provoques —murmuró—. He oído decir que Snape puede ser muy desagradable.

Mayette, desde su sitio privilegiado casi al otro lado de la sala, se sonrió a sí misma mirando hacia allí. Donde las dan las toman, y la sonrisa que su hermano lucía al dirigirse a ella al inicio de la clase, ahora había cambiado por una mueca de amargura, mientras que la mueca de amargura de ella se había transformado en una sonrisa. Así que, al menos ese asalto, lo había ganado ella.

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