El Hombre de las Dos Caras
—¡Usted! —exclamó alguien. Era la voz de Harry.
Mayette y Rhaegar se miraron. El chico estaba justo junto a ellos, y eso ocasionó que el profesor los descubriera a los tres. La chica a punto estuvo de cambiar de parecer y lanzarse sobre aquel estúpido. Ni siquiera aquella voz en su cabeza, que estaba convencida de que tenía razón más veces que ella, podría haberla convencido y salvar a Potter de una paliza. Pero fue otra cosa la que la detuvo. Las cuerdas que de inmediato la ataron a ambos chicos.
—¡Imbécil! —chilló, y no estaba muy segura de si a Potter o al profesor. Se volvió hacia Quirrel, girando el cuello hasta que le dolió—. ¡Suéltame! ¡Suéltame y yo lo mataré por ti!
—Maye, tranquila —Rhaegar suspiró—. No debemos apresurarnos. Nos han atado a Potter y soy al que menos le gusta. Pero todavía no está claro qué bando será el ganador.
—¿El ganador? —preguntó Potter.
—Somos Slytherin —asintió Mayette, con tono obvio—. Vamos siempre en socorro del vencedor, Salazar no quiera que nos pillen en un bando que está acabado.
Potter no contestó, sino que se volvió hacia el profesor Quirrel, que los miraba a los tres con curiosidad. Era evidente que esperaba a Potter, pero los otros dos parecían ser ajenos a todo lo que no fuese conveniente para ellos, como buenos Slytherin. Y si tenían dos dedos de frente, deberían saber bien que enfrentarse a un profesor no lo era.
—Pero yo pensé... Snape... —tartamudeó Harry.
—¿Severus? —Quirrell rió, y no fue con su habitual sonido tembloroso y entrecortado, sino con una risa fría y aguda—. Sí, Severus parecía ser el indicado, ¿no? Fue muy útil tenerlo dando vueltas como un murciélago enorme. Al lado de él ¿quién iba a sospechar del po-pobre tar-tamudo p-profesor Quirrell?
—¡Pero Snape trató de matarme!
—No, no, no. Yo traté de matarte. Tu amiga, la señorita Granger, accidentalmente me atropelló cuando corría a prenderle fuego a Snape, en ese partido de quidditch. Y rompió el contacto visual que yo tenía contigo. Unos segundos más y te habría hecho caer de esa escoba. Y ya lo habría conseguido, si Snape no hubiera estado murmurando un contramaleficio, tratando de salvarte.
—¿Snape trataba de salvarme a mí?
—Por supuesto —dijo fríamente Quirrell—. ¿Por qué crees que quiso ser árbitro en el siguiente partido? Estaba tratando de asegurarse de que yo no pudiera hacerlo otra vez. Gracioso, en realidad... no necesitaba molestarse. No podía hacer nada con Dumbledore mirando. Todos los otros profesores creyeron que Snape trataba de impedir que Gryffindor ganase, se ha hecho muy impopular... Y qué pérdida de tiempo cuando, después de todo eso, voy a matarte esta noche.
—Oye, no es por nada —dijo Mayette, aclarándose la garganta—. Yo solo lo menciono pero, ¿de verdad crees que Voldemort recompensará tu trabajo? Quiero decir, él es un Slytherin, no es como esos estúpidos Gryffindor que creen en el honor y toda la demás parafernalia. Te lo digo como alguien que haría lo mismo que el Señor Tenebroso, ese hombre te dejará morir en cuanto dejes de serle útil.
El profesor decidió pasar por alto su comentario. Enfurecida, la pelirroja dedicó un instante a desear que algo cayera sobre su terca sesera y lo hiciese entrar en razón. Como si alguien en el cielo, o tal vez en el infierno, estuviera decidido a cumplir sus deseos, una piedra se desprendió del techo y cayó sobre la cabeza del hombre. No era muy grande, pero bastó para que Quirrel maldijese y chillase de dolor.
Cuando se recuperó, se dirigió a Potter con evidente molestia.
—Eres demasiado molesto para vivir, Potter. Deslizándote por el colegio, como en Halloween, porque me descubriste cuando iba a ver qué era lo que vigilaba la Piedra.
—¿Usted fue el que dejó entrar al trol?
—Claro. Yo tengo un don especial con esos monstruos. ¿No viste lo que le hice al que estaba en la otra habitación? Desgraciadamente, cuando todos andaban corriendo por ahí para buscarte, Snape, que ya sospechaba de mí, fue directamente al tercer piso para ganarme de mano, y no sólo hizo que mi monstruo no pudiera matarte, sino que ese perro de tres cabezas no mordió la pierna de Snape de la manera en que debería haberlo hecho...
Hizo una pausa:
—Ahora, espera tranquilo, Potter. Necesito examinar este interesante espejo.
—Si quiere encontrar la piedra, le aseguro que no podrá hacerlo —informó Rhaegar—. Conociendo al viejo loco que dirige este colegio, seguro que habrá hecho algo del estilo "solo aquel que desee la piedra para no utilizarla podrá conseguirla" o algo así. Y usted, profesor, quiere usarla —en un intento por distraerlo y conservar un rato más su vida (quizá Dumbledore se diera prisa en volver) el muchacho continuó hablando—. Yo, personalmente, no le veo el sentido a desear algo que no vas a utilizar. Si quieres algo, será para hacer alguna cosa con ello, para lograr algún fin mayor. A no ser que ese mismo sea el fin, pero dudo mucho que la piedra filosofal sea realmente el fin de nadie. Solo es el medio, supongo, la manera de alcanzar lo que la gente quiere siempre: riqueza e inmortalidad. Si me preguntas a mí...
—¡Cállate, Malfoy! —chilló el profesor, en un tono agudo por la ira—. ¡No dejas que me concentre.
—Creo que ese era el objetivo —murmuró Mayette.
Comprendiendo (o creyendo comprender) el plan de los Slytherin, Harry se apresuró a intentar continuar distrayendo al profesor.
—Los vi a usted y a Snape en el bosque... —dijo de golpe.
—Sí —dijo Quirrell, sin darle importancia, paseando alrededor del espejo para ver la parte posterior—. Me estaba siguiendo, tratando de averiguar hasta dónde había llegado. Siempre había sospechado de mí. Trató de asustarme... Como si pudiera, cuando yo tengo a lord Voldemort de mi lado...
Quirrell salió de detrás del espejo y se miró en él con enfado. Mayette dejó escapar una risita ante la imagen frente a sí. El profesor jamás había sido atractivo, y era francamente cómico ver su gesto de enfado, frunciendo los labios casi como si esperase un beso.
—Veo la Piedra... se la presento a mi maestro... pero ¿dónde está?
Harry luchó con las sogas que lo ataban, pero no se aflojaron. Tenía que evitar que Quirrell centrara toda su atención en el espejo. Los Slytherin de inmediato se movieron también, pero con intención de detenerle. Si se desataban, Quirrel terminaría acabando con sus vidas, y necesitarían seguir vivos para poder derrotarlo. Ya habían escogido bando, a instancias de la voz en la cabeza de Mayette (cuyos argumentos ésta había utilizado para convencer a Rhaegar).
—Pero Snape siempre pareció odiarme mucho —continuó Potter.
—Oh, sí —dijo Quirrell, con aire casual—, claro que sí. Estaba en Hogwarts con tu padre, ¿no lo sabías? Se detestaban. Pero nunca quiso que estuvieras muerto.
—Pero hace unos días yo lo oí a usted, llorando... Pensé que Snape lo estaba amenazando...
Por primera vez, un espasmo de miedo cruzó el rostro de Quirrell.
—Algunas veces —dijo— me resulta difícil seguir las instrucciones de mi maestro... Él es un gran mago y yo soy débil...
—¿Quiere decir que él estaba en el aula con usted? —preguntó Harry.
—Él está conmigo dondequiera que vaya —dijo con calma Quirrell—. Lo conocí cuando viajaba por el mundo. Yo era un joven tonto, lleno de ridículas ideas sobre el mal y el bien. Lord Voldemort me demostró lo equivocado que estaba. No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas demasiado débiles para buscarlo... Desde entonces le he servido fielmente, aunque muchas veces le he fallado. Tuvo que ser muy severo conmigo. — Quirrell se estremeció súbitamente—. No perdona fácilmente los errores. Cuando fracasé en robar esa Piedra de Gringotts, se disgustó mucho. Me castigó... decidió que tenía que vigilarme muy de cerca...
—Por favor, que no sea lo que estoy pensando —suplicó Mayette.
Quirrell maldijo entre dientes.
—No comprendo... ¿La Piedra está dentro del espejo? ¿Tengo que romperlo?
Mayette llevó una mano a su frente. La voz en su cabeza suspiró.
"Escucha bien, deja que Potter se acerque al espejo —ordenó Tom—. Y deja de llamarme "La Voz". Sabes bien mi nombre. Espera, que me estoy yendo por las ramas. ¿Por donde iba? Sí, tienes que conseguir que Potter esté frente al espejo. Él encontrará la piedra y entonces podremos hacernos con ella. Te vendrá bien tenerla a buen recaudo, y quizá puedas darle un buen uso".
—¿Qué hace este espejo? ¿Cómo funciona? ¡Ayúdame, Maestro!
Y, para el horror de Harry, una voz le respondió, una voz que parecía salir del mismo Quirrell. Mayette se estremeció. Rhaegar le tomó la mano, único gesto de apoyo que Potter no podría detectar.
—Utiliza al muchacho... Utiliza al muchacho... —la voz hizo que a Mayette le temblaran hasta los huesos.
La niña jamás se había enfrentado a un adulto, y era consciente de que, en principio, Voldemort era la persona más aterradora en el mundo mágico. Pero no era realmente él el que la hacía temblar, ni la conciencia de que podría matarla en cualquier momento. Mayette no temía a la muerte. En realidad, había pocas cosas que realmente temiera, salvo no poder cumplir sus ambiciones.
La hacía temblar el hecho de pensar que podría morir atada a alguien a quien despreciaba tanto como a Potter. La hacía temblar la certeza de que jamás llegaría a ser una bruja tan grande que, si se decantase por el lado del mal, incluso el mismo Voldemort que ahora nadie se atrevía a nombrar quedaría como un lacayo. Mayette Weasley no temblaba por las mismas razones que los magos normales. Porque se consideraba a otro nivel, y demostraba estarlo siempre que podía.
Quirrell se volvió hacia Harry.
—Sí... Potter... ven aquí.
Hizo sonar las manos una vez y las sogas cayeron. Harry se puso lentamente de pie. El encantamiento liberó también a Mayette y a Rhaegar, que se quedaron atrás, observando la escena, esperando su turno de actuar como pensasen conveniente. Mayette trataba de obligarse a parar de temblar, pero el frío tampoco ayudaba, mientras el chico miraba con seriedad a Quirrel, frunciendo el ceño, como si fuese tan solo un imbécil que intentaba enfrentarse a alguien demasiado fuerte para él.
—Ven aquí —repitió Quirrell—. Mira en el espejo y dime lo que ves.
Harry se aproximó.
Mayette fue la primera en notar el bulto en el bolsillo de Potter. Sonrió para sí misma. Aquel alcornoque había conseguido la piedra. Ahora solo quedaba la parte más difícil: quitarse de en medio a Quirrel, y con él a Voldemort, y arrebatarle la piedra filosofal. Que al fin y al cabo, ella podría utilizar muy bien en beneficio propio.
—¿Bien? —dijo Quirrell con impaciencia—. ¿Qué es lo que ves?
Harry, haciendo de tripas corazón, contestó:
—Me veo con Dumbledore, estrechándonos las manos —inventó—. Yo... he ganado la Copa de las Casas para Gryffindor.
Quirrell maldijo otra vez.
—Quítate de ahí —dijo.
Cuando Harry se hizo a un lado, sintió la Piedra Filosofal contra su pierna. ¿Se atrevería a escapar? Pero no había dado cinco pasos cuando una voz aguda habló, aunque Quirrell no movía los labios. Mayette maldijo en voz baja. Se olvidaba la posibilidad de que su rival fuera un legeremante. Sería muy difícil luchar contra él así.
—Él miente... él miente...
—¡Potter, vuelve aquí! —gritó Quirrell—. ¡Dime la verdad! ¿Qué es lo que has visto?
La voz aguda se oyó otra vez.
—Déjame hablar con él... cara a cara...
—¡Maestro, no está lo bastante fuerte todavía!
—Tengo fuerza suficiente... para esto.
Mayette miró horrorizada hacia el rostro en la parte posterior de la cabeza de Quirrel, una vez que éste se deshizo de su habitual turbante. Ésta parecía inhumanamente pequeña sin aquel enorme trozo de tela cubriéndola. Y lo que había dejado al descubierto el turbante era francamente digno de ser ocultado. Una cara, tan pálida que era inhumana, carente de nariz salvo por dos conductos similares a los de las serpientes y con ojos rojizos. Aquello era lo que había en la cabeza del profesor.
Rhaegar se aferró al brazo de Mayette. Como su hijo de confianza, Lucius Malfoy le había contado a él mucho más que a Draco acerca del Señor Tenebroso y el tiempo durante el que le sirvió. Rhaegar comprendía, por tanto, mucho más que la mayoría de la gente sobre los horrores que aquel hombre podía causar, sobre su falta de piedad. Comprendía también que inspiraba más miedo a muchos de sus seguidores que a los que estaban en su contra. Y él mismo tenía miedo, no por lo que pudiera sucederle a él, sino porque si sabía quién era su padre, podría tomarla contra su familia.
—Harry Potter... —susurró.
Harry trató de retroceder, pero sus piernas no le respondían. Por poco cayó sobre Mayette en su intento, pero la chica lo empujó violentamente hacia otra parte. Tenía bastante con sus encontrados sentimientos de horror y diversión. Porque, a su juicio, Lord Voldemort estaba en absoluta decadencia.
—¿Ves en lo que me he convertido? —dijo la cara—. No más que en sombra y quimera... Tengo forma sólo cuando puedo compartir el cuerpo de otro... Pero siempre ha habido seres deseosos de dejarme entrar en sus corazones y en sus mentes... La sangre de unicornio me ha dado fuerza en estas semanas pasadas... tú viste al leal Quirrell bebiéndola para mí en el bosque... y una vez que tenga el Elixir de la Vida seré capaz de crear un cuerpo para mí... Ahora... ¿por qué no me entregas la Piedra que tienes en el bolsillo?
—No seas tonto —se burló el rostro—. Mejor que salves tu propia vida y te unas a mí... o tendrás el mismo final que tus padres... Murieron pidiéndome misericordia...
—¡MENTIRA! —gritó de pronto Harry. Quirrell andaba hacia atrás, para que Voldemort pudiera mirarlo. La cara maligna sonreía.
—Qué conmovedor —dijo—. Siempre consideré la valentía... Sí, muchacho, tus padres eran valientes... Maté primero a tu padre y luchó con valor... Pero tu madre no tenía que morir... ella trataba de protegerte... Ahora, dame esa Piedra, a menos que quieras que tu madre haya muerto en vano.
—La valentía es el refugio de los estúpidos y los imprudentes —gruñó Mayette, molesta—. Después de cometer una locura, solo les queda ser valientes y afrontar las consecuencias.
Pero nadie la escuchó, pues sus palabras fueron ahogadas por el grito de Harry:
—¡NUNCA!
El muchacho se movió hacia la puerta en llamas y Voldemort gritó para que Quirrel lo alcanzara. Mayette y Rhaegar solo se movieron un poco en dirección a la pared más cercana. En el enfrentamiento de tan viejos enemigos, pasaban relativamente desapercibidos, a pesar del rostro malévolo que tenía la vista fija en ellos.
—¡ATRÁPALO! ¡Atrápalo! —rugía otra vez Voldemort, y Quirrell arremetió contra Harry, haciéndolo caer al suelo y apretándole el cuello con las dos manos... La cicatriz de Harry casi lo enceguecía de dolor y, sin embargo, pudo ver a Quirrell chillando desesperado.
—Maestro, no puedo sujetarlo... ¡Mis manos... mis manos!
—¡Entonces mátalo, idiota, y termina de una vez! —exclamó Voldemort.
Quirrell levantó la mano para lanzar un maleficio mortal, pero Harry, instintivamente, se incorporó y se aferró a la cara de Quirrell. Mayette escuchó horrorizada el chillido agudo del profesor, que inundó la sala, perforando los tímpanos de los presentes. Unos segundos después, vieron una especie de halo blanco salir del cuerpo del hombre, y reconocieron a Voldemort.
—Volverá —suspiró Mayette—. Tiene muchos lacayos, solo tiene que buscar a uno de ellos.
Luego, la niña se levantó del suelo, donde había quedado sentada casi sin darse cuenta, y avanzó hasta Potter. Rhaegar también se acercó. Justo acababa la niña de meterse la piedra filosofal en el bolsillo cuando entró Dumbledore al lugar.
Mayette se apresuró a iniciar una actuación apresurada, aunque era consciente de que aquello no engañaría al profesor.
—¡Harry! —gritó—. ¡Oh, Harry! ¡Por favor, no te mueras! ¡Eres tan valiente que me das fuerzas! No sabría que hacer si le pasase algo, profesor. Por favor, ¡hay que llevarlo a la enfermería!...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro