La Araña Gigante
Pasaba el tiempo, muy rápido. Mucho más de lo que Mayette deseaba admitir, tanto así que llegó pronto el inicio de verano, y empezó a quedar cada vez menos para los exámenes finales. La pelirroja se vio obligada al fin a dejar de lado su plan de la Cámara de los Secretos, quedando este enteramente en manos de Riddle, que era el máximo beneficiado y al que más atañía el asunto.
Aquel día estaban en clase de pociones, con los Gryffindor. Mayette y Rhaegar, nuevamente reconciliados, se sonreían mutuamente mientras compartían caldero. Ambos eran de los alumnos más hábiles en pociones, y Snape les tenía aprecio, de modo que normalmente no trabajaban juntos para aportar beneficios a sus compañeros. Pero visto que Pansy se había puesto con Blaise y Draco estaba con Crabbe y Goyle, ambos se habían colocado en el mismo puesto.
Mayette sentía como su hermano la fulminaba con la mirada. Por alguna razón, Ronald sentía más inquina hacia Rhaegar que hacia ningún otro en su grupo de amigos. Por un momento, la mirada de odio de su hermano la asustó incluso. Le dio la mano al chico, apenas un roce en realidad, pero suficiente para que él se volviese a mirar discretamente hacia los Gryffindor. Con los Slytherin, por suerte, discretamente era literalmente eso. En otras casa podían girar la cabeza como si quisieran romperse el cuello, pero no te darías cuenta si un Slytherin se volvía a mirarte.
Cuando Rhaegar volvió a mirarla, ella pudo apreciar como se encogía de hombros de forma prácticamente imperceptible. Ambos volvieron la vista hacia su poción casi concluida. En ese mismo momento, Snape pasaba por allí. El docente los miró a ambos con una chispa de duda en sus ojos, pensando si no debería llamarles la atención por no estar atentos a lo que tenían que estar. Pareció decidir que ellos se corregían por sí mismos lo bastante bien como para que tuviera que hacerlo él con sus críticas y órdenes.
—Siempre pensé que mi padre sería el que echara a Dumbledore —dijo Draco, sin preocuparse de hablar en voz baja. Crabbe, Goyle y él estaban justo tras Mayette y Rhaegar—. Ya os dije que él opina que Dumbledore ha sido el peor director que ha tenido nunca el colegio. Quizá ahora tengamos un director decente, alguien que no quiera que se cierre la Cámara de los Secretos. McGonagall no durará mucho, sólo está de forma provisional...
Mayette casi sonrió para sí misma, aunque Rhaegar miró a su hermano con reproche. Aquel no era el momento ni el lugar para hacer esa clase de comentarios, y Draco debería de saberlo. Pero éste continuó hablando sin hacer ningún caso de las miradas de advertencia de su hermano:
—Señor —dijo en voz alta—, señor, ¿por qué no solicita usted el puesto de director?
—Venga, venga, Malfoy —dijo Snape, aunque no pudo evitar sonreír con sus finos labios—. El profesor Dumbledore sólo ha sido suspendido de sus funciones por el consejo escolar. Me atrevería a decir que volverá a estar con nosotros muy pronto.
La casi sonrisa en la que se habían ido curvando los labios de Mayette se desvaneció al instante. Ella sabía bien que al final tendría que volver Dumbledore, puesto que en realidad no había sido despedido. Aún y todo, eso no le había impedido soñar con no tener que volver a ver a ese maldito anciano. Que, en cierta manera, para ella no era otro que aquel que le había dado una victoria injusta a Gryffindor el año anterior y que permitía que Lockhart siguiera en el colegio después de intentar hacerle algo innombrable para ella.
—Ya —dijo Malfoy, con una sonrisa de complicidad—. Espero que mi padre le vote a usted, señor, si solicita el puesto. Le diré que usted es el mejor profesor del colegio, señor.
—Eso es lo único en lo que le tengo que dar la razón —bufó Rhaegar, hablando en un susurro—. Confieso que sí que es mi profesor favorito.
Mayette le dio la razón con un asentimiento. Su cabeza se volvió hacia su hermano durante un instante. Estaba preocupada cada vez más, puesto que Tom le había dicho que Harry y Ronald planeaban seguir a las arañas. Así como los gallos provocaban la muerte de los basiliscos, éstos eran enemigos mortales de las arañas, que huían de su presencia. Estaba segura de que descubrirían lo que se ocultaba en el castillo, y por rebote también a Riddle y a ella, si conseguían encontrar un rastro de arañas.
—Me sorprende que los sangre sucia no hayan hecho ya todos el equipaje —prosiguió Draco—. Apuesto cinco galeones a que el próximo muere. Qué pena que no sea Granger...
La campana sonó en ese mismo instante, y los Slytherin se levantaron, esperando al profesor para que los acompañase a la siguiente clase. Mayette miraba con suspicacia a Harry y a su hermano todavía, y cuando se separaron de éstos, pensó:
"Tom, por favor, sígueles y avísame si encuentran arañas. Podríamos tener problemas si las persiguen".
—No te preocupes —le dijo éste—. También tengo un plan por si me pillan.
Pero le hizo caso, y ella se quedó mirando como se perdía por el pasillo, siguiendo a los Gryffindor. Luego, saliendo de su trance, se adentró en la clase de encantamientos.
***
Se volvió a encontrar con Harry y Ron una hora después para la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Riddle le susurró al oído cómo Harry y Ron habían encontrado arañas a las que seguir, y le explicó el plan que había elaborado.
El inteligente muchacho había tenido una hora escasa para pensar, y había urdido un plan como el que muchos tardarían días en pensar. Le dio las instrucciones como le explicaría la mejor forma de llevar a cabo un sencillísimo encantamiento. Lo único que tenía que hacer, según él, era escribir una nota a su hermano.
—Yo te dicto —le dijo—: "Ron —empezó a recitar—, sabemos lo que estáis planeando. Esta noche pensamos seguir a las arañas, Rhaegar y yo. Doy por sentado que habéis llegado a la misma conclusión. Nos vemos a la 1:00am en la cabaña de Hagrid, intentaremos resolver este misterio".
Ella terminó de escribir tan solo unos segundos después de que él concluyese de dictar. En ese preciso instante entró Lockhart, con ese aire de suficiencia y su alegría habitual. Mayette le lanzó su más aterradora mirada de odio. Una que, antes de que él apareciera en su vida, Mayette había reservado para una sola persona: su hermana menor. Luego, mientras él hablaba, lanzó la nota a su hermano, que la cogió mientras la miraba con desconfianza.
—¡Venga ya! —exclamó, sonriéndoles a todos—, ¿por qué ponéis esas caras tan largas? ¿Es que no comprendéis —continuó, hablándoles muy despacio, como si fueran tontos— que el peligro ya ha pasado? Se han llevado al culpable.
—¿A quién dice? —preguntó Dean Thomas en voz alta.
—Sí —lo apoyó Mayette, levantándose para enfrentar al profesor—. Hagrid no haría daño a ningún animal, mucho menos a un ser humano. Es incapaz de alzar una mano contra nadie.
—Mis queridos muchachos, el ministro de Magia no se habría llevado a Hagrid si no hubiera estado completamente seguro de que era el culpable — dijo Lockhart, en el tono que emplearía cualquiera para explicar que uno y uno son dos.
—Ya lo creo que se lo llevaría —dijo Ron, alzando la voz más que Dean.
—Me atrevería a suponer que sé más sobre el arresto de Hagrid que usted, señor Weasley —dijo Lockhart empleando un tono de satisfacción.
—Y yo me atrevería a suponer que usted no sabe más que nosotros sobre nada, ¡a no ser que quiera competir en estupidez! —le chilló Mayette.
La pelirroja estaba estallando de ira en mitad de una clase y Tom Riddle, apoyado en la pared posterior del aula, lo estaba disfrutando como nada antes. Los ojos arcoíris de la chica refulgían amenazadores, sus cabellos se habían desatado de un moño agarrado a toda prisa por ella y caían libres por su espalda, su rostro se crispaba por la beligerancia y sus labios se contraían en una fina línea. Si no resultase aterradora, sus compañeros habrían podido juzgar que estaba más hermosa que nunca.
Lockhart, muy enfadado ahora, fue hasta la chica dispuesto a ejercer una violencia injustificable, pero ella, muy tranquila, le apuntó con la varita. Su mirada amenazaba todavía más que antes, prometiendo todo el dolor que una niña de doce años pudiera provocar. Riddle irguió la cabeza hacia el profesor, las escamas negras desenrrollándose del brazo de Mayette. El docente pudo ver entonces los enormes colmillos venenosos de la serpiente que estaba en posición de atacar.
—No se atreva a dar un paso más en mi dirección —ordenó Mayette, con voz trémula—. Porque le juro que no le detendré.
Ella se refería a la serpiente, pero Lockhart, evidentemente, no la comprendió bien, porque sonrió y volvió a su lugar en el centro de la clase. La pelirroja se refería a que no detendría el ataque de su serpiente hacia el profesor. Lockhart había entendido que ella no lo detendría si volvía a intentar llegar a algo más que a una relación profesor alumna que ya era tolerada con desagrado por ella. Evidentemente, el docente tenía problemas de comprensión, pero aquella vez, desde luego, iban más allá.
A Mayette le chocó un papel contra el brazo. Se apresuró a abrirlo y leer la nota que estaba escrita en él. Era de su hermano, quien asintió cuando ella miró en su dirección. El papel estaba hecho una bolita de forma que ni una sola letra era visible, y seguramente la mayoría pensarían que era una manera de molestarla. La chica lo desenrrolló con cuidado de no romperlo. Por un momento, se le ocurrió pensar si aquello lo había hecho su hermano adrede o había sido casualidad.
"Harry y yo estamos de acuerdo con vernos esta noche. No nos gusta la idea de ir con vosotros, pero ahora que esos amigos vuestros están petrificados, supongo que estamos todos en el mismo barco".
—Te dije que funcionaría —le susurró Riddle, adelantándose hacia ella—. Es un Gryffindor, no se para a pensar en sutilezas como lo pueden ser los planes complejos que requieren elementos como la falsa traición y otros etcéteras.
La pelirroja no respondió. El resto de la clase la pasó en una especie de limbo, desinteresada de todo aquello que saliese de la boca del profesor, y al mismo tiempo incapaz de pensar en aquello que sí que tenía relevancia para ella. Se maldijo en repetidas ocasiones mientras intentaba poner atención a formar un plan para aquella noche, pero no consiguió nada. Solamente calentarse la cabeza con pensamientos inútiles.
***
La sala común de Slytherin no tardó mucho rato en quedar vacía. Normalmente, los alumnos de la casa de la serpiente pasaban más tiempo en sus habitaciones individuales que en la sala común. Mayette y su grupo no eran tampoco la excepción, y habitualmente estaban bastante pronto en las habitaciones, aunque se reuniesen de nuevo cuando caía la noche para charlar durante un rato más o comentar planes para el futuro.
Aquella noche no fue distinto, al menos en su mayoría. Mayette y Rhaegar esperaron a que todos los demás se hubieran ido. Pansy y Daphne fueron las últimas en salir, pues se rehusaban a alejarse de Mayette, pero al final también cayeron rendidas por el sueño y se retiraron. Eso fue allá por las 11:00 de la noche. Les quedaban dos horas antes de tener que ir a reunirse con Ron y Harry.
Sin embargo, la pelirroja insistió en ir antes. El perro de Hagrid y el augurey que ella le había regalado se habían quedado solos, y alguien tendría que alimentarlos. Rhaegar sabía bien que nada podría disuadirla de dicho cometido, siendo ella tan tremenda amante de los animales, de manera que accedió sin oponer resistencia a acompañarla a la cabaña del semi-gigante.
Allí, el enorme perro de Hagrid, Fang, los recibió gratamente lanzándoseles encima, y justo cuando estaba a punto de ladrar, alguien interrumpió. Allí estaba Tom Riddle, con la varita de Mayette en la mano. La muchacha, extrañada de que él tuviera su varita, miró atentamente al perro, y entonces se dio cuenta de que, aunque hacía ademán de ladrar de emoción, nada se escuchaba.
—Un hechizo silenciador —explicó él—. Útil y sencillo. Te lo enseñaré pronto, si me es posible.
Mayette solo asintió. Se sentó en una de las pocas sillas que Hagrid tenía en su casa y se dedicó a acariciar a Fang, que había colocado su cabeza sobre el regazo de la chica. Rhaegar se sentó junto a ella, varita en mano, apuntando hacia la puerta, mientras que Tom jugaba con la varita de la pelirroja. Cuando escucharon unos toques en la puerta, él se apresuró a devolverle su varita a Mayette, justo antes de que ésta se abriera, dejando ver a Harry y Ron.
—Estáis aquí —dijo Ron, mientras Fang se le echaba encima—. ¿Qué le habéis hecho? —añadió, viendo que Fang no emitía sonido alguno.
—Un simple hechizo silenciador —respondió ella—. Útil y sencillo.
Salieron de la casa con el perro a su lado. Mayette conjuró "lumos" inmediatamente después que Rhaegar y Harry, cuando se acercaron al bosque. Ronald fue el único que no lo hizo, por motivos evidentes. Era muy posible que su varita estallase delatándolos a todos o algo peor, si intentaba conjurar cualquier cosa.
Harry no tardó en encontrar arañas a las que seguir. Mayette, apoyándose en cada árbol junto al que pasaba y dando los pasos muy despacio, pues poco era lo que veía en la plena oscuridad del bosque, lo siguió a regañadientes. Por supuesto, deseaba estar allí y saber qué era lo que concluían los Gryffindor, pero eso no le quitaba lo desagradable al trayecto. Al igual que Ronald, odiaba a las arañas con todas sus fuerzas, aunque éstas no conseguían aterrarla.
Caminaron durante alrededor de media hora, según la pelirroja alejándose cada vez más del camino. Seguían a las arañas a lo más profundo del bosque, y lo único que la hacía sentirse medianamente segura era saber que tenía a Tom con ella, y en el peor de los casos podría recurrir a él. No temía a las arañas ni a las otras criaturas del bosque, pero le producían rechazo, y odiaría tener que luchar sola contra cualquiera de ellas, pues aunque sabía que era fuerte para su edad, se consideraba débil en comparación a los animales que poblaban aquel bosque. Incluso su serpiente, Riddle, estaba alerta como solo ocurría cuando se sentía amenazada.
En ese momento, escucharon unos ruidos extraños. Según los de Gryffindor, lo que fuera que los producía se estaba preparando para saltar sobre ellos. Mayette tenía la varita bien sujeta, y estaba preparada para maldecir a lo que fuera que estuviera cerca y se atreviese a ponérsele a tiro. Pero nada salió a su camino y empezaron a avanzar en la dirección de los ruidos, para desesperación de los dos Slytherin, que sabían que no conseguirían nada bueno separándose de los Gryffindor.
—¡Harry! —gritó Ron, tan aliviado que la voz apenas le salía—. ¡Harry, es nuestro coche!
Mayette lo apartó para poder ver. Su hermano era varios centímetros más alto que ella, y también más ancho de espaldas, por lo cuál no podía ver a través de él. El chico no mentía, era realmente el viejo Ford Anglia de su padre, que se había vuelto salvaje por la vida en el bosque, si así se la podía denominar. Estaba cubierto de hojas y ramas, e incluso de telaraña, y la pelirroja habría jurado que algún animal había estado usándolo de refugio. En el interior, se podía ver cómo el cuero de los asientos estaba arañado, mientras que el exterior mostraba no solo las abolladuras creadas por el sauce boxeador, sino también arañazos del tiempo que había pasado en el bosque.
—¡Ha estado aquí todo el tiempo! —dijo Ron emocionado, contemplando el coche—. Míralo: el bosque lo ha vuelto salvaje...
—Bueno —dijo Mayette—, espero que siga siendo lo bastante civilizado como para... Oh, Salazar.
La chica se había interrumpido en mitad de la frase, y no sin razón. Aunque seguiría, durante muchos años, diciéndose a sí misma que no sentía miedo de las arañas, aquella araña en particular era digna de temer. Y la había agarrado como si nada y la llevaba por el bosque, a quién sabía donde. Su único consuelo ahora era Riddle, que la seguía en absoluto silencio, mirando preocupado a las arañas.
—Te juro que si te hacen algo, mandaré al basilisco a devorarlas —prometió, aunque sabía que eso no la consolaría, pues para entonces ella estaría muerta.
Llegaron hasta una especie de claro con los árboles talados. Mayette se sintió mucho mejor cuando estuvo en el suelo, aunque la araña que sin consideración alguna la había soltado seguía prácticamente sobre ella. Se levantó de inmediato. Si la iban a matar, al menos quería morir en pie y luchando. Riddle puso las manos sobre los hombros de la chica, como tantas veces antes, y ella se sintió un tanto mejor, aunque siguió apretando con fuerza su varita, sorprendida de que ésta no se hubiese roto.
—¡Aragog! —llamó una de las arañas—, ¡Aragog!
Una araña, que debía de ser, según los cálculos de Mayette, del tamaño de un elefante pequeño, salió despacio y con mucha dificultad de entre las telarañas diversas que había frente a ellos. Los pelos morenos que la cubrían empezaban a teñirse de blanco y la pelirroja notó con sorpresa que los ojos de la araña tenían una capa lechosa. Se dio cuenta de pronto de que la criatura debía de estar ciega.
—¿Qué hay? —dijo ésta, chascando muy deprisa sus pinzas.
—Hombres —dijo la araña que había llevado a Harry.
—¿Es Hagrid? —Aragog se acercó, moviendo vagamente sus múltiples ojos lechosos.
—Desconocidos —respondió la araña que había llevado a Ron.
—Matadlos —ordenó Aragog con fastidio—. Estaba durmiendo...
—Somos amigos de Hagrid —gritó Harry.
—Clic, clic, clic —hicieron las pinzas de todas las arañas en la hondonada. Aragog se detuvo.
—Hagrid nunca ha enviado hombres a nuestra hondonada —dijo despacio.
—Hagrid está metido en un grave problema —dijo Harry, respirando muy deprisa—. Por eso hemos venido nosotros.
—¿En un grave problema? —dijo la vieja araña, en un tono que a Harry se le antojó de preocupación—. Pero ¿por qué os ha enviado?
—Se lo han llevado a Azkaban —respondió Mayette, deseosa de acabar lo antes posible—. Creen que ha abierto la Cámara de los Secretos y liberado el horror que contiene —continuó, con voz clara—. Por eso nos envió aquí, él pensó que hablando contigo encontraríamos al culpable y lo devolveríamos a casa.
—Pero aquello fue hace años —dijo Aragog con fastidio—. Hace un montón de años. Lo recuerdo bien. Por eso lo echaron del colegio. Creyeron que yo era el monstruo que vivía en lo que ellos llaman la Cámara de los Secretos. Creyeron que Hagrid había abierto la cámara y me había liberado. ¿Lo creen de nuevo?
—Y tú... ¿tú no saliste de la Cámara de los Secretos? —dijo Harry, notando un sudor frío en la frente.
—¡Yo! —dijo Aragog, chascando de enfado—. Yo no nací en el castillo. Vine de una tierra lejana. Un viajero me regaló a Hagrid cuando yo estaba en el huevo. Hagrid sólo era un niño, pero me cuidó, me escondió en un armario del castillo, me alimentó con sobras de la mesa. Hagrid es un gran amigo mío, y un gran hombre. Cuando me descubrieron y me culparon de la muerte de una muchacha, él me protegió. Desde entonces, he vivido siempre en el bosque, donde Hagrid aún viene a verme. Hasta me encontró una esposa, Mosag, y ya veis cómo ha crecido mi familia, gracias a la bondad de Hagrid...
—Es una hermosa familia, y estoy segura de que tus descendientes llegarán a ser tan grandes como tú, e incluso más —respondió amablemente Mayette—. Por favor, ¿qué podrías decirnos acerca de los ataques y demás?
—¿Así que tú nunca... nunca atacaste a nadie? —la cortó Harry.
—Nunca —dijo la vieja araña con voz ronca—. Mi instinto me habría empujado a ello, pero, por consideración a Hagrid, nunca hice daño a un ser humano. El cuerpo de la muchacha asesinada fue descubierto en los aseos. Yo nunca vi nada del castillo salvo el armario en el que crecí. A nuestra especie le gusta la oscuridad y el silencio.
—Pero entonces... ¿sabes qué es lo que mató a la chica? —preguntó Harry—. Porque, sea lo que sea, ha vuelto a atacar a la gente...
—Lo que habita en el castillo —dijo Aragog— es una antigua criatura a la que las arañas tememos más que a ninguna otra cosa. Recuerdo bien que le rogué a Hagrid que me dejara marchar cuando me di cuenta de que la bestia rondaba por el castillo.
—¿Qué es? —dijo Harry enseguida.
Las pinzas chascaron más fuerte. Parecía que las arañas se acercaban. Mayette tembló, y se asió al brazo de Rhaegar, todavía con la varita en la mano. Sus ojos estaban fijos en las arañas, y supo entonces que sería incapaz de hacerles ningún daño. Por mucho que odiase a los bichos, eran amigos de Hagrid, y ella no quería verlo sufrir si se enterase del deceso de alguno de ellos.
—¡No hablamos de eso! —dijo con furia Aragog—. ¡No lo nombramos! Ni siquiera a Hagrid le dije nunca el nombre de esa horrible criatura, aunque me preguntó varias veces.
—En ese caso, ya nos vamos —dijo Harry desesperadamente a Aragog, al oír los crujidos muy cerca.
—¿Iros? —dijo Aragog despacio—. Creo que no...
—Pero, pero...
—Mis hijos e hijas no hacen daño a Hagrid, ésa es mi orden. Pero no puedo negarles un poco de carne fresca cuando se nos pone delante voluntariamente. Adiós, amigo de Hagrid.
Mayette estaba casi dispuesta a ser pienso de araña salvaje, pues su lado Hufflepuff decidió salir en ese momento y se sentía incapaz de herir a las arañas. Sin embargo, ni Rhaegar ni Tom Riddle parecían dispuestos a permitir eso. Y tampoco su serpiente, que a la primera araña que se acercó le clavó los dientes en los ojos, matándola al instante. El resto de arañas chascaron las pinzas furiosas, y Mayette retrocedió un paso, chocando con Rhaegar, que apuntaba con su varita a las arañas, pálido y pensando en algún hechizo que pudiera serles útil, sin éxito alguno.
Pero entonces escuchó un claxon y las luces del viejo coche de su padre aparecieron ante ella cuando éste freno bruscamente para no atropellarla. Por el camino, el coche había tirado a muchas arañas por el suelo, que caían en distintas posturas, pero ésto le importaba poco a Mayette, que cogió a Fang a toda prisa, sin importarle arriesgar su vida y se subió al coche. Allí la esperaban Harry, Ron y Rhaegar, mucho más sensatos que ella, junto con Tom Riddle, que se asió a ella como si la vida le fuera en ello. Cosa que podía ser cierta, vista la manera de conducir de Potter, quien estaba al volante.
Después de unos diez minutos de conducción asesina, como la pelirroja lo determinó, el coche frenó tan bruscamente que por poco los arrojó fuera. Aunque eso no fue necesario, visto que nada más se abrieron las puertas, los dos Slytherin descendieron como almas que lleva el diablo del coche, seguidos de Fang, quien, con el rabo entre las piernas, corrió a la cabaña de Hagrid.
Harry lo siguió para recoger la capa invisible, y cuando se hubo recuperado del susto, Ron también salió del coche. Luego de ésto, el vehículo se adentró de nuevo en el bosque oscuro, donde Mayette se prometió no volver a entrar a no ser que tuviera un objetivo muy claro en mente. Tom Riddle, a su lado, se tiró en el suelo y agarró la hierba, como si, aún siendo un recuerdo, le sorprendiera haber sobrevivido a aquello.
—Seguid a las arañas —dijo Ron sin fuerzas, limpiándose la boca con la manga—. Nunca perdonaré a Hagrid. Estamos vivos de milagro.
—Apuesto a que no pensaba que Aragog pudiera hacer daño a sus amigos —dijo Harry.
—¡Ése es exactamente el problema de Hagrid! —dijo Ron, aporreando la pared de la cabaña—. ¡Siempre se cree que los monstruos no son tan malos como parecen, y mira adónde lo ha llevado esa creencia: a una celda en Azkaban! —No podía dejar de temblar—. ¿Qué pretendía enviándonos allá? Me gustaría saber qué es lo que hemos averiguado.
—Que Hagrid no abrió nunca la Cámara de los Secretos —contestó Harry, echando la capa sobre Ron y empujándole por el brazo para hacerle andar—. Es inocente.
—¿Inocente? —gritó Tom—. ¿Inocente? No, no lo es. Esa no es mi idea de inocencia, para nada. Yo habré liberado a un monstruo que asesina a hijos de muggles, pero puedo controlarlo. Ése ha dejado en libertad a uno que no puede controlar. ¡Está loco!
Harry, Ron y Rhaegar no podían escucharle, pero eso no parecía tener mucha importancia para el heredero de Slytherin, que se levantó del suelo con dificultad, sintiendo como le temblaban las rodillas. Enfadado, miró a Harry como si con gusto le hubiera lanzado una maldición. Seguramente así era, y la pelirroja lo hubiera observado con gran satisfacción, pero no estaba en estado para hacer eso. Lo que más deseaba en ese momento era irse a la cama y dejar el asunto de seguirles la pista a los Gryffindor al menos hasta el día siguiente.
—Ese es un gran descubrimiento —le dijo a Harry, resollando—, y sugiero que dejemos la búsqueda para mañana. Ya tenemos una pista nueva: las arañas le temen.
Luego, Rhaegar y ella partieron en silencio hacia el castillo, seguidos de Ronald y Harry, que iban más despacio, cubiertos los dos por la capa invisible. La pelirroja apoyó su cabeza en el hombro de Rhaegar y poco a poco se fue tranquilizando, en tanto que se acercaban a las puertas del castillo. El muchacho, usualmente pálido, tenía incluso los labios del color de la cera, si bien éstos solían ser del color de un pétalo de rosa.
Andando por entre pasadizos en absoluto silencio, sin que se escuchase siquiera el ruido de sus pasos o de sus respiraciones, los dos Slytherin fueron poco a poco en dirección a su sala común. Su prefecto por poco los vio en un momento dado, pero consiguieron ocultarse a tiempo, en la sala secreta de Mayette, que siempre llevaba consigo la llave. Después de aquello, no tuvieron ningún altercado antes de llegar a la sala común.
Una vez allí, encendieron luz en sus varitas y comenzaron a bajar las escaleras hacia sus habitaciones, tan silenciosos como de costumbre. Para sorpresa del rubio, Mayette se despidió de él abrazándolo con fuerza, aquella vez. La chica aún se sentía incapaz de creer que hubieran escapado todos sin lesiones, y lo que era más, con vida, y no pudo evitar sentir el impulso de lanzarse a los brazos de él. Eso, claro, justo antes de internarse corriendo en el pasillo que llevaba a las habitaciones de las chicas y perderse de vista para él.
Una vez en su cuarto, la pelirroja se tumbó en la cama, donde pasó una media hora moviéndose de un lado a otro. Como tantas otras veces, se sentía incapaz de conciliar el sueño. Sentía en sus dedos un cosquilleo extraño, y finalmente, agobiada por el insomnio, se levantó, decidida a escribir a sus hermanos. Al fin y al cabo, hacía al menos dos semanas que no escribía a Bill y Charlie, y éstos se merecían que los tuviera informados. Ni tan siquiera la habían juzgado cuando les habló sobre Tom, aunque olvidó casualmente decirles que Ginny tendría que morir para que él volviese a vivir.
Se sentó en una de las sillas, frente a una de las numerosas mesas en su habitación y comenzó escribiendo a Bill, como era su costumbre.
"Querido Bill:
¿Cómo estás? ¿Cómo va todo por Egipto? ¿Algo interesante que contar? Lo cierto es que yo tengo muchísimo que decirte, pero no ahora, y no por este medio. Si podemos vernos en verano, preferiría contaros todo en persona a Charlie y a ti. Por ahora, solo puedo decirte que os echo muchísimo de menos, y también contaros la experiencia de hoy.
Lo cierto es que he vivido algo muy traumático hace apenas media hora, así que te pido por favor que no te rías leyendo esto, porque he estado en auténtico peligro. Por suerte, he tenido a Tom a mi lado y él ha sabido mantener la cabeza fría, en tanto que yo me desesperaba.
En fin, el caso es que durante la clase de DCO, me he puesto de acuerdo con Harry y Ron. Ahora estamos en el mismo barco, porque han atacado a Daphne y a Theo, como te conté en mi anterior carta. Lo cierto es que sigo muy dañada por la falta de dos de mis mejores amigos, pero pronto volverán a estar con nosotros, gracias a la profesora Sprout. A lo que iba, nos hemos puesto de acuerdo para ir juntos al Bosque Prohibido.
Sé que no deberíamos saltarnos las normas del colegio, pero el guardabosques, Hagrid, nos dijo que debíamos seguir a las arañas para resolver todo el embrollo del Heredero de Slytherin. De manera que durante la clase resolvimos que nos veríamos hacia la una de la madrugada en la cabaña de Hagrid, para recoger a Fang y así no ir solos al Bosque, que era a donde se dirigían las arañas.
Bueno, al menos no puedo decir que la visita a unas arañas del tamaño de caballos grandes haya resultado vana: hemos descubierto un par de cosas. Sin embargo, después de hablar con nosotros el cabeza de familia ha querido permitir que sus hijos nos devoren. Por suerte, en ese momento ha aparecido el viejo coche de papá, que ahora es salvaje, y nos ha salvado llevándonos hasta el linde del bosque.
Creo que todavía estoy un poco en estado de shock por lo sucedido, pero lo cierto es que necesitaba contárselo a alguien. Pocas son las horas que me quedan antes de tener que ir a clases de nuevo, y lo cierto es que me carcome la inquietud y no me siento capaz de dormir. Pero debería intentarlo, de manera que concluiré aquí esta carta.
Un afectuoso abrazo,
May Weasley"
Repitió la carta para Charlie, cambiando tan solo las expresiones afectuosas y el nombre, puesto que se sentía demasiado cansada para pensar en otra manera de contar las cosas y demasiado despierta para irse a dormir. A pesar de todo, después de firmar la carta para Charlie, se puso el pijama y se tumbó en la cama. Tardó hasta que los primeros rayos de sol asomaron por su ventana en conciliar el sueño.
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