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San Valentín

—¿Y bien? —preguntó Rhaegar.

Mayette y él se habían reunido a medianoche en punto en la sala común de Slytherin. Sin embargo, la chica no respondió a su pregunta. Lo agarró de la muñeca y echó a andar en dirección a su sala secreta. Aunque Pansy, Daphne y ella la usaban tres veces por semana para las reuniones de su "club secreto", los chicos rara vez pisaban ese salón.

En aquella ocasión, la sala se transformó en una habitación cuadricular con dos sillones, el uno frente al otro. Rhaegar no rechistó en ningún momento mientras ella casi lo arrastraba hasta el lugar, pues no quería llamar la atención, pero nada más se cerró la puerta tras ellos, se volvió hacia la chica. Ella fue a sentarse en uno de los sillones de cuero negro, y él se colocó enfrente.

—¿Qué te ha contado tu padre? —cuestionó ella.

—Lo básico —respondió él—. Algo sobre un diario, el recuerdo del heredero de Slytherin, y cómo utilizáis a tu hermana para que cumpla con el trabajo sucio, dominada por ese recuerdo.

—Lamento mucho que te hayan metido en esto, Alex —suspiró ella—. De verdad, te lo habría contado. Te lo habría dicho todo, pero quería esperar a que todo terminase. Tu padre ya está envuelto en este asunto, yo no quería que nadie pudiese relacionaros a Draco y a ti con ello. De verdad que solo pensaba en protegeros.

Él suspiró. Estaba convencido de que la chica no le mentía, ella realmente quería protegerlos a todos. Pero él deseaba protegerla a ella, y si no les contaba nada, ¿quién lo haría? Quizá estuviera a salvo durante un tiempo, pero todos los que están solos terminan cayendo. Y Rhaegar no quería ver sufrir a la chica. Mayette Weasley se había ganado su corazón, y no solamente por la electricidad que le producía verla.

—Entiendo que quieras protegernos —la miró a los ojos, los orbes azules conectaron con los multicolores—. Pero, si nos proteges a todos, ¿quién te protegerá a ti? Nadie puede salvar a todo el mundo, Maye. Y todos necesitamos que nos salven de vez en cuando. Déjame ayudarte. Por favor.

Los ojos azules, tan oscuros como la noche y tan profundos como el mar, la miraban fijamente, suplicantes. Mayette jamás había podido resistirse a esos ojos. Se sentía un tanto confusa, como cada vez que, dejando a un lado su orgullo, Rhaegar le suplicaba con la mirada. No era algo que sucediese a menudo, pues por lo general ella accedía sin más. Pero en aquella ocasión, lo que él le pedía era inaceptables. Por supuesto que todos necesitaban ser salvados alguna vez, pero eso no quería decir que él tuviera que verse envuelto en un asunto tan peligroso.

—Mi padre me ha contestado a las preguntas por una razón, Maye —insistió él—. Cree que estoy capacitado para ayudarte. Si no fuera así, no me habría dicho nada. Ya le oculta la información a Draco, no le habría sido difícil decirme a mí que tampoco tengo que saber demasiado porque resultaría sospechoso. Por favor. No quiero que te pase nada, eres mi mejor amiga.

Los ojos de ella quedaron cristalinos, los colores de sus pupilas opacados ligeramente por una gruesa capa de lágrimas, y la chica rompió a llorar. Horrorizado, él se acercó un paso, aunque luego retrocedió, indeciso. El rubio nunca sabía como reaccionar cuando se trataba de ella. A veces necesitaba un abrazo, pero por la misma razón otras veces necesitaba que mantuviese la distancia o incluso la dejase sola. Y no podía saber a qué atenerse. Mayette se secó las lágrimas.

—Lo siento —murmuró—. No sé qué es lo que me ha pasado. Simplemente me ha invadido el sentimiento de que algo terrible va a pasar y... Creo que voy a hiperventilar. Deberíamos volver a nuestras habitaciones. Está bien, está bien. Si quieres ayudarme, entonces te lo contaré todo, pero en otro momento. Por favor.

Él asintió, y se dirigieron furtivamente a la sala común, esquivando a los pocos prefectos que se atrevían a patrullar por las mazmorras, que venían a ser los de Slytherin. Se encontraron con el chico, aunque este no los vio, pues la oscuridad los cubría. Lo pasaron y finalmente consiguieron llegar sigilosamente a la sala común. Descendieron las escaleras procurando no hacer ruido alguno y luego cada uno fue a un lado, hacia sus respectivas habitaciones.

Al llegar a la suya, Mayette se frotó los ojos, disgustada por haber llorado. Echó en falta con todas sus fuerzas a Tom Riddle. Seguro que él sabría qué hacer o qué decir para que se sintiese mejor. Por el momento, decidió abrir sus mantas y echarse a dormir, pues era lo más relajante que se le ocurría. Sentía pesados los músculos, incluso los párpados, y supuso que eso la ayudaría a dormirse pronto.

***

No pasaron más cosas interesantes hasta San Valentín. Mayette pasaba las horas estudiando, leyendo, hablando con Tom (cuya existencia había confesado a Rhaegar) y yendo y viniendo de la cámara de los secretos. Además, sus amigas ocupaban gran parte de sus tardes. No había nada que contar, en resumen, pues Mayette se ocupaba con muchas ganas de no vivir nada fuera de lo común.

La mañana de San Valentín, sin embargo, resultó espantosamente fuera de lo común. Claro que la festividad se celebraba en Hogwarts, pero nunca de aquella manera tan... evidente y hortera. Al entrar en el gran comedor, Mayette pudo ver corazones de rosa chillón cayendo del cielo, a juego con las paredes. Habría jurado que se había equivocado de sala, y después que todo aquello era una broma de muy muy mal gusto. Pero no, allí estaba Lockhart, con una túnica a juego con las paredes y una sonrisa de oreja a oreja.

Todos los Slytherin, que iban detrás de Mayette charlando, se quedaron casi petrificados al ver el gran comedor en aquel estado. Las chicas se miraron entre sí. Daphne tenía la boca entreabierta y Pansy fruncía el ceño. Mayette estaba más pálida que nunca. Los chicos miraban con idénticas expresiones de desprecio. Consternados, se abrieron paso entre la gente hasta la mesa de Slytherin.

Con cierto miedo, Mayette se atrevió a echar un vistazo a la mesa de los profesores. Temía las reacciones que pudieran tener los docentes, pues si estaban de mal humor sin duda las clases irían peor. Los que parecían más disgustados eran McGonagall y Snape. Ella tenía un tic en la mejilla, y él tenía en el rostro una sonrisa contrahecha más pavorosa que la que solía poner cuando veía a sus alumnos de Gryffindor. La pelirroja se estremeció, y no precisamente por una corriente.

—¡Feliz día de San Valentín! —gritó Lockhart—. ¡Y quiero también dar las gracias a las cuarenta y seis personas que me han enviado tarjetas! Sí, me he tomado la libertad de preparar esta pequeña sorpresa para todos vosotros... ¡y no acaba aquí la cosa!

El profesor dio una palmada y entraron en el comedor media docena de enanos de aspecto bastante osco. Mayette los miró frunciendo el entrecejo, preguntándose qué tendrían que ver los enanos con San Valentín. Tardó unos momentos en notar que Lockhart les había puesto alas y les había dado liras, para que se pareciesen a cupido. Espantada, se echó ligeramente para atrás en el banco, y sus amigas no tardaron en imitar el gesto. La pelirroja dejó los cubiertos: se le había cerrado el estómago.

—¡Mis amorosos cupidos portadores de tarjetas! —sonrió Lockhart—. ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoos felicitaciones de San Valentín! ¡Y la diversión no acaba aquí! Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por qué no pedís al profesor Snape que os enseñe a preparar un filtro amoroso? ¡Aunque el profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que ningún otro mago que haya conocido!

Mayette entrecerró los ojos, mirando al profesor. No deseaba verlo nunca más, y su único pensamiento era que ojalá lo hubieran expulsado cuando intentó violarla. No le molestaba tanto su intento de violación, como todo él en sí mismo. No había nada, ni una pequeñísima parte de ese hombre, que alguna vez hubiera podido respetar, y ese odio contumaz que sentía por él solo se acrecentaba con el pasar de los días.

Todos en la mesa de Slytherin miraron atentamente a su profesor de pociones cuando Lockhart lo mencionó, y Mayette no dudó ni por un instante que Snape estaba dispuesto a envenenar a quienes le pidieran un filtro de amor. A ella no le importaría ayudarlo, todo con tal de demostrar a Lockhart lo encontra que estaba de todo aquello organizado por él.

—Espero que nadie me envíe una felicitación —dijo Pansy, de mal humor—. Lo último que quiero es que uno de esos malditos enanos me pare en medio de un pasillo.

—A mí tampoco me gustaría recibir nada de ellos —corroboró Daphne, estremeciéndose—. ¿Te imaginas que rozan mi piel para detenerme? ¡No podría quitarme la suciedad en un año! Espero que si alguien quiere darme una tarjeta o algo lo haga por sí mismo.

Aunque opinaba lo mismo, Mayette calló. No era necesario honrar a todo el gran comedor con sus evidentes opiniones. Aunque no pudo evitar que se le contrajera el rostro en una mueca de asco cuando los enanos pasaron a su lado.

Pero, a pesar de que no quería, tuvo que soportar a los enanos en todas las clases, pues no les importaba interrumpir. Ni siquiera cuando el profesor Snape le arrojó a uno de ellos "sin querer" cura de forúnculos sin terminar, causándole unos enormes en todo el cuerpo, que luego negó poder curar. Todos ellos siguieron interrumpiendo y tratando de entregar las felicitaciones lo más rápido posible, sin atender a los sentimientos de aquellos que recibían sus felicitaciones.

Le llegó a ella el turno de que le dieran una felicitación cuando entró en la mazmorra para su propia clase de pociones. El profesor Snape estaba tan harto de que lo interrumpieran que ni siquiera se molestó en intentar que se marcharan. Se calló y esperó a que terminasen, suspirando. Ojalá terminasen pronto, pues al estricto maestro le gustaría seguir dando su clase.

—Tengo una felicitación musical para Mayette Weasley —gritó el enano que había interrumpido. Mayette se quedó muy quieta, rezando porque no la reconocieran—. ¿Dónde está?

Alguien debió de señalar a la chica (se ocuparía después de descubrir quién había sido), puesto que el enano se dirigió hacia ella. Esperando ahorrarse la vergüenza de montar una escena de huída, Mayette se quedó quieta, muy rígida y mirando terroríficamente al enano mientras éste rasgaba con los dedos su arpa, o lira, o lo que fuese y empezaba a entonar:

"Cabellos de fuego

y ojos de arcoíris

esa eres tú, serpiente

en familia de leones


Tu sonrisa es radiante,

tal cual lo es el sol

y tus dientes blancos,

más aún que la luna


Eres así, así eres tú

por eso me das vida

eres así, así eres tú

por eso me pareces parte de mi natura"

Mayette juraba que se sentía desfallecer. Quien fuera el imbécil que le había pedido a un enano que le dijera eso, acababa de quitarle todo el romanticismo al gesto con esa idea. Desde luego, tampoco estaban en edad de pensar en parejas, pero si tuviera intenciones de planteárselo, no sería con alguien que utilizaba enanos para enviar felicitaciones de San Valentín. 

Sus amigas fueron a unir sus manos con las de ella, horrorizadas, pero se detuvieron cuando vieron al enano tomar la blanca mano de Mayette y depositar en ella una enorme tarjeta en forma de corazón. La niña forzó una sonrisa, todavía lívida como un fantasma, y dejó la tarjeta sobre su mesa, sin poder reaccionar. El enano salió por la puerta gruñendo y maldiciendo por lo bajo.

Nada más perderlo de vista, Daphne abrió su mochila y saco de ella toallitas húmedas. Le pasó una a Mayette quien, sin atreverse a tocar a su amiga piel con piel, la tomó de la mano de la rubia. Luego pasaron unos instantes en los que, mientras todos volvían al trabajo, la pelirroja se frotaba afanosamente las manos, intentando quitarse la sensación del áspero tacto del enano.

Fue entonces cuando, por primera vez en el día, Riddle decidió hacer acto de presencia. El chico puso sus manos en los hombros de ella y, con un gesto de desagrado, comentó:

—No te preocupes, no eres la única que ha recibido poemas desagradables. ¿Sabes que tu hermana me ha escrito uno por medio del diario? Luego, como si a mí me interesara algo sobre ella, me ha dicho que solo me ve como un amigo, porque a ella le gusta Harry —soltó una risa burlona—. No me extrañaría que él la note, los ceros a la izquierda se juntan. Tú no te preocupes, se te pasará el desagrado.

Ella ni siquiera podía asentir, no podía reaccionar a sus palabras de consuelo. Lo sabía, sabía que no podía demostrar que algo hubiera cambiado, pues sospecharían, y nadie debía saber de la existencia del moreno. Bastante disgusto era que lo supiera Rhaegar, cosa que la atormentaba profundamente. Preferiría que siguiera siendo un secreto para los demás, al menos mientras no fuese seguro.

—También le ha escrito un poema a Potter —comentó Tom, en tono confidencial—. Algo sobre sus ojos y sobre desear que fuera suyo. ¿No es demasiado pequeña para pensar en esas cosas? Mira, yo que tú sugeriría a tus padres que la internen en San Mungo, porque le pasa algo serio en la cabeza a esa niña. Está absolutamente obsesionada con Potter, y también contigo. Solo que contigo para mal. Si no fuera tan pequeña, yo temería lo que pudiera hacer.

"Pero lo es —pensó ella—. Solo es una niña de primero, y yo solo soy una niña de segundo. Por supuesto, podría llegar a matar, utilizando encantamientos concebidos para otra cosa. Pero no soy potencialmente peligrosa todavía, aunque soy más fuerte que muchos de los de segundo. Al igual que mi hermana no es alguien de quien preocuparse".

Riddle no parecía convencido. Le frotó los hombros con las manos, pero fruncía el ceño, habiendo desaparecido su humor burlón. Miró hacia los lados, como para asegurarse de que nadie miraba hacia ella. Sin embargo, era inevitable ver que la mitad de la clase (especialmente los de Gryffindor) miraba hacia la pelirroja. Los de la casa del león sonreían con superioridad a la Slytherin, salvo cierto chico moreno y regordete que sentía aprecio por ella.

—Hasta tu serpiente se crispa cuando ella está cerca —le insistió finalmente—. Cuando alguien es capaz de hacer que se sienta amenazada una serpiente cornuda, Maye, no es buena señal. Eres la primera persona a la que le digo esto, pero me preocupas. De verdad me preocupas. Así que haznos un favor a ambos y no permitas que ese odio que tu hermana siente por ti y parece estar consumiéndola llegue más alto. La grandeza inspira rencor, y tu eres muy grande, Mayette Weasley. No quiero que te haga caer ningún gusano.

***

Había llegado la noche, y Mayette Weasley estaba ansiosa por acostarse después de un día agotador, tanto física como mentalmente. Por lo general, no le gustaba dormir demasiado, pero aquella noche se dijo que no le importaría dormir doce horas del tirón. Al día siguiente sería sábado, y ella tendría que escribir a sus hermanos, aunque solo fuera para consolarse del desastre de poema que le habían mandado.

Entrando en las mentes de sus compañeros de clase, Tom había descubierto quién había mandado ese poema. Había sugerido contárselo, pero Mayette respondió que prefería no saberlo. Eso no impidió que el moreno quisiera enterarse de quién era el autor de unos versos tan cursis, por lo cuál entró en la mente de cada uno de sus compañeros hasta que halló al culpable.

Se trataba de Neville Longbottom, un chico que cursaba segundo en Gryffindor y al que Maye había defendido en un par de ocasiones. La chica había hablado de él lo justo para decirle que le agradaba Longbottom, puesto que le parecía tierno. Lo cierto era que el chico resultaba como un cachorrito, era adorable, pero podía resultar cansino, al menos desde el punto de vista del moreno.

Mayette no quería saber nada de esto, como bien le había dicho al mayor, pues se sentía cómoda ignorando quién le había mandado el poema. No quería guardar rencor a nadie más, ya tenía venganzas bastantes que planear, de manera que prefería que no le dijeran quién la había humillado de aquella manera. Suponía que sería alguien de Gryffindor, pues no había ningún Slytherin, al menos que ella supiera, que estuviera enemistado con la pelirroja.

Estaba a punto de dejar de reflexionar y dormirse cuando escuchó que alguien llamaba a la puerta. Supuso que sería alguna de las chicas, de manera que se levantó y fue a abrir. Estaba preparada para explicarles que esa noche se encontraba demasiado cansada como para desear quedarse cuchicheando con ellas o tener una reunión de su club. Pero no había nadie frente a la puerta, tan solo un paquete que se mantenía flotando en el aire, con un sobre encima.

Con cierta desconfianza, tomó ambos y se adentró nuevamente en su habitación. Se sentó sobre su cama matrimonial, corriendo los doseles para que no se la pudiera ver desde fuera. Tenía las piernas cruzadas y el regalo frente a ella. Con cierta desconfianza, lo tocó con su varita. Luego, decidió abrir la carta primero. La sorprendió no reconocer la letra que había escrito en aquel sobre. Se trataba de otro poema.

"Eres una tormenta

a tu paso dejas destrucción

veo en tus ojos de colores

en eterna mezcla la locura y la pasión


Tienes largas pestañas negras,

labios en forma de corazón,

hay hoyuelos en tus mejillas,

y mezcla de colores en tus iris


Seleccionada para las serpientes

como una de ellas empezaste a reptar

usando tus múltiples talentos

con el único objeto de ganar


Por eso eres diosa y reina

y has robado más de un corazón

pues aun cuando todos te fallan

posees tu inquebrantable determinación"

—No sé si sentirme halagada u ofendida —dijo para sí misma, apartando el poema. Aunque lo cierto era que se había ruborizado.

—A mí me parece un poema precioso —Riddle se encogió de hombros—. Y si lo piensas bien, no le falta a la verdad. Eso último de la determinación me ha gustado. ¿No será que tú eres muy quisquillosa?

Ella releyó el poema, con las mejillas al rojo vivo y tratando de evitar la mirada de Tom, que la observaba con una ceja alzada. Enrojeciendo tanto que casi no se podía distinguir su rostro de su cabello, Mayette terminó por soltar el pergamino. Encarando de pronto al muchacho, dijo con cierta vergüenza:

—Yo solo me pregunto por qué no me podía haber recitado este poema el enano y dejar que el otro lo leyese yo en privado —suspiró, mientras sus mejillas retornaban poco a poco a su color blanquecino habitual.

Indecisa, abrió el paquete con un toque de la varita, desde tan lejos como se lo permitía su brazo. Éste solo contenía una cajita de corazones y un colgante con la joya en forma de cabeza de medusa. Mayette sabía poco sobre la mitología en general. Nunca le habían interesado aquellos cuentos, pero había escuchado a Rhaegar mencionar a aquel personaje. Era Medusa, la mujer monstruosa con cabellos de serpiente que convertía a los hombres en piedra. Aunque ella solo recordaba la parte de los cabellos de serpiente.

Rozó la cabeza, con los cabellos de serpiente incluidos, que estaba tallada en lo que parecía ser plata. Luego se puso el colgante al cuello. Quien fuera que se lo había enviado, se había currado mucho el regalo, pensando en una buena referencia y encontrando la manera de hacérsela bien. Mayette sintió deseos de saber quién era y agradecérselo por un instante, pero luego pensó que tal vez esa persona tuviese razones para mantener en secreto su identidad.

Desde luego, ella no tenía ni idea de cuanta ilusión le habría hecho a Rhaegar que hubiera adivinado que era él. Normalmente, no le habría dado miedo al rubio darle un regalo a la chica. Al final, era su mejor amiga. Pero después de ver su reacción ante el poema de Neville, decidió que prefería no estar presente mientras la chica leyese el que él le había escrito. Además, el de Neville era todo ternura, mientras que el rubio sabía que había ciertas partes del suyo que podrían molestar a la chica.

No, Rhaegar nunca había sentido miedo de regalarle nada, hasta ese día. Él jamás había temido al rechazo, hasta que sintió esa electricidad que lo recorría el primer instante en que sus miradas se cruzaron. Desde entonces, a pesar de aparentar ser atrevido, el chico había andado con pies de plomo para que todas las veces que Mayette y él estaban juntos, ella se sintiese a gusto. Aunque eso le costase mucho a él, especialmente emocionalmente. Prefería no saber si a ella le disgustaba que por una vez diese algo de rienda suelta a sus sentimientos, a las palabras que siempre guardaba, en parte por ser demasiado jóvenes.

Pero la pelirroja no se imaginaba nada de esto mientras releía el poema, ni mientras se colgaba el collar junto con los otros. La piedra filosofal, que empezaba a ser un estorbo, la retiró de su cuello. Aunque era terriblemente valiosa, solo Rhaegar y ella sabían que la piedra no había sido verdaderamente destruida, razón por la cual no necesitaba ocultarla en exceso. Sin embargo, para mantenerla localizable y a salvo al mismo tiempo, la ocultó en la tabla suelta en el suelo del armario.

Una vez que cerró las puertas de éste, se dio cuenta de lo tarde que era. Ella que deseaba dormirse pronto, y al final se había quedado despierta la mitad de la noche reflexionando sobre un poema. Dejó en su mesilla la carta y los chocolates y se echó a dormir en su cama, cubriéndose enteramente con las mantas. Pues ya era hora de que descansase un poco.

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