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El Andén 9 y 3/4

Mayette Weasley había crecido mucho, y en varios sentidos, desde que naciese. Había cumplido hacía no mucho los once años, y ahora era una mujercita en pleno crecimiento, con muchas y variadas ideas. Se había vuelto astuta, calculadora, fría y algo lacónica con la gente que la desagradaba. Tenía varias facetas, su carácter resultaba incomprensible para la gran mayoría de su familia. Sus hermanos más mayores, solían decir que era una mezcla perfecta de todas las casa de Hogwarts... Y no se equivocaban.

Pero Mayette lo tenía todo muy claro, quizá demasiado claro. Nada le importaban las tradiciones de su familia: su deseo era ir a la casa Slytherin. Y pensaba conseguirlo. Era decidida y sabía diferenciar cuando valía la pena actuar y cuando no, y poseía cierta carisma y un modo de pensar (en su beneficio) que le asemejaba a lo que se buscaba en Slytherin. Además, era sangre pura. La niña pensaba que tenía todas las papeletas.

Suspirando, miró a su alrededor. Todo atestado de muggles. Se alejó rápidamente de un señor que por poco la empujó y lo miró con tanta ira que temió que pudiese hacer magia sin querer. Pero nada le sucedió al hombre, y Mayette se volvió a mirar a su mascota. Luego recordó que no poseía ninguna, ya que Ron había heredado a Scabbers y no tenían ningún otro animal.

La chica suspiró de nuevo, sintiéndose desdichada. "No seré feliz hasta que no compruebe que soy una Slytherin —se dijo—. Tengo que empezar por ahí, y luego podré seguir poquito a poco, labrándome un camino. Al fin y al cabo, algo se me tiene que dar lo bastante bien como para conseguir algo de dinero, al menos el suficiente para comprar una mascota".

Sintió sobre ella una mirada. Se volvió para encontrarse con un niño de pelo oscuro, muy delgaducho. Mayette llevaba ropa de mago, aunque no fuera una túnica, y pensó que habría atraído la atención de un muggle, cuando el chico se le acercó tímidamente. Se contuvo de hacer una mueca de desagrado.

—Disculpa —le dijo el muchacho—. ¿No sabrías donde se coje el andén 9 y ¾?

—¿Nacido de muggles? —preguntó ella, chasqueando la lengua—. Solo tienes que pasar por la pared.

Y acto seguido echó a correr y pasó por la barrera entre los andenes 9 y 10, desapareciendo al instante. Mayette frenó cuando se encontró en la plataforma mágica. El tren no tardaría mucho en salir, así que llamó la atención de Fred y George, que la ayudaron a subir su maleta.

—Adiós, mamá —se despidió, y subió al tren.

Si había algo que odiaba Mayette eran las despedidas. No le gustaban las desagradables lágrimas que se le amontonaban en los ojos cuando había que separarse de un ser querido. Eran innecesarias, y hacía falta demasiado tiempo para ellas, tiempo que ella podía utilizar en otras cosas más productivas. Como, en este caso, encontrar un compartimento que no estuviera lleno a rebosar de estudiantes.

Fue segundo vagón empezando desde la locomotora. Allí encontró unos cuantos compartimentos llenos de gente con el uniforme de Slytherin. Pasó por ellos hasta llegar a uno en el que había un muchacho solitario. Llamó a la puerta y luego la corrió hacia un lado para poder entrar.

Sucedió casi en un instante. Una energía extraña, ajena, los fulminó a ambos, recorriendo sus cuerpos como si mil hormigas andasen por sus venas. Una sola mirada bastó para que ambos dejasen de respirar. Pero el embrujo duró solo un instante, y después del enorme sentimiento inicial, ambos se relajaron. Con las mejillas todavía sonrosadas, al igual que las de él, Mayette preguntó:

—¿Está libre?

—Va a venir más gente —dijo él—. Pero por mí no hay inconveniente en que tomes asiento.

—Gracias —respondió la chica—. Todo lo demás está lleno, y no quiero buscar asiento con los Gryffindor o los que quieren formar parte de esa casa. Por desgracia, todos mis hermanos pertenecen a la casa de los leones.

—¿Tus hermanos? —preguntó él, curioso.

—Mayette Weasley —se presentó ella—. Es un placer.

—Rhaegar Malfoy —respondió él, con el ceño fruncido y un tono de cautela.

Se miraron a los ojos una vez más, quizá esperando sentir la electricidad de la primera vez, pero nada sucedió. Después de un rato, ambos apartaron la mirada, algo avergonzados. Nada más presentarse, habían comprendido que ningún tipo de amistad sería posible entre ellos. Tanto los padres de él como los de ella lo desaprobarían profundamente. Aunque quizá, si Mayette conseguía sus propósitos...

Pero era absurdo pensarlo. Su relación sería inexistente, estaba vetada para ellos por algo que no podían controlar. Y por alguna razón que le resultaba incomprensible, la niña sintió un dolor agudo en el pecho, como si le hubieran arrancado parte del corazón. Como si la amistad que nunca había llegado a existir le dejase un vacío al eliminarse la esperanza de que la hubiera.

—¿En qué casa te gustaría quedar? —preguntó, solo para deshacerse del incómodo silencio que pesaba entre ambos.

—Slytherin, por supuesto —respondió él, mirándola por tercera vez de arriba a abajo—. Y supongo que a ti te gustará ser una Gryffindor.

—¡No! —chilló ella. Luego, azorada, continuó hablando—. No, en realidad... También me gustaría quedar en Slytherin, y lo he estado pensando mucho. El valor y la lealtad por el mero hecho de ser valientes y leales me resultan absurdos. Yo pienso que deberían ser herramientas para lograr un fin, no normas.

—Pero toda tu familia ha sido siempre de Gryffindor —objetó él, cauteloso.

—Bueno, todos los Black fueron siempre de Slytherin y Sirius Black fue un Gryffindor —respondió ella—. No creo que esa sea una elección de nuestra familia, sino nuestra. Y yo sé que no sería una buena Gryffindor.

—Pero eres valerosa —objetó Rhaegar nuevamente—. Has tenido el valor de exponer tus opiniones aquí de pies, en voz alta, como si nada.

—No creo que eso sea valor, la verdad. Pero piensa lo que quieras, me importa poco.

—Lo siento —se disculpó el muchacho—. No quiero molestarte, he sentido algo muy fuerte aún no logro identificar cuando te he visto —se sinceró—. Pero mis padres jamás aprobarían mi amistad con una Gryffindor.

—No tienen que hacerlo. Yo jamás quedaría en la casa del león, si puedo evitarlo —expresó Mayette, con convencimiento—. No se trata de algo contra mi familia, o contra la casa en sí, la verdad. Solo es esa sensación de que jamás encajaría, porque no estoy dispuesta a ser leal a gente si eso no me beneficia, porque no me gusta ser tan confiada como lo son ellos para con aquellos que están fuera. Sí, expreso mis opiniones, pero realmente intento evitar dar mi información personal.

—Solo muestras la superficie de un lago, o la punta de un iceberg. El mundo se pierde lo que hay en la profundidad de tu mente y de tu alma, porque no quieres que nadie pueda herirte o hundirte —dijo él, y eso describía perfectamente lo que ella quería decir.

En ese momento alguien los interrumpió. Se abrió la puerta y entraron al compartimento otros tres chicos y dos chicas. Siendo siete, tuvieron que apretarse bastante, pero entraron. Las chicas se colocaron junto a Mayette sin hacer preguntas, y los chicos se sentaron frente a ellas, apretándose en el asiento.

Mayette tocó sus cabellos, que podía cambiar a voluntad pero siempre mantenía rojos, a manera de tic nervioso. Enredó en su pelo largo hasta la cintura durante un buen rato. Se sentía incómoda, y parecía que Rhaegar no tenía prisa por hacer las presentaciones. Reinaba un silencio sepulcral en el compartimento, ya que todos los que habían entrado la miraban con curiosidad creciente. Finalmente, el chico de largos cabellos plateados pareció salir de un trance.

—Chicos, ella es Mayette Weasley —pronunció el apellido como si estuviera escupiendo veneno—. Dice ser una Slytherin, aunque supongo que lo veremos en la ceremonia de selección. Mayette —continuó—, ellos son Draco, mi hermano —y señaló hacia un chico rubio con el pelo considerablemente más corto—, Pansy Parkinson, Theodore Nott, Blaise Zabini y Daphne Greengras —y fue señalando a cada uno de los ocupantes del vagón mientras decía los respectivos nombres.

Mayette los miró a todos. La expresión de cada uno de los indudablemente futuros Slytherin era distinta a la de los demás. Pansy la miraba con interés, Daphne fruncía el ceño (lo cuál, para la pelirroja, podía augurar cualquier cosa), Blaise se mostró amistoso y le tendió la mano, Draco la miró de soslayo y se le dibujó una sonrisa de suficiencia y Theodore tenía los ojos fijos en ella, como si la estuviera juzgando aún. Soportó todo esto aguantando heroicamente en silencio, como si esperase el veredicto de un juzgado.

Entonces, como si hubiese sido enviado alguien para aliviar la tensión que envolvía al grupo, alguien tocó la puerta del compartimento y la abrió.

—¿Queréis algo del carrito, niños? —preguntó una mujer de rostro sonriente.

Mayette no respondió, pero sus mejillas ardieron, porque estaba segura de que sus compañeros sabían de la situación económica de su familia. Los demás compraron alguna gominola aislada, pero no demasiadas cosas. Las mejillas le ardieron más al pensar que podían haberse contenido por consideración hacia ella. Pero luego se le pasó al pensar que eso sería algo más propio de un Gryffindor que de un Slytherin, y que seguramente no se habrían contenido de haber querido algo más.

Abrió la bolsa que llevaba con bocadillos y una botella de zumo de naranja. Su madre les daba una a cada uno de los hijos antes de enviarlos al colegio. Abrió uno de los bocadillos y le dio un mordisco. No tardó mucho en acostumbrarse a las miradas de sus acompañantes, y como lo cierto era que tenía hambre, se terminó el bocadillo. Le daba igual lo que dijeran sus hermanos. A ella le gustaba la carne en conserva con la que su madre preparaba bocadillos.

—¿Sabéis lo que he oído? —dijo Draco de pronto—. He oído que Harry Potter está en el tren —añadió, sin darles tiempo a responder.

—Ah, sí —dijo de pronto Mayette, recordando la cicatriz en forma de rayo que tenía en la frente el chico que se le había acercado en la estación muggle—. Ese chico bajito y delgaducho que necesitaba un buen corte de pelo. No era tan impresionante, la verdad —frunció el ceño—. Creo que está en un compartimento con mi mellizo —añadió.

—Quiero ir a verlo —expresó Draco—. Saber si realmente no es tan impresionante. Y si podría ser uno de los nuestros. ¿Alguno quiere venir?

Ninguno de los presentes dijo nada. Mayette movió los ojos por todos los rostros de la habitación. Notó que Rhaegar parecía contrariado, como si lo que su hermano decía le resultase bárbaro. No comprendió del todo la expresión y apartó la vista. Quizá fuera conveniente ir a ver a Potter y descubrir cuanto pudiera sobre su personalidad.

—A mí me gustaría ir —dijo, levantándose—. Ya le he visto, pero una sola vez no es bastante para recabar información —añadió rápidamente.

Draco se encogió de hombros y, viendo que nadie más deseaba acompañarlos, salió del compartimento. Mayette lo siguió unos instantes, pero no tardó mucho en ponerse a su altura. Draco se detuvo pronto en un compartimento del tercer vagón, pero ella frunció el ceño, segura de que aquel no era el compartimento en el que estaban Potter y su mellizo.

—¿Qué hacemos aquí? —cuestionó.

—Venimos a buscar protección —respondió él—. ¿No creerías que yo iría solo a un compartimento en un vagón de Gryffindor?

—Tienes razón. Eso sería estúpido. Quizá tanto como ellos.

Mayette miraba con una ceja alzada a los dos enormes muchachos que al parecer (no tenían el uniforme de ninguna de las casas) eran de su edad. Debían de ser casi el doble de altos que ella, y tres o cuatro veces más anchos. Pero parecían tan estúpidos que eran incapaces incluso de mover sus enormes cuerpos bien.

—Mayette, ellos son Vicent Crabbe y Gregory Goyle —Draco se volvió hacia ellos—. Ella es Mayette Weasley. Tratadla bien, es de las nuestras.

El chico echó a andar nuevamente, en dirección a los vagones del medio o de más atrás, donde solían encontrarse mezclados los de todas las casas excepto los Slytherin. Mayette lo siguió hasta poder colocarse a su altura nuevamente. No se acostumbraba rápido al ritmo del muchacho, que era más alto que ella, pero cuando lo hacía iba bien a su lado. Aunque no hablaban a no ser que fuera necesario, no se apreciaba incomodidad entre ellos, y eso lo apreció la chica.

Llegaron al vagón donde estaban Harry y Ron. Mayette empezó a ponerse nerviosa ante la idea de confrontar a su hermano, pues sabía que se molestaría de verla con una Slytherin. Pero siguió adelante. Se obligó a dar un paso. Y otro, y luego otro más, hasta que llegó a la puerta del compartimento. Draco la abrió con cierta brusquedad.

—¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter está en este compartimento. Así que eres tú, ¿no?

—Sí —respondió Harry.

—Oh, éste es Crabbe y éste Goyle —dijo Draco, y procedió a presentarse—. Y mi nombre es Malfoy, Draco Malfoy. Supongo que no hace falta que os presente a Mayette.

Ron soltó una tos que evidentemente intentaba ocultar una risa. Mayette le lanzó una mirada colérica que le hizo parar de inmediato, pero era muy tarde. Draco lo había notado, y se volvió hacia él.

—Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? No necesito preguntarte quién eres. Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los que pueden mantener —Se volvió hacia Harry—. Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarte en eso.

Draco extendió la mano en dirección a Potter. Éste no la aceptó, y Mayette sintió que se quedaba sin aliento: ¿cómo se atrevía?

—Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los indebidos, gracias —dijo con frialdad.

—Nosotros también —respondió Mayette, y no le hizo falta añadir "y por eso no estamos contigo" para que todos los presentes que tenían más de dos neuronas comprendiesen que eso iba implícito.

—Yo tendría cuidado, si fuera tú, Potter —dijo Draco con calma—. A menos que seas un poco más amable, vas a ir por el mismo camino que tus padres. Ellos tampoco sabían lo que era bueno para ellos. Tú sigue con gentuza como los Weasley y ese Hagrid y terminarás como ellos.

—Draco... —dijo Mayette.

—Como algunos Weasley —se corrigió Draco.

Harry y Ron se levantaron al mismo tiempo. Mayette miró directamente al rostro de su hermano, que estaba tan rojo como su pelo, y suspiró. Echó mano de su varita, que había obtenido nueva, al igual que los libros, gracias a la carisma que había ido desarrollando y que a veces lindaba con la manipulación. Estaba muy dispuesta a usar con su hermano el único hechizo que se podía usar en un duelo que conocía "aliento de pimienta". No haría mucho efecto, pero quizá le daría tiempo.

—Repite eso —dijo Ron.

—Oh, vais a pelear con nosotros, ¿eh? —se burló Malfoy.

—Si no os vais ahora mismo... —dijo Harry, con más valor que el que sentía, porque Crabbe y Goyle eran mucho más fuertes que él y Ron.

—¿Qué harás, Potter? Porque nosotros sabemos algunos hechizos básicos, y tú no. Y además... ¿Te atreverías a enfrentarte a Crabbe y Goyle? —Mayette andaba por el compartimento mientras pronunciaba estas palabras, pero se volvió a mirarlo y se quedó quieta cuando terminó de hablar.

—Iros ahora o... —Harry lo volvió a intentar.

—Pero nosotros no tenemos ganas de irnos, ¿no es cierto, muchachos? Nos hemos comido todo lo que llevábamos y vosotros parece que todavía tenéis algo —dijo Draco.

Mayette lo miró y suspiró. No quería seguir con aquello. Como llevaba puesta la túnica, no poseía la excusa de que se quería cambiar para irse, así que se quedó quieta en su lugar. Malfoy la miró un instante y notó lo tensa que estaba, pero siguió con su juego. Goyle se agachó para coger una rana de chocolate, Ron saltó para impedírselo. Pero no fue necesario, porque el chico aulló de dolor y empezó a sacudir su dedo, dejando al descubierto a Scabbers, que le había mordido e insistía en no soltarse de su presa. Sería el único momento de gloria de aquella asquerosa rata, si le preguntabas a Mayette.

Después de aquello, a la chica no le hizo falta decir nada. Salieron del vagón y regresaron, Crabbe y Goyle a su compartimento y Mayette y Draco al suyo. Con sorpresa, la chica notó que cuanto más se alejaban de donde estaban su hermano y Potter más tranquila y contenta se sentía.

Pasaron tranquilamente el resto del viaje, con alguna broma de por medio y unas cuantas conversaciones, aunque nada serio y la conversación solía decaer.

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