A Través de la Trampilla
—¿Quién anda por ahí? —preguntó Peeves, entornando sus malévolos ojos negros—. Sé que estáis aquí, aunque no pueda veros. ¿Aparecidos, fantasmas o estudiantillos detestables?
Mayette había tenido una durísima semana de exámenes, al igual que los demás estudiantes de Hogwarts. Además, sus exámenes, al menos en pociones y herbología, eran mucho más avanzados que los de su clase. Escuchar la vocecilla de Peeves en ese momento era lo último que necesitaba. Estaba convencida de que el poltergeist no la traicionaría delatando su presencia o la de Rhaegar, pero no quería que nadie supiera de aquello, ni siquiera él.
A pesar de todos sus exámenes y la necesidad constante de estudio que tenía (muy aprobada por la voz que ahora parecía habitar en su cabeza) había sacado tiempo para atender a los planes de su hermano y Potter. Sabía lo que planeaban acerca de la piedra filosofal, y gracias a Hagrid, que ahora le contaba acerca de sus preocupaciones, seguía todos los pasos de los chicos.
La nueva voz en su cabeza, que se había presentado como Tom Riddle, también le había sido de mucha ayuda. Al parecer había sido enviado por "entidades divinas" como él las había llamado, exclusivamente para ayudarla. Y le había sido increíblemente útil para conseguir información sobre Potter y su hermano. Al parecer, el mago conocía la legeremancia, y la ayudaba contándole sobre los pensamientos de ambos muchachos.
Peeves se elevó casi hasta el techo del aula y miró hacia un punto indefinido en el aula oscura donde seguramente estarían Potter y su hermano, si las indicaciones de su nuevo amigo eran verdaderas.
—Llamaré a Filch, debo hacerlo, si algo anda por ahí y es invisible.
—Peeves —dijo alguien, que Mayette supuso que sería Harry, en un ronco susurro—, el Barón Sanguinario tiene sus propias razones para ser invisible.
Peeves por poco cayó al piso de la impresión, pero ni Mayette ni Rhaegar se dejaron impresionar por la estratagema. Al fin y al cabo, también ellos eran expertos en el engaño, y conocían lo bastante bien la voz del fantasma de su casa como para saber que aquella no se le asemejaba. Escucharon entonces cómo el tono de Peeves se volvía meloso al decir:
—Lo siento mucho, sanguinaria señoría —dijo en tono meloso—. Fue por mi culpa, ha sido una equivocación... no lo vi... por supuesto que no, usted es invisible, perdone al viejo Peeves por su broma, señor.
—Tengo asuntos aquí, Peeves —gruñó de nuevo el que suponían que era Harry—. Manténte lejos de este lugar esta noche.
—Lo haré, señoría, desde luego que lo haré —dijo Peeves, elevándose otra vez en el aire—. Espero que los asuntos del señor barón salgan a pedir de boca, yo no lo molestaré.
—¡Genial, Harry! —susurró la voz de Ron.
Mayette frunció el ceño. Deseó decirles algo como que no se les subieran los humos, pues realmente apenas engañaban a nadie. La mano de Rhaegar en su hombro le ayudó a calmarse y dejarlo estar. Los Gryffindor se daban aires por tan poca cosa que conseguían enervarla.
"Son Gryffindor —suspiró la voz en su cabeza—, si ellos consiguen enervarte y lo descubren, lo harán solo para verte perder los estribos. Tan solo mantente tal y como eres: una diosa inalcanzable. Alguien de la casa de las serpientes. Que nadie te descubra sintiendo ira o estarás fastidiada. Pero tranquila, puedes guardar ese rencor para más tarde".
Unos pocos segundos más tarde estaban allí, en el pasillo del tercer piso. La puerta ya estaba entreabierta. Mayette y Rhaegar, perfectamente visibles unos pasos más atrás que los que estaban cubiertos por la capa, contuvieron un bufido.
—Bueno, ya lo veis —dijo Harry con calma—. Snape ya ha pasado ante Fluffy.
Ver la puerta abierta les hizo tomar plena conciencia de aquello a lo que tenían que enfrentarse. Por debajo de la capa, Harry se volvió hacia los otros dos.
—Si queréis regresar, no os lo reprocharé —dijo—. Podéis llevaros la capa, no la voy a necesitar.
—No seas estúpido —dijo Ron.
—Vamos contigo —dijo Hermione.
Harry empujó la puerta. Cuando la puerta crujió, oyeron unos gruñidos. Los tres hocicos del perro olfateaban en dirección a ellos, aunque no podía verlos.
—¿Qué tiene en los pies? —susurró Hermione.
—Parece un arpa —dijo Ron—. Snape debe de haberla dejado ahí.
—Si no supiera que odiáis a Snape, pensaría que estáis enamorados de él —bufó Mayette, cerrando la puerta tras Rhaegar y ella.
"Toca el arpa —ordenó con urgencia la voz en su cabeza—. Una melodía relajante, nada de ritmos rápidos. Duerme al perro antes de que..."
Pero era tarde. Fluffy lanzó un zarpazo contra los únicos intrusos visibles: Rhaegar y ella. Rhaegar se lanzó al suelo para evitar el zarpazo, mientras que la chica rodó hacia delante en un intento de alcanzar el instrumento. Su mano se envolvió alrededor de uno de los extremos del arpa por pura inercia, y con la otra rasgó las cuerdas, justo cuando la enorme pata del perro de tres cabezas se alzaba para derribarla.
Las cuerdas del arpa susurraron una melodía estruendosa. Mayette no sabía tocar. La muchacha maldijo, y luego volvió a intentarlo. Una vez más, la voz en su cabeza acudió en su rescate.
"La segunda cuerda —ordenó—. Seguida de la cuarta y la séptima, luego la tercera, de nuevo la segunda y la séptima otra vez. Después toca la cuarta, la quinta, la séptima la tercera y la segunda. Por último toca la primera, y lo repites".
La niña siguió las órdenes agitada, esperando en todo momento que el perro alzase nuevamente la zarpa para destrozarle el cuerpo. Pero eso no sucedió. Por el contrario, el animal se echó para atrás, siguiendo sus deseos, y se sentó dejando libre la trampilla.
"Es una de las muchas melodias mágicas —explicó Riddle en su cabeza—. La música contiene mucha magia si se utiliza correctamente. En este caso, aquellos que escuchan la melodía se ven obligados a obedecer a quien la toca".
—Creo que podemos abrir la trampilla —dijo Ron, espiando por encima del lomo del perro—. ¿Quieres ir delante, Hermione?
—¡No, no quiero!
—Muy bien. —Ron apretó los dientes y anduvo con cuidado sobre las patas del perro. Se inclinó y tiró de la argolla de la trampilla, que se levantó y abrió.
—¿Qué puedes ver? —preguntó Hermione con ansiedad.
—Nada... sólo oscuridad... no hay forma de bajar, hay que dejarse caer.
—Apartáos —dijo Rhaegar, con evidente molestia—. Yo iré delante. Mira que estar vosotros en la casa de los valerosos...
Y sin más, Rhaegar se dejó caer en la trampilla hacia la profunda oscuridad. Lo siguieron los tres Gryffindor, de uno en uno, una vez que él gritó que era una caída relativamente segura. Mayette se levantó entonces y corrió hasta la trampilla, saltando dentro de ella antes de que el perro llegase a recuperarse del todo del hechizo de la melodía que había estado tocando.
Los Gryffindor estaban revolviéndose cuando Mayette llegó hasta el fondo. Y a la chica no le extrañó, ya que sus cuerpos estaban siendo envueltos por una planta. Un lazo del Diablo, si no se engañaba a sí misma. La chica entró en pánico al ver cómo empezaba a extenderse también por su cuerpo.
"¡Basta! —pensó".
Y, sorprendentemente, la planta le obedeció. Se retiró lentamente de sus piernas y sus brazos. La chica se incorporó, respirando hondo, y miró a su alrededor, hacia sus compañeros, que estaban siendo envueltos aún por las raíces. Por un instante, se preguntó si realmente debería salvarlos. Solo un momento, hasta que su mano, aparentemente moviéndose sola, como guiada por algo externo, se alzó.
—Bombarda Máxima —dijo, y no le pareció que fuese su voz.
Todos cayeron contra un suelo duro mientras la planta ardía lentamente. El lazo del Diablo no sobrevivía al fuego ni a la luz del sol. Mayette y Rhaegar se levantaron casi al mismo tiempo. Ella ladeó la cabeza hacia el trío de Gryffindor, evitando la mirada interrogativa de su amigo, que no tenía claro cómo responder.
Mayette entrecerró los ojos. Lo único que escucharon mientras empezaban a caminar era el goteo del agua, mezclado con el ruido de sus propios pasos. Aunque a los Slytherin les gustaba mucho pisar fuerte, esto era solo algo figurado. No se referían para nada a pisar fuerte literalmente, haciendo un ruido capaz de dejar atrás al de un elefante, como los Gryffindor que precedían ahora a Mayette y Rhaegar lo estaban haciendo con sus pies. Así que se escuchaban tres pares de pies, y lo que parecían ser dos fantasmas flotando.
Luego empezaron a escuchar más cosas. Algo parecido al batir de miles de alas en una sala delante de ellos. Mayette y Rhaegar se volvieron para mirarse. Lo que fuera aquello, tenía pinta de ser pequeño y muy veloz. Los dos Slytherin se acercaron hasta la puerta cuando los Gryffindor se decidieron a pasar. Al fin y al cabo, no era su aventura, ellos estaban allí más por curiosidad que por otra cosa.
Vieron volar cientos de llaves aladas, y también una vieja y gastada escoba a un lado de la habitación. Potter, buscador del equipo de Gryffindor, se apresuró a donde estaba la escoba. Mientras tanto, Mayette y Rhaegar, quizá más astutos, se apresuraron a acercarse a la puerta cerrada.
—Alohomora —dijo Mayette, pero la puerta no se abrió.
"Prueba con Alohomora Duo —sugirió la voz en su cabeza—. Es mucho más poderoso que Alohomora a secas, la versión más avanzada del encantamiento. Es el mismo movimiento, con una pequeña extensión. Al terminar el movimiento original, tendrás que mover el brazo hacia arriba".
—Alohomora Duo —probó Mayette, pero la puerta no se movió. La niña perdió la paciencia—. ¡Bombarda Máxima! —la puerta saltó de sus goznes—. En fin, esto demuestra que la violencia funciona.
Rhaegar sonrió. Pero ni él ni ella se detuvieron para felicitarse mutuamente ni nada similar. Tenían muy claro que eso no terminaba todavía. Vieron como Harry descendía de la escoba con la llave en la mano y los tres Gryffindor se acercaban para poder abrir la puerta. Solo para encontrarla en el suelo de la siguiente habitación, fuera de sus goznes. Los Gryffindor miraron a los Slytherin, que ya se encontraban en la siguiente sala.
Mayette maldijo de nuevo. Se quedó a gusto solo después de maldecir a su madre y a toda su mala suerte. La chica tenía múltiples talentos (todos, al fin y al cabo, el Talento en sí era un inmortal) pero el ajedrez mágico era un juego que siempre se le había atragantado. No le gustaba. Quizá fuera solo porque era el juego favorito de Ronald, no lo sabía. El caso era que no le gustaba.
Rhaegar hizo una mueca, pues tampoco era muy fan de aquel juego. Los Slytherin se miraron el uno al otro, esperando quizá que el otro fuese mejor en aquel maldito juego. Al final, Mayette suspiró y se volvió a mirar a los Gryffindor. Estaba segura de que aquello era la protección de McGonagall, y se imaginaba que no sería igual de fácil forzar la puerta en ella que en la anterior, especialmente porque la puerta estaba al otro lado del tablero.
Así que Ronald tomó el mando de aquella "operación" para llegar al otro lado del tablero, jugando una partida. Blancas movían primero. Mayette veía como cada una de las piezas era comida por las del equipo contrario, hasta que, finalmente, Ronald hizo algo propio de Gryffindor: se sacrificó a sí mismo para que los otros pudieran ganar.
Así que después de aquel, según los Slytherin, absurdo sacrificio (nunca verías a ninguno de ellos sacrificarse por otro a no ser que lo considerase conveniente para sí mismo), continuaron hacia el siguiente salón. Mayette pensaba que, si no se equivocaba, debían de quedar las protecciones de Quirrel y de Snape. Se imaginaba que la de Quirrel ya estaría pasada, pues le echaba la culpa de aquello de lo que los Gryffindor culpaban a Snape.
Con pasos firmes, obligándose a no permitir que le temblase el cuerpo, la Slytherin avanzó en dirección a la que debía de ser la prueba de Quirrel. El hedor la golpeó como a un saco de boxeo, y tuvo que contener las lágrimas. Después vio al troll, alrededor del doble de tamaño que el que había en el baño de las chicas en Halloween. En contra de su voluntad, tembló incluso sabiendo que estaba desmayado.
"No tiembles —ordenó la voz, en un tono que la hizo quedarse estática durante un instante—. Eres una Slytherin. Tenlo siempre en cuenta; los buitres van al animal herido. Temo que todo aquel que no sea uno mismo es un buitre para una persona. No des a conocer nunca tus debilidades, no te traiciones a ti misma".
La niña asintió para sí misma. Al fin y al cabo, "La Voz", que bien sabía a esas altura que se llamaba Tom, tenía mucha razón en aquel asunto. No, ella no debía bajo ningún concepto permitir que nadie sospechase que realmente estaba aterrada. Así que recuperó rápidamente la firmeza en su paso y se dirigió hasta la sala siguiente, acompañada de Rhaegar, que la había alcanzado en ese pequeño momento de indecisión.
Si alguien dijo que los Slytherin eran cobardes o desleales, se equivocaba enormemente. La ambición, la sed de poder, todo aquello que caracterizaba a un Slytherin ante el mundo no era lo único que caracterizaba en realidad a los que moraban en la casa de la serpiente. Todos aquellos que vivían en ella, a pesar de la sed de victoria, sabían cuando parar, apreciaban esa fina línea que dividía el mundo entre las personas decentes y aquellos repudiados por todos. Y se las apañaban para nadar bordeando esa línea. Algunos Slytherin, sin embargo, poseían cualidades mejores: amor y lealtad a muerte, a pesar incluso de sus propios intereses. Los Slytherin eran fuertes. Y nunca traicionarían a aquellos que moraban en su misma casa. Por eso, y por nada más, fue que Rhaegar acompañó a Mayette aquella noche, a un lugar donde muy posiblemente la vida de ambos peligraría.
Llegaron a la última sala, aquella que contenía la prueba de Snape. La chica hurgó entonces en los bolsillos de su túnica y sacó un pequeño frasco, que contenía una poción desconocida para el muchacho.
—Los especialistas la llaman solamente "ignífugo" —explicó—. No hay ninguna clase de fuego, en el mundo mágico o en el muggle, que pueda hacer que arda alguien que se haya tomado esta poción —le tendió la botellita—. Bastará con un pequeño trago. Tómalo y pasa corriendo por el fuego, yo te seguiré.
El chico sabía que su intención era comprobar si la poción funcionaba, pero se obligó a sí mismo a confiar en ella. Mayette no lo mataría, aunque solo fuera porque tenía interés en perpetuar su vida. Tomó la botella que ella le ofrecía y bebió un corto trago. Pronto sintió cómo le ardían las entrañas por el frío. No lo pensó dos veces y corrió a través del fuego, dejando atrás a todos los demás.
Granjer y Potter miraron a Mayette en busca de explicaciones, pero ella tampoco estaba dispuesta a darlas. Apuró lo que quedaba en la botellita y corrió por las llamas en la misma dirección que Rhaegar, dejando atrás a los dos Gryffindor.
Llegó a una sala desconocida. Quiso avanzar un poco, ver qué había en el centro, pero alguien le tapó la boca con la mano. Otra mano en su cintura la obligó a seguir a esa persona, caminando hacia atrás. Le obligaron a darse media vuelta, para quedar cara a cara con quien la silenciaba aún. Rhaegar le hizo un gesto para que callase.
—Quirrel está aquí —susurró—. No hagas ruido, quiero saber lo que hace antes de ejecutar ningún movimiento.
La pelirroja asintió. Rhaegar tenía razón; no les convenía hacer nada precipitado, ni apresurarse a escoger bando.
"Tom —llamó".
"Cualquier bando menos el del dos caras —respondió él".
"¿Perdón?"
"Ibas a preguntarme qué bando es el conveniente —respondió él nuevamente, con tono de obviedad—. Ponte siempre en tu propio bando, pero si tienes que aliarte con alguno, por el momento que no sea el de Quirrel. No nos conviene, aún no tienen bastante poder..."
La chica agitó la cabeza. Bien, entonces tendría que apoyar a Potter si es que éste y su amiga Sangre Sucia conseguían pasar algún día. Agarró con fuerza la mano de Rhaegar, asiéndose al consuelo que éste representaba. Al menos, sabía que habría alguien para apoyarla en su locura si Potter no llegaba y tenía que enfrentarse sola al profesor. Al menos no dependería únicamente de sí misma.
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